sábado, 11 de mayo de 2013

Minicuentos 55



La lectora dormida, de Daniel Gerhartz

Homenaje  a  las Madres   

De madres, hijos  y maridos                                    

La vuelta al hogar
Xorge del Campo

Soy un hombre que todas las noches
sueña con el paraíso,
pero que al despertar amanece
con las costillas intactas.
J. J. A.
Pero al salir del paraíso, fastidiado, terriblemente fastidiado tanto de su suegra como de Eva, se encuentra, con sus costillas completas, ante un camino de polvo negro, horizontal, interminable. Un camino por el que vaga siempre dichoso, tranquilo, como si deseara que éste no condujera a parte alguna. Sin embargo, después de esos años, después de no soportar ya su soledad, mira a lo lejos una casa enorme. Regocijado, apresura el paso hacia ella.
Cerca ya, se detiene a contemplarla. Es una casa de madera vieja y del color de la tierra rasa. Una casa de diez pisos. Parece como si no la habitara nadie. Ninguna planta tiene puertas, sólo innumerables ventanas. Pero al último piso hay acceso por una escalera exterior lateral. Una escalera cilíndrica también de madera.
Se encamina hacia ella. Ya está frente a la casa, que cruje con el viento. Por la escalera extrañamente sonora, baja una muchacha desnuda. Él de pronto siente que le falta una costilla. Al llegar al último escalón se detiene lo mira y se sienta en el remate del pasamanos.
—¿Cómo te llamas?
—Adán. ¿Y tú?
—Eva. Mi madre está arriba. Te amo.
La madre, desde arriba, pregunta:
—¿Es Adán, hija mía?
La hija no contesta. Y mientras se miran a los ojos, enamorados, acercándose, la madre blasfema, grita, injuria, asomada a una ventana.

El consuelo
Cristina Peri Rossi

Mi madre a veces me consuela de este lentísimo parto. “No te avergüences ni te lamentes —me dice—; no creas que lo que existe afuera es muy variado. Otros motivos de dolores, la misma oscuridad y vagidos similares. Además afuera nadie te protege. En cambio así tienes el sustento y el refugio asegurados”.
Con esto yo me consuelo un tanto, pero al rato hago nuevos esfuerzos por salir; me muevo, me remuevo, doy vueltas, me afirmo en los costados. No puedo decir que mi madre me niegue su colaboración: de vez en cuando suspira y puja por expulsarme del fuego de sus entrañas. Tanto trabajo nos tiene rojos y un poco cansados. No sé qué existe afuera, pero de todos modos me parece que lo correcto es salir. O lo que corresponde.


Reunión de exalumnas
Ana F. Aguilar

Fueron llegando muy formales de dos en dos. A la entrada se quitaban el uniforme y lo entregaban, junto con los libros y cuadernos, a la sirvienta que abría la puerta. Luego cada una se fue colocando una sugerente peluca, varios kilos de más, una fina pero sincera red de arrugas y una tenue mirada que podía ser de satisfacción, añoranza o quién nos iba a decir. Sonó la campana, rompieron filas y por todas partes se formaron rientes y bulliciosos grupos. Las exclamaciones de sorpresa y alegría brotaban incontenibles. Las preguntas, dirigidas a nadie, no tenían respuesta y quedaban flotando sobre la alfombra del cuarto, entre las piedras del patio vacío: ¿Qué te has hecho? ¿Cuántos hijos tienes? ¿Te sabes la biología? ¿Dónde vives? ¿Cuánto te sacaste en historia? ¿Cuándo empiezan los exámenes? Mordisquearon recuerdos y aceitunas hasta dejar sólo el huesito. Intercambiaron direcciones, tortas, apuntes, números de teléfono. Proyectos y problemas de antes y de ahora quedaron en el fondo de las tazas de café. A través de la algarabía y el humo de los cigarrillos, el presentimiento de verse nuevamente más tarde se encontró con el gusto de reunirse otra vez después de tantos años. No se reconocieron pero ambos se sonrieron cordialmente. Y una a una fueron tomando su lugar en la lucidez de ese instante, se acomodaron fielmente dentro de una antigua fotografía muchas veces vista, sonriendo inmóviles para la posteridad de su adolescencia. Hasta que fue hora de irse a dar de cenar a los maridos.

Cuando los hijos se van
David Cruz Martínez

Al cumplir Billy los diez, le regalé un magnífico trenecito con todo el equipo completo y tan exacto como los trenes de verdad, con guardarrieles, cambios de vía, coches cama y hasta boletero. Pero Billy creció y creció y creció, por eso hace treinta años que juego solito, señor…

Nuevos hermanos siameses
Oscar Wilde

Era una mujer que tuvo dos hijos gemelos y unidos a lo largo de todo el costado.
—No podrán vivir —dijo un doctor.
—No podrán vivir —dijo otro, quedando desahuciados los nuevos hermanos siameses.
Sin embargo, un hombre con fantasía y suficiencia, que se enteró del caso dijo:
—Podrán vivir… Pero es menester que no se amen, sino que por el contrario, se odien, se detesten.
Y dedicándose a la tarea de curarlos, les enseñó la envidia, el odio, el rencor, los celos, soplando al oído del uno y del otro las más calumniosas razones contra el uno y contra el otro, y así el corazón se fue repartiendo en dos corazones, y un día un sencillo tirón los desgajó y los hizo vivir muchos años separados.

La entrega
Jorge Alberto Morales S.

Y de un salto la doncella abandonó el lecho… al recordar que no había tomado su píldora.