filbo 2013
Presentamos nuestra habitual sección de reseñas sobre los libros que ya están la Feria. Un abrebocas crítico a lecturas insospechadas, sugestivas, fundamentales
La promesa del norte
Por: Albert Mauri
Hot sur
Laura Restrepo
Planeta
Apoyándose en la inequívoca peripecia de un thriller, Laura Restrepo acaba por armar un bildungsroman donde nada es lo que parece y donde la ironía, tan esencial en las novelas de construcción, ha quedado anulada por capas y capas de esperanza, dolor y desencanto. La historia de María Paz, que recorre un largo camino desde su infancia en Colombia, hasta su huida de Estados Unidos, se presenta como el recorrido arquetípico de cientos de miles de personas que, año tras año, se construyen en el camino que atraviesa América y que sigue lleno de obstáculos cuando creen haber alcanzado su destino soñado. La María Paz niña, en su Colombia natal, sueña con un norte limpio, rico y cómodo, plagado de maravillas, y su sueño no es distinto al de miles de niñas. Ajena a cualquier otra perspectiva distinta al paraíso, anhela el reencuentro con su madre, que anduvo el camino antes que ella. En este punto, el de la representación de un territorio tan ideal como falso, Hot sur comparte y alimenta un tema que arrancó hace décadas con los relatos de los primeros que sintieron la atracción irresistible de la promesa del norte y que acabaron descubriendo una realidad distinta a la esperada y a veces terrible.
Laura Restrepo plasma ese proceso de llamada y desencanto a través de distintas voces: la de María Paz, a través del relato que escribe en la cárcel como conjuro a su desgracia; la de Ian Rose, que relata cómo la desgracia lo convirtió en detective y en “vengador” de la muerte de su hijo; la de Clive Rose, el hijo de Ian, que representa el espíritu del norte deseable, capaz de entender y aceptar las diferencias, de comprometerse con lo honesto, lo limpio y lo humano. Las distintas voces, como en una carrera oral de relevos, reconstruyen la historia de María Paz y de las circunstancias que la llevaron a convertirse en fugitiva de la justicia, que la condenó sin pruebas, y del psicópata que fue su amante. Toda la peripecia de María Paz es la consecuencia de un todo más complejo y universal: el mal. Para Laura Restrepo el mal es ignorancia, prejuicio, fanatismo, avaricia… una receta absolutamente atemporal. El mal en Hot sur se muestra sistémico –es el estado de las cosas– y también se personaliza a través de Sleepy Joe, un asesino narcisista y fanático religioso que abre el relato con su iniciación, como el inicio de una pesadilla, y lo cierra con su muerte, la redención para todas sus víctimas.
Hot sur es un thriller eficaz, a pesar de sus cabos sueltos, sus digresiones y de algunas situaciones llevadas a un límite difícil de mantener; pero, sobre todo, es un excelente retrato del conflicto entre culturas y de la perversión de un sistema incapaz de respetar a las personas. Como en los grandes relatos, en Hot sur los personajes tienen que enfrentarse a una realidad que los supera y a la que solo pueden oponer una fe a prueba de bombas. La América prometida se muestra, a través de los ojos de los personajes, como un escenario capaz de albergar el horror y, al mismo tiempo, de alimentar la esperanza a través de todos los que se resisten a ese mismo horror.
Álter ego de un profesor
Por: Diego Aristizábal
¿Profesor?
Fabián Sanabria
Rocca
Alguna vez un profesor habló a los estudiantes del Goofus Bird de
Borges, un pájaro que volaba hacia atrás porque no le interesaba saber a
dónde iba sino de dónde venía. El mismo profesor les enseñó que la
cultura debía entenderse como un “juego de máscaras” en el cual los
humanos representan numerosos roles. Ambas explicaciones definen bien el
ejercicio que pretende Fabián Sanabria en su libro ¿Profesor?
Un dolor en el brazo izquierdo hace que el protagonista de la
historia, Fabián Sanabria, consulte al médico. El diagnóstico no es muy
alentador y el autor es remitido a Cuidados Intensivos. Desde ese
instante, bajo un coma inducido, tiene una serie de delirios que trazan
múltiples historias fragmentadas. De un lado, aparecen maestros como
Fernando Vallejo y Michel Maffesoli. De otro, recorre su vida hasta
entender que lo serio no debe tomarse en serio. Mientras los médicos
tratan de curarlo, las reflexiones que se tejen a lo largo de esta
¿novela? se enfocan en lo pretensioso que puede resultar “enseñar”.
¿Acaso alguien enseña?, “¿quién soy yo para enseñar?”, se pregunta
Sanabria, que de niño simulaba un tablero en una caja de cartón. Luego
sus inquietudes encuentran más evidencias cuando ingresa a la
universidad y ve las típicas situaciones: profesores mediocres que van a
“calentar silla”, vacas sagradas que no permiten cambios, profesores
que no enseñan o que presumen de lo que saben, guerras y divisiones,
celos y mediocridad, que impiden las sanas discusiones.
En estas “autoficciones” hay un interés por “desenmascarar” las
instituciones, hablar con franqueza sobre el amor homosexual hasta,
incluso, encontrar una mano divina que reivindique el derecho a
quererse.
A pesar de que en el “Preámbulo” dice que el libro es un nuevo
ejercicio de “autoficción”, no deja de ser tentador suponer que las
cosas sí han sido así. Tal vez por eso habría sido bastante provocador
que Sanabria se hubiera arriesgado a construir una autobiografía o una
confesión y contar todo bajo el filtro complejo de la verdad. Así, tal
vez, sería una denuncia más valiente y ahí sí que reclamen con nuevas
posturas y argumentos aquellos que no se sienten a gusto con lo que de
ellos se dice en este libro.
Creo que este relato va en sintonía con lo que dice Pasolini:
“Escandalizar es un derecho y ser escandalizado un placer… Quien se
niega esa gratificación es un moralista y yo no lo soy”. Después de leer
este libro es muy probable que algún lector se pregunte: ¿Basta con
decir “ficción” o “autoficción” para que algo lo sea? La pregunta queda
abierta.
