sábado, 24 de mayo de 2014

Cuento negrísimo




 Rubem  Fonseca 

Artes y oficios                               


Te fastidias los dientes cuando eres un muchacho miserable, pero si después ganas bastante dinero encuentras un dentista que te arregla la dentadura. Eso me ocurrió a mí, me implanté todos los dientes, un prodigio de ingeniería odontológica. Estoy lleno de dientes que no se caen ni se llenan de caries, pero cuando doy una carcajada frente al espejo extraño mi antigua boca, ahora mis labios se abren de una manera que no me gusta. De cualquier forma, no me faltan dientes y puedo morder con fuerza a las mujeres y los filetes. Antes vivía en un conjunto habitacional miserable y andaba en tranvía, apretado como sardina en lata. Hoy vivo en una bella mansión en un condominio cerrado en la Barra, tengo dos automóviles y dos choferes. Tenía una pierna más larga que la otra y ni me había dado cuenta. Andaba con obreras, meseras de lonchería, empleadas domésticas, algunas analfabetas. El dinero me dio piernas del mismo tamaño, me dio una esposa de buena familia, arruinada y llena de diplomas, me dio una amante, sin diploma pero que sabe vestirse elegantemente y atravesar los salones de fiesta haciendo poses. Dinero, es de lo que yo entiendo.

Tampoco fui a la universidad. No tengo bachillerato. Para decir la verdad, ni siquiera la primaria. Eso ha sido una preocupación para mí, la única que el dinero no solucionó. Si eres rico y no tienes títulos la gente cree que eres un burro. Si eres pobre y tampoco tienes título las personas dicen no fue a la escuela, ni siquiera a la primaria, pero él solito aprendió a leer a los mejores autores, es un tipo muy inteligente. Eso decían de mí, cuando era pobre. Cuando me hice rico empezaron a difundir que yo era un animal, que compraba los libros por metro, puras mentiras. Debía haber comprado un título de economista después de que empecé a ganar dinero. Ahora ya no puedo hacer eso, la gente lo sabría, los ricos estamos muy vigilados. Oportunidad, de eso entiendo yo.

Entonces leí el periódico:

Sea un escritor respetado y admirado por sus amigos, sus vecinos, su familia, su novia. Yo escribo por usted el libro que quiera. Poesías, novelas, cuentos, ensayos, biografías. Absoluto secreto. Cartas al Ghostwriter. Apartado Postal 333 507. Rio de Janeiro.

Ya había visto un anuncio parecido, de un tipo que se ofrecía a escribir tesis de maestría o de doctorado para estudiantes reprobados y desertores. Ese día hablé con mi mujer, tengo ganas de escribir un libro, una novela, a fin de cuentas, si aprendí a leer solo, puedo aprender a escribir también solo. Tú sabrás, me respondió. Al día siguiente le dije lo mismo a mi amante. Ella respondió, me parece una buena idea, ser escritor es una cosa tan chic.

Fui al correo y alquilé un apartado postal. No quería tener contacto personal con el Ghostwriter. Si el libro que me escribiera era bueno yo lo publicaría y el Ghostwriter terminaría por saber quién era. Pero si fuera malo lo tiraría a la basura y el escritor alquilado no tendría que saber mi identidad.

Ghostwriter. Leí tu anuncio. Me interesa. Quiero una novela de doscientas páginas como mínimo, a la manera de Machado de Assis. Pago lo que sea necesario. Indícame cuál es tu banco y el número de cuenta para que te deposite la primera parte, diez por ciento del total. Pagaré el resto en partes de treinta por ciento, mediante la entrega de setenta páginas, o más, en cada ocasión. Responde a Tomás Antonio, Apartado Postal 432 521.

