jueves, 10 de enero de 2013

Dejemos hablar a las palabras

El seguimiento de los vocablos permite seguir el pulso a la Historia y medir intenciones políticas

Las Palabras.Ilustración de Fernando Vicente./eltiempo.com
Cada vez son más los expertos en lengua y comunicación que intentan asociar una época a una palabra o un grupo de palabras. Por ejemplo, el diccionario Collins elaboró una lista con neologismos de moda en la lengua inglesa desde hace más de un siglo. El resultado es fascinante. Muchas de esas palabras desaparecieron o se usaron poquísimo al pasar unos años, y otras se convirtieron en hitos lingüísticos de la historia social contemporánea, como aspirina (1897), alergia (1907) y jazz (1909). La cultura hispánica tiene presencia indirecta en la lista con dos referencias mexicanas: en 1962, "la venganza de Montezuma", elegante nombre para la diarrea que ataca a los turistas en tierra azteca, y la "ola" que mueve en forma coordinada a los espectadores de los estadios (1986). En 1998, el Collins realizó una gran encuesta en Gran Bretaña con miras a averiguar la palabra capaz de definir el siglo XX. Ganó "televisión"; la mayoría de las 20 finalistas representaban avances tecnológicos (computador, silicona, Internet, automatización), realidades crueles (holocausto, genocidio) o deliciosas trivialidades (biquini).
Internet y sus minuciosos registros han permitido nuevas estadísticas. El diccionario estadounidense Merriam-Webster publica cada año, desde el 2003, las palabras que circularon con mayor frecuencia en las búsquedas de la red. Para sorpresa general, casi siempre han sido términos abstractos de uso cotidiano, como democracia (2003), austeridad (2010) y pragmático (2011). El último año ganó un viejo binomio de adversarios: socialismo y capitalismo. La explicación: muchos votantes gringos temían que esta era la opción entre Barack Obama y Mitt Romney. La vasta pradera de las noticias del año permite expandir las novedades pertinaces: abismo fiscal, bosón (partícula física infinitesimal), baktún (período de 394 años en el calendario maya), lesala (primera especie de mono descubierta en las últimas tres décadas)...
Las academias de la lengua española registraron en el 2012 una lista de 172 palabras que saldrán del diccionario madre, entrarán a él o, si ya lo están, serán modificadas cuando se publique su vigésima tercera edición el año entrante. En desplante de vigor y dinamismo, entre el 2001 y el 2012 se añadieron al tesauro oficial 2.445 palabras, se suprimieron 170 y sufrieron enmiendas 19.374.
En el enorme arrume del 2012 se imparte bendición oficial a términos ya habituales entre los hispanohablantes, como acojonamiento, beisbolero, blog y bloguero, chat y chatear, cienciología, cuentacuentos, ecorregión, espanglish, estent, friki, golfístico, incluyente, lápiz de memoria, matrimonio (homosexual), okupa, papamóvil, sudoku, sushi, tableta (electrónica), USB, ultraderechismo, ultraizquierdismo...
El examen estadístico de las palabras no solo permite determinar los vocablos de mayor o más prolongado uso, sino que refleja la influencia en el idioma de diversos poderes. En su libro Violencia política en Colombia 1958-1960 (Bogotá, 2012), el politólogo Marco Palacio revela que la palabra "terrorista" era "una expresión rara" en los reportes oficiales de incidencias, "pero desde la posesión de Uribe Vélez entró a la jerga oficial" para describir exclusivamente a guerrilleros, no a paramilitares. Entre el 2002 y el 2007 se convirtió en el término más frecuente en los informes de violencia (13.516 menciones).
Las palabras no cambian la realidad (un ciego y un invidente son la misma persona carente de vista), pero sí pueden modificar su percepción e inyectar determinada carga sicológica. El más escalofriante eufemismo colombiano de los últimos años es ese higiénico "falso positivo", que mimetiza un horror inhumano.
Carezco de datos estadísticos, pero sospecho que las dos palabras claves del 2012 son aquel "excremental" lleno de intención política que, literalmente (y con perdón), reduce a mierda el derecho a las diferencias sexuales y los "cayos", protagonistas de la sentencia de La Haya, que algunos periodistas ya confunden con los del pie.
Daniel Samper Pizano
cambalache@mail.ddnet.es