filbo 2013
A todos nos gusta leer novelas de suspenso. ¿Por qué? ¿Qué tiene este género literario? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? Una reflexión a propósito de la visita a la FILBO, 2013 de los escritores John Katzenbach y Wulf Dorn*
John Katzenbach, autor estadounidense y Wulf Dorn, autor alemán.Fotomontaje/revistaarcadia.com |
El género del suspenso ha muerto. Palabras más, palabras menos,
esto escribía en 1962 Ian Fleming, creador del inmortal James Bond, en
un ensayo breve y formidable titulado “Cómo escribir un thriller”. Si a
Fleming, desde ultratumba, o a cualquier otra persona se le ocurriera
repetir hoy, cincuenta años después, aquel juicio terminante, a nadie la
cabría la menor duda de que se trata del juicio de un loco. Y no solo a
causa del éxito inmenso de las películas de Bond. Un vistazo a las
listas de los libros más vendidos en todo el planeta muestra que, junto a
las historias de pálidos vampiros enamorados, hombres lobo melancólicos
y amas de casa que sueñan con ser estrellas de porno, las novelas de
suspenso ocupan un puesto envidiable. Ken Follett, John Grisham, Dan
Brown, Jo Nesbø son solo algunos de los autores mundialmente conocidos
cuyas obras venden sin dificultad miles de copias en pocas semanas. El
género de suspenso está más vivo que nunca.
Dos representantes recientes del género están de visita en Bogotá en
el marco de la 26a Feria Internacional del Libro: el estadounidense John
Katzenbach y el alemán Wulf Dorn. Katzenbach se ha convertido en un
bestseller gracias a novelas como Al calor del verano (1982), La guerra de Hart (1999) y, ante todo, El psicoanalista (2002). Y La psiquiatra
de Dorn ha vendido, desde su publicación en el 2009 hasta hoy, más de
trescientoas mil copias en varios idiomas. Nada mal para una ópera
prima. Otras obras suyas, como El superviviente (2010), van por el mismo camino.
¿A qué se debe el éxito de este género? Según Fleming, existe una
única receta para que una novela de suspenso se convierta en un
bestseller: debe obligar a su lector a pasar la página. Y Wikipedia
explica que el secreto del thriller es que “mantiene a la audiencia
alerta y al borde del asiento”. Explicaciones estas que describen bien
el efecto de las obras, pero, por supuesto, no explican absolutamente
nada. Entonces, ¿cómo funciona el género? ¿Cuáles son sus mecanismos
narrativos? La psiquiatra de Dorn y El psicoanalista de Katzenbach, en
muchos sentidos novelas representativas del género de suspenso, ofrecen
algunas claves para responder esas preguntas.
Una historia sencilla
En primer lugar, el argumento central de ambos libros (ambos de casi
quinientas páginas) es tan sencillo que se puede resumir en pocas
palabras. El psicoanalista cuenta la historia del doctor
Frederick Starks, viudo, solitario, un hombre “devoto a la regularidad”,
que semana tras semana recibe la visita de pacientes similares con
conflictos similares. El día de su cumpleaños número cincuenta y tres,
Starks recibe una carta anónima en que se le advierte que debe pagar con
su vida por un error que ha cometido en su pasado como psicoanalista.
Starks, quien ignora la naturaleza del error que motiva la carta, tiene
dos semanas para identificar a su autor. Si no lo logra, deberá
suicidarse o ser testigo de cómo cincuenta y tres de sus parientes van
sufriendo, uno a uno, torturas indecibles. Así empieza un juego de
acertijos y pistas falsas que, al final, habrá cambiado por completo la
vida de Starks.
La doctora Ellen Roth, protagonista de la novela de Dorn, trabaja a
conciencia desde hace cuatro años en una clínica psiquiátrica, pero,
según la dibuja el autor, está agotada. Un día su novio, colega en la
clínica, parte a un viaje que lo mantendrá desconectado del mundo
durante varios días y le pide a Ellen revisar un “caso interesante”: una
nueva paciente, golpeada y aterrorizada, quien asegura que “el hombre
del saco” la busca para hacerla desaparecer. Ellen la visita, le promete
que cuidará de ella, pero al día siguiente la mujer desaparece. Para
empeorar las cosas, nadie en la clínica supo alguna vez de su
existencia, así que Ellen se encuentra sola frente al enigma. Durante su
búsqueda, Ellen, y junto con ella el lector, descubren cuán íntima y
horriblemente conectadas están la vida de la doctora y la desaparición
de la mujer.
Preguntas, placer y pánico
La sencillez de la historia es un rasgo característico. Pero hay otro
elemento esencial que pone en movimiento la historia: el misterio y la
necesidad de resolverlo. A inicios del siglo xviii, el filósofo alemán
Gottfried Wilhelm Leibniz escribió que el principio de razón suficiente,
que explica por qué las cosas son de esta y no de otra manera, es una
regla básica del pensamiento. Algunas décadas después, Immanuel Kant fue
más allá y declaró que el principio es de hecho una estructura
inherente a la mente, a través de la cual organizamos la información que
nos dan los sentidos. La actividad intelectual humana por excelencia
sería, así, resolver problemas, preguntarse “¿por qué?”. El thriller
está construido sobre esa tendencia fundamental, y ella a su vez
explica que la lectura de novelas de suspenso sea para muchos una
verdadera adicción. ¿Por qué debe morir Starks? ¿Por qué ha desaparecido
la mujer de la clínica? Y del mismo modo en otros mil casos: ¿qué se
esconde tras la persecución a Roger O. Thornhill (Cary Grant en Intriga internacional de Hitchcock)? ¿Y tras la muerte de la esposa de Richard Kimble (Harrison Ford en El fugitivo)? ¿Y de qué se trata exactamente la trama en la que termina involucrado Nicholas van Orton (Michael Douglas en El juego)?
Parte de la atracción del thriller proviene del exceso de preguntas. Pues por una inquietud central, cada historia de suspenso contiene otras cien secundarias. En El psicoanalista, una mujer que se presenta como aliada del autor de la carta aparece para “ayudar” a Starks. ¿Quién es esta mujer y cuáles son sus verdaderas intenciones? Más tarde, el mentor del doctor, en apariencia su único amigo fiel, desaparece de repente. ¿Qué ha sucedido? En La psiquiatra, Ellen Roth cree reconocer en su mejor amigo al funesto “hombre del saco”. ¿Cómo es esto posible? Y claro: ¿por qué se ha largado el novio justo ahora? Preguntas sobre preguntas, los autores del género de suspenso se alimentan de nuestro deseo de saber por qué las cosas son como son, o como aparentan ser.?En esto el género es similar a la novela policial clásica, tal como fue imaginada por Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle. Sin embargo, a pesar de las semejanzas obvias, existe una diferencia importante. El misterio de la novela de suspenso posee un peso y un gancho emocional muchas veces ausentes en los enigmas policíacos clásicos. Tanto en La psiquiatra como en El psicoanalista, las preguntas comprometen personalmente al protagonista. Ellen Roth se convierte en responsable directa del destino de la mujer desaparecida y, a medida que avanza la novela, del suyo propio. Por su parte, si Starks no identifica al autor de la carta, o bien tendrá que morir por mano propia, o bien sus parientes sufrirán castigos horrendos. Y de nuevo: el fugitivo Richard Kimble es acusado de haber asesinado a su esposa, la policía lo quiere vivo o muerto. O para no ir más lejos, ¿no sucedía algo similar en la estupenda serie de televisión colombiana La mujer del presidente, donde Carlos Alberto Buendía (Robinson Díaz) es acusado de matar a la esposa de su jefe? Si quieren salir del embrollo sanos y salvos, estos hombres tienen que resolver la intriga. Pero en el caso de la novela policial, la resolución del misterio es más un reto a la inteligencia del detective que una cuestión personal de vida o muerte. Para el Auguste Dupin de Poe, para Sherlock Holmes o para el Hércules Poirot de Agatha Christie solucionar el enigma es un ejercicio mental, y su motivación es más el placer, o incluso la vanidad racional, que el puro y simple pánico.
Una cuestión de vida o muerte
Ser protagonistas del misterio transforma radicalmente la vida de la psiquiatra y del psicoanalista. El lío en que terminan envueltos contra su voluntad rompe con el orden del mundo al que estaban acostumbrados. Y no es accidental que en ambas novelas los protagonistas estén dedicados al arte de comprender la mente y las emociones humanas, y que a lo largo de la historia descubran que quizá estas no son tan comprensibles como creían. En cambio, para el detective profesional el enigma forma parte del mundo. Descifrar misterios es, bueno, a lo que se dedica en la vida.
Guardadas las proporciones, la diferencia se podría ilustrar recordando la distinción que Sigmund Freud propone entre el efecto que producen los cuentos de hadas y las historias de fantasmas en su ensayo “Lo siniestro” (1919). En los primeros, los protagonistas parten del supuesto de que existen seres sobrenaturales. Así, en ellos las ocurrencias extrañas no causan terror. Las historias de fantasmas, por el contrario, ocurren en un mundo “ilustrado”, en el que lo sobrenatural supuestamente no existe. Su efecto es siniestro porque los fantasmas chocan brutalmente con la creencia de sus protagonistas en la sanidad del mundo. En cierto modo, Dupin, Holmes o Poirot habitan sin gran dramatismo un mundo en que lo extraño es cotidiano, es decir, en que lo extraño no lo es en realidad. Por su parte, Starks, Roth, Kimble (y Carlos Alberto Buendía) despiertan un día cualquiera en un escenario de fantasmas que no corresponde a su visión del mundo, y sus historias son espeluznantes, perturbadoras y emocionantes porque están llenas de figuras cuya mera posibilidad los protagonistas habrían negado horas antes. Una vez comprende que su mundo entero ha cambiado, el protagonista del thriller no tiene otra opción que jugar el juego. O como escribe Katzenbach en un punto de El psicoanalista, Starks “entonces comprendió que, muy probablemente, en los días siguientes tendría que actuar en muchas formas contra su propia naturaleza”. En ese punto, claro está, el lector también ya lo ha seguido al mundo de lo siniestro y no tiene otra opción que seguir pasando páginas como un obseso. ¿Pues no sentimos todos al menos un poco de atracción perversa frente a las historias de fantasmas?
Parte de la atracción del thriller proviene del exceso de preguntas. Pues por una inquietud central, cada historia de suspenso contiene otras cien secundarias. En El psicoanalista, una mujer que se presenta como aliada del autor de la carta aparece para “ayudar” a Starks. ¿Quién es esta mujer y cuáles son sus verdaderas intenciones? Más tarde, el mentor del doctor, en apariencia su único amigo fiel, desaparece de repente. ¿Qué ha sucedido? En La psiquiatra, Ellen Roth cree reconocer en su mejor amigo al funesto “hombre del saco”. ¿Cómo es esto posible? Y claro: ¿por qué se ha largado el novio justo ahora? Preguntas sobre preguntas, los autores del género de suspenso se alimentan de nuestro deseo de saber por qué las cosas son como son, o como aparentan ser.?En esto el género es similar a la novela policial clásica, tal como fue imaginada por Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle. Sin embargo, a pesar de las semejanzas obvias, existe una diferencia importante. El misterio de la novela de suspenso posee un peso y un gancho emocional muchas veces ausentes en los enigmas policíacos clásicos. Tanto en La psiquiatra como en El psicoanalista, las preguntas comprometen personalmente al protagonista. Ellen Roth se convierte en responsable directa del destino de la mujer desaparecida y, a medida que avanza la novela, del suyo propio. Por su parte, si Starks no identifica al autor de la carta, o bien tendrá que morir por mano propia, o bien sus parientes sufrirán castigos horrendos. Y de nuevo: el fugitivo Richard Kimble es acusado de haber asesinado a su esposa, la policía lo quiere vivo o muerto. O para no ir más lejos, ¿no sucedía algo similar en la estupenda serie de televisión colombiana La mujer del presidente, donde Carlos Alberto Buendía (Robinson Díaz) es acusado de matar a la esposa de su jefe? Si quieren salir del embrollo sanos y salvos, estos hombres tienen que resolver la intriga. Pero en el caso de la novela policial, la resolución del misterio es más un reto a la inteligencia del detective que una cuestión personal de vida o muerte. Para el Auguste Dupin de Poe, para Sherlock Holmes o para el Hércules Poirot de Agatha Christie solucionar el enigma es un ejercicio mental, y su motivación es más el placer, o incluso la vanidad racional, que el puro y simple pánico.