Gané dinero en los negocios, comprando y vendiendo cosas. Así es como uno se enriquece. Compra y venta. Ganar dinero, es de lo que yo entiendo. Mi chofer se llama Gaspar, el de mi mujer se llama Evanildo. Mi cocinera hace cualquier plato, por más sofisticado que sea. Pagándole tres veces más la saqué de la casa de unos de esos señoritingos que todavía tienen valor para hacer comidas de sección de sociales. Cuando doy una comida, yo también la pongo en la sección de sociedad. Ya me han dicho que eso ya no se hace, que el golpe está en dejar aquí las raíces y gozar los frutos en el extranjero, lejos de las miradas de los envidiosos. Pero entonces de qué sirve que tengas la mejor mansión y la mejor cocinera, y los mejores dientes y las mejores ropas, y los mejores cuadros en la pared si no es para enseñárselos a los demás. Los envidiosos que se pongan verdes de coraje y que ardan en su amargura. En una cena que di en mi casa, oí a un tipo que andaba por ahí muy arregladito decir disimuladamente a la mujer que estaba a su lado en la mesa, una señora que había sido invitada sólo para que figurara, el dinero está cambiando de manos. Eso fue lo que dijo, el dinero está cambiando de manos. Él, el rico antiguo, se refería a mí, el nuevo rico. Los ricos antiguos no quieren que el dinero cambie de manos, ¿pero cómo no va a cambiar de manos si esos parásitos no trabajan? La diferencia entre los ricos antiguos y los ricos nuevos es que los ricos antiguos, aquéllos que aún no han sido arruinados por la ociosidad hedonista, tienen dinero desde hace más tiempo y son avaros. Aunque también es verdad que tanto los antiguos como los nuevos se llenan la panza gratis de caviar en las casas de los otros. Lo caro siempre es bueno, aunque sea ruin, esa es la regla de oro de los consumistas. Exhibicionismo, yo entiendo de eso.

Tomás Antonio. El banco es el Bradesco, sucursal 163, cuenta 11 429 654-9. Nombre: M. J. Ramos. Mis honorarios por el libro, diez mil reales. Ghostwriter.

Diez mil reales, el precio de un Volkwagen ordinario, mi libro sería una mierda. Pero deposité el diez por ciento en la cuenta del Ghostwriter.

¿Vas a escribir el libro en una computadora?, me preguntó Gisela. Aún no he hablado de Gisela, mi amante. Un tipo rico debe tener una amante, lo saca a uno de la rutina burguesa. Un tipo pobre también debe tener una amante, si puede, evidentemente, hace bien a la salud y vuelve más amena la miseria. Las esposas siempre son aburridas, en los libros y en la vida real, una amante te hace tener más paciencia con ella, con la esposa. El casamiento es aburrido. La casa de la persona puede ser algo sin gracia, la casa de la mayoría de las personas es algo sin gracia, pero siempre quieren transformarlas en una vitrina. La gente se mete dentro de la vitrina, junto con las bagatelas. Forman parte de la vitrina los dientes tratados, las ropas buenas, los buenos zapatos, las uñas arregladas por la manicurista, la silueta delgada, los electrodomésticos, las alianzas, el perfume, la modulación de la voz y el impacto de las palabras, la cara sin verrugas (¿ya dije que me quité una verruga de la cara?); y cuanto más adornada está la vitrina, mayor es nuestra felicidad. Exhibicionismo, yo sé de eso.

Pero estaba hablando de mi amante, Gisela. Antes, un consejo a las jóvenes aventureras: si quieren conseguir un amante, escojan un nuevo rico. Son más generosos. No piensen que padezco una envidia retrospectiva por haber sido pobre cuando era joven. Nada de eso. A los ricos antiguos no les gusta que el dinero cambie de mano, es decir, puede cambiar de mano, pero sólo entre las antiguas manos de ellos. Pero volvamos a Gisela. Sí, respondí, estoy escribiendo en una computadora. ¿No es lo que hacen todos los bobos que están a la moda? Además, ya había comprado, sólo para farolear, la mejor micro que había en el mercado, con todos los periféricos, multis, nets, shifts, alts, roms, rams. Ya tenía otra, lo máximo en arte, pero quien la usaba era mi secretaria. Pero volvamos a Gisela. Una buena amante, como Gisela, tiene que ser bonita, debe tener todos los dientes, tiene que pesar diez kilos menos que la fracción de centímetros de su estatura (siempre y cuando no sea enana, claro), tiene que hablar inglés y francés, debe gustarle el cine, debe tener pies pequeños, debe tener senos pequeños (aunque los senos, si están sueltos dentro de la blusa de seda, deben balancearse levantados cuando ella camine sin balancearse, pues una mujer elegante no mueve el trasero cuando mueve las piernas), debe tener muslos duros y firmes, debe tener un trasero pequeño y duro, debe tener mucho cabello en la cabeza, tiene que comer con la boca cerrada, debe tener dedos largos, debe tener ojos grandes y tiene que gustar de ti. Y todo lo que tiene que darte es amor. Y todo lo que tú le tienes que dar es amor y dinero. Cuanto más de uno y otro, mejor. A todo el mundo le gusta recibir regalos, hasta los macumberos lo saben y atascan al santo de cachaza y farofa. Pero no le des regalos baratos a tu amante. Si ella dice que prefiere una rosa a una piedra preciosa, es una impostora. A las mujeres les gustan los hombres poderosos. El dinero gastado pródigamente con una mujer es la más impresionante exhibición de poder que un hombre puede hacer ante ella. El pródigo expresa a la mujer beneficiaría de su despilfarro el mismo poder venerable que el secuestrador, el torturador y el verdugo representan para sus víctimas. Pero hay casos en que el sujeto, sin estar podrido en dinero y sin tener soberanía sobre la vida y la muerte, puede ejercer un cierto poder, una minucia es verdad, sobre las mujeres: son los tipos que poseen mucha belleza, mucho talento o mucha fama. Pero entre un poeta tierno y un propietario pomposo ellas siempre escogen a este último.

