Escritores del siglo XXI, padres o hijos, plasman en sus libros un duro y apasionante retrato de la relación entre progenitores y vástagos de la generación hiperconectada
Jacobo Olmo, en primer plano, y Tea Falco en la película Tú y yo, de Bernardo Bertolucci, basada de la novela homónima de Niccolò Ammaniti./elpais.com |
Esta es la historia de toda la vida. Siempre sabida, siempre contada,
siempre misteriosa y siempre pensando que solo pasará a los demás. Es
la historia entre padres e hijos. La del abismo que parece ensancharse
entre una generación y la que viene detrás. Ahora la de los nacidos y/o
crecidos en el siglo XXI europeo que empieza a ser reflejada en la
literatura. La penúltima se titula Los cansados
(autocrítica, reflexiva y llena de humor y sátira sobre padres e hijos)
que retrata a la primera generación real del mundo dual, analógico y
digital. Con un riesgo: perder el eslabón de la comunicación con sus
predecesores y aumentar el aislamiento, a la vez que potencian las
ansiedades eternas sobre la búsqueda de afectos.
La obra de Serra se suma a una tradición de novelas, cuentos o
ensayos que han tratado de captar el presente-futuro de cada generación y
la relación de hijos y padres como lo hizo, por ejemplo, hace uno y
tres años el británico Ben Brooks con Lolito y Crezco; hace cuatro Niccolò Ammaniti con Tu y yo; hace cinco Belén Gopegui con Deseo de ser punk; hace seis David Trueba con Saber perder; hace 15 J. M. Coetzee con Desgracia; hace 23 años, de manera más trascendente y buscando un orden en el mundo, Fernando Savater con Ética para Amador; hace casi un siglo Franz Kafka con Carta al padre; hace siglo y medio Ivan Truegueniev con Padres e hijos;
y así hasta remontarse tiempo arriba hasta los mitos griegos cuando
Crono castra y aleja de su madre Gea a su padre, Urano, para poder
reinar sin sombras. El esquema se repite, sentencia Carlos García Gual:
“Un dios joven sustituye violentamente al viejo padre para hacerse con
el poder”.
Aunque no existe aún la gran novela de esta generación del siglo XXI,
que retrate la metamorfosis de terrícolas a cibernícolas, los trazos
característicos son:
1- La era del pospadre
2- Hijos de la hiperconexión
3- El narciso prematuro
4- Falsa autoconciencia
5- Búsqueda de afectos
“Esa relación padre e hijo es un problema tan antiguo como el mismo
ser humano, pero ahora con unas señas realmente inéditas: es la era del
pos-padre que ya no tiene las tablas de la ley y se ha convertido en un
padre NO autoritario; mientras los hijos viven en otra dimensión al ser
la primera generación de nativos digitales en la era de la
hiperconexión. Todo esto trastoca y altera el orden milenario de crianza
y socialización”, explica el periodista y narrador Michele Serra (Roma,
1954). Una clave es que si antes los hijos querían, como Crono, “matar
al padre” para forjar y consolidar su identidad y poder y abrirse
camino, ahora ni se les pasa por la cabeza, simplemente, ignoran a sus
progenitores. Tienen un Yo más coral que nunca, donde la Nana no es solo
la familia, el colegio y los amigos, también los cantos salidos del
mundo virtual.
Esa relación padre e hijo es un problema tan antiguo como el mismo ser humano, pero ahora con unas señas realmente inéditas: es la era del pos-padre que ya no tiene las tablas de la ley y se ha convertido en un padre NO autoritario
Los futuros nuevos dioses del siglo XXI europeo entran en una
adolescencia con un horizonte desierto de promesas y sembrado de miedos
nacidos de la precariedad laboral y la incertidumbre debido a parte del
desmantelamiento del Estado de bienestar y muchos logros alcanzados por
sus padres y abuelos en el siglo XX, precisamente uno de los temas
recurrentes de los escritores de la generación del desencanto, los
nacidos después de los años 70 que alcanzaron a tocar las promesas y ver
su desmoronamiento.
Es como si la banda sonora de los padres estuviera bajo el halo melancólico de Space Oddity, de David Bowie, y su estribillo visto como el clamor de un diálogo con sus hijos:
“Control de Tierra a mayor Tom / Control de Tierra a mayor Tom (…)
Sus circuitos están muertos, algo está mal
Puede oírme mayor Tom? / Puede oírme mayor Tom? / Puede…”.
Sus circuitos están muertos, algo está mal
Puede oírme mayor Tom? / Puede oírme mayor Tom? / Puede…”.
El silencio o la no respuesta se deben, entre otras razones, al
aumento de la desconfianza de los jóvenes hacia los mayores. Esa es una
de las señas en las nuevas relaciones reflejadas en la literatura,
asegura Jordi Sierra i Fabra, uno de los autores más exitosos del género
juvenil. Las relaciones, afirma, se han vuelto más complejas, pero
“cuando están en verdaderos problemas piden ayuda a los padres y quieren
hablar”.