Hiperrealismo mágico
Por: Gabriela Bustelo
Por: Gabriela Bustelo
Las reputaciones
Juan Gabriel Vásquez
Alfaguara
El bogotano Juan Gabriel Vásquez ha trabajado con éxito la novela, el
ensayo, el periodismo y la traducción. Tras El ruido de las cosas al
caer (Premio Alfaguara 2011), acaba de publicar su cuarta obra, Las reputaciones,
donde retoma uno de sus temas predilectos: el pasado como mapa del
futuro. La pacífica vida de un hombre de sesenta y cinco años se
trastoca con la aparición de una joven ¿desconocida? que interroga sobre
una noche de pronto inaplazable en las vidas de ambos. Javier Mallarino
es un caricaturista político que puede pasear anónimamente por las
calles de su ciudad, pero sus viñetas pueden alterar –y alteraron– la
vida de los líderes de la nación, llegando incluso a desencadenar la
muerte de uno de ellos. Las caricaturas que aparecen cada día en el
periódico tienen un poder terrible, como dice su propio autor, pues tras
ellas hay personas reales, cuya reputación puede quedar fatalmente
herida por los trazos de un lápiz afilado como un bisturí. Pero ¿acaso
no destruye Mallarino a sus víctimas antes de someterlas a su autopsia
artística, marcando su destino desde el momento en que las elige como
personajes de sus caricaturas?
Gastada la fama propia, uno se cuida de la infamia ajena, aseguraba
Gracián. Mallarino no tiene gastada la fama, pues su país le homenajea y
admira. En cuanto a la infamia ajena, es, como él sabe bien, su modus
vivendi. La tragedia que plantea esta novela de tramas abiertas –¿era
culpable el congresista suicida?, ¿hizo bien Mallarino en publicar su
“Yo acuso” sin pruebas?, ¿el amor tardío traerá la redención?– es la
futilidad del poder individual que, de hecho, forma parte del sistema.
Vásquez dice huir de la retórica del Boom que retrata a América
Latina como un limbo espacio-temporal, pero cabe preguntarse si su obra
no podría calificarse como un ‘hiperrealismo mágico’. Al fin y al cabo,
cuesta imaginar el suicidio de un congresista estadounidense, británico o
alemán por una sugerida acusación de pederastia en un periódico. Cuesta
imaginar, igualmente, a un omnipotente caricaturista estadounidense,
británico o alemán cuya carrera salga indemne de toda peripecia. En
países como Colombia o España la reputación es una buena fachada
sustentada en la hipocresía. En las democracias veteranas, la reputación
es la buena gestión de la verdad. La mala publicidad no existe, siempre
que la verdad se sepa vender adecuadamente. Primero fue el honor, luego
vino la fama, luego los quince minutos de Warhol y, finalmente, la
mención en Twitter. ¿La reputación? Es gestionable, como todo.
La realidad no es mágica, asegura Vásquez, sino desmesurada. ¿Será el
realismo mágico de ayer el hiperrealismo mágico de hoy? Las
generaciones cambian. El mundo permanece. En todo caso, Las reputaciones
es una novela primorosamente armada sobre el peligro de usar con
ligereza el poder político y el riesgo de convertir un error de juicio
en una opinión pública, dando lugar a que la vida, la voluntariosa vida,
como dice Vásquez, haga de las suyas. Léanla. No se arrepentirán.
Problemas emocionales del primer mundo
Por: Alberto de Brigard
Por: Alberto de Brigard
Siete años
Peter Stamm
Acantilado
Desde la aparición de Agnes, la inquietante primera novela de Peter
Stamm, en el 2001, el prestigio de este autor suizo de habla alemana ha
aumentado de manera sostenida. Este año es uno de los diez finalistas al
premio internacional Man Booker. Sin duda es una de las apuestas
exitosas de la editorial Acantilado, que se apunta regularmente tantos
con sus oportunas traducciones de los cuentos y novelas de este
escritor.
Los años de los que habla el título de su último libro son, en
ciertos sentidos, los primeros de la vida adulta del protagonista de la
historia: Alex, un arquitecto recién graduado, atractivo, ambicioso y
casado con quien parecería ser su pareja ideal: Sonja, también
arquitecta, también atractiva y también exitosa. El potencial elemento
de conflicto es que desde antes de casarse Alex tiene una extraña y
obsesiva relación con Ivona, una inmigrante ilegal con quien
inicialmente lo involucran, en gran parte como una broma, unos
compañeros de la universidad.
Quizás para enfatizar lo irracional de la obsesión de Alex con Ivona,
Stamm parece esforzarse por hacer de ella un personaje sin sombra de
atractivo: absolutamente pasiva, casi repulsiva en lo físico y retraída
hasta un punto cercano a la imbecilidad. La impasibilidad emocional de
Alex, unida a su egocentrismo y a su incapacidad para establecer
conexiones emocionales verosímiles, hacen que sus interminables dilemas y
tambaleos morales (que deberían ser los principales soportes del
interés de una historia como esta) resulten completamente irrelevantes.
Ante un relato y unos personajes de estas características, sobre todo
de manos de un escritor apreciado como Stamm, surge la pregunta de si
el autor quería hacer un retrato más o menos realista de la sociedad
contemporánea o si se trata más bien de una crítica irónica. En
cualquier caso, este libro termina reforzando algunos de los
estereotipos más comunes sobre los europeos de los países opulentos:
hombres y mujeres que se beneficiarían de una buena patada que los
obligara a suspender la contemplación de sus propios ombligos, a valorar
sus circunstancias privilegiadas y a dejar atrás sus seudoconflictos
por el sencillo procedimiento de tomar una decisión, cualquiera que ella
fuera.
Stamm es un autor prolífico. Alterna cada par de años un volumen de
cuentos con nuevas novelas que exploran las dificultades de las
relaciones afectivas y de todo tipo en el mundo contemporáneo. Esperemos
que el tropiezo de estos Siete años pronto quede atrás con libros más interesantes.
Lo indecible
Por: María Paula Laguna
Por: María Paula Laguna
La mala madre
Sophie Hannah
Duomo
Ser madre requiere ciertos sacrificios: desde levantarse en la
madrugada para calmar el imparable llanto del bebé, hasta escaparse de
la oficina para llevarlo al doctor. Dicen que nada de eso importa porque
una madre es capaz de hacer cualquier cosa por un hijo. Pero a la
escritora británica Sophie Hannah no la convence ese lugar común:
“¿Quién ha dicho que el amor que puedas sentir por alguien te obligue a
renunciar a tu libertad? ¿Por qué, en nombre del amor, debes consentir
que tu vida sea peor de lo que era en casi todos los sentidos?”, se
pregunta una de las protagonistas de La mala madre.
Esos interrogantes son el hilo conductor de este thriller,
escrito en el año 2008 y traducido al español por Duomo Ediciones, que
retrata la vida de tres mujeres: Sally Thorning, una ingeniera que debe
hacer maromas para trabajar y cuidar de sus dos hijos; Geraldine
Bretherick, un ama de casa dedicada a su pequeña de cinco años; y
Encarna Oliva, una curadora de arte cuya carrera se frustra después de
quedar embarazada.
