jueves, 15 de mayo de 2014

La literatura breve en Buenos Aires

No soy tanto un novelista, como me prefieren mis lectores en México, sino un autor (uso la terminología mexicana) de minificciones

René Avilés Fabila, autor mexicano de minicuentos./cronica.com.mx
 
Cuando en la adolescencia comencé a leer a Kafka, Borