jueves, 22 de mayo de 2014

Narrar en la era de la vigilancia

 Libre expresión. Escritores de todo el mundo son perseguidos por distintos poderes. El titular del Club PEN Internacional traza un panorama preocupante


Antonio Machado. Murió cuando huía del franquismo en 1939.
Anna Politkovskaya. Periodista asesinada en 2006 en Moscú.
Salman Rushdie. Amenazado una década por su libro Versos satánicos.

Ismail Kadare. Acosado en Albania, debió exiliado en Francia.
Filtro. China, con 35 millones de usuarios bloquea la red; Turquía, también; Egipto lo hizo en 2011; Francia pidió eliminar contenido en 2012; la India censuró cuentas y urls en Twitter; Irán lo bloqueó en las elecciones de 2009; Corea del Sur mantiene un filtro en las ISP del país para evitar el acceso a información relacionada con su país vecino y Venezuela bloqueó imágenes subidas en febrero./revista Ñ.

Noticias de ayer. “Un activista tailandés contrario a la ley de lesa majestad y destacado miembro del grupo progubernamental de los ‘camisas rojas’ murió hoy tras ser tiroteado en Bangkok.” La información apenas circuló pero se refiere a Kamol Duangphasuk, un poeta conocido como Mainueng K. Kuntee. Salía de un restaurante cuando recibió entre cinco y seis disparos. Kamol era el líder de una fragmentación de los “camisas rojas” llamada “Grupo para la Declaración de Justicia Callejera” que trabaja en favor de la liberación de presos políticos en Tailandia.Cientos de personas han sido procesadas por lesa majestad (delito político, contra el pueblo, el príncipe y el Estado que persiste en algunos países) en estos años en el país, cuando en los 90 apenas se denunciaba una decena. El foro de Presos Políticos en Tailandia estima que cerca de 300 personas están encarceladas tras haber sido declaradas por los tribunales culpables de “difamar, ofender o amenazar al rey, la reina o al heredero al trono”.
El castigo sobre hombres y mujeres de ideas y palabras ha sido una obsesión de dictaduras diversas. Antes les resultaba más sencillo: secuestraban al autor, lo torturaban y/o mataban, se llevaban sus escritos, destruían imprentas y quemaban los libros. La velocidad de la difusión de ideas e ideologías ha cambiado notablemente. Internet, y las redes sociales en particular, aceleraron los ritmos y hoy una poesía insurgente atraviesa muros concretos y virtuales. Por eso el Club PEN Internacional destaca que el 30 por ciento de los autores y periodistas detenidos son blogueros. Cuando hay marchas o revueltas espontáneas en Sudámerica o en el mundo árabe se pide a los usuarios de redes wi-fi que liberen las contraseñas para facilitar la comunicación.
Pero aunque el flujo de libros e ideas sea ágil eso no evita represalias y nuevas persecuciones. La paranoia ha aumentado. Nos hemos vuelto, al parecer, “desconfiados” de los opositores, señalaba Salman Rushdie en 2013. Y más complacientes con los tiranos, agregaba: “El hombre que desafió los tanques en la plaza Tiananmen ha sido en gran medida olvidado en China”, subraya el autor de Versos satánicos , libro que publicó en septiembre de 1998 y que le valió una condena a muerte por parte del gobierno iraní en la década del 90. La amenaza lo obligó a vivir refugiado y custodiado hasta que la fatwa (pronunciamiento legal islámico), le fue retirada aunque algunos grupos extremos sostienen que sigue vigente. El libro era leído como un insulto contra Mahoma.
El “cinismo” domina y los negocios repuntan, remata el escritor chino Liao Yiwu exiliado en Berlín en una nota en el diario Le Monde a fines del año pasado donde fustigó “la indolencia de Occidente” hacia la represión de los disidentes en su país. Liao Yiwu –símbolo de la disidencia china–, fue arrestado en 1990, detenido durante cuatro años y torturado por haber recitado públicamente su poema épico Masacre el 4 de junio de 1989, aquel día sangriento en que el ejército puso fin al movimiento de la plaza Tiananmen.
Liao Yiwu huyó de China en 2011 y vive en el exilio en Berlín, señalaba en 2013: “Mi amigo Li Bifeng, poeta y escritor, que compartió mis cuatro años de cárcel después de la masacre de Tiananmen, al comienzo de los noventa, está en la cárcel en nuestra provincia natal, el Sichuan. Fue condenado a doce años de reclusión en el otoño de 2012. Obviamente, fue acusado de delitos económicos, pero todos saben que su único crimen es haber seguido fiel a la causa democrática, y haber sido amigo mío. Fue incluso condenado de una forma más excesiva que mi otro amigo fiel, Liu Xiaobo, que gozó, por su parte, de cierta compasión, ya que su pena de once años de cárcel le valió el Premio Nobel de la Paz en 2010”. Y también en esa declaración que publicó acusaba a los gobiernos occidentales: “Pero ¿quién se acuerda, hoy, de Li Bifengen Francia, qué intelectual sale a auxiliarlo, qué sinólogo tomó partido por él para pedir su liberación? Todos temen perder su visa para China, la subvención que será otorgada a su universidad si contribuye a crear allí un Instituto Confucio, la posibilidad de efectuar viajes a China cuando se realizan coloquios que son pretextos para grandes festines en hoteles de lujo. Utilizo mi pluma y la magia de la literatura para que los sufrimientos de China no sean silenciados, para que esta prodigiosa injusticia que se comete con nosotros, con los chinos, sea conocida en mínima medida: ¿por qué hay que lamentar las víctimas del nazismo, del estalinismo o del fascismo y seguir cantando loas al desarrollo económico de China? ¿Acaso nuestra piel es menos blanda que la de ustedes?”
Persecuciones legendarias
Muchos manuscritos y libros se perdieron en pleno siglo XX junto con la vida de sus autores. Una de esas víctimas fue, por ejemplo, Antonio Machado. Era enero de 1939 cuando huía del franquismo en compañía de su familia. Llegó a la localidad francesa de Portbou y la nieve lo obligó a abandonar su equipaje con sus manuscritos. Encontró refugio en el hotel francés Bounguel, pero allí murió veinticinco días después.
O el caso de Walter Benjamin perseguido durante la Segunda Guerra Mundial. Cercado por los nazis en su huida por los Pirineos entregó una bolsa de manuscritos a una mujer que lo acompañaba y se suicidó. Su acompañante, antes de ser apresada, abandonó la bolsa. Cada nuevo conflicto bélico o gobierno totalitario genera una nueva lista de perseguidos. Como la que, con un final de tortura y muerte, incluyó a los argentinos Rodolfo Walsh y Haroldo Conti.
Los hostigamientos no se detienen y además suman actores. Ya no se trata sólo de las fuerzas del sistema las que pretenden silenciar voces: aparecieron con violencia las mafias (caso Roberto Saviano en Italia) o los carteles del narcotráfico en Colombia y México (cientos de periodistas asesinados). A su vez la periodista rusa Anna Politkovskaya, fue asesinada en 2006 en Moscú cuando preparaba un artículo sobre las torturas sistemáticas en Chechenia. Las presiones y amedrentamientos se diversifican y atacan y se utilizan métodos novedosos como, por ejemplo, las acusaciones de “subversión” contra el escritor Liu Xiaobo y de supuesto fraude fiscal hacia el renombrado artista Ai Weiwei. Se trata de minimizar su activismo de resistencia y volverlos delincuentes comunes.
Pero evidentemente las herramientas que aportan las redes sociales se han vuelto determinantes y han devenido en los grandes cucos de los gobiernos que atacan la libertad de prensa. En febrero de 2012, un periodista y poeta saudí llamado Hamza Kashgari, publicó tres tuits sobre el profeta Mahoma. Hamza Kashgari afirmó posteriormente que “reclamaba su derecho” a pensar y expresarse libremente. Recibió escaso apoyo, y fue condenado como apóstata (que reniega de su fe). Muchos de sus acusadores pidieron que fuera ejecutado. Sigue preso.
El caso del premiado escritor albanés Ismail Kadare es excepcional y esperanzador. Huyó de su país rumbo a Francia durante el año 1990 amenazado por el presidente estalinista Enver Hoxa. Pudo volver 10 años después. Y vivir para seguir escribiendo.

John Ralston Saul: "Somos escritores, no tenemos pistolas ni bancos"  Escritor canadiense y presidente del PEN Club Internacional
John Ralston Saul tiene la mirada serena. La necesita para observar e intervenir en los rincones más alejados de la civilización para defender los derechos de un escritor, un periodista, un artista perseguido por gobiernos que violan los derechos humanos. Es el presidente de la Asociación Mundial de Escritores PEN Club Internacional. Vino a la Feria del Libro de Buenos Aires para presentarse en sociedad y trabajar por el crecimiento del PEN local que tuvo entre sus integrantes a Jorge Luis Borges, Manuel Gálvez, Eduardo Mallea, Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares y a Luisa Valenzuela en la actualidad.
–¿Qué papel está desarrollando el PEN en América Latina?
–No ha estado muy activo pero en México tiene un rol muy importante por la violencia que se ejerce contra los periodista. También se ha trabajado mucho en Honduras, Guatemala, y Brasil.


–¿Y en la Argentina?

-El PEN argentino ha tenido un rol muy importante en la conformación, la historia del PEN en sí mismo. Aún tiene muy buena gente y es imprescindible que crezca con más escritores y periodistas. Las voces argentinas han desaparecido en el debate internacional sobre la libertad de expresión en este país. Los necesitamos. Primero, quisiéramos un centro argentino de PEN grande para que juega un papel verdadero y desarrolle argumentos sobre la Argentina. Los PEN estadounidenses, por ejemplo, han tomado la posta en criticar a su gobierno en el tema de vigilancia. Y esto se convierte en el centro de nuestra posición internacional.


–¿Cuáles son los casos más graves en los que trabajan?

–Tenemos una lista de 800 escritores encarcelados en el mundo; el 30% son blogueros. En Myanmar, por ejemplo, hay un nuevo centro del PEN y casi todos sus integrantes han estado en la cárcel entre 5 y 11 años, son periodistas, dramaturgos, el presidente del PEN es bloguero y el secretario, editor.


–Hay países que aparecen cotidianamente denunciados como Turquía, Siria, China, Irán...

–Son diferentes situaciones. Siria es casi una anarquía y para los escritores es una situación imposible. Lo que podemos hacer es prestar atención, hay gente que nos informa, identifica los casos y también podemos ayudar a los escritores que quieren exiliarse. En China tenemos una campaña muy grande, mantenemos la presión incluso para involucrar a la ONU e instituciones internacionales. Allí puede pasar que el gobernador o la policía encarcelan periodistas que investigan casos de corrupción y después el gobierno central apoya al gobernador...


–¿Cómo son recibidos en esos países?

–Nos acusan de ser una organización occidental. No lo somos. Además, hemos protegido a escritores chinos comunistas de los años 30, por ejemplo. Y sin embargo, nos tratan de individualistas. Aunque yo sea canadiense represento a los escritores de todo el mundo. Somos escritores, no tenemos pistolas ni bancos; 800 de nosotros están en la cárcel y, paradójicamente, casi no hay militares ni banqueros en la cárcel. Aparentemente, la palabra es algo muy atemorizante, asusta. Nuestras campañas son muy eficaces cuando arrestan a alguien, tenemos un sistema de códigos en las redes; buscamos; movemos de una manera muy rápida, en medio día podemos llegar a liberar a alguien. Ocurre en un 50% de los casos de detenidos. La tecnología ayuda. Hace un año y medio una delegación del PEN de 20 escritores fue a Turquía, los recibió el presidente, los escuchó y apoyó. Pero después hubo un entredicho con el Primer ministro que no estaba de acuerdo y hubo un cortocircuito... De todos modos se abrió un diálogo en el ámbito público. Siempre tenemos gente del PEN en la corte turca. Y casi todos los integrantes del PEN están bajo investigación...


–¿Por qué se les teme tanto a las redes sociales?

–Usted sabe por qué...


–Temen su poder...

–Parece que les tienen medio. No sabemos qué va a pasar con estas redes, cambian todo el tiempo, mire lo que hicieron los blogueros de Túnez. Hemos publicado una carta abierta firmada por intelectuales como Günther Grass o Martín Caparrós por la situación en Turquía. Está admitido que se critiquen entre liberales o conservadores, pero a los gobiernos de este tipo no les gusta que los critiquen los intelectuales de afuera. Nuestra aventura es cambiar esa política.


–La investigación del PEN en Honduras dio resultados escalofriantes...

–Le cuento algo. Cuando se terminó el informe le pedimos al escritor mexicano Alvaro Enrigue que lo presentara e hizo lo que hace un gran novelista: leyó la lista de los muertos en Honduras de una manera muy creativa que te ponía la piel de gallina. Lo hizo frente a los funcionarios. Mientras hablaba, se filmaba las caras de los integrantes del gobierno y todos estaban incómodos, se escondían. No podían mirar. Fue algo hermoso: vi el poder de la palabra.