Sus historias se empiezan a entrelazar el día en el que Geraldine y
su hija aparecen muertas en el baño de la casa. Todo apunta a que la
madre ejemplar, como muchos la conocían, primero mató a la niña y luego
se suicidó. Sin embargo, el caso da un giro súbito cuando Sally ve en
las noticias a Mark, el marido de Geraldine. Lo identifica de inmediato
porque tuvo un affair con él hace un año, pero ese hombre que aparece en
televisión no se parece al sujeto que conoció entonces: alguno de los
dos debe de ser un impostor. Y como si eso no fuera suficiente, los
detectives encuentran otros dos cadáveres en la propiedad de los
Bretherick: el de Encarna y el de su hija Amy.
A partir de ese momento, en La mala madre se suma un
misterio tras otro. Como sucede con la mayoría de novelas policíacas, a
medida que avanza la investigación cada quien va uniendo las piezas del
rompecabezas. Pese a que a veces la trama se pierde en detalles
irrelevantes, al final queda la sensación de que el instinto maternal no
se puede dar por sentado: en unas mujeres parece natural, mientras que
en otras no aflora. Estas últimas están obligadas a callar, porque
¿quién se atrevería a decir que no soporta a su propio hijo? Bien lo
sugiere uno de los personajes del libro: “Hay una conspiración de
silencio sobre lo que supone realmente ser madre”. Nadie dice la
verdad”.
Un gordo enamorado
El martirio del obeso
Henri Béraud
Tropo
La obesidad no solo ha sido un problema de nuestro tiempo, bien sea
en países desarrollados como Estados Unidos o Australia, o en países en
vías de desarrollo como México o Chile. El martirio del obeso,
esta maravillosa y rara novela Premio Goncourt de 1922, es una muestra
de que, desde mucho tiempo atrás, las personas obesas no la han pasado
tan bien. Su autor, Henri Béraud, sufrió en carne propia las
consecuencias del sobrepeso. Pero esta no es una novela trágica, todo lo
contrario. El humor campea por sus páginas. En un estupendo monólogo,
Béraud cuenta la historia de un hombre que pesa ciento veinte kilos y
que está profundamente enamorado de Ella, quien, para torturarlo en
poco, lo llama “mi querido gordito”. Los agrios vaivenes de una historia
de amor acompañan a las lúcidas reflexiones sobre la vida de los
gordos, sin pudor alguno. Este es uno de los rescates literarios que da
gusto volver a ver en los stands y más si es editado por la cuidadosa
editorial Tropo.
Una astilla en el cerebro
Por: Margarita Valencia
Tres novelas urbanas de José Antonio Osorio Lizarazo
Laguna
Laguna
No leí Barranquilla 2132, pero no por eso estoy menos
agradecida con los editores por la colección, y por la labor de rescate.
El trío de novelas urbanas de José Antonio Osorio Lizarazo(Bogotá, 1900-1964) que publican ahora aumenta mi agradecimiento. Pero no estoy
segura de que en este caso sea apropiado hablar de “rescate”, ni en qué
términos hacerlo. Con Barranquilla 2132, Laguna Libros
intentaba despertar a Osorio del letargo del olvido: El día del odio y
Gaitán, vida, muerte y permanente presencia (ambos de 1952) le
permitieron al bogotano flotar entre el detrito de lo que leen los
antologistas y los académicos para llenar los baches en su discurso, sin
necesidad de compromisos incómodos con el lector. Pero después de leer
las tres novelas recién reeditadas -La casa de vecindad (1930), Garabato (1939) y El camino en la sombra
(1964)-, tengo la sensación de que los rescatados somos los lectores:
somos convocados para que exploremos un camino menos transitado, que
exige abandonar el marasmo de la comodidad.
Osorio Lizarazo aprendió a escribir en las salas de redacción, en
Bogotá y en otras ciudades colombianas; su carrera como escritor está
ligada a su trabajo periodístico. Aun hoy se cobija su obra literaria
con el manto de su obra como cronista, y sus novelas se justifican y se
clasifican por su valor documental, por su interés testimonial. Esta
categorización enmascara la irritación que produce su lectura; y permite
alejarnos del mundo que Osorio propone, tan real que le duelen a uno
los ojos, como a Neo en The Matrix.
La casa de vecindad empieza con las dificultades económicas
del narrador, un tipógrafo desempleado que consigue vivienda en “un
cuartico de ocho pesos al mes”. Es una anécdota pedestre que inicia el
descenso al infierno; y la leve aprensión que sentimos al leerla anuncia
el miedo que crecerá con los despojos insignificantes, las pequeñas
concesiones al decoro, el escamoteo de nimiedades que una con otra
constituyen lo que considerábamos el dique de la civilización, pero que
en realidad son un tejido frágil que nos adorna pero que no nos protege.
En Garabato, el miedo campea desde la primera página: quizás
porque el narrador es un niño y quizás porque no podemos dejar de mirar
cómo la historia de su paso por el colegio de los jesuitas carcome
lenta e inexorablemente el sistema educativo y la religión, bastiones
del orden y de la seguridad.
En El camino en la sombra (ganadora del Premio Esso en 1963)
el miedo es parte de nosotros. Osorio cuenta la vida de una familia de
campesinos desplazados (la tragedia más actual de los colombianos) y sus
intentos por rehacer su vida en la ciudad, al lado de una niña enferma
de viruelas abandonada en su puerta. Al hacerlo, bombardea la idea de
nuestra propia bondad y nos muestra como los lobos que somos.
Osorio es uno de esos escritores excepcionales que propone a los
lectores un reto: aprender a vivir con una astilla en el cerebro, o
mirar para otro lado y seguir adelante por el sendero con banda sonora y
final feliz al que nos viene acostumbrando gran parte de la literatura
actual.
Un elefante en el cuarto
Por: Gloria Esquivel
Soñé con elefantes
Ivica Djikic Sajalín
Sajalín
Soñé con elefantes es la segunda novela del escritor y periodista
Ivica Djikic, nacido en Bosnia-Herzegovina en 1977. Ha sido reconocido
en los Balcanes por estar detrás de Feral Tribune, un periódico político
beligerante ante la complicada situación política y social después de
la caída del comunismo en la antigua Yugoslavia. Con esta novela
policial, Djikic construye una red de corrupción y conspiración dentro
de los círculos más poderosos del gobierno croata, para dar cuenta de
los horrores de un territorio en donde el Estado ha sido permeado por el
crimen.
