¿Cómo entrar en la inmensidad del individuo?
Fernando Pessoa, una y múltiples personalidades./eltiempo.com |
Es un dilema que se
presenta de tajo al abordar a Fernando Pessoa y a sus varias
personalidades poéticas, que encarnan estéticas y pensamientos
distintos. Este hombre múltiple siembra el camino de sugerencias y
acercársele es un riesgo lleno de matices, oquedades y silencios.
Su gran sombra atraviesa el siglo XX y ocupa un inhóspito lugar en
una sociedad que busca la uniformidad del individuo y no su propia
identidad, que busca al sumiso, al repetidor de necesidades, y no al
hombre anónimo que se multiplica para nunca encontrarse en él:
paradójicamente, Pessoa es la(s) máscara(s) más auténtica(s) de sí
mismo. Somos hijos de la época caótica y él se adelantó con una lucidez
delirante, de sacrificio laico, para señalarnos uno de los caminos más
aventados: romper con coherencia esquizofrénica las personalidades que
llevamos dentro y darles carácter autónomo y estético a cada una de
ellas, darles un lenguaje propio y mandarlas al mundo a que se
defendieran solas.
Siete años después de la muerte del poeta (1888-1935), quien mientras
vivió y gimió en silencio, sólo publicó Mensagem, un ajustado volumen
de poesía, el secreto comienza a desvelarse y escandalizar a los
incrédulos. Uno de sus más fieles y lúcidos exploradores, Antonio
Tabucchi, en Un baúl lleno de gente, cuenta el descubrimiento postmortem de una serie de obras firmadas por Álvaro de Campos, Ricardo
Reis, Alberto Caeiro, Bernardo Soares y otros heterónimos, cuya autoría
recaía sobre un solo hombre: Fernando Antonio Nogueira Pessoa.
Después de un largo silencio público y una creación indeclinable este
fue su legado para una porción de la humanidad. Y entonces Tabucchi,
advirtiendo los tenues límites entre la realidad y la ficción, escribe
con escabrosa certeza el milagro: "Pessoa es una múltiple, monstruosa y
mala conciencia: la mía, la nuestra, la vuestra, la de todos los hombres
de buena voluntad, sea la que sea la buena voluntad de que se trate...
Pessoa es una concreción, una de esas criaturas que parecen ungidas por
el destino para asumir para sí penas que pertenecen a los demás", a
todos.
Pessoa fue un mártir de sí mismo y allí la deformidad genial de su
peregrinación. Y en esas páginas de un hombre literalmente muerto que
como un Lázaro moderno resucita del fondo de un anónimo baúl,
encontramos en el Libro del desasosiego escrito por su heterónimo
Bernardo Soares, una de las claves secretas de este misterio literario;
texto que al margen de su obra poética sintetiza en corrosivos
fragmentos el estertor y luminosidad de toda su panacea creativa.
Este raro y conmovedor libro escrito en una prosa íntima, es también
un espejo atroz y clarividente del desolado paisaje del hombre
contemporáneo. ¿Qué temática atraviesa esta pieza de horrorosa lucidez?,
que leemos con el ritmo del desasosiego, unas veces vibrante y otras
resarcirse en su propia y lenta consumación.
Más allá de la angustia natural de vivir hay un móvil poderoso que
atraviesa la escritura, y es, el atormentado testimonio de un escritor
absoluto: un hombre que vive para las palabras y sumergido en ellas
traza su propio drama y desenlace. Allí encontramos el herrumbroso
ejercicio literario, las brumas, la luz disidente, la inutilidad social
de la literatura, los parpadeos de la gran noche insomne, también al
náufrago amarrado con fervor y paciencia al único madero que lo sostiene
en el inmenso mar: el arte literario. ¿Acariciando la utopía, buscando
redenciones en el paraíso cristiano? No, nos responde Pessoa, agitando
su pluma yerta y clara en medio de la oscuridad del alma, derrumbando
los muros de la individualidad, ampliando los yoes con la vehemencia de
un artista iluminado.
Aquí surgen, entre otros, dos grandes paradigmas del siglo XX, Kafka y
Borges. Cada uno a su manera, creó su propio Proceso y Aleph, que sólo
pueden nacer de una pasión literaria sin límites. Y el delgado empleado
Pessoa, el anónimo transeúnte de Lisboa, el suspicaz alcohólico
nocturno, la arrastró hasta sus últimas consecuencias y con la
particularidad de que el portugués para sus lectores es un hombre
póstumo, recuperado azarosamente de un baúl de tesoros.