El autor de La broma infinita tuvo una carrera soñada. Además de escribir un clásico de la literatura del fin del Siglo XX era un brillante cronista y cuentista. Pero una depresión crónica terminó en su suicidio a los 46 años
David Foster Wallace. Decía que el pañuelo era para que su cabeza no explotara./ Revista Ñ |
A fines del invierno boreal de 1996 apareció en las librerías de los Estados Unidos una novela gigante – la imagen de la tapa era de un cielo alegremente nublado.
El título, en la parte superior de la portada y en una letra
semitransparente, apenas se podía leer. En cambio, el nombre del autor
—David Foster Wallace— en enormes letras negras y en mayúscula, ocupaba
casi toda la superficie de la tapa. Si eras un avezado seguidor de las
letras contemporáneas entonces, con seguridad habrías oído hablar de
Wallace, aunque posiblemente no lo hubieses leído. Wallace publicó una
novela, bien recibida por la crítica pero poco vendida, en 1987 (The Broom of the System) y una colección de cuentos en 1989 (The Girl with Curious Hair).
Pero si estabas allí, parado en una librería en 1996 —en Boston o Nueva
York, o donde fuera que hubiese librerías buenas— viendo una enorme y
prolija pila hecha de ejemplares de la nueva novela, Infinite Jest, te habrías preguntado un tanto perplejo, ¿Quién es este tipo? No faltaba mucho para que lo supieras. Infinite Jest
(La broma infinita) hizo definitivamente famoso a Wallace, que en ese
momento tenía 33 años. Ahora, casi dos décadas después, se puede afirmar
sin dudas que es la última gran novela del Siglo XX.
Al igual que En búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust o Ulises de James Joyce, La broma infinita
es uno de esos libros sobre los que todo el mundo habla sin haberlo
leído necesariamente. Intimida por varios motivos. Primero, son más de
mil páginas. Segundo, la narración está repleta de pies de página (388,
para ser exactos), las cuales son un pequeño libro en sí mismo. Además,
su reputación de “clásico moderno” —y de material de lectura predilecta
entre la gente cool y los hipsters— le juega en contra. Un lector virgen podría acercarse a La broma infinita con una actitud seria y reverencial. Sería un gran error, porque es una novela profundamente cómica e irreverente.
Por más compleja que parezca en un vistazo inicial, La broma infinita
no es una novela complicada. Situada en un futuro cercano, en el cual
Canadá, los Estados Unidos y México se han unido en un superpaís -en el
que los años tienen el nombre de sponsors comerciales- relata tres
mundos que se cruzan y se intercalan. Uno es el de una academia de tenis
en un pueblo muy cercano a Boston. Otro es el de los miembros de una
casa de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos que esta ubicada
muy cerca de la academia de tenis. El tercero es el que componen la
búsqueda de dos agentes secretos canadienses, que -ubicados en el
desierto de Arizona- buscan una película que se distribuye
clandestinamente en videocasete. Esa película se llama, justamente, La
broma infinita, y es literalmente mortal. Nadie la visto porque
cualquiera que la ve se queda tan hipnotizado que no puede hacer nada salvo mirarla y termina por morir delante del televisor.
Sin
entrar en detalles, y dirigiéndonos principalmente a lectores ansiosos
pero temerosos de leer la novela, podemos asegurarles que es, antes que
cualquier otra cosa, una novela muy divertida. No es un libro
pretencioso que exhibe la erudición del autor. Tiene algo de Salinger y
algo de Pynchon. Sería imposible filmarla, pero alguien que podría
hacerle justicia –por lo menos al fragmento de la academia de tenis- es
Wes Anderson. Tiene ese tipo de bello hiperrealismo y humor discreto y
bizarro. Es absurda y a la vez realista. Trata enormes temas —como el
agotamiento de la imaginación en una cultura bombardeada por incesantes
entretenimientos vacuos, o las gigantescas dificultades de salir de la
adicción — pero al mismo tiempo, es una novela cómica, de las pocas que
te puede hacer reír a carcajadas: como Tristram Shandy o La conjura de los necios.
Además tiene un enorme elenco de personajes menores cuyos nombres,
solamente, inspiran ternura y risa: Ortho Stice, Gerhardt Schtitt,
LaMont Chu, Gene Fackelmann, Petropolis Kahn, Mildrid M. Bonk, Stokely
Darkstar, y Madame Psychosis, para nombrar solo algunos.
