El traductor de Andrea Camilleri al catalán analiza el montaje teatral sobre su obra: Sis personatges en cerca de Camilleri
Andrea Camilleri en busca del delito de Montalbano./elpais.com |
Aunque en casi todo el mundo es conocido por su faceta de novelista, Andrea Camilleri
es un hombre de formación y recorrido teatral. Prolífico como pocos, la
lista de montajes que ha realizado a lo largo de cincuenta años para la
RAI es impresionante, no pocos de ellos dedicados a su paisano y
maestro Luigi Pirandello, uno de cuyos textos más divulgados es Seis personajes en busca de autor.
Como saben los aficionados a la escena, esta obra constituye una
soberbia reflexión sobre el hecho teatral, un ejercicio magistral de
teatro dentro del teatro.
El creador del comisario Salvo Montalbano ha participado en el guion
de los 18 episodios que, hasta la fecha, la Radiotelevisión Italiana ha
filmado de las aventuras de este personaje. Dieciocho telefilms y ningún
montaje dramático. Curioso. Cuando la actriz Monia Presta me sugirió la
idea de hacerlo, me pareció algo arriesgado. “Si él no lo ha querido…”.
Pero, más que de trasladar una investigación de este policía solitario y
a veces machista a otro lenguaje artístico, se trataba de investigarle a
él. Empecé a entenderlo: Pirandello, seis personajes que se rebelan
contra el guión, el alma siciliana… Teniendo en cuenta que Presta
desciende de la misma localidad que ambos autores, Agrigento (la del
valle de los templos), la cosa podía ser seria.
Ésta es la génesis de la pieza: ¿qué le reprocharían a su prometido,
amante, amigo y superior respectivamente, los secundarios más destacados
de las novelas si pudieran escaparse del rol que el escritor les ha
asignado? ¿Qué cuentas pendientes le pasarían? Sis personatges en cerca de Camilleri
es un verdadero consejo de guerra camuflado de caso detectivesco, pues
Montalbano no podrá ser absuelto hasta que no resuelva, cómo no podía
ser de otra manera, un delito. Una desaparición (“la verdadera alma del
delito siciliano”, según la tercera punta del triángulo literario
siciliano, Sciascia) que no le conducirá hasta un cadáver sino hasta un
ser de otro mundo, una especie de fantasma, en una tensa cuerda floja
entre realidad y ficción. Todo su mundo cotidiano (empezando por lo más
sagrado, la cena) se desmorona: su prometida Livia le acusa de
irresponsable e inmaduro por echarse atrás cuando tuvieron la ocasión de
ser padres; su amante Ingrid, de cobarde ya que nunca ha puesto las
cartas de su relación boca arriba; su amigo Mimí, de falso y traidor
porque le utiliza como parachoques ante la irascible Livia, y su
subordinado Fazio, de iluminado y explotador porque le despierta a
cualquier hora para mandarle tras las pistas más volátiles. Y todos, de
egoísta (aunque esto él ya lo sabe). Por si fuera poco, su mamma
en funciones, el ama de llaves que le prepara la cena, le abandona.
Superado por el motín y víctima de uno de sus peores temores atávicos,
la ruptura de las rutinas, al comisario sólo le queda el apoyo del
incondicional Catarella, probablemente el secundario más hilarante de la
historia de la novela de policías y ladrones. Aunque para lo que le
sirve…
No son pocos los críticos que han tratado de encontrar paralelismos
entre el octogenario Camilleri y su hijo literario más famoso. Sí, vale,
el escritor es un hombre afable, hablador y con una familia normal,
pero si rascas un poco…, suele decir el psicoanalista de turno.
Sabedores como somos de que la búsqueda autobiográfica es una vía
muerta, a los camilleristas nos resulta mucho más interesante descubrir
por qué este ganador en el trabajo y perdedor en la vida nos fascina
tanto. Por qué nos seduce (hasta el punto de comprar tres novelas al
año… ¡cada año!) un tipo que se niega a hablar mientras come y que
desdeña al prójimo. Irritable como pocos e impaciente como él solo. El
escritor ha prometido que sabremos de su fin en la novela póstuma que ya
entregó a la editorial. Mientras tanto, y a medida que la vejez le
acongoja cada día más (al personaje; al autor quién sabe), ¿no es un
verdadero gustazo hacerle pasar un mal rato y, lo que es peor, hambre?
¿No es una dulce venganza convertirnos en autores por un par de horas?