La novela narra la investigación que emprende Bosko, agente del
Servicio de Seguridad Nacional, para esclarecer las circunstancias del
asesinato de su padre secreto, Andrija Sucic, antiguo miembro de la
guardia personal del primer presidente de Croacia. A medida que el joven
investigador se acerca a la verdad sobre su padre y los motivos de su
muerte, el turbulento panorama político y social de Croacia se va
develando. La mafia y la guerra aparecen de la mano junto con fiscales y
militares cuyo único objetivo es mantener la impunidad en un territorio
en donde la historia se niega y se oculta, a pesar del dolor que ha
causado.
El libro combina un lenguaje descarnado con uno más poético para
referirse a estos abusos de poder. Mediante dos historias paralelas y la
mezcla de cartas y textos de archivo, el lector sigue a un narrador
contundente, heredero de la tradición de la novela negra, y se deja
atrapar en el vértigo del relato. Aunque por momentos la novela puede
resultar demasiado artificiosa, resulta interesante el collage que
compone Djikic como un recurso para hablar sobre la corrupción y la
injusticia en una sociedad traumatizada que continúa siendo golpeada por
la mafia y el miedo.
Las traducciones de literatura balcánica son escasas en nuestras
librerías. Sin embargo, resulta inquietante encontrar en esa tradición
distante y desconocida una obra que trata un universo social tan similar
al nuestro. Algo resuena familiar en esa atmósfera tóxica de miedo y
poder que construye Djikic en este thriller.
Vuelven los fantasmas
Por: Catalina Holguín
Por: Catalina Holguín
Antigua luz
John Banville
Alfaguara
Alexander Cleave es un viejo conocido. Este actor sin carrera, padre
sin hija y colega de fantasmas es el protagonista y narrador de Eclipse,
novela publicada en el 2000, y también de Antigua luz, la última novela
del irlandés John Banville. En esta ocasión, Cleave tiene sesenta y
cinco años y está encerrado en el ático de su casa escribiendo las
memorias del apasionado romance que sostuvo a los quince años con la
mamá de su mejor amigo. Entre tanto, el viejo actor recibe una llamada
para protagonizar una película sobre la vida del controvertido
intelectual Axel Vander. La película, que promete ser el último chispazo
de su vida actoral, se convierte en un extraño espejo que arroja luz
sobre el suicidio de Cass, la hija de Cleave.
Imposturas, novela publicada en el 2002, es protagonizada por el
mismo Axel Vander, un académico que se ve obligado a abandonar sus
mentiras y máscaras cuando Cass Cleave descubre su oscuro secreto. La
naturaleza de la relación de Cass y Vander es un misterio para Alex
Cleave (él no ha leído la novela Imposturas, evidentemente), pero al
interpretar el rol de Vander, los papeles de todos se empiezan a
trastocar. Alex ya no es Alex y la joven actriz Dawn Davenport, que en
la película interpreta a la esposa de Vander, empieza a ocupar el
espacio de Cass.
Aunque Antigua luz es parte de una trilogía configurada por
Imposturas y Eclipse, la novela se sostiene sola. De hecho, para quienes
nunca han leído a Banville, su última novela puede ser una buena excusa
para inaugurarse en la obra de un maestro del lenguaje. Usando su
nombre de pila, Banville ha escrito más de una docena de novelas en las
que son recurrentes temas como la actuación, la decepción y el arte.
Desde el 2006 y bajo el pseudónimo de Benjamin Black, Banville ha
escrito siete novelas negras protagonizadas por el médico forense
Quirke. En las novelas de Black, las tramas son ligeras y el lenguaje
ágil; en las de Banville, el estilo es elaborado y el lenguaje,
complejo. En ambas encarnaciones, el irlandés ha fabricado una obra
literaria a la vez compleja y divertida.
Una realidad absurda
Por: Ricardo Castro
Por: Ricardo Castro
Una familia feliz
David Safier
Seix Barral
Una familia feliz sigue los lineamientos de una fábula. Una
familia debe unirse y recordar lo mucho que se quieren para superar la
adversidad. En este caso, los Von Kieren se enfrentan a sí mismos para
deshacer el maleficio de una bruja que los convirtió en los personajes
de los que iban disfrazados a una fiesta: Frankenstein, una momia, un
hombre lobo y una vampira.
Sí, la historia de Safier es tan irregular como extrovertida: en su
periplo por rencontrarse como familia, los Von Kieren se enfrentan a
zombis de cera, a Godzilla y a una bruja; una quinceañera fuma marihuana
con una hippie setentona que se ha acostado, entre otros con Jim
Morrison y el Che Guevara; y la madre se entrega a la pasión sexual con
Drácula.
Es una novela que encontrará lectores porque tiene una situación y
unos personajes con los que es fácil identificarse. Frank, el padre,
está consumido por un trabajo que lo hace infeliz y que no le deja
tiempo para su familia; la madre siente una creciente frustración porque
su negocio se va a pique y la relación con su hija adolescente se
reduce a gritos y discusiones. La joven se siente fuera de lugar en casa
de sus padres y no sabe qué será de su vida; y el hijo menor siente,
con razón, que no le importa a nadie y se refugia en la lectura de
libros de fantasía.
Así, la familia pende de un hilo emocional a punto de quebrarse
cuando Emma, la madre, duda de si su vida no habría sido mejor si no lo
hubiera dejado todo por su familia, como la de esa amiga que tomó el
camino que pudo haber sido para ella y que no para de presumir de sus
viajes por el mundo y de sus borracheras con Hugh Grant.
La narración -a veces predecible, a veces naif-, se mantiene gracias a
que hay pasajes francamente graciosos. Safier entiende los tiempos del
humor y en eso se nota su experiencia como guionista –primero para radio
y luego para televisión-. Y si esa chispa va acompañada de escenas de
motociclistas hipnotizados obligados a comer en McDonald’s y un grupo de
estereotipados turistas alemanes, es muy difícil no reír. Pero los
dardos atinados de Safier pierden comicidad con el pasar de las hojas y
queda la sensación de que ha tomado mucho tiempo llegar al moralizante y
predecible final.
Un padre por arte de magia
Por: César Mackenzie
Por: César Mackenzie
Matar al padre
Amélie Nothomb
Anagrama
En este libro hay magia; pero no en un sentido cursi o melodramático.
No. Es una magia que no es capaz de sacar al conejo del sombrero. Y,
como no hay magia sin magos, en este libro hay dos: Joe, un adolescente
de quince años, solitario, un poco cabizbajo; por más que pregunta a su
madre el nombre de su padre desconocido no logra que ella se lo diga, su
madre desvía el tema y da la espalda para ir a buscar amor duradero,
hombres que la hagan feliz, como ella piensa que se merece. Joe se
siente huérfano, es el hijo que desprecia a la madre, y entonces va a
buscar un padre. Es un personaje tímido y violento; su verdadera pasión
es la magia, que desde que tiene memoria la he gustado practicar. Por
ello se planta ante la casa de Norman Terrence, mago de treinta y cinco
años en plena exitosa actividad, y le dice: “Quiero que sea mi maestro”.
