El Festival Azabache de novela negra, que acaba de finalizar en la ciudad de Mar del Plata, va en camino de convertirse en una buena costumbre. Y este año supo abrir su paleta de colores a temas tan diversos como el fantasy, el terror y la gastronomía. Una actitud que cada vez más logra tender un puente interactivo con los lectores. Un balance provisorio a cargo de uno de los organizadores del festival
La icónica figura del detective investigador de los entresijos oscuros del crímen./pagina12.com.ar |
En el
Festival Azabache todos encuentran lo que vienen a buscar. No hay
consagración previa ni camino por recorrer que empañe esa felicidad.
Este año asistieron ochenta escritores y todos encontraron algo: un
rincón para exponer, un rincón para escuchar o para divertirse sin
pensar en que a los escritores nos conviene ser más bien solemnes y dar a
cada rato la fórmula para entender el mundo, y mejorarlo, de ser
posible. El que también encuentra lo que viene a buscar es el público,
los lectores, que durante esos cuatro días andan codo a codo con los
escritores que admiran, con los que no admiran, y con los que no conocen
y nunca leerán.
Este año, gente como Claudia Piñeiro, Juan Sasturain, Eduardo
Sacheri, Gustavo Nielsen y Guillermo Saccomanno (entre muchos otros,
perdón por las ausencias) encontraron un espacio para hablar de sus
obsesiones, que las tienen (quizá por eso son escritores) y las muestran
con gusto en el Festival Azabache. Hubo mesas sobre narcotráfico,
crisis, política, civiles y dictadura, siempre con su correlato
literario, integradas por escritores reconocidos, incluso famosos, junto
a otros que vienen lidiando con una realidad más bien árida, con
ediciones poco distribuidas desde editoriales sin respaldo financiero o
del interior. Hubo también mesas para analizar el creciente interés que
hay en el ambiente literario por la literatura de terror, que no
descarta zombis ni merchandising sangriento. En otras dos mesas,
editores y representantes de pequeñas editoriales contaron sus batallas
ligadas a editar, distribuir y financiar sus productos. Hubo también un
premio de novela negra y una instalación de Diego García Conde.
Los españoles Toni Hill y Carlos Zanón, el nicaragüense Sergio
Ramírez, el mexicano Elmer Mendoza, los colombianos Patricia Nieto y
Alberto Salcedo Ramos, Marisa Silva de Uruguay y la chilena Andrea
Jeftanovic hicieron sus jugadas, mostraron sus obras, hablaron de sus
realidades regionales y se despidieron dejando atrás lectores donde
antes no los tenían o aumentando los ya conquistados en buena ley. El
otro (y no es un mal apodo) que encontró lo que vino a buscar fue
Alberto Laiseca, homenajeado por sus lectores, seguidores y ex alumnos
de taller, muchos de ellos convertidos en escritores con futuro.
Vale la pena preguntarse por qué existen y se reproducen estos
festivales de género negro, sobre todo en un mercado donde el género no
es especialmente masivo en ventas, a diferencia de España donde, según
comentó Carlos Zanón, lo que cuesta es encontrar a escritores que no
escriban género negro. El tiempo lo dirá. Por ahora, el Festival
Azabache irrumpe en el panorama literario regional de manera un tanto
sorprendente, porque se organiza desde la periferia y en poco tiempo se
constituyó como referencia ineludible. Luego llegarían otros y
seguramente se sumarán algunos con el tiempo. Pero ninguno se parecerá
al Festival Azabache, porque en este espacio lo solemne es bombardeado a
cada instante con propuestas lúdicas, que algunos juzgan ridículas,
pero de las que no se animan a desertar. Pasemos lista: “Desayune con su
escritor preferido”, un espacio dedicado a que los escritores y los
lectores desayunen junto al mar, compartiendo mesas y conversación. “El
lado B”, donde los escritores son convocados para mostrar alguna
idoneidad ajena a la escritura. Este año hubo escritores cocinando,
boxeando, haciendo música y tarot. Hubo también un retiro literario
donde los escritores contribuyeron a elaborar un documento sobre el
futuro del libro que se conocerá en breve.
A diferencia del modelo instaurado por las ferias de libros, donde
el autor da su charla y se vuelve a su casa a seguir con su vida, parte
del éxito de este festival radica en obligar a convivir a escritores y
lectores. Y cuando digo obligar, no exagero. Quizá por eso se lo toma
por algo diferente; porque lo es.
Y cuando todos pensaban que el Festival Azabache era otro
amontonamiento más de escritores de policiales, abrimos el juego a otros
discursos, menos promocionados pero no necesariamente menos exitosos.
Bastaría hablar de las actividades relacionadas con el fantasy, con
cientos de chicos de escuela escuchando a autores como Leo Batic y
Victoria Bayona. Sé que algunos lo consideraron una traición al género
madre: el negro, o policial, pero la traición también es un tema negro,
que ha dado buena literatura. En este caso la traición ha dado buenas
actividades, sumando gente, y siempre lectores, más lectores.