Además de asno, dicen de mí que soy un cínico, misógino, hedonista, consumista. ¿Misógino? Yo no desprecio a las mujeres, no les tengo aversión. Misógino y asno es demasiado.

Recibí las primeras treinta páginas del Ghostwriter.

El título de la novela era El falsario. ¿El falsario? Qué título más desafortunado. ¿El Ghostwriter se estaba burlando de mí? Tomé las páginas que el Ghostwriter me mandó y las pasé a la computadora. Mi personaje, el falsario, está escribiendo un libro de memorias, una autobiografía. Es un especialista meticuloso, durante meses se ejercitó para imitar la letra del sujeto a quien atribuirá la autoría del documento que está falsificando, la u mayúscula que parece una m, la c mayúscula semejante a una l, etc., etc. Las hojas de papel que usaría para su maquinación ya eran viejas, pero él descubrió un complicado proceso para envejecerlas artificialmente aún más. Aquí va un fragmento, pequeño: Seguro de que ya conseguía reproducir con exactitud la letra, se sentó y empezó su obra. Nací y fui criado en el morro de Libramento, en Rio de Janeiro. Mi madre murió cuando yo era un niño. Mi padre se casó nuevamente, pero murió dos años después del casamiento. Fui criado por mi madrastra, que era lavandera.

¿Criado por la madrastra lavandera? Por la lectura de las primeras no se podía saber mucho. La historia no era novedosa, creo que ya he leído algo parecido. Pero nosotros los lectores sabemos que una historia mala pero bien escrita produce un buen libro, así como una buena historia si estuviera mal escrita produce un libro malo. La historia era medio confusa, pero no estaba mal escrita.

Ghostwriter, recibí las primeras páginas de la novela. Debes recordar que te pedí una novela con el estilo de Machado de Assis y lo que me enviaste no tienen nada de Machado de Assis. ¿Aún puedes cambiar? Tomás Antonio.

¿Estás preocupado por alguna cosa?, preguntó Gisela.

No me está gustando la historia que estoy escribiendo.

¿Por qué no escribes sobre mi vida?

Cuanto menos sepamos uno de la vida del otro mejor, respondí.

Tú no fuiste el primero, ¿lo oyes?

Sí, te oigo, no fui el primero.

Ni el segundo.

Sí, sí, ni el segundo.

¿No quieres saber tu número?

Sí, sí, quiero saber cuál es mi número.

Ocho, eres el número ocho.

Sí, sí, soy el número ocho.

Deja de decir sí, sí.

Olvidé decir que las amantes son para verlas de vez en cuando. Si no se vuelven odiosas igual que las esposas. Aquél era el segundo día consecutivo que veía a Gisela. Dos días seguidos es demasiado. Las amantes deben verse como máximo un día sí y otro no.

Mi madre murió cuando yo era pequeña, mi padre se casó y murió al poco tiempo. Fui criada por mi madrastra, dijo Gisela. Increíble, le dije, en mi novela la madre del personaje también murió cuando él era pequeño y su padre se casó de nuevo y fue criado por la madrastra. ¿Tu madrastra era lavandera?

¿Estás loco? Imagínate, ¡mi madrastra lavandera! Ella era de muy buena familia, yo soy de muy buena familia, mi abuelo era el barón de Laranjeiras.

Yo conozco al barón de Limeira...