Una cuestión de vida o muerte
Ser protagonistas del misterio transforma radicalmente la vida de la psiquiatra y del psicoanalista. El lío en que terminan envueltos contra su voluntad rompe con el orden del mundo al que estaban acostumbrados. Y no es accidental que en ambas novelas los protagonistas estén dedicados al arte de comprender la mente y las emociones humanas, y que a lo largo de la historia descubran que quizá estas no son tan comprensibles como creían. En cambio, para el detective profesional el enigma forma parte del mundo. Descifrar misterios es, bueno, a lo que se dedica en la vida.
Guardadas las proporciones, la diferencia se podría ilustrar recordando la distinción que Sigmund Freud propone entre el efecto que producen los cuentos de hadas y las historias de fantasmas en su ensayo “Lo siniestro” (1919). En los primeros, los protagonistas parten del supuesto de que existen seres sobrenaturales. Así, en ellos las ocurrencias extrañas no causan terror. Las historias de fantasmas, por el contrario, ocurren en un mundo “ilustrado”, en el que lo sobrenatural supuestamente no existe. Su efecto es siniestro porque los fantasmas chocan brutalmente con la creencia de sus protagonistas en la sanidad del mundo. En cierto modo, Dupin, Holmes o Poirot habitan sin gran dramatismo un mundo en que lo extraño es cotidiano, es decir, en que lo extraño no lo es en realidad. Por su parte, Starks, Roth, Kimble (y Carlos Alberto Buendía) despiertan un día cualquiera en un escenario de fantasmas que no corresponde a su visión del mundo, y sus historias son espeluznantes, perturbadoras y emocionantes porque están llenas de figuras cuya mera posibilidad los protagonistas habrían negado horas antes. Una vez comprende que su mundo entero ha cambiado, el protagonista del thriller no tiene otra opción que jugar el juego. O como escribe Katzenbach en un punto de El psicoanalista, Starks “entonces comprendió que, muy probablemente, en los días siguientes tendría que actuar en muchas formas contra su propia naturaleza”. En ese punto, claro está, el lector también ya lo ha seguido al mundo de lo siniestro y no tiene otra opción que seguir pasando páginas como un obseso. ¿Pues no sentimos todos al menos un poco de atracción perversa frente a las historias de fantasmas?
El viaje del héroe
El hecho de que en el thriller la visión de la vida del protagonista sea puesta en duda por la naturaleza tremenda del misterio al que se enfrenta, implica un elemento adicional que distingue al género del de la novela de detectives clásica. En todos los casos nombrados, el protagonista recorre un camino que lo lleva desde el desconcierto o el terror iniciales hasta el descubrimiento final de aspectos de su propio ser que antes desconocía (aspectos que también pueden ser terribles, como bien verá el lector de La psiquiatra). Se trata, en cierta forma, de un proceso de crecimiento, de reconocimiento de la propia identidad y, en muchos casos, de consecución de una recompensa colosal. Eso explica también el tipo de conexión emocional que produce el thriller: el lector está dispuesto a acompañar al protagonista en su travesía por el mundo de fantasmas y, en cierto modo, la recorre él mismo.
