sábado, 4 de mayo de 2013

Dos poemas de Pofirio Barba Jacob como Ricardo Arenales


 El arte del escritor consiste en hacernos olvidar que emplea palabras


Anatole France

Porfirio Barba Jacob como Ricardo Arenales, un heterónimo.



TRISTE  AMOR
No hay nada grande, nada, sino la Muerte…
En vano querrá un ardiente Numen, tras líricos empeños,
aprisionar la turba de los silfos risueños
o descubrir las líneas de un rostro sobrehumano.

Las cosas son la espuma del tiempo en nuestra mano;
la gloria es eco de una proeza urdida en sueños:
joyeles y palacios de exóticos diseños
son fábrica de niebla, ruido del océano…

Con todo, Cintia mía, en la noche nevada
junta a mi carne lívida tu carne sonrosada…
y un hijo rasgue otrora las brumas del camino.

¡Si es crimen dar renuevos a la materia oscura,
yo purgaré en mí mismo la erótica locura
de dos lobeznos tristes que amamantó el Destino!

          Ricardo Arenales, Tegucigalpa, 1917.

 
CANCIÓN LIGERA
Si acongoja un dolor a los humildes,
o si miran un valle, un monte, un mar,
dicen tal vez: “Dichosos los poetas
porque todo lo pueden expresar”

¡Ah! Pero en el misterio en que vivimos,
la cotidiana y múltiple emoción,
como no encuentra un ritmo que la cante
se ahoga en el sepulto corazón.

Y están sin voz el oro de los trigos,
el son del viento en pugna con el mar,
y el llanto de la noche en el palmar.

Y están sin voz, perennemente mudos,
sin quién venga su espíritu a decir,
el sol, la brizna, el niño y el terrible
pródigo del nacer y del morir.

Y nosotros, los míseros poetas,
temblando ante los vértigos del mar,
vemos la expresada maravilla,
y tan sólo podemos suspirar.
Ricardo Arenales, San Salvador, 1917.