Gisela se enojó. Apartó mi cara de su pierna diciendo, no me gusta que me muerdas. Pero no hay rabieta que resista una joya. Siempre tengo una joya de reserva para estas ocasiones, un par de aretes, un anillo, una pulsera. Le di un anillo de brillantes. A Gisela, en realidad, le gusta que le muerda la pierna.

Tomás Antonio. El falsario está creando una autobiografía de Machado de Assis. Así como no lo notaste, el lector también se dará cuenta de ello sólo cuando ya esté adelantado en la lectura de la novela. El texto me está dando mucho trabajo. Tuve que investigar sobre los procesos técnicos del envejecimiento del papel, estoy teniendo que leer todas las autobiografías de Machado de Assis. La historia de la falsificación y la autobiografía, apócrifa, pero que será de gran exactitud en las referencias a la vida de Machado, sirven de marco una para la otra. Proceso de encasillamiento, ¿entiendes? Voy a tener más trabajo del que pensaba. ¿Podríamos aumentar mis honorarios a veinte mil? Ghostwriter.

¿Proceso de encasillamiento? ¿El tipo estaba queriendo impresionarme con sus idioteces teóricas? Debía ser un estudiante de Letras. Acepté el aumento que pedía. Intuición, yo entiendo de eso.

¿Ya hablé de mi secretaria? Una buena secretaria debe tener las cualidades de un buen perro: fidelidad y gratitud. Dios en el cielo y tú en la tierra. La secretaria no puede verte desnudo, no debe verte acobardado, no debe ver que te limpias los dientes con un palillo. Y tú, periódicamente, debes darle palmaditas en la espalda, como se hace con las focas. Nada de broncas, sólo incentivos. Un idiota me dijo un día, si tuvieras las máquinas precisas no necesitarías de una secretaria. Una estupidez más de los norteamericanos. Nada sustituye a una buena secretaria, nada es mejor que una buena secretaria, ni nuestra madre. Se llama Esmeralda. Eso no tiene solución. Dadá, Esmer, Meralda eran peores. Le sugerí Adlaremse, complicado pero refinado. A Esmeralda no le gustó. Si a ella no le gusta, a mí tampoco. Esmeralda es una maravilla, examina los contratos con los abogados, nunca sé cuando usa sus toallas, nunca ha tenido un dolor de muelas, controla mis movimientos bancarios, sólo necesito decirle compra, vende.

Teniendo todo esto, dirán, sólo podría ser un hombre feliz. Sería un hombre realmente feliz si no dijeran a mis espaldas que era un asno. Yo me defiendo afirmando que no importa si los demás dicen que eres una mierda, porque sólo serás realmente una mierda si tú mismo crees que eres una mierda. Pero esa frase, cuya concepción parece haber sido inspirada en uno de esos postulados que aparecen en los manuales cretinos que enseñan a los crédulos a desarrollar su autoestima y a vencer en la vida, es una más de mis imposturas. Sufro, lo repito, sufro por que me llamen a mis espaldas asno. Y hacen eso porque soy nuevo rico y no sabía (en el pasado) usar correctamente los cubiertos, no sabía (en el pasado) la diferencia entre bordó, borgoña y beaujolais, conocimientos inútiles que dan lustre a la vidita de los antiguos ricos. Insisto, yo entiendo de eso.

El Ghostwriter tardó tres meses para acabar el libro. Dicen que hay autores que tardan cuatro, cinco, diez años para escribir un libro de doscientas páginas. Diez años tienen tres mil seiscientos cincuenta días. Le basta al holgazán con escribir veinte míseras palabras al día y finalmente a los diez años tendrá las setenta y tres mil palabras suficientes para un libro de doscientas páginas. El falsario tenía seiscientas páginas, el Ghostwriter había trabajado duro. En resumen la historia era así: el falsario, a petición de un editor deshonesto, hace un libro de memorias como si fuera de Machado de Assis; las memorias son publicadas, todo el mundo cree que son verídicas, los críticos enloquecen, el libro se vuelve un best-seller, no se habla de otra cosa. Pero al final el falsario, no se sabe si por arrepentimiento o porque quiere vengarse del editor, de los lectores y de los críticos, denuncia la maniobra, dejando a todo el mundo con cara de idiotas.

Saqué seis copias y lo mandé a seis editores. Sólo uno respondió, preguntándome si no podría cortar los fragmentos que hablan de la vida de Machado de Assis, que aquello era innecesario y el corte no perjudicaría el libro, que seiscientas páginas era mucho, que las editoriales en general atravesaban una etapa difícil debido a la crisis económica, etc. Los tipos no querían invertir en un tabique de un autor desconocido. Pretextos, yo entiendo de eso.