Este camino fue llamado por Joseph Campbell en su libro clásico El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito (1949) la aventura o “el viaje del héroe”, y lo identifica como una estructura básica en los mitos de las más diferentes culturas. En pocas palabras, el viaje se trata de lo siguiente: el héroe inicia su camino en el mundo normal, pero pronto recibe un llamado a penetrar un mundo desconocido y, ante todo, extraño y amenazante. Si acepta el llamado (como hemos visto, el protagonista del thriller está obligado a hacerlo), deberá enfrentar pruebas riesgosas que habrá de superar solo o con asistencia externa. Si las supera (si sobrevive) el héroe recibirá un elixir, un saber extraordinario, un don, una “gran bendición” en fin, que le permitirá emprender el camino de regreso. La “gran bendición” y el recorrido mismo han cambiado la vida del héroe.
Desde el mito del Minotauro y el Laberinto hasta El señor de los anillos de Tolkien, las grandes narraciones de la historia están basadas en esta estructura mítica. El thriller, por lo general también. Y justamente porque describe un camino tortuoso al final del cual se encuentra una recompensa, es tan exitoso y ata psicológicamente al lector: de algún modo su estructura corresponde a lo que muchos imaginan que es, o debería ser, la vida misma.
Existe una última característica que contribuye al poder de atracción del género de suspenso. El detective clásico es un genio excéntrico. No así en el thriller, donde los protagonistas son bastante normales: más o menos aburridos (Frederick Starks), algo agobiados con su día a día (Ellen Roth), un tanto execrables (Nicholas van Orton) o sencillamente ordinarios (Carlos Alberto Buendía). Esta normalidad, esta falta de características insólitas, ha sido descrita por Umberto Eco como una de las estrategias más eficaces de la cultura de masas y una de las causas de su capacidad de hacernos “sentir bien”. Desde los presentadores de televisión hasta los pobres héroes cotidianos del thriller, la cultura de masas da al espectador, al lector, la posibilidad de identificarse. El infeliz que despierta una mañana frente a un reto que no sabe cómo resolver podría ser cualquiera de nosotros.
Ian Fleming escribe que una de las razones por las cuales el thriller está condenado a desaparecer es que los “escritores se avergüenzan de inventar héroes que son blancos, villanos que son negros y heroínas que son de un delicado tono rosa”. Ahora bien, si Fleming pudiera dar un vistazo a muchas de las novelas de suspenso actuales, se daría cuenta de que las cosas han cambiado. Sus héroes no son ya James Bond. En cierto modo, el género de suspenso ha recorrido un camino similar al de las series de televisión estadounidenses, donde ahora “los buenos” pueden no serlo tanto y “los malos” son muchas veces más simpáticos que los primeros. Y es precisamente su normalidad (Eco, para bien o para mal, la llama “mediocritas”) la que ha convertido a los protagonistas del thriller en personajes ambivalentes, con pasiones bajas, errores y dilemas terrenales. En un pasaje de El psicoanalista, el doctor Starks enfrenta con un revólver al hombre que ha destruido su vida. ¿Apretará el gatillo? En La psiquiatra, la desprendida Ellen Roth resulta ser una insospechada caja de sorpresas. Y el lector, al borde de su asiento, no tiene otra opción más que seguir devorando las páginas. Así las cosas, el suspenso parece tener buenas perspectivas de supervivencia.
El hecho de que en el thriller la visión de la vida del protagonista sea puesta en duda por la naturaleza tremenda del misterio al que se enfrenta, implica un elemento adicional que distingue al género del de la novela de detectives clásica. En todos los casos nombrados, el protagonista recorre un camino que lo lleva desde el desconcierto o el terror iniciales hasta el descubrimiento final de aspectos de su propio ser que antes desconocía (aspectos que también pueden ser terribles, como bien verá el lector de La psiquiatra). Se trata, en cierta forma, de un proceso de crecimiento, de reconocimiento de la propia identidad y, en muchos casos, de consecución de una recompensa colosal. Eso explica también el tipo de conexión emocional que produce el thriller: el lector está dispuesto a acompañar al protagonista en su travesía por el mundo de fantasmas y, en cierto modo, la recorre él mismo.
