De malabares, fluidos, y orificios ¡Atención! Los textos pueden herir o estimular su sensibilidad
El Pecado de Heinrich Lossow. 1880 |
Fémur
de mamut
Juan
Carlos Fernández
Mientras su
hombre ha salido de caza urgido por la necesidad de alimento, la mujer
prehistórica se ha quedado cobijada en la cueva que ambos han adquirido
recientemente. La mudanza no fue muy compleja: una rudimentaria caja de
herramientas, un ajuar de pieles a la moda, el muslo del último mamut abatido…
De esto hace ya una semana, lo que su hombre lleva fuera de la cueva, cazando.
Como se
aburre, la mujer prehistórica ha decorado las paredes de la cueva con dibujos
simbólicos, obras maestras que como tal reconocerá la posteridad: un bisonte
atravesado por saetas, un sol moribundo que preludia un cambio climático, el
muslo deseado de un mamut…
Como después
de haber decorado el hall de su vivienda la mujer prehistórica sigue
aburriéndose, opta por tumbarse sobre una piel comodísima y desde allí planea
una estrategia que la saque del hastío, de este irremediable nicho de soledad
en que se halla arrojada. Entonces lo ve. En un rincón de su cueva ve el fémur
descarnado del muslo posterior del último mamut y los ojos le hacen chiribitas
y se le arrebata el corazón. Se levanta por él y lo coge.
La mujer prehistórica
ha dejado de aburrirse. Con las piernas abiertas y los ojos cerrados, piensa en
su hombre que caza tan lejos, mientras ella con las dos manos (el fémur es
largo, larguísimo) zarandea la osamenta y se la va introduciendo con cariño (a
veces con furia) en el interior de una cueva distinta recién descubierta.
Yo antes tenía mis dudas, ahora no sé
Mayde
Molina
A veces me decepcionan
tanto los hombres que paso largas épocas de sequía…
En esos días es cuando
reencuentro mi éxtasis secreto en las palabras.
Palabras que son como
niñas bonitas, pavoneándose cual ciruelas suspendidas de la libido de los
árboles. Palabras cómo “infinito”, o “insospechable”, o “renacimiento” o
“insostenible” o “inminente” o “desasosiego”…
Dios… ¡desasosiego! ¡Si
supieran la de pasiones que ha despertado esa palabra en los arcanos de la
historia!
D-e-s-a-s-o-s-i-e-g-oooooooo…
Yo apenas la palpo con
la punta de mis labios, subo ardida por sus infinitos muslos mientras ella va
clavando sus letras en mis entrañas.
Después de quedarme
medio rota y jadeante, asciendo mis ojos entornados buscando un poco más de
placer sublime e inmediato con el que saciarme…
Y aparece frente mis
ojos lívidos la palabra “lujuria”; altiva y poderosa clavando la “i” de su
impronta contra mi sexo.
Mis manos se vuelven
locas confundiendo la carne con las palabras… Vuelve hasta mi pecho
“desasosiego” e “inminente” para dejarme completamente deshecha por dentro…
Y esas dos palabras se
van haciendo pálpitos, mientras mis muslos se van abriendo y las manos no cesan
de confundírseme con las palabras.
Entonces cuando ya no
puedo más…
Cuando ya todo es
delirio, cuando estoy a punto de volverme absolutamente loca…
Aparece frente a mis
ojos deshaciéndome por completo la palabra “orgasmo” para arrancar de mis labios
el último g-e-m-i-d-o que me quedaba.
Yo antes tenía mis
dudas, ahora ya no sé si quedarme con los hombres o con las palabras...
Ataduras
Rafael Linero
Empezó
sugiriendo que atara sus muñecas con mis medias. Luego pidió gruesas cuerdas
para sujetar firmemente sus brazos y piernas. Por último, demandó cadenas para
inmovilizar cada parte de su cuerpo. Sólo entonces permitía que lo tocase y
pudiésemos hacer el amor.
Siempre he estado dispuesta a atarlo, él lo sabe. No hay nudo tan intrincado que no pueda hacer ni candado tan complicado que no pueda cerrar.
Siempre he estado dispuesta a atarlo, él lo sabe. No hay nudo tan intrincado que no pueda hacer ni candado tan complicado que no pueda cerrar.
No entiendo
porqué ahora que mis ataduras han logrado tal nivel de perfección, él no
permite que yo lo toque. No hay cuerda ni cadena, no hay nudo ni candado que
pueda compararse con las ligaduras que he creado para él.
Nuestro
matrimonio, nuestra hijita y su extraña enfermedad, nuestra asfixiante
hipoteca, mis celos y mi depresión. He creado todas estas ataduras para él y,
sin embargo, ahora no quiere ni pensar en el sexo.
Sadismo insoportable
Carlos Manzano
No me molestaba que me
apretara las muñecas con el empeño de un grumete novato ni que me colgara de
los pezones pinzas cada vez más pesadas y rígidas, ni siquiera que anudara a
mis tobillos unas gastadas cuerdas de liza que ya no valían ni para empaquetar
bultos inservibles. Lo verdaderamente insoportable era que, tras vendarme los
ojos y forzar en mi torso un gesto de absoluto abandono, no saliera de su boca
la más tímida imprecación o el más comedido insulto: su silencio era todo lo
que me regalaba, un silencio que llegaba a mis oídos como el más violento de
los desprecios. Eso era lo que más me dolía, su ausencia de verbo, sobre todo
al pensar que me había conquistado con versos como este: “el dolor de tu gesto
se eterniza en mi boca como el aliento perdido de millones de noches”. Por eso
tampoco me permití jamás el menor quejido ni el más leve gesto de sufrimiento:
a la brutalidad de su silencio solo quedaba oponer la ferocidad de mi
indiferencia, la evidencia de la ineptitud de sus actos. Yo también sé alcanzar
los límites de la impudicia.
Lo
estoy haciendo contigo
María
José Codes
Ponía la lavadora con parsimonia ritual, inclinando su cuerpo sobre la
máquina, de espaldas a la puerta, donde sabía que Jorge estaría disfrutando de
la brevedad de sus bragas. Que su cuñado de veinte años anduviese observándola
a escondidas había sido molesto al principio. Luego comenzó a sentir cierto
placer en ser espiada. Sus actos, antes rutinarios, se convirtieron en
representaciones únicas para un solo espectador y acabó por dejar siempre las
puertas abiertas para facilitarle la vigilancia.
Una noche que hacía el amor con su marido, Jorge apareció desnudo en el
umbral de la puerta. Ella guardó silencio. Mientras Luis la penetraba, Jorge
permanecía mudo en su puesto de observación. Entonces ella dijo: “lo estoy
haciendo contigo”. Jorge lo entendió al punto y comenzó a masturbarse con
fogosidad. “Claro que lo estás haciendo conmigo, amor”, respondió Luis
acelerando el ritmo de su penetración. “Lo estoy haciendo contigo”, repitió
excitada ante la reacción de su marido, sosteniendo la mirada de Jorge. “Sigue,
sigue, me encanta que me hables así, querida”, resolló Luis al tiempo que la
embestía cada vez con más vigor. Enseguida sobrevino el final para los tres.
Luis soltó un largo aullido. Ella gimió al ver a Jorge verterse sobre la
alfombra antes de desaparecer en la penumbra. La pareja quedó tendida y
exhausta sobre las sábanas. “La próxima vez dejaremos que entre, cariño”, le
susurró Luis al oído.