Así, Joe se convierte en aprendiz de mago. Inicia entonces una relación
de alumno-maestro que pronto se convierte en una turbia y densa
dinámica de padre-hijo.
Esta, la historia central del último libro de Amélie Nothomb,
sorprende por varias razones: su brevedad, que le da tiempo de hablar a
las palabras sin caer en el exceso; sus frases son simples y llenas de
significado; el tratamiento del tema de la magia (no es, desde luego, el
despliegue épico y mitológico de un Harry Potter) es impecable y nos
muestra un mundo donde hay ciertos oficios que parecen incomprensibles,
raros.
Nothomb, a su vez, tiene algo de raro, y esto es lo que hace que su
obra sea fascinante porque no nos perturba con violencia, sino con una
elegante capacidad de acumular emociones. Nacida a finales de los
convulsos años sesenta en Kobe (Japón), la escritora se ha revelado como
una de las más sólidas y contundentes voces de la literatura
contemporánea (lo que se refleja en sus quince novelas); ha construido
un mundo propio donde el secreto y la tragedia de las relaciones humanas
queda al descubierto. En este libro la magia no hace sonreír del todo,
pero sí nos da una infinita capacidad de creer.
Una guerra para Rusia
Por: Andrés Felipe Solano
Por: Andrés Felipe Solano
Patologías
Zajar Prilepin
Sajalín
Zajar Prilepin
Sajalín
La historia del pueblo ruso durante el siglo XX puede medirse en
guerras. Los rusos mataron y pusieron muertos en la guerra ruso-japonesa
(1904-1905), la guerra civil (1917-1923), la Primera y Segunda Guerra
Mundial, la invasión a Afganistán (1979-1992) y en las dos guerras en
Chechenia (1996 y 1999). En las últimas, participó Zahar Prilepin como
miembro de las Fuerzas Especiales en calidad de capitán. Basado en esta
experiencia escribió Patologías, una novela protagonizada por
Yegor Tashevski, un soldado huérfano, obsesionado con el largo de sus
uñas y con el recuerdo de Dashia, su novia, de quien se enamoró antes de
partir al campo de batalla.
Yegor cuenta la historia de su batallón en Grozny, donde tendrán que
combatir a los rebeldes chechenos en una misión de cuarenta y cinco días
en una escuela abandonada. Lo acompañan Hasan (un checheno traidor),
Caballo, El Monje, Tío Yuri y una decena de hombres que descargarán
hasta el último tiro de sus armas en una matanza que Prilepin cuenta con
las riendas templadas, sin concesiones de ninguna clase. En Patologías,
que parece ser una ofrenda perfecta para Ares, el dios de la guerra, no
hay lugar para la reflexión moral, para las justificaciones, ni
siquiera para la extrañeza y muchos menos para el arrepentimiento. Las
palabras incluso son puestas en duda. En mitad de la matanza, el Yegor
se pregunta: “¿Cómo se pueden escribir libros como este, cuando se puede
matar en cualquier momento a un hombre? A mí, por ejemplo. ¿Y qué
sentido tiene leerlos? Son tonterías. Nada más que papel”.
Como si quisiera reproducir el agotamiento propio del enfrentamiento,
Prilepin describe carnicería tras carnicería con apenas algunas paradas
cortas de su protagonista para recordar al padre muerto tempranamente.
La madre no existe, la novia es apenas un fantasma que en lugar de
ofrecerle consuelo le tira en la cara el recuerdo de sus celos
desquiciados.
Entre edificios triturados como pan seco, huecos de bala en las
paredes de las casas como rastros de varicela y charcos que nunca se
secan, entre cientos de casquillos de bala, cigarrillos mojados,
borracheras con vodka a pico de botella y sardinas en lata, Yegor ve a
uno de sus compañeros descargar cuarenta y cinco tiros sobre un hombre y
a dos chechenos descuartizar al médico de la compañía y dejarlo en la
entrada de la escuela. El asesino entre asesinos bordea la locura:
“Parece como si alguien me chupara las entrañas: un arácnido de patas
peludas y ojos vidriosos incoloros, cada vez más y más inyectados de
sangre. Mi sangre”.
La misión de Yegor y sus compañeros en Grozny se abre con la escena
de un perro herido que vomita en la carretera y al que un oficial
sacrifica de un tiro desde un camión. Al final de la novela, a bordo del
avión que conducirá a los pocos sobrevivientes a casa, Yegor acaricia
tembloroso a una perrita mientras suelta una frase contundente: “No pido
perdón por nada ni a nadie”. Prilepin, un confeso patriota, un
nacionalista ruso convencido, hace todo en esta brutal novela para
demostrarlo.
Iluminaciones
Por: Giuseppe Caputo
El Pintor debajo del lavaplatos
Alfonso Cruz
Tragaluz
El pintor debajo del lavaplatos, del portugués Afonso Cruz, nos recuerda a El principito
en estructura, tono y en el deseo de decir una verdad importante o de
dar una enseñanza moral a cada tanto: “Todos los jardines de nuestra
infancia son el jardín del paraíso”, “No está mal temerle a la muerte.
Lo que está mal es temerle a la vida”.
Este tipo de sentencias constituyen el grueso del relato. Y el
problema con la gran mayoría es que nacen y quedan instaladas en lugares
complicados. Unas, entre la obviedad y la importancia de recordar
obviedades (“La oscuridad nos ciega y la luz también”). Otras, entre lo
poético y la ignorancia científica (“El mundo es iluminado porque hay
ojos abiertos. Cuando ellos se cierran, no hay luz. Por eso es que la
noche es oscura: la mayor parte de los hombres tienen los ojos
cerrados”). Y otras, entre lo ocurrente y lo ingenuo (“El arte es el
mayor crimen que la sociedad puede imaginar, pues a través de él todo se
ha destruido”).
Pero también es cierto que la contundencia de estas sentencias
resuena en el lector y lo lleva a imaginar un diálogo con la voz
narradora con el fin de problematizarlas: a ratos hay irritación y
desacuerdo, pero también hay asentimiento. Y en ese intercambio difícil,
como escribe Cruz, “a veces el mundo se ilumina”.