Durante milenios los padres han disfrutado de una posición de dominio
sobre los hijos y ello les concedía una autoridad suprema en todos los
órdenes de la vida (económico, social, moral o religioso), recuerda el
filósofo y director de la Fundación Juan March, Javier Gomá. En el siglo
XXI, en cambio, aclara Gomá, “ser padre biológico no es suficiente: hay
también una tarea moral en la paternidad, que consiste en refrendar con
la ejemplaridad de vida el poder que ejercen los progenitores sobre sus
hijos”. En una época liberal y postideológica hay un tema que nunca
podrá faltar: “Los padres están ahí, influyendo sobre el hijo, incluso
antes de que se haya formado su subjetividad y su conciencia. Los padres
pertenecen a la mitología del individuo, y seguirán siendo una cantera
inagotable de temas para la novela futura”.
Como este deseo de comunicación de padres a hijos que es un invento nuevo en la historia de la humanidad.
“Control de Tierra a mayor Tom
Control de Tierra a mayor Tom…”.
Control de Tierra a mayor Tom…”.
“Ser padre biológico no es suficiente: hay también una tarea moral en la paternidad, que consiste en refrendar con la ejemplaridad de vida el poder que ejercen los progenitores sobre sus hijos
Una melodía versionada como Ragazzo solo, Ragazaa sola para la adaptación cinematográfica de Tú y yo
(Anagrama), de Ammaniti, dirigida por Bernardo Bertolucci, Las
narraciones actuales recuerdan que si antes el diálogo entre padres e
hijos era escaso, ahora los primeros buscan todo lo contrario. Los
acompaña un cierto sentimiento de culpa. La nueva generación poco quiere
saber de esa paternidad guay y enrollada . Reclaman su espacio y el
derecho a crecer solos. El resultado es una especie de orfandad paterna
que, se pregunta Serra con humor e ironía, si no será necesario crear
una “Carta Universal de los Deberes Humanos”, como la hay de los
Derechos.
Vistos por los adolescentes como “antiguos” e incapaces de vivir en
el mundo moderno, los padres, advierte Victoria Fernández, directora de
la revista CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil), están
desbordados, aunque dispuestos a ser los mejores padres, pero la
realidad es que “son figuras desvaídas y fugaces, cuando no personajes
rotos (divorciados depresivos, alcohólicos, violentos, emigrantes
depauperados, con muchas horas de trabajo) que precisan del cuidado de
unos hijos paradójicamente más maduros que ellos mismos. Padres que
actúan como el telón de fondo protector de dos mundos paralelos que
difícilmente se comunican, pero que consiguen convivir a base de
transigencia. Sin entenderse, pero respetándose: todos ganan”.
Tradición, imagen y rituales socavados. Los padres viven un periodo de deseducación y desaprendizaje.
Antes, ellos enseñaban a los hijos, ahora muchas cosas son al revés.
Los hijos se sienten más fuertes tecnológicamente, afirma Sierra i
Fabra. Llevan vidas paralelas en la tierra y en el ciberespacio, y
atienden a los dos como uno solo, con múltiples artilugios para
aprender, divertirse, comunicarse y socializar. “La gran lacra de los
jóvenes”, sentencia Sierra i Fabra, “es que creen saber y controlar
todo”.
Se amotinan contra el pasado; y el futuro.
“Los padres son figuras desvaídas y fugaces, cuando no personajes rotos (divorciados depresivos, alcohólicos, violentos, emigrantes depauperados, con muchas horas de trabajo) que precisan del cuidado de unos hijos paradójicamente más maduros que ellos mismos
Van en un viaje enmarañado de hiperconexiones que hace que crezcan de
manera precoz, patrocinados por el yoísmo de Internet. Es el narciso
contemporáneo. “Una hipermanifestación del ego que no es que cree o
aliente egoísmos, sino que prolonga al niño en la vida adulta en una
sociedad de gran consumo”. El resultado, muchas veces, es un narciso
extraviado y sin límites. “El narciso de masa se funda en la ignorancia
dando pie a un Yo niño”.
La otra paradoja, se lamenta Michele Serra, es que en la era de la
información y la comunicación el silencio, el diálogo y la soledad
parecen aumentar. Todos buscan. Todos encuentran. Todos hablan. ¿Todos
sienten de verdad? Sí y no. Escritores tipo Tao Lin, (Nueva York, 1983)
con obras como Eeeee Eee Eeee y Richard Yates (Alpha Decay) tratan de tomar el pulso desde ellos mismos.
Uno de los autores que ha contado en tiempo real y vivencial su
incorporación al mundo adulto ha sido el británico Ben Brooks (1992). Lo
hizo con las novelas Crezco y Lolito (Blackie Books).
