Maite Carranza, autora de la novela El fruto del baobab, afirma que en algunas sociedades africanas no existe el sexo como goce sino como motor exclusivo de reproducción
Maite Carranza aborda la ablación del clítoris en su última novela, El fruto del baobab./ Roser Vilallonga./lavanguardia.com |
Según la OMS, unos 140 millones de mujeres y niñas han sufrido en la
actualidad algún tipo de mutilación genital, entre ellas la ablación del clítoris.
De estas, 92 millones de chicas de más de diez años provienen del
continente africano. Muchas de estas ablaciones se practican durante la
infancia, entre la lactancia y los quince años, aproximadamente.
Asombrada por esta injusticia, Maite Carranza (Barcelona, 1958) aborda en El fruto del baobab
(Espasa / Edicions 62) un tema cuando menos delicado. Lo hace con
cuidado, con mucho tacto y de manera emotiva para hacer notar una
realidad mucho más cercana de lo que pensamos. Narra la historia de la
Lola, una médico establecida en Mataró que se da cuenta de esta cruda
situación al visitar a Binta, una adolescente de origen gambiano.
¿Cómo surge la idea de la novela?
Es
fruto de la curiosidad hacia esta sociedad mandinga tan próxima a
nosotros, que están en nuestras calles. Viven sus tradiciones entre
nosotros, pero la poligamia y la ablación chocan frontalmente con
nuestras legislaciones. La mentalidad en Europa ha evolucionado
sobremanera, aunque no hace mucho, a principios del siglo XX, herederos
del psicoanálisis centroeuropeo por indicación médica hacían escisiones
de clítoris como tratamiento psiquiátrico para evitar ataques de
histeria...
Y lo comparas con los años de
la posguerra española, cuando mencionas que hubo “un tiempo en qué las
mujeres o eran putas o madres, o buenas hijas o perdidas (...) Un tiempo
tétrico en qué la reputación de una chica (...) valía más que todas las
carreras universitarias”…
¡Si nos paramos a pensar vemos
que hay una sociedad patriarcal en los mandinga de la que nosotros hemos
salido hace justo 50 años! No es algo de la Edad Media. El voto de la
mujer en España es del año 1934… Son obviedades que a veces hay que
recordar, porque pensamos que todos nuestros derechos, libertades e
igualdades vienen de más lejos, y eso no es así.
¿Tienen algo que ver las religiones en este enquistamiento?
Cristianismo
e islamismo no son las que han propiciado este sistema, pero sí lo han
adoptado, de manera que este aferrarse a la tradición ha sido constando
para fidelizar a sus creyentes. El Islam no ha sido tan sumamente
fanático y limitador con las mujeres ahora cómo hace mil años. No hay
nada inmanente, pero las religiones se amparan en esta apariencia de
eternidad, de que todo es inmutable y no permiten la ruptura de
tradiciones. La religión bebe de una sociedad patriarcal: no hay imanes
mujeres, no hay cardenales mujeres.
Le das un toque de atención a las diferentes interpretaciones del Corán.
En
la sociedad mandinga musulmana las mujeres no se cubren, no llevan velo
y su cuerpo no es pecaminoso. Visten colores alegres, la música forma
parte del día a día, bailan. En cambio, son muy estrictos con la
ablación del clítoris… En Arabia Saudí, donde las mujeres van cubiertas,
donde tienen que pedir permiso para conducir o andar solas, resulta que
hay un respeto por su integridad física. ¿Cómo se come esta dicotomía?
En
España, se empezó a hablar de la ablación a finales de los años 90
después de la publicación de las fotografías del fotoperiodista Kim
Manresa. ¿Las has visto?
Las imágenes de Kadi encogiéndose
y sufriendo me impactaron mucho. Pero también aquello que el fotógrafo
explica: que no se lo esperaba, que la situación lo superó. Y esta
felicidad de la niña cuando hace el viaje… una chica ingenua a quien le
extirpan la felicidad de repente… Es un dolor que no se limita a lo
físico, sino que también es una traición de todos aquellos que la aman
que lo convierte en un daño psicológico.
