El diccionario de la Real Academia define dos clases de escatología; una sería el conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba; y la otra constituye el tratado de cosas excrementicias
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Lo escatológico tiene gran tradición en nuestra literatura,
empezando por Quevedo (y antes, incluso) y terminando por Camilo José
Cela, pasando por Wenceslao Fernández Flórez, quien cuenta lo siguiente
en una de sus más divertidas Visiones de neurastenia: un coronel del
glorioso Ejército Nacional va caminando por una calle de una ciudad
española cuando de repente siente unas irreprimibles ganas de dar de
cuerpo (lindísima expresión, harto mejor que el simple cagar), pero en
ese momento se encuentra ahí en la calle con la esposa de su superior
inmediato, un general de quien depende su próximo ascenso. Y la buena
señora lo arrastra con ella, porque quiere recabar la opinión de un
hombre de buen gusto, como el coronel, acerca de sus compras. Y al
coronel, pobre, no le queda otra sino aguantarse las ganas.
El
cuento va ganando en intensidad y en angustia conforme la generala más y
más compra y el coronel más y más ganas tiene de dar de cuerpo. Y como
aborrece hacerlo en un WC público, apenas el pobre hombre se libera tras
una agotadora sesión de shopping, sale corriendo para su casa, entra en
ella y descubre que su esposa está en la cama haciendo el amor con otro
hombre, y entonces grita algo sublime: “¡¡Esperad, malvados!!”, y se
mete al baño. Sólo que cuando sale, aliviado por fin de su carga, claro
está que su esposa y el otro han desaparecido. (Gran misterio: ¿cómo
logró WFF que ese cuento pasara el fino cedazo de la censura franquista,
siendo así que ponía en ridículo al sacrosanto Ejército vencedor de la
guerra civil? ¿Ah?).
Ahora bien, aunque todo lo que tiene que ver
con la escatología, al pasar a la literatura pasa en forma de sátira
(como en WFF) o bien de humor grueso (ejemplos hay en Quevedo), hace
años descubrí que un gran poeta puede sacarle un partido lírico
inesperado al mero hecho de defecar. Fue al traducir un poema de Günter
Eich:
“Sobre fosas malolientes, / papel con sangre y orina, /
entre moscas que refulgen, / me acuclillo en la letrina // viendo una
orilla boscosa, / huertas, varado un lanchón. / En el fango putrefacto /
cae a plomo un cagajón. // Resuenan en mis oídos / los versos de
Hölderlin. / Se reflejan, nieve pura, / las nubes en este orín”. Pero
bueno, lo dije antes de transcribir el poema, esto es algo que nada más
puede permitírselo un gran poeta, y Günter Eich lo fue.