Simenon, peligrosamente adictivo
Por: Consuelo Gaitán
Por: Consuelo Gaitán
El gato; Pietr, el Letón
Georges Simenon
Acantilado
Georges Simenon
Acantilado
Recuerdo la tarde en que Álvaro Mutis en la librería Biblos en Bogotá
contaba, con su metálica y exultante voz, uno de sus mayores gozos en
la vida: leer a Simenon. Lo equiparaba a su más admirado escritor
francés, Chateaubriand, y decía que su prosa nada tenía que envidiar a
la de Balzac. Gracias a estas confesiones de Mutis y felizmente para
muchos lectores que no querían contrariar la imagen del intelectual puro
y duro, se abrió la escotilla hacia el delicioso mundo de las novelas
policíacas o “negras” respaldadas por una auctoritas.
En los años noventa, la editorial Tusquets anunció con bombos y
platillos su proyecto editorial de traducir y publicar por primera vez
la obra completa de Simenon en doscientos catorce volúmenes. Incluso el
primer libro apareció con un texto de García Márquez (que, por cierto,
cita la anécdota del empeño de Mutis en hacer que dos mil escritores
firmaran una carta para exigir que le aumentaran el sueldo a Maigret),
pero finalmente no lograron llegar ni a los ochenta títulos.
Hoy se anuncia nuevamente que la editorial española Acantilado quiere
retomar este proyecto astronómico de publicar todo Simenon en español.
El editor señala que haber sido tan prolífico y popular ha despertado
prejuicios en los lectores, haciéndoles pensar que es liviano y de
mediana calidad. Para no dejar duda de qué clase de escritor se trata,
esta nueva colección comienza con dos obras maestras: Pietr, el Letón, en la cual aparece por vez primera el legendario inspector Maigret, y El gato,
una extraordinaria demostración de la maestría de Simenon para
describir los vericuetos del alma humana. Este relato contiene, tal vez
con algunos fragmentos de la obra de Freud, las líneas más reveladoras y
profundas de hasta dónde puede una pareja, en nombre del amor,
construir un mundo, sostenido en unos sutiles e intrincados hilos, que
no llegan a discernir ni siquiera ellos mismos.
El mundo literario de Simenon es cautivante y adictivo. Está poblado
de personas sencillas; se ocupa de la vida cotidiana de gente
mise-rable, de los bajos fondos, de inmigrantes, obreros y campesinos.
Tanto en sus novelas policíacas, como en las llamadas novelas duras, el
lector logra sumergirse con naturalidad en los ambientes, los olores, la
geografía, el sentir de sus personajes, pero, por sobre todo, en el
interior de las gentes. Y eso es lo que hace el inspector Maigret,
meterse en la piel del asesino, del ladrón, de la prostituta, y así,
después de empaparse en el ambiente y el sentir de sus personajes,
consigue llegar a pensar como ellos, a sentir como ellos y, las más de
las veces, a dilucidar el porqué del delito. Maigret confiaba más en su
intuición que en los métodos a la manera de CSI, creía que la clave
estaba en dilucidar cómo se comporta un hombre normal sometido a una
situación límite: “Pero él buscaba, esperaba, acechaba sobre todo la
fisura. El momento, dicho de otro modo, en que detrás del jugador
aparece el hombre”. Cuando joven, Simenon quería ser médico para ejercer
como “remendador de destinos”, pues creía que “muchos hombres no
llegaban hasta el final de su verdadero destino por no comprenderse a sí
mismos”. Y esto es lo que hace Simenon en sus novelas: ayudar a
comprender. Por eso es alta y peligrosamente adictivo.
Reportero y/o embustero
Por: Giuseppe Caputo
Por: Giuseppe Caputo
Ximénez
Andrés Ospina
Laguna
Luego de publicar su Bogotálogo, un libro sobre “los usos, desusos y
abusos” del español hablado en Bogotá, el colombiano Andrés Ospina
presenta Ximénez, obra que recorre y recrea la biografía del legendario
(y casi olvidado) cronista José Joaquín Jiménez, mayormente conocido por
la columna en El Tiempo “Babel del día” y por su cubrimiento de los
suicidios en el Salto del Tequendama en la primera mitad del siglo XX.
El libro empieza con el duelo de Jiménez por la pérdida de su madre y
padre, y termina con el duelo de sus lectores por su propia muerte, en
1946. Entre duelo y duelo, Ospina narra la picaresca de la vida laboral
del protagonista, que “de corrector de pruebas, soporte del servicio
cablegráfico internacional y reportero, se transformó en el cronista
estelar de historias policíacas” y luego en columnista. La obra,
entonces, da cuenta de la transformación de Jiménez, el hombre, en
Ximénez, el “repórter”, y está atravesada por el gran conflicto
ético-creativo que vivió desde sus inicios en El Tiempo: su rechazo a la
redacción de “notas estériles en las que resultaba imposible infiltrar
algo de poesía”.
Este conflicto estalla en Ximénez cuando Germán Arciniégas, su
superior en El Tiempo, reconoce que “es un buen reportero pero a la vez
un embustero profesional”. Y el conflicto estalla doblemente porque,
según Ospina, “la pretensión de este libro es, de alguna forma,
homenajear al protagonista, insertando ficciones en el texto. En su
ejercicio como periodista, Ximénez lo hacía con frecuencia”. El lector,
entonces, por más que sepa que hay una buena dosis de investigación, no
puede dejar de preguntarse qué es realidad y qué es invención. ¿Ocurrió
la conversación con Arciniégas? Es decir, ¿El Tiempo sabía que textos de
ficción estaban siendo presentados al público como relatos de no
ficción? ¿Rectificaron alguna vez? ¿Y por qué Ximénez es presentado en
el libro como “un genio del periodismo” y no como un gran autor de
ficciones? ¿La mentira está siendo romantizada o el propio texto
problematiza las decisiones éticas y formales que Ximénez tomó en su
ejercicio como periodista? Las preguntas, pues, empiezan a acumularse, y
el lector curioso tiene que decidir si acepta o no el pacto que propone
el autor, y si avanza o deja la lectura. Y también, por supuesto, tiene
la opción de investigar por su cuenta para intentar resolver las dudas.
Un pueblo quiere payasos
Por: Luis Alejandro Díaz
Por: Luis Alejandro Díaz
Donde mueren los payasos
Luis Noriega
Blackie Books
Se dice que Colombia es el país más feliz del mundo según un tal
Barómetro Global de la Esperanza y la Felicidad. Y todo gracias a las
encuestas a las que nunca lo invitan a participar a uno. Pero ¿qué
pasaría si el panorama político del país dependiera de un Barómetro
Permanente de Opinión gracias al cual pudiéramos consultar en tiempo
real la popularidad de nuestros honorables líderes? Sería ideal. La
oportunidad precisa como para que un modesto payaso de restaurante fuera
lanzado inesperadamente a una candidatura presidencial. Ahora, si a eso
le sumamos que dependiendo de ese Barómetro Permanente de Opinión se
pudieran celebrar elecciones cada vez que los índices de popularidad de
un presidente bajaran y los de un candidato subieran, estaríamos
hablando del mejor invento del siglo XXI.
