El francés Jean Marie-Gustave le Clézio, premio Nobel de Literatura, habla de sus tres años en la selva y de sus infuencias en su escritura
María Jimena Duzán pregunta. J. M. G.Le Clézio responde./Guillermo Torres./semana.com |
“No sé muy bien cómo es posible, pero así es. Soy un indio. No lo sabía antes de haberencontrado a los indios en México y en Panamá. Ahora lo sé. No soy quizás un buen indio. No sé cultivar maíz ni tallar una piragua. El peyote, el mezcal, la chicha no tienen efecto sobre mí. Pero para todo lo demás, la manera de caminar, de hablar, de amar, de tener miedo, puedo decir así: cuando encontré esos pueblos nativos, yo, que no creía tener familia fue como si de pronto hubiera conocido miles de hermanas, hermanos, novias y esposas”.
Fragmento del libro Haï, publicado en 1971 de Jean Marie-Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura.
MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Sigue sintiéndose como un indio?
JEAN MARIE LE CLÉZIO:
Es una frase un poco radical, que escribí hace 40 años. Pero a pesar de
que lo sea, no he cambiado de pensamiento. Lo que yo quise decir en
esta frase es que lo que encontré entre los emberas fueron personas muy
parecidas a mí y que me mostraron que yo afortunadamente no era un caso
aislado. Le recuerdo: soy de las islas Mauricios, pero me crié en el
sur de Francia. Mi educación fue totalmente distinta a la francesa.
De
pequeño me inculcaron el autocontrol, el no hablar demasiado, el
respeto ante los mayores y nada de eso era norma en el sur de Francia
donde son abiertos, hablan demasiado y son tremendamente expresivos.
Ante ellos, yo me sentía como un miembro de una tribu desaparecida. Por
eso cuando encontré a estos indígenas y los vi tan elegantes, tan
controlados en un medio como la selva y que los niños eran educados en
un tremendo respeto por los ancianos y que debían cumplir con unas
rígidas normas de disciplina que mi padre también nos imponía, me sentí
como en casa. Nosotros teníamos que despertarnos a las seis de la
mañana, acostarnos a las ocho de la noche, lavar nuestra ropa, hacer la
comida, mientras los demás niños iban al cine.
M. J. D.: ¿Y aprendió a cazar como lo hacen los emberas y guananas?
J. M. L.: ¡Nooo..!. Soy muy alto y en la selva yo era muy torpe porque me pegaba con todas las ramas de los árboles. Sí salía a cazar, pero es que ellos son atletas extraordinarios y pueden correr por la selva tres días seguidos. Cuando se cansan, se acuestan y descansan sin mayor problema.
J. M. L.: ¡Nooo..!. Soy muy alto y en la selva yo era muy torpe porque me pegaba con todas las ramas de los árboles. Sí salía a cazar, pero es que ellos son atletas extraordinarios y pueden correr por la selva tres días seguidos. Cuando se cansan, se acuestan y descansan sin mayor problema.
M. J. D.: Usted dice en ese mismo libro Haï que
esas comunidades le permitieron conocer sus mitos. Para eso tuvo que
aprender su lengua además del español que por cierto, lo habla muy
bien.
J. M. L.:
Debo decir que yo soy bueno para escuchar. Me fui a la selva del Darién
con la intención de estar abierto a todo y de aprender cosas nuevas.
Aprendí la lengua básica, pero después encontré que hay una lengua
literaria, un poco como sucede con el árabe, que era muy difícil. Poco a
poco fui accediendo a sus mitos.
M. J. D.: ¿Y podía escribir en la selva?
J. M. L.: No, no podía. El clima lo impide. La humedad moja el papel, los esferos se secan. Intenté con la grabadora, pero hay una variedad de cucarachas chiquiticas que se comen los transistores y grabadoras. Hay hormigas y montones de insectos que son hostiles a la maquinaria moderna.
J. M. L.: No, no podía. El clima lo impide. La humedad moja el papel, los esferos se secan. Intenté con la grabadora, pero hay una variedad de cucarachas chiquiticas que se comen los transistores y grabadoras. Hay hormigas y montones de insectos que son hostiles a la maquinaria moderna.
M. J. D.: ¿Y cómo hizo para durar casi tres años sin escribir nada?
J. M. L.: Es que yo llegué a esa selva para eso, para olvidar el mundo literario.
J. M. L.: Es que yo llegué a esa selva para eso, para olvidar el mundo literario.
M. J. D.: ¿Y por qué quería olvidarlo?
J. M. L.:
Ah, porque probablemente estaba atravesando una crisis en mi interior y
mis opciones en ese instante eran o ir a donde un psiquiatra o hacer
algo completamente nuevo. Escogí lo segundo. Me fui a la selva del
Darién y no me equivoqué. Encontré a una gente muy receptiva que tiene
un gran conocimiento de la mente y de la psicología humana. Es más,
entre ellos tienen especialidades en ese campo. Hay una serie de hombres
y mujeres que se dedican a sanar problemas interiores. Allí recuperé mi
equilibrio entre el mundo interior y el mundo exterior.
M.
J. D.: ¿Ha vuelto a la selva en estos 40 años? Se lo pregunto porque no
sé si sabe que la situación de esas comunidades ha cambiado desde
entonces, sobre todo en el lado colombiano donde han sido víctimas del
conflicto. Primero de la guerrilla, luego del narcotráfico y ahora de
las bandas criminales. Muchos han sido desplazados de sus tierras.
J. M. L.:
Sí, eso me contó el escritor Óscar Collazos. Me ha dicho que hay muchos
que se están muriendo de desesperación debido a que son tan respetuosos
de los demás y del medio ambiente que cualquier desequilibrio los
afecta mucho. Ellos eran seminómadas, pero por la amenaza de los narcos y
de las bandas armadas han tenido que agruparse en los pueblos. Ellos
eran una democracia anarquista y eso lo han ido perdiendo.
M. J. D.: En su hermoso discurso de aceptación del premio Nobel, El bosque de las paradojas,
recordó también a estas comunidades indígenas del Darién y en especial a
Elvira, una indígena que según usted era una prodigiosa contadora de
historias.
J. M. L.: Sí,
me acordé de ella porque me dio confianza en mí mismo. No escribía,
pero sin duda era una gran escritora porque tenía una capacidad
impresionante de inventar y de mezclar los mitos y la realidad en las
historias que contaba. En mi vida ha habido dos mujeres que influyeron
muchísimo. Mi abuela que era una contadora nata, a pesar de que tampoco
nunca escribió y Elvira la contadora embera que conocí en la selva.
Después
de haberla conocido, empecé a detectar a las mujeres que me inspiraban
por su manera de contar historias y así encontré a mi esposa Jenia, que
es también heredera de una sociedad nómada porque su familia proviene
del Sahara Occidental. Con ella, fui al Sahara y descubrí que el
desierto es como la selva. Un terreno hostil donde no hay nada, ni luz
eléctrica.
M. J. D.: ¿Cuántas veces ha estado en Colombia?
J. M. L.: Con esta, es la segunda vez. La primera fue hace 40 años cuando crucé la frontera entre Panamá y Colombia a pie y llegué hasta Bogotá. Monté en lancha, chalupa, camión, bus, lo que fuera. La travesía por la frontera duró cinco días. Lo hicimos muy rápido porque yo iba con los guananas, que iban a toda prisa. Solo nos paró un aguacero impresionante que jamás he vuelto a presenciar. Luego llegamos a Ríosucio, después de pasar varios pantanos. Subimos por el Atrato hasta Turbo. De ahí tomamos un autobús hasta Medellín y luego nos fuimos a Quibdó a comprar plantas.
J. M. L.: Con esta, es la segunda vez. La primera fue hace 40 años cuando crucé la frontera entre Panamá y Colombia a pie y llegué hasta Bogotá. Monté en lancha, chalupa, camión, bus, lo que fuera. La travesía por la frontera duró cinco días. Lo hicimos muy rápido porque yo iba con los guananas, que iban a toda prisa. Solo nos paró un aguacero impresionante que jamás he vuelto a presenciar. Luego llegamos a Ríosucio, después de pasar varios pantanos. Subimos por el Atrato hasta Turbo. De ahí tomamos un autobús hasta Medellín y luego nos fuimos a Quibdó a comprar plantas.
M. J. D.: ¿A comprar plantas?
J. M. L.: Sí, los guananas que iban conmigo necesitaban comprarlas para estudiarlas. Colombia es la universidad de las plantas para los curanderos. Otro de los guananas que viajaba conmigo iba a conocer a su mamá. La encontró e hizo el viaje de regreso a Panamá cargándola.
J. M. L.: Sí, los guananas que iban conmigo necesitaban comprarlas para estudiarlas. Colombia es la universidad de las plantas para los curanderos. Otro de los guananas que viajaba conmigo iba a conocer a su mamá. La encontró e hizo el viaje de regreso a Panamá cargándola.