Pagué la edición, ¿no fue eso lo que todos los escritores aburridos y prolijos hicieron? Un libro de seiscientas páginas nadie lo lee, pero impresiona por su tamaño. No ahorré dinero. Le pagué a un cretino para que escribiera la solapa, mi foto para el libro fue tomada por el mejor profesional del lugar, la portada fue hecha por el mejor diseñador de portadas del país. Sólo hice mil ejemplares y le pedí al editor que distribuyera quinientos. Pensé, al recibir el primer ejemplar con mi nombre en la portada a colores, esta mierda vale tanto como mis dientes postizos. Hay que ver las cosas como son. Yo entiendo de eso.

Durante un mes nada ocurrió. Pero el crítico de una revista semanal me descubrió, dijo que yo era la mayor revelación literaria de los últimos años, y los quinientos ejemplares que estaban en los estantes más escondidos de las librerías se agotaron en un día. El editor publicó una nueva edición de diez mil ejemplares, y otra, y otra más. Me hice famoso, de la noche a la mañana. Di entrevistas a todos los periódicos, di entrevistas a la televisión. La gente me pedía autógrafos. Gisela me pidió un autógrafo. Esmeralda me pidió un autógrafo. En las cenas hablaban de mi libro. ¿Dónde estaba el asno? Venganza, yo entiendo de eso.

Tomás Antonio. Seguiré llamándolo así. Necesito conversar con usted, personalmente. Indique cuándo y dónde. Ghostwriter.

¿Me sorprendió? No, ya estaba preparado para algo parecido, ya había previsto que el pobre diablo miserable, medio tuberculoso, sufriendo por la estupidez que había hecho al venderme el libro que todos decían que era una obra maestra, me buscaría para hacer un ajuste de cuentas.

Ghostwriter. Encuéntrame en la plaza Nossa Senhora da Paz, el jueves 15, a las cinco de la tarde. Ya viste mis fotos en los periódicos. Estaré sentado en una de las bancas de la plaza, esperando. Tomás Antonio.

Ese día, veinte minutos antes de la hora marcada, llegué a la plaza y me senté en una banca cerca de la entrada. Desde donde yo estaba tenía una visión perfecta de todas las personas que llegaban. Entró un tipo con un periódico, entró una pareja, entró un mendigo, otro sujeto con una gorra, una nana con un niño, otra nana, otro mendigo, el tiempo pasaba y ninguna de las personas que llegaban se dirigía a mí.

Buenas tardes.

La mujer había aparecido de repente y estaba allí, al lado de la banca, extendiéndome la mano.

Buenas tardes, respondí, apretando su mano.

¿Puedo sentarme?

Claro, no te vi entrar a la plaza.

Ya estaba aquí cuando usted llegó. Sentada en aquella banca.

Me distraje, no pensé en eso, que respondí antes. ¿Tú eres el Ghostwriter?

Sí.

¿M. J. Ramos?

María José.

Hablaba de manera tímida, parecía avergonzada.

Siéntate. ¿Puedes comprobarlo?

Es fácil, tengo todo el libro en la cabeza. Te voy a contar cómo fue que lo escribí.

Quince minutos después, interrumpiéndola, le dije, detente, te creo, ¿qué es lo que quieres?

Se quedó callada. Debía tener unos treinta años, piernas delgadas y ojos castaños, vestía falda y blusa y usaba zapatos corrientes de tacón bajo y cargaba una bolsa pequeña de plástico y tenía los dientes amarillos por fumar.

Me siento...

Tonterías. Puedes hablar.

Necesito hacerme una operación.

¿Tú o tu madre?

Yo.

¿Cuánto?

Bien, es el médico, la hospitalización... No tengo ningún seguro de gastos médicos...

¿Qué tipo de operación?

Prefiero no hablar de ello. Pero ya la solicité. Sabía que podía confiar en usted.

Plática suave para dormir al buey, yo entiendo de eso.

Bien, tengo una propuesta que hacerte. Te doy algo hoy, para los gastos urgentes. Depositaré en la cuenta del banco que me indiques todo el dinero que la venta del libro ha dado y lo que vaya a dar, por el resto de la vida. Dame el número de cuenta.

Usted lo sabe, ya hizo depósitos en ella Yo no debía pedirle nada más, un trato es un trato.