Este camino fue llamado por Joseph Campbell en su libro clásico El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito (1949) la aventura o “el viaje del héroe”, y lo identifica como una estructura básica en los mitos de las más diferentes culturas. En pocas palabras, el viaje se trata de lo siguiente: el héroe inicia su camino en el mundo normal, pero pronto recibe un llamado a penetrar un mundo desconocido y, ante todo, extraño y amenazante. Si acepta el llamado (como hemos visto, el protagonista del thriller está obligado a hacerlo), deberá enfrentar pruebas riesgosas que habrá de superar solo o con asistencia externa. Si las supera (si sobrevive) el héroe recibirá un elixir, un saber extraordinario, un don, una “gran bendición” en fin, que le permitirá emprender el camino de regreso. La “gran bendición” y el recorrido mismo han cambiado la vida del héroe.
Desde el mito del Minotauro y el Laberinto hasta El señor de los anillos de Tolkien, las grandes narraciones de la historia están basadas en esta estructura mítica. El thriller, por lo general también. Y justamente porque describe un camino tortuoso al final del cual se encuentra una recompensa, es tan exitoso y ata psicológicamente al lector: de algún modo su estructura corresponde a lo que muchos imaginan que es, o debería ser, la vida misma.
Existe una última característica que contribuye al poder de atracción del género de suspenso. El detective clásico es un genio excéntrico. No así en el thriller, donde los protagonistas son bastante normales: más o menos aburridos (Frederick Starks), algo agobiados con su día a día (Ellen Roth), un tanto execrables (Nicholas van Orton) o sencillamente ordinarios (Carlos Alberto Buendía). Esta normalidad, esta falta de características insólitas, ha sido descrita por Umberto Eco como una de las estrategias más eficaces de la cultura de masas y una de las causas de su capacidad de hacernos “sentir bien”. Desde los presentadores de televisión hasta los pobres héroes cotidianos del thriller, la cultura de masas da al espectador, al lector, la posibilidad de identificarse. El infeliz que despierta una mañana frente a un reto que no sabe cómo resolver podría ser cualquiera de nosotros.
Ian Fleming escribe que una de las razones por las cuales el thriller está condenado a desaparecer es que los “escritores se avergüenzan de inventar héroes que son blancos, villanos que son negros y heroínas que son de un delicado tono rosa”. Ahora bien, si Fleming pudiera dar un vistazo a muchas de las novelas de suspenso actuales, se daría cuenta de que las cosas han cambiado. Sus héroes no son ya James Bond. En cierto modo, el género de suspenso ha recorrido un camino similar al de las series de televisión estadounidenses, donde ahora “los buenos” pueden no serlo tanto y “los malos” son muchas veces más simpáticos que los primeros. Y es precisamente su normalidad (Eco, para bien o para mal, la llama “mediocritas”) la que ha convertido a los protagonistas del thriller en personajes ambivalentes, con pasiones bajas, errores y dilemas terrenales. En un pasaje de El psicoanalista, el doctor Starks enfrenta con un revólver al hombre que ha destruido su vida. ¿Apretará el gatillo? En La psiquiatra, la desprendida Ellen Roth resulta ser una insospechada caja de sorpresas. Y el lector, al borde de su asiento, no tiene otra opción más que seguir devorando las páginas. Así las cosas, el suspenso parece tener buenas perspectivas de supervivencia.
*El noir alemán. Wulf Dorn, autor de varios bestsellers de misterio en Alemania, en conversación con Mario Mendoza. La novela negra y el suspenso en boca de dos autores. Salón León de Greiff. 6:pm a 7:30 pm.Lunes 22 de abril.