¿Por qué usas a la primera persona narrativa para la Binta, la niña con el clítoris mutilado?
Es
un personaje con fuerza propia. Es una chica inmigrante fastidiada con
nuestro mundo de blancos y al mismo tiempo una adolescente enfadada con
su propia familia. Se siente víctima e impotente por muchos problemas
que ya sufre: el color de su piel, su procedencia o herencia cultural y
la ablación. Tres losas. Los adolescentes como personajes literarios me
gustan mucho, ya que son bombas de relojería. Sin la eclosión
adolescente el mundo no habría cambiado nunca. Siempre están poniendo en
duda todos los principios incuestionables de la familia, la religión y
el Estado. Reaccionan virulentamente contra todo y dicen verdades como
puños. La hipocresía social de actitudes proteccionistas y paternalistas
colonialistas con los inmigrantes que se dan a menudo en nuestra
sociedad se parece a la de un misionero, dando regalos y collares de
vidrio. Binta es reivindicación y su voz era importante.
¿Temes
que la descripción que haces en la novela de la exploración de la
médico, Lola, de los genitales de Binta provoque el rechazo del lector?
No
es nada escabrosa. Da angustia, sí, porque hablo de una mutilación en
una zona del cuerpo muy sensible, pero no deja de ser una realidad que
hay que tener en cuenta.
¿Son más duras las imágenes de televisión que las literarias?
La
palabra tiene más fuerza. Se tiene que ir con mucho cuidado. La palabra
puede ser más dura que la misma realidad. Tiene un gran poder de
evocación y puede hacer surgir nuestros fantasmas y la imaginación. Una
escena de sexo de un libro se la imagina cada uno como quiere e incluso
como le gusta. Posiblemente si Cincuenta sombras de Grey la hicieran en
la gran pantalla perdería muchísimo de su esencia. La palabra es un
detonante de todos nuestros tabúes.
En un
momento de la novela, una de las pediatras, Celia, dice que el tema de
la ablación no merece tanta atención porque no es tan importante como
otros problemas y enfermedades. ¿Te has encontrado con este pensamiento?
Me
lo encontré, este discurso. Celia se queja de que otros problemas no
salen a la luz porque no tienen un grado de escabrosidad como lo puede
tener el de la ablación. Reacciona en contra de la morbosidad de
nuestros medios de comunicación. Se priorizan noticias según el grado de
escabrosidad y eso es pernicioso, porque otros problemas pueden ser muy
graves también.
En otro momento, en la novela se menciona La casa de Bernarda Alba. ¿Hay alguna similitud con El fruto del baobab?
La
casa de Bernarda Alba me impactó mucho por su medievalidad, su
mentalidad retrógrada. Ciertas tradiciones de los mandinga y la
exclusión de estos personajes de Lorca comparten esta vertiente
retrógrada de una sociedad supuestamente evolucionada.
¿Es una novela de contrastes?
Lola
ha vivido afortunadamente en un mundo liberal. Sabe que su cuerpo es
solo suyo y no está destinado únicamente a la reproducción, sino también
al placer. Es la gran revolución de los años 60 en torno a la mujer.
Descubre, en cambio, que en las sociedades africanas no existe el sexo
como goce, sino exclusivamente como motor de la reproducción. Es la
mujer vista como un receptáculo de una ley divina. La mujer no es
reconocida y aceptada hasta que no es madre, y madre de hijos en plural.
Aquellas que no pueden casarse por cualquier motivo son repudiadas. A
veces son rechazadas por estériles y a veces es el marido, el que es
estéril. Si hay demasiadas hijas también se las repudia, porque como las
féminas tienen que estar en proporción en los machos. Lo primero que
descubren las mujeres africanas cuando emigran a Europa es la capacidad
de controlar sus embarazos, aunque sea a escondidas de sus maridos. Son
poco reconocidas. En Europa, las mujeres africanas adquieren conciencia
del cuerpo, de su individualidad gracias a que van al ginecólogo.
Entienden que tienen derechos.