En Construir al enemigo, Umberto Eco retoma el viejo oficio de ensayista, ejercido para un público amplio y muchas veces bajo la forma de conferencias abiertas. Una variedad de propuestas y una capacidad explicativa que en este caso se combinan con un ojo certero para elegir los temas: la alteridad, el semen, los embriones y el fuego, entre otros, como para que nadie se quede sin prestar atención
Umberto Eco enseña a leer pensando./pagina12.com.ar |
En tiempos
de Sócrates, los sofistas, si aceptamos la versión que de ellos nos
brinda Platón, eran los administradores de un saber general dotado de un
mínimo espesor apenas suficiente como para lucirse ante los legos. Con
Montaigne ese saber general se tornó inquietud, vacilación. El ensayista
está habilitado para abordar cualquier tópico siempre y cuando lo haga
no desde el saber jactancioso, sino desde la hipótesis, la conjetura, la
mirada personal. Con Internet, el saber general fue puesto a
disposición de un usuario masivo. Cualquiera puede escribir un texto
sobre cualquier cosa si sabe utilizar eficazmente un buscador. Esto no
significa, no obstante, que el oficio de ensayista haya muerto.
Una prueba de su plena vitalidad puede encontrarse en Construir al
enemigo, de Umberto Eco. En algo más de una docena de textos breves, en
su mayor parte versiones de conferencias pronunciadas en la última
década, el escritor italiano despliega una amplia variedad de recursos
para tratar cuestiones de física, astronomía, política, semiología o
bioética. Recorramos, rápidamente, algunos de esos trabajos.
El texto que da título al libro es un breve ensayo sobre la
alteridad. ¿Cómo se construye al otro? ¿Cuánto de la propia identidad
depende de la figura del otro que se construya? El punto de partida es
un diálogo que el autor sostuvo con un taxista paquistaní en Nueva York
que, entre otras cosas, le preguntó quiénes eran los enemigos de los
italianos. Al taxista le resultaba inconcebible un pueblo que pudiera
construir una identidad sin enemigos. El texto despliega algunas
caracterizaciones que a lo largo de la historia se han hecho de los
enemigos. Negros, judíos, cristianos, gitanos, leprosos, extranjeros,
mujeres, han sido caracterizados como peligrosos, desviados, sucios,
feos, hediondos, irracionales por aquellos que se autodefinían como
portadores legítimos y exclusivos de las características opuestas. Eco
se pregunta: “¿La ética es impotente ante la necesidad ancestral de
tener enemigos? Yo diría que la instancia ética sobreviene no cuando
fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos,
ponerse en su lugar”.
“Velinas y silencio”, otra de las joyas del libro, podría haber sido
escrito el jueves pasado en Buenos Aires. Abordando el tema de la
censura, Eco sostiene que más allá de la censura burda, que silencia
aquello que no tolera, opera otro tipo de censura cuyo recurso
fundamental es el ruido. No la palabra, no el mensaje, sino el mero
ruido: “El ruido ni siquiera necesita transmitir mensajes interesantes,
entre otras cosas porque un mensaje se superpone al otro y todos,
precisamente, hacen ruido”. ¿Cuál es la función de ese ruido que emana
de los medios masivos y llega a las calles?: “El ruido tiene una función
de droga e impide focalizar lo que sería verdaderamente fundamental”.
Construir al enemigo. Umberto Eco Lumen 320 páginas
Otro texto destacable es “La llama es bella”. Convocado para hablar
en un encuentro acerca de los cuatro elementos, Eco decide hacer un
elogio del fuego, ya que “el aire lo respiramos todos los días, el agua
la utilizamos a diario, la tierra no dejamos de pisotearla, pero nuestra
experiencia del fuego se expone a ir reduciéndose cada vez más”, a
causa de formas de “energía invisible” como la electricidad o el gas. El
semiólogo italiano se detiene en seis significados del fuego, que
considera fundamentales: el fuego como elemento divino, como componente
del infierno, como operador alquímico, como causa del arte, como
experiencia epifánica y como medio de regeneración. Hacia el final, en
un tono marcadamente apocalíptico, Eco señala que, como nunca antes, los
otros tres elementos se encuentran amenazados por el fuego que “en
forma de calor que asuela la Tierra, subvirtiendo las estaciones y
deshaciendo los hielos, invitará a los mares a invadirla” haciendo
realidad el fantasma de la ecpírosis, la aniquilación a causa del fuego,
anunciada en la Antigüedad por filósofos como Heráclito y Empédocles.
“Los embriones fuera del paraíso” es un texto que convendría que
leyeran aquellos que, pretendiendo ampararse en doctrinas religiosas
–particularmente los católicos– se oponen al aborto. Evitando entrar él
mismo en la discusión, Eco dice limitarse a exponer la postura que sobre
el tema asume Tomás de Aquino en su Summa theologiae: “Tomás niega que
la virtud del semen pueda producir el principio intelectivo y que, por
lo tanto, exista un alma en el momento en que se concibe. Puesto que el
alma intelectiva es una sustancia inmaterial, no puede ser causada por
generación, sino solo por creación por parte de Dios”. Lo que el embrión
posee es alma vegetativa y sensitiva (es decir, aquella que comparten,
respectivamente, los vegetales y los demás animales). Pero el feto no es
un ser humano hasta que Dios no le infunde el alma racional, lo cual
acontece “cuando el cuerpo del feto está dispuesto a acogerla”. Si bien
Tomás no da precisiones acerca de en qué momento el cuerpo estaría
dispuesto a acoger al alma racional, queda claro que ello sucede un
tiempo después de haberse formado el embrión.
El trabajo que cierra el libro está dedicado a WikiLeaks. Para el
autor, el fenómeno WikiLeaks se debe no tanto a que el contenido
divulgado haya constituido una auténtica sorpresa: lo que se hizo
público fue algo que “todos sabían y comentaban de forma más privada”.
Lo novedoso, lo que “ha inaugurado una nueva época histórica”, concierne
a la forma, no al contenido. Porque lo que se puso de manifiesto fue
que en adelante los Estados ya no podrán confiar en transmitir sus
mensajes por canales privados de Internet. Con un toque de humor, Eco
augura un nuevo tiempo en el que “las comunicaciones gubernamentales
vuelvan a los correos a caballo, a encuentros entre las nieblas de un
baño turco, a mensajes entregados en la alcoba por alguna condesa”.
Construir al enemigo es uno de esos libros que conviene tener
siempre a mano. La gran variedad de temas abordados encuentra su unidad
en la maestría con la que Umberto Eco ejerce aquí su oficio de
ensayista. La lectura placentera, aunque no exenta de un esfuerzo
intelectual, está garantizada.