David
Foster Wallace se crió en una casa alegre, en Champaign, Illinois,
junto con una hermana menor, y dos padres muy intelectuales. Su padre,
un profesor de filosofía en la universidad d e Illinois, fue alumno de
un alumno de Wittgenstein. De adolescente Wallace era buen atleta –
abandonó el futbol americano (porque no le gustaba golpear a las
personas) por el tenis (fue un jugador poco ortodoxo pero muy bueno). Le
gustaba la marihuana y era excelente alumno. Fue a la universidad de su
padre, Amherst, pero se sintió muy solo, aunque tenía un grupo de
amigos íntimos. Acosado por una violenta depresión volvió a su casa
después del primer año de estudio. Un año después, volvió a Amherst y
terminó recibiéndose con los más altos honores, estudiando filosofía y
literatura. Su tesis para letras fue una novela, que terminó siendo,
unos años después, su primera novela publicada. Hace poco se editó también su tesis para el grado de filosofía.
Wallace
luego asistió a la universidad de Arizona para hacer un posgrado en
escritura creativa. Allí se convirtió en un alumno difícil – de los que
desprecian a los profesores por idiotas. Esos idiotas, por su parte, lo
despreciaban a él –hasta que publicó The Broom of the System.
El resto de la vida de Wallace, aparte de escribir, fue marcado por la
vida universitaria (fue profesor), la adicción a las drogas (de la cual
se recuperó) y la depresión (que nunca lo abandonó).
Tras
un intento de vivir de la escritura en Boston y drogarse y beber a
niveles autodestructivos, recibió una beca completa para el programa
doctoral de filosofía en Harvard. Duró poco tiempo. Acosado por otra
violenta depresión, fue a los servicios médicos de la facultad para
avisarles que tenía miedo de matarse. Fue internado inmediatamente en el
hospital psiquiátrico McClean,
(donde también se habían internado escritores como Sylvia Plath, Robert
Lowell y Anne Sexton). Se recuperó, pero la depresión estuvo en el
centro de su vida siempre y, al final, fue también la causa de su
muerte.
Salvo unos breves intervalos en los que se
dedicó exclusivamente a escribir, Wallace se ganó la vida dando clases
universitarias de escritura creativa. Pero el antes y después de su vida
fue la publicación de La broma infinita. Entre 1996
–la fecha de publicación de su mayor obra- y el 2008, el año de su
muerte, Wallace escribió cuentos y brillantes crónicas periodísticas,
pero su meta siempre fue volver a la novela. Tal vez no solo lo agotó el
éxito de La broma infinita, sino que agotó todo su
material autobiográfico en ese libro. De hecho, para escribir su novela
póstuma –e incompleta- estudió contabilidad por años. El rey pálido
se trata de un agente de la oficina de recaudación de impuestos de los
Estados Unidos. Wallace pudo hacer de un tema tan árido una novela bella
– pero nunca lo convenció. Describió su esfuerzo por escribirla como un
intento por armar una casa de tablones de madera liviana en una enorme
tormenta de viento.
Hoy David Foster Wallace
tendría 51 años recién cumplidos (nació el 21 Febrero de 1962). En
estos tiempos de prolongada juventud, es una buena edad para ser un
autor. Cormac McCarthy, Philip Roth y Thomas Pynchon escribieron grandes
libros después de sus 50 años. Pero David Foster Wallace solo llegó
hasta los 46.
El 12 de septiembre del 2008 se suicidó
—ahorcándose en el garaje de su hogar en California, donde tenía su
estudio. Aparentemente, había ordenado sus papeles y archivos
meticulosamente antes del acto final.
Visto desde
afuera, la muerte de David Foster Wallace parece totalmente innecesaria.
Hasta el final fue una persona muy amada, no solamente por sus
lectores, sino por su círculo íntimo: sus alumnos, sus padres, su
hermana y su esposa. Los libros de Foster Wallace, además, son libros
llenos de alegría. De alegría existencial, de alegría narrativa (la
alegría de contar cuentos) y de alegría intelectual. Y sin embargo, al
mismo tiempo —dado el terrible final de David Foster Wallace— están
atravesadas por una aplastante tristeza.
Más información
Entrevista de Radio con David Foster Wallace (Bookworm de Michael Silverblatt. 11 de abril, 1996)
An interview with David Foster Wallace (Charlie Rose Show. 27 de marzo, 1997)
Karen Green: 'David Foster Wallace's suicide turned him into a "celebrity writer dude", which would have made him wince' (The Guardian. 10 de abril, 2011)
THE UNFINISHED David Foster Wallace’s struggle to surpass “Infinite Jest.” Por D.T. Max (The New Yorker, 9 de marzo, 2009)
Maria Bustillos (The Awl. 5 de abril, 2011)