M. J. D.: ¿Y cuánto duró el viaje por Colombia?
J. M. L.: Ese viaje duró algo más de un mes. Y siempre tuve el temor de que me detuvieran, porque cuando pasamos la frontera nadie me pidió papeles porque no había ninguna autoridad. Y me sorprendió el hecho de que para los guananas esa frontera no estuviera dividida porque siempre la llamaban la Gran Colombia. En ese instante, ya se sentía la presencia de narcotraficantes. En una ocasión, hombres armados nos hicieron parar el camión en el que íbamos y le preguntaron al chofer quién era ese gringo alto que viajaba con los guananas. Al final se fueron porque se dieron cuenta de que iban a desperdiciar sus cartuchos si me disparaban. Esa fue la Colombia que conocí hace 40 años, ahora quiero conocer las otras. Quiero ir a Cartagena y conocer a los palabreros wayuu de La Guajira.
J. M. L.: Ese viaje duró algo más de un mes. Y siempre tuve el temor de que me detuvieran, porque cuando pasamos la frontera nadie me pidió papeles porque no había ninguna autoridad. Y me sorprendió el hecho de que para los guananas esa frontera no estuviera dividida porque siempre la llamaban la Gran Colombia. En ese instante, ya se sentía la presencia de narcotraficantes. En una ocasión, hombres armados nos hicieron parar el camión en el que íbamos y le preguntaron al chofer quién era ese gringo alto que viajaba con los guananas. Al final se fueron porque se dieron cuenta de que iban a desperdiciar sus cartuchos si me disparaban. Esa fue la Colombia que conocí hace 40 años, ahora quiero conocer las otras. Quiero ir a Cartagena y conocer a los palabreros wayuu de La Guajira.
M. J. D.: ¿No ha vuelto a hablar con sus amigos emberas y guananas?
J. M. L.: No. Luego de este viaje a Colombia volví a Panamá y me quedé un año más, pero caí enfermo con malaria y tuve que irme a París. Todavía siento la malaria en mi cuerpo. Sobre todo cuando estoy en París y voy al invernadero del jardín botánico, me vienen siempre accesos de malaria.
J. M. L.: No. Luego de este viaje a Colombia volví a Panamá y me quedé un año más, pero caí enfermo con malaria y tuve que irme a París. Todavía siento la malaria en mi cuerpo. Sobre todo cuando estoy en París y voy al invernadero del jardín botánico, me vienen siempre accesos de malaria.
M. J. D.: Y
cuando vuelve a Francia retoma la escritura y escribe su experiencia con
los emberas y guananas y a esas crónicas les pone el título de Haï. ¿Eso qué significa en lengua embera?
J. M. L.:
Significa 'verdad interior'. Escribí el libro porque un editor me dijo
que escribiera sobre el arte en América Latina. Y le dije que de eso yo
no sabía, pero sí podía escribir sobre una población que vivía como
artistas.
M. J. D.: ¿Cómo vio Bogotá, después de 40 años?
J. M. L.: Obviamente muy cambiada. La de hoy es una ciudad diversa muy distinta a la que yo conocí. Estuvimos en el centro y en la plaza del 7 de agosto porque mi mujer siempre quiere ver las verduras y las frutas. Según ella, esa es la mejor manera de conocer un país.
J. M. L.: Obviamente muy cambiada. La de hoy es una ciudad diversa muy distinta a la que yo conocí. Estuvimos en el centro y en la plaza del 7 de agosto porque mi mujer siempre quiere ver las verduras y las frutas. Según ella, esa es la mejor manera de conocer un país.
M. J. D.: ¿Le cambió la vida el haber ganado el premio Nobel?
J. M. L.: Cambió mi situación económica porque tenía muchas deudas. Yo digo que cambió la sonrisa de mi banquero. Pero fundamentalmente no me cambió mi vida interior. Mi experiencia en la selva de los guananas me enseñó que la realidad interior no se afecta por los eventos exteriores y que uno tiene su propia fuerza.
J. M. L.: Cambió mi situación económica porque tenía muchas deudas. Yo digo que cambió la sonrisa de mi banquero. Pero fundamentalmente no me cambió mi vida interior. Mi experiencia en la selva de los guananas me enseñó que la realidad interior no se afecta por los eventos exteriores y que uno tiene su propia fuerza.