martes, 12 de febrero de 2013

Vallejo: "Ya no necesito leer"

El escritor colombiano Fernando Vallejo encabezó la toma cultural de Colombia a Buenos Aires. Como siempre, fue polémico

  Fernando Vallejo sugirió la leyenda de esta foto, tomada en el Teatro Colón de Buenos Aires: "Se le vino el monstruo encima". /Ibón Munevar./vive.in
 Un niño travieso, frágil y dulce. La descripción no podría sonar más alejada del escritor colombiano Fernando Vallejo y, sin embargo, ese era el que andaba por Buenos Aires, Argentina, como invitado del evento Colombia Cultural en Buenos Aires.
 “Verdad que tengo una cuenta en Twitter, ¿cómo es eso?”, preguntó. Luego bromeó: “No se lea el libro de Cuervo, que al final él se muere”.
Pero era el mismo Fernando Vallejo que unas horas después se alegraba del cáncer de Hugo Chávez, echaba pestes a la Iglesia católica y denunciaba las mafias políticas; el que hablaba de acabar los mataderos en la tierra de la carne. El Vallejo vehemente y público. Ambos hablaron con EL TIEMPO:
¿Cómo está su relación con Colombia?

Como siempre muy bien y muy mal. ¿Cuándo ha estado mal? Nunca.
Está en un evento de la cultura colombiana, ¿hay algo que pueda definirse como tal?
Hay una que se puede definir en varias figuras: la que hicieron José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob, Eduardo Caballero Calderón, José Barros, Lucho Bermúdez... Eso para mí es la cultura colombiana, eso la reduce a unos cuantos escritores y músicos. Hoy hay varios muy buenos: Tomás González, magnífico novelista; Fernando Cruz Kronfly, William Ospina (con este último realizó un conversatorio).
Pero Colombia no lee…
Hay unos cuantos que leen, no son muchos pero leen mucho; los libros son muy costosos para nosotros, lo que gana la gente en Colombia no le permite comprar libros y, sin embargo, los leen prestados.
¿Es verdad que ha dejado de leer?
No leo, pero tampoco tengo necesidad. Es una tristeza, preferiría que todavía quisiera leer, pero, primero, me cuesta trabajo, por la vista, y porque ya no me aportan nada los libros. Me aportaron mucho en otra época, de niño y de muchacho. Buena parte de mi vida me la pasé leyendo, primero literatura, luego ciencia. Quise saber muchas cosas y logré entender algunas y aprender otras. Después me dejó de interesar lo que escribían los demás. Esto no quiere decir que me hayan dejado de interesar cosas como la música, pero la música de viejos, la hispánica, porque la nueva, la anglosajona, es ruido.
Entonces ¿cómo es su vida ahora?
Muy vacía desde que no leo. No tengo nada qué hacer, toco piano por no dejar, alguna vez oigo música y veo los noticieros internacionales, pero poco; saco a la perra (Kina) a pasear, pero está cansada, aburrida y no logro hacerla feliz.
¿Y el entusiasmo para escribir?
Para mí es una diversión, como el gusto de un niño de cuando había mecanos, en vencer una dificultad que le entretiene. Ahora los niños se entretienen viendo cómo funciona un iPad; yo le sigo buscando las posibilidades al idioma, a ese género que se convirtió en el más importante de la literatura, que es la novela.
¿Cómo va ‘El desastre’, la novela que había anunciado?
Ya no se va a llamar así. Solo hablo de este libro, de los otros ya me olvidé. Este me ha venido dando vueltas y se ha emparentado con otros que he escrito, Entre fantasmas y La rambla paralela, que tratan de la muerte de un personaje. Es el cuarto sobre el mismo tema, de un narrador que se está muriendo o está muerto.
¿Por qué le atrae la muerte?
Se me volvió el tema central de lo que escribo porque es mi tema de este momento, por la edad. Todos estamos al borde de la muerte, no sabemos por dónde nos despeñamos, ni cuándo, pero por la edad es evidente que sea mi presencia permanente.
¿Tiene algún método para escribir?
Las cosas materiales se vuelven muy importantes. Antes del computador escribía en la cabeza, pasaba al papel y uno o dos días después lo corregía, lo pasaba en máquina y nunca lo volvía a tocar ni a cambiar. Mis novelas no tienen división por capítulos, así que no podía volver atrás, no volvía a mecanografiar. Con el computador, mover párrafos me facilitó las cosas, pero la esencia no cambió. Escribo una primera vez y voy viendo los errores de ritmo. Para mí, la literatura es el ritmo, las sonoridades, la distribución de las sílabas.
¿Después del libro sobre Cuervo vendrá uno sobre Rafael Pombo?
Pombo era un personaje extraordinario y bondadoso. Ni Cuervo ni Pombo tuvieron hijos. Empiezo a sentir simpatía por alguien que no hace este mal. Pombo es mejor que Cuervo, de alma más grande, los dos muy católicos, un obstáculo, pero por encima de esa basura, en el siglo 19 él habló de acabar las corridas de toros –y no con fines políticos como este señor que cerró la Santamaría–, sino por grandeza de alma. A los animalitos les dio voz en sus cuentos, sus poemas infantiles son los más bellos del idioma. Pero no voy a hacer más biografías, no tengo interés ni tiempo. La investigación de una biografía puede tomar una vida, lo que le queda de la vida de uno.
Pero Jorge Orlando Melo dice que Pombo lo que hizo fue transcripciones de cuentos ingleses…
Puede ser, eso también pasó con las fábulas de Iriarte y Samaniego; los cuentos de los hermanos Grimm eran cuentos populares, pero eso no importa. Importa que los vertió en sus palabras, con sus ritmos de la lengua española.
¿Sigue el proceso de paz?
Sí. Sigo esa farsa despreciable, los dos interlocutores me producen asco: el Gobierno y los de las Farc. ¿A Iván Márquez lo van a meter preso?, ¿lo van a fusilar o qué van a hacer con él? Que se postule para la Alcaldía de Bogotá como este Petro, un delincuente claro porque hay los otros delincuentes tapados de la política, porque el que toma un arma para atacar a la sociedad es un delincuente. ¿Y entonces los de las Farc están pensando volver a lo mismo y van a quedar impunes y lo que han conseguido, como los paramilitares, se lo van a guardar? No, con la delincuencia no se dialoga, la delincuencia se extermina. Y Santos encarna muy bien la clase política despreciable, es un ser despreciable. En algún momento esta clase política era culta y tenía la capacidad de hablar. Él no la tiene ni tiene cultura, no puede hablar, porque es un disléxico, es feo, en la totalidad es feo, por dentro y por fuera. Las palabras reflejan el alma de la gente.