Abordó los temas de siempre, dice Jan Martí, su editor español: “Amor,
amistad, etcétera, pero sin miedo, demostrando que el amor adolescente
es como siempre ha sido, con el único añadido de las facilidades (o
trampas) del mundo digital. Confusión, crueldad, deseo, melancolía. Como
siempre”. Con una diferencia, puntualiza Martí: “Hay algo que no
encontramos: la épica, el romanticismo, el desgarro que provoca el
desconocimiento del mundo es sustituido en muchas ocasiones por la
resignación y, por ende, el tedio”. Ellos creen haberlo visto todo,
conviven con tal sobreinformación que no esperan la sorpresa. “Pero es
solo una falsa creencia: aún tienen mucho que aprender, y es en la
interacción personal, en el contacto real con el otro donde se descubren
ignorantes y naifs, donde está todo por hacer. El máximo
ejemplo de eso es el sexo (ya lo han visto todo, lo han probado todo,
pero no lo han sentido todavía)”.
De terrícolas a cibernícolas, con dudas y deseos de siempre.
Solo que esta generación ha nacido y crecido con el abaratamiento o
eliminación de grandes logros y no saben o no valoran lo perdido “y el
trabajo que ha costado llegar hasta aquí y tratar de mantenerlo”,
reflexiona Erlend Loe, autor de Naíf-Super (Nórdica Libros).
Solo espera, dice el autor noruego, que la crisis actual traiga de
vuelta los valores perdidos durante la generación anterior y su
“equivocada interpretación del trabajo de sus padres y abuelos, sin que
supieran aprovecharla ni potenciar su esfuerzo”.
Hay algo que no encontramos en los jóvenes: la épica, el romanticismo, el desgarro que provoca el desconocimiento del mundo es sustituido en muchas ocasiones por la resignación y, por ende, el tedio
En España los autores más jóvenes pocas veces hablan de trabajo, cuenta Alberto Olmos autor de Ejército enemigo y Alabanza
(Mondadori) y crítico literario. “Quizá”, dice “no sea sólo un chiste
decir que muchos de ellos no tienen en verdad experiencia mayor en los
trabajos, pues su vida se ha decantado por un tipo de precariedad de
tono algo menos dramático -en todo sentido-, como es la colaboración en
prensa, la beca literaria o la impartición de talleres literarios,
oficios que no dejan de resultar narrativamente poco sustanciales”.
Futuros dioses y futuros exdioses, que serán relevados por sus hijos,
que quieren lo mismo que han buscado todos todo el tiempo. Belén
Gopegui en Deseo de ser punk (Anagrama), (“Una novela
paradigmática sobre lo que es escribir sobre este asunto eterno de la
literatura universal”, según el crítico J. Ernesto Ayala-Dip), lo
expresa así cuando un adulto le dice a su joven protagonista:
“— Además de acordarte y sonreír, una parte de ti seguirá triste.
Algunas cosas duelen y no se pasan. Tendrás treinta y cincuenta años, y
una parte de ti seguirá estando triste por los días que no pudiste ser
la reina de una fiesta, o por otros motivos que ahora no sabemos. Y
aunque tu novio de ese momento te abrace muy fuerte, notarás que tu pena
sigue. Hay una parte donde nunca nos abrazan. Aunque nos quieran
muchísimo. Esa parte está ahí, esa pena. Y nadie llega a tocarla nunca”.
La aguja cae sobre el surco del disco y tras un breve susurro canta al infinito:
El escaso diálogo en España
JOSÉ-CARLOS MAINER
El tema del hijo rebelde frente al padre —tema tan romántico— no tiene mucha presencia en España (¡Don Carlo
es una ópera de Verdi que ha tenido mala prensa entre nosotros!). En
Galdós, no recuerdo conflictos de padres e hijos y sólo en El abuelo, que es una obra (novela dialogada y luego drama) inspirada de lejos en El rey Lear,
aparece un feroz abuelo hidalgo, León de Albrit, acongojado por saber
cuál de sus dos nietas es legítima porque sabe que una de ellas no lo
es. Otra versión de Lear, con algo de los hermanos Karamazov quizá, está
en las Comedias bárbarasde Valle-Inclán, con los hijos
amotinados frente a un padre autoritario, don Juan Manuel de Montenegro:
es quizá la versión más fuerte e intensa del tema del rebelde.
En Unamuno la relación padre-hijos es central en toda su obra, quizá
como reflejo de su circunstancia personal (perdió tempranamente a su
padre). La orfandad caracteriza a muchos de sus personajes y la ambición
educativa equivocada (y el consiguiente fracaso del muchacho que le
lleva al suicidio) aparece en Amor y pedagogía. También por
desgarraduras propias de su biografía, en Sender tiene importancia la
relación (mala) con un padre imponente: se ve en los primeros tomos de Crónica del alba,
por ejemplo. En Juan José Millás, el tema familiar es obsesivo y la
idea de un padre inútil para la vida práctica, unas madres absorbentes y
una vida familiar turbia y siniestra resulta un dato recurrente en la
mayoría de sus relatos: particularmente, Cerbero son las sombras y Tonto, muerto, bastardo e invisible. La ausencia del padre y la imaginación de sucedáneos es otro tema frecuente en Marsé (Un día volveré, Rabos de lagartija), e incluso en Ignacio Martínez de Pisón (Dientes de leche).