Pues bien, de esto y algo más se trata Donde mueren los payasos, ópera prima de Luis Noriega, escritor colombiano que vive en Arenys de
Mar, a una hora de Barcelona. Y es que si se quisiera revisar la
actualidad tanto de España como de Colombia, el libro podría calificarse
fácilmente como un fiel reflejo de las vicisitudes turbulentas a las
que nos vemos expuestos día a día. En esta novela, el sarcasmo y la
ironía surgen al mejor estilo del esperpento valleinclanesco o de
Unamuno; todos los estereotipos son puestos patas arriba gracias a una
sátira y una parodia dignas del mejor bufón. El libro ridiculiza
ferozmente y con mucho sentido del humor la literatura, la historia, el
pavor al qué dirán, los gustos, el lenguaje, los programas de
televisión, la política y todo lo que encuentra a su paso. En pocas
palabras, Donde mueren los payasos es una divertida farsa
electoral en sesenta y nueve capítulos; una novela histórica y realista
que inevitablemente termina negra en todo el sentido de la palabra y con
los condimentos necesarios para que un temible operario del
recontraespionaje resuelva el crimen. En la Colombia de Donde mueren los payasos, como en la real, los políticos no saben que son payasos y los payasos sueñan con hacer carrera política.
Telenovela disfrazada
Por: Camilo Jiménez Estrada
Por: Camilo Jiménez Estrada
La naturaleza de las penas
Luis fernando Charry
Seix Barral
Esta es la historia de los hermanos Lorenzo y Antonio Casas y de su
familia. Lorenzo está casado con Margarita, artista plástica, y Antonio
se casa con Rita Michelsen, modelo de fama nacional. Lorenzo es un
mujeriego imparable y un cínico; Antonio combate su depresión con
alcohol, marihuana y cocaína. Lorenzo María, el padre, cada vez está más
envuelto por la neblina del alzhéimer; Josefina, la madre, apenas es
parte del decorado.
La novela tiene dos partes: en la primera se plantea la situación, se
perfilan los personajes, y en la segunda asistimos a su caída
definitiva; la primera parte termina con Antonio metiendo cada vez más y
con Lorenzo y Rita convertidos en amantes. De Margarita sabremos más
adelante que tiene romance con Andy Galindo, un artista de tercera.
Suena bien. El problema, como casi siempre, está en la manera en que
se cuenta esta historia. Lo que leemos es una colección de anécdotas
-bien contadas, todo hay que decirlo- que van pasando una tras otra de
manera poco orgánica. El narrador nos detiene en hechos anodinos de los
personajes que no tienen ninguna injerencia en la historia: un desayuno,
el paseo con el perro, conversaciones que se hacen eternas… ¿Para qué
leer completa la carta de protesta de un estudiante de la Universidad
Nacional que no toca ningún pito en la historia? Anécdotas tangenciales
que no llevan a ninguna parte y no apoyan el efecto general que busca
construir la novela.
A medida que uno avanza en la lectura se da cuenta de que no está
leyendo una novela sino una telenovela. Con algunos guiños “literarios” y
con una iconoclasia como para escandalizar señoras: los personajes
cagan (uno se limpia con una bandera de Colombia), los personajes meten
drogas y pichan y dicen palabrotas. Dios mío, qué escándalo.
Quizá el único personaje con vida propia aquí es Andy Galindo, que en
sí mismo es una caricatura: pretencioso, disfrazado de artista. Dos de
sus frases le pueden calzar perfecto al autor de esta novela: “Son pocos
los que son capaces de despojarse del todo de lo que no los deja ser” y
“toda gran obra de arte (llámese un cuadro, una sinfonía, una novela)
debe partir de la ambición”. El autor es ambicioso. Pero esa ambición no
se compagina con su talento literario.
Claman las cornejas
Por: Santiago Wills
Por: Santiago Wills
Los pájaros de Auschwitz
Arno Surminski
Salamandra
Arno Surminski
Salamandra
En 1941, Günther Niethammer, un oficial de la SS apostado en
Auschwitz, patrulló las afueras del campo de concentración en busca de
ruiseñores, alondras y otras especies de aves que habitaban la zona. Se
dedicó a estudiar los pájaros de los alrededores y publicó un ensayo
titulado “Observaciones acerca de la avifauna de Auschwitz” en una
revista científica vienesa. Niethammer y su ensayo conforman el punto de
partida de Los pájaros de Auschwitz, del escritor alemán Arno
Surminski. En su más reciente obra, una novela corta escrita en un tono
terso y moderado, Surminski imagina la relación que nace entre Hans
Grote, un ornitólogo y oficial de la SS inspirado por Niethammer, y
Marek Rogalski, un estudiante polaco de arte quien, tras ser apresado
sin razón alguna, se convierte en el asistente del observador de aves.
Durante meses, Grote y Rogalski recorren el campo documentando las
aves migratorias que vuelan sobre los hornos crematorios y las torres de
vigilancia. Mientras Grote anota las poblaciones de somormujos o de
cisnes negros, Rogalski sueña con la novia que dejó en Cracovia y
observa aterrorizado la construcción de Birkenau.
Surminski explora temas usuales ya en la literatura de la Segunda
Guerra Mundial: Grote sigue las órdenes de sus superiores; Rogalski es
la víctima de la guerra que pierde sus sueños y la esperanza de la
libertad al sumergirse en los horrores de las cámaras de gas, la ceniza y
los cercos de los campos de concentración.
Mientras los guardias y los oficiales disparan y cuelgan a los
prisioneros por cualquier razón, Grote logra que el comandante firme una
orden que prohíbe utilizar las armas en contra de las aves. Entre
tanto, por el hedor de los cadáveres incinerados, los pájaros
migratorios empiezan a evitar los campos. Las cornejas claman sin cesar
sobre las alambradas y las estructuras de hormigón, atentas a los
ahorcados y al sonido de un disparo.
Las aves vuelan sobre los prisioneros y Surminski repite hasta el
cansancio la relación entre el vuelo y la libertad. Dicha repetición,
por momentos, se torna aburridora, pero la idea original, inspirada por
Niethammer, conserva su fuerza y añade un matiz más a una historia que
parece ser inagotable.
