Memoria. Una vasta muestra registra experiencias radicales entre los 70 y los 90, cuando en toda Latinoamérica vivimos entre el terror y la fiesta
Miguel Angel Rojas. Serie Mogador, 1978-1980, fotografía 70 x 100 cm. Archivo Miguel Angel Rojas Ortiz, Bogotá, Colombia. |
Periférico de Objetos. El Hombre de arena, Buenos Aires 1992. Fotografía, Magdalena Viggiani. |
Gianni Mestichelli. De la serie Mimos, 1980, Buenos Aires. |
Yeguas del Apocalipsis. “La conquista de América”, Santiago de Chile, 1989. Foto, Paz Errázuriz. |
Breno Quaretti. “Jóvenes haciendo siluetas en el Obelisco el último día de la dictadura argentina”, 1983. Archivo Hasenberg-Quaretti, Buenos Aires./revista Ñ |
Tras subir los tres pisos por escalera del antiguo Hotel de
Inmigrantes que aloja al Centro de Arte Contemporáneo del Muntref, la
muestra Perder la forma humana le depara al visitante otro
desafío. Tanto por la forma como en el contenido de lo que allí se
exhibe. Un conjunto de naturaleza diversa lo enfrenta a experiencias
desconocidas que tuvieron lugar en ésta y otras geografías en un tiempo
afortunadamente distante. Experiencias que nacieron de urgencias
políticas entre los 70 y los 90, que tuvieron un vigor incomparable pero
también una presencia fugaz. De allí que apenas sobrevivieran en la
memoria de quienes las gestaron y en algunos archivos imprevistos.
Bucear en ellos fue la tarea que emprendió la Red de Conceptualismos del
Sur, el grupo de investigación que coordinan, entre otros, las
argentinas Ana Longoni y Mabel Tapia, la chilena Fernanda Carvajal, el
peruano Miguel López y la brasileña Fernanda Nogueira y eligió asumir el
formato que despliega esta muestra.
Es desde allí que se
establece una serie de sintonías que van desde la intención de ganar la
calle para reclamar aquí y allá por los desaparecidos y por las
libertades democráticas, hasta enfrentar toda forma de autoritarismo,
incluidos los derechos de las minorías cercenados aun en aquellas
organizaciones políticas que se reclamaban libertarias. Todas sus
manifestaciones coincidieron en apelar a estrategias estético-simbólicas
destinadas a ganar presencia urbana. Es el caso de El Siluetazo, la
acción colectiva que acompañó la Tercera Marcha de la Resistencia e
inundó el centro cívico de nuestra ciudad con siluetas vacías un mes
antes de las elecciones de 1983. O la convocatoria NO +, del colectivo
chileno CADA, que en el décimo aniversario del golpe de Pinochet invitó a
los participantes a completar la consigna con su propio reclamo. Así de
participativo pero de tono crítico y paródico había sido la gráfica del
Gas-Tar y el colectivo CA-PA-TA-CO, que integraron Fernando Bedoya y
Emei, dos artistas que venían de la experiencia peruana y acompañaron
desde fines de los 70 las acciones de las Madres de Plaza de Mayo.
La
recuperación de la alegría que produjo el retorno a la democracia, los
cruces con el rock y la estética contracultural del punk y la
multiplicidad de expresiones que se entreveraron en el under teatral,
musical y artístico es otro de los núcleos que aborda la muestra en su
relación de geografías múltiples. Así también, el insoslayable
protagonismo que alcanzó el cuerpo en todos estos planos. Pero
fundamentalmente como afirmación libertaria, algo que hizo de la
estética “marica” una de las expresiones más vigorosas y potentes de los
80.
Resulta curioso sin embargo que se haya elegido por título Perder la forma humana
–fragmento de una reflexión del Indio Solari sobre la contracultura de
aquellos años– justamente para abarcar experiencias que se encargaron de
rescatar y restaurar la forma humana luego de años de haber sido vejada
y ocultada.
Organizada en un principio por el Museo Centro Reina
Sofía, en cuyas salas se exhibió a fines de 2012 y principios de 2013,
la muestra pasó por el museo Mali de Lima antes de llegar a Buenos
Aires. Perú encarna uno de los capítulos más tempranos de esta
articulación con el Grupo Paréntesis de 1979 y luego con el Taller NN y
su carpeta negra de desaparecidos por la que terminó vinculado a Sendero
Luminoso. Todos coincidieron en el uso de la gráfica para sus acciones.
Hacer pie en Latinoamérica era esencial a los contenidos de esta
muestra cuya premisa central son estas formas de resistencia que
emergieron en el Cono Sur. Se diría que como contracara vital y
espontánea de la macabra coordinación entre dictaduras militares que
organizó el plan Cóndor entre 1975 y 1992. Así, aunque presentada con
foco en los años 80, el conjunto de los materiales y referencias que la
exhibición reúne desborda esa década. Podría tomarse como denominador
común el espíritu transgresor que terminó por distinguir a los 80 pero
que en realidad se filtró en el horizonte ni bien asomaron las primeras
fisuras en los gobiernos militares hacia fines de los 70 y continuó más
allá de ellas en las rebeldías que surgieron con los reclamos no
satisfechos en los retornos democráticos. Esto se nota, por caso, en la
serie de performances Bienvenidos al Circo, que impulsó Ral Veroni y
consistió en desfigurar los afiches políticos de la elección de 1989 con
intervenciones paródicas, una estrategia muy 80.
La exhibición
tiene la gran virtud de delinear una cartografía de coincidencias, hasta
ahora desmembradas, dentro del área inicial que investigó
Conceptualismos del Sur, e incorporar experiencias de un gran interés de
México y Colombia. Pero, acaso demasiado concentrada en la lógica del
archivo, priva al espectador de recrear la vitalidad que caracterizó a
aquellos años en sus expresiones sensibles, que fueron muchas. Buena
parte de lo que refiere queda confinado a las vitrinas o limitado a
marcos menores en registros fotográficos. De los distintos núcleos que
articulan la exhibición, es en el apartado Anarkia donde esto resulta
más elocuente. Otra cosa promete la primera sala, que abre con imágenes
de El Siluetazo, La Cueca de las Yeguas del Apocalipsis y la recreación
del hombre de Arena del Periférico de los Objetos. Una potencia que
recién retoma la voz de Néstor Perlongher leyendo su poema “Cadáveres”
en el tramo final.