No te preocupes. Te mereces mucho más.

Firmé un cheque y se lo di. Este es sólo el primer pago.

No necesito tanto, dijo, guardando el cheque en la bolsa. No quiero nada más.

Con lo que te sobre te compras ropa. ¿Quieres un aventón? ¿Dónde vives?

Está muy lejos. Jacarepaguá.

Te llevo.

Oscurecía cuando subimos al coche. Nos fuimos por la avenida Niemeyer. Cuando yo era un descalzo más soñaba con tener un carro para ir a pasear a la Barra. Ahora que vivo en la Barra, andar por aquella avenida me molestaba. Se quedó callada a mi lado, ¿que sería lo que pasaba por su cabeza? ¿Que yo era un ingenuo que había caído en el cuento de la operación, pero que aquel golpe que me había aplicado no era suficiente para reparar la equivocación que había cometido al venderme el libro? ¿O bien que yo era un sujeto generoso que había acabado con sus dificultades? ¿O?

¿Cuántos libros por encargo has escrito?

Ese fue el primero. Quiero decir, siempre escribí, desde niña, pero lo rompía todo.

¿El primero? Podríamos escribir otro, ¿qué te parece?

No sé, ya no quiero hacer esto.

¿Arrepentida?

Algo así.

Las casas empezaron a escasear y andábamos por una carretera desierta y oscura. Me quedé imaginando una manera de solucionar mis perplejidades de una vez por todas, en caso de duda no vacilé, es así como se gana el dinero. Podría agarrarla por el cuello, ahorcarla y arrojar su cuerpo en la playa. Pero ése no era mi negocio. Compra y venta, yo entiendo de eso.

Mira, dije, no puedo dejarte ir sin resolver un asunto.

Creí que ya lo habíamos resuelto.

En la oscuridad, María José no resultaba tan sin gracia. Por algunos momentos imaginé cómo se vería con las ropas de Gisela. Hay quien dice que para que una mujer se vea elegante debe tener piernas delgadas.

Aún no hemos resuelto el asunto. Te diré cómo es que esta historia puede tener un buen final.

Hablé media hora. Me oyó en silencio.

¿Entonces?, pregunté.

Jamás podría esperar que usted... que alguien me propusiera eso... Yo nunca... Cuando era pequeña los muchachos ni me miraban, después, los hombres no me miraban... Usted me conoció hoy, cómo es que...

Simbiosis, dije.

Encendió un cigarro, examinó mis ojos a la luz del fósforo.

Sé que serás paciente y delicado conmigo. Simbiosis, dijo.

Entonces estamos de acuerdo. Una pregunta: ¿de veras te ibas a operar? Un hombre y una mujer deben confiar uno en el otro.

Oí la respuesta, esa respuesta ya no tenía importancia.

Es complicado tener dos amantes. Problemas logísticos. Sin olvidar a la mujer que se casó en lo civil o en lo militar contigo, ella también tiene que entrar en la planificación de las cosas que hacemos con las otras, y esas cosas son muchas: está la distribución de cariños y risas, eso no puede faltar, y está la compra de joyas, lo que es fácil, basta que una joya sea muy cara para que sea apreciada, y está la compra de ropas, lo que es complicado, a unas les gusta enseñar las piernas, a otras les gusta mostrar los pechos, y están las visitas a los amigos, lo que es aún más complicado, ciertos amigos no pueden conocer a ciertos amigos, y están los viajes, siempre ocurre que a las tres les gusta la misma ciudad que tú odias, y el viernes está el estreno del musical al que todas quieren ir, y está la visita confidencial y embarazosa al ginecólogo de la cual no puedes desaparecer, y está el pintor y el carpintero y el electricista, a las mujeres les encanta hacer obras, y está el decorador y están los parientes, hasta da escalofrío de sólo pensar en los parientes, y aunque consigas poner en perfecto orden todas esas cosas, como una cubierta de telas, o como las escamas de un pez, de modo que dejes que corra el agua sin crear pozas o sin que te arrastre al remolino, vas a tener que programar tu vida como un general planea una guerra.

Hice un trato con Gisela, no me gusta ver sufrir a nadie.

María José dejó de fumar y ya no tiene los dientes tan amarillos.

El nuevo libro casi está listo. Será aún mejor que el primero. Éxito, yo entiendo de eso.

Texto: Los mejores relatos.Rubem   Fonseca. Editorial Alfaguara. 1998. Foto:internet