Rosa sin espinas
Por: Luz Mary Giraldo
Rosa candida
Auöur Ava Ólafsdóttir
Alfaguara
Después de perder a su madre en un accidente el mismo día del
nacimiento de su hija, un joven de veintidós años emprende un largo
viaje a un país innominado. Este joven narra desde una inesperada
operación, la comunicación con su padre casi octogenario, un hermano
gemelo autista, la pasión por las plantas que lo unen a su madre,
especialmente el cultivo de unas rosas de ocho pétalos y sin espinas,
hasta la asunción repentina de la paternidad. He ahí el hilo argumental
de esta novela de la islandesa Audur Ava Ólafsdóttir, quien afirma que
el título en español no corresponde al original pues solo alude a esa
variedad de flor llamada Rosa candida, y que en su idioma significa
además “carretera secundaria” y “el hijo que es tuyo”, temas cruciales
del relato.
Ólafsdóttir plantea un nuevo paradigma masculino y otra noción de
maternidad. Y lo logra. La ficción quiere ser una travesía en busca de
sí misma, con personajes a expensas de lo casual. El joven narrador a
quien la paternidad hace adulto mientras la madre de su hija decide
dedicarse a las ciencias genéticas, se siente como “cuando se tiene un
pie en una barca inestable y el otro en el muelle y notas cómo se va
ensanchando el espacio según los pies se mueven cada uno en una
dirección”.
“Triunfo literario indiscutible”, señala algún crítico, y sin embargo
el lector entra a un mundo simple donde apenas suceden cosas, se
presentan temas como el nacimiento, el sexo y la muerte, las relaciones
humanas y nada reclama controversia. No importan pasado ni futuro.
Como una bitácora narrada introspectivamente, Rosa candida hace
memoria del día a día y sus pequeños momentos, evocaciones y a veces
minucias, como si nada sucediera fuera de la órbita plana donde gravita
el narrador.
Rebelde
Por: Hernán Ortiz
Little Boy Blue
Edward Bunker
Sajalín
No todo es inteligencia. Hay niños brillantes que se desvían del
camino. Los papás se rinden y los niños terminan encerrados en casas de
acogida, escuelas militares o reformatorios. La historia de Alex Hammond
(niño de once años, lector de novelas de aventuras y westerns, “con una
cabeza demasiado grande para su cuerpo y unos ojos demasiado grandes
para su cabeza”) ocurre en Los Ángeles, en medio de la Gran Depresión.
Sus padres se separan, el papá desempleado no tiene cómo mantenerlo y lo
deja en instituciones autoritarias que le dan órdenes a Alex que él
considera injustas.
Con una narración honesta, frases directas y una creciente sensación
de desesperanza, el escritor y actor Edward Bunker cuenta una historia
inspirada en su propia vida como joven criminal. La novela va desde que
Alex era un niño rebelde y problemático con cierto grado de ingenuidad,
hasta que la falta de amor y hogar lo arrastran a un mundo oscuro donde
solo sobrevive el más fuerte. Alex sale del reformatorio para robar
tiendas, atracar a mano armada y traficar con droga, y entra a la cárcel
de menores para pelear con otros convictos hasta quedar “vacío de
fuerzas y de sentimientos, como una esponja estrujada, completamente
seca”.
Little Boy Blue es una novela con muchas virtudes -narración
ágil, descripciones precisas, diálogos crudos- pero llega un punto en
el que la historia es víctima de su propia estructura. Con Alex saliendo
y entrando de instituciones, con tantos personajes en escena y tantas
situaciones que se repiten, a veces sigues leyendo solo para saber qué
más sigue: otra pelea, otro atraco, cruzar los dedos para que el
personaje no se hunda más en el bajo mundo. Pero se hunde más. Y tú te
hundes con él. Y en vez de anticipar escenas optimistas deseas que al
niño le vaya menos peor. Que pueda vender heroína sin inyectársela. Que
pueda robar sin disparar. No puedes esperar un mejor destino para él: la
historia te lleva hacia la angustia, hacia el hastío. Es una historia
desgarradora que cae en picado emocionalmente. Desde el inicio, hasta el
final.
Las máscaras
Por: Jorge Iván Salazar
Los grotescos
Mauricio Bernal
El Peregrino
Los grotescos, reciente novela de Mauricio Bernal, explora la vida de
una familia colombiana en el exilio. La matriarca, una anciana que ha
tomado sobre sus hombros el cuidado de su familia, está a punto de
cumplir setenta años. También está a punto de morir, y lo sabe. Todos
los miembros de la familia lo saben, lo temen y lo esperan. Inundados de
problemas conyugales, económicos y sexuales, hijos y nietos ven en la
inminente muerte de la abuela un rayo de esperanza: el dinero y las
joyas de la anciana servirán para darles un respiro a sus atribuladas
vidas. La trama incluye mafiosos de pacotilla, matones chinos y beatas
tías solteras. El título y el de sus tres grandes capítulos (Secretos,
Chantajes, Gusanos) dan una idea de lo que la novela contiene. Los
personajes encarnan el concepto de grotesco. Ninguno tiene rasgos
simpáticos. Sus vidas dilapidadas se mueven entre pequeñas avaricias y
escándalos sexuales a duras penas escondidos tras las buenas maneras.
La novela tiene un ritmo trepidante. La novela abre en la mente de la
matriarca mientras reflexiona con temor sobre los gusanos que muy
pronto devorarán su cuerpo y se cierra con sus parientes, convertidos
ellos mismos en gusanos, devorando lo que queda de la herencia. Aunque
algunos efectos de la trama resultan previsibles, es interesante el uso
del humor negro y la ironía. Hay escenas festivamente grotescas, como el
saqueo final a manos de los parientes mientras el mafioso y sus matones
chinos contemplan estupefactos la escena. Otras escenas rozan lo
macabro, como la del niño ante el cadáver de la abuela. No es una novela
realista. Los personajes carecen de profundidad sicológica. Son
máscaras de lo grotesco. Algo de farsa recorre todo el texto y estimo
que debe ser leído en esa clave. De hecho, el tema del exilio queda muy
al margen y apenas da lugar a uno que otro comentario aislado.
Se trata de una comparsa de personajes y situaciones improbables,
absurdas, que hacen reír con una risa culpable. No obstante, lo grotesco
es una máscara que oculta y disfraza pero también revela. Lo grotesco
no es lo frívolo, es una frivolidad aparente que oculta y disfraza lo
terrible. Lo que causa risa y espanto en la novela no es el hecho de que
lo improbable pueda ocurrir, sino que los personajes (y nosotros)
puedan pensar como piensan y sentir como sienten. Por eso esta historia
nos aterra.
fuente:revistaarcadia.com
fuente:revistaarcadia.com