En estos tiempos en los que el negocio de los libros está en crisis, ¿por qué querrían los más jóvenes leer literatura, y cuál literatura?
El peso imaginario de los libros./eltiempo.com |
“Quien ha visto derrumbarse las casas sabe demasiado claramente cuán
frágiles son los jarrones con flores, los cuadros, las paredes blancas”.
Recordé las palabras de la italiana Natalia Ginzburg, mientras escribía
esta columna de bienvenida a los autores, ilustradores, críticos y
lectores que llegan a Bogotá para asistir al segundo Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (Cilelij).
La primera versión de Cilelij en el 2010 tuvo un final abrupto con el
terremoto de Chile y, durante los días siguientes, mientras
intentábamos regresar a nuestros países en medio de la tragedia chilena,
los organizadores alcanzaron a entregar volantes con la promesa, en
esos días tan incierta como incierto era el futuro, de un reencuentro en
Bogotá. Sin embargo, la asociación con Ginzburg no es por el terremoto,
sino porque en ese artículo titulado ‘El hijo del hombre,’ que hace
parte de su libro Las pequeñas virtudes (Acantilado, 2002), ella
atribuye a las guerras mundiales el derrumbe de una idea de infancia
idílica y edulcorada.
“Nosotros no podemos mentir en los libros... acaso sea el único bien
que nos ha traído la guerra”, dice Ginzburg, en alusión a ese abismo que
la separa de las generaciones anteriores, donde floreció también una
literatura infantil europea, inédita hasta entonces. “Nuestros padres
nos reprochan la forma que tenemos de criar a los niños. Querrían que
mintiésemos a nuestros hijos como ellos nos mentían a nosotros... Pero
nosotros no lo podemos hacer. No lo podemos hacer con niños que han
visto el espanto y el horror en nuestra cara. No podemos contarles...
que los hemos encontrado en una col ni que quien ha muerto ha emprendido
un largo viaje”.
Esas palabras parecen más vigentes que nunca al examinar los tres
ejes del Cilelij: el del primer día será la vida privada –el amor, el
cuerpo, la sexualidad y la subjetividad, entre otros asuntos–; el
segundo día, alrededor de la vida pública, se abordarán temas como
escuela, ciudadanía, dimensión política, emigración, exilio, violencia y
problemas sociales, y el tercero, bajo el título de ‘Lo trascendente’,
se discutirán asuntos relacionados con fe, religión, muerte, esperanza,
magia, creatividad y utopías. Muchas de esas cuestiones, antes
proscritas en los libros para niños, dan cuenta de la complejidad de un
campo que reclama autonomía artística y que busca deslindarse de esa
confusión entre pedagogía y literatura a la que le debemos, aún hoy,
tantas lecciones de buen comportamiento o de autoayuda, disfrazadas bajo
el ropaje de cuento, que hacen bostezar a los niños y que, también hay
que decirlo, son uno de los negocios más lucrativos de la industria
educativa.
Preguntarse cómo interpreta la literatura la realidad de los más
jóvenes lectores será la tarea de este congreso, organizado por la
Fundación SM y la Biblioteca Luis Ángel Arango. Si bien no tiene el
mismo cubrimiento mediático de otros certámenes como el Hay Festival,
más de cincuenta autores, ilustradores, críticos y especialistas de
España y América Latina hablarán frente a un público de 600 personas, y
los cupos se agotaron en diciembre del 2012, aunque hay exposiciones,
lanzamientos de libros y un ‘picnic literario’ en el parque Nacional.
En estos tiempos en los que el “negocio de los libros” está en
crisis, ¿por qué querrían los más jóvenes leer literatura, y cuál
literatura? Explorar voces, acentos, géneros y posibilidades en el
escenario de este país complejo, donde muchas casas se han derrumbado y
muchos niños conocen secretos de la vida que deberían ignorar, y donde
hay desafíos urgentes relacionados con la palabra y la memoria, tiene
mucho significado. Y aunque, como dice Ginzburg, “no nos curaremos nunca
de esta guerra” –o nunca del todo, digo yo–, es una maravilla estar
aquí, pensando en escribir, a tantas manos, otros relatos de país y
otros mundos posibles para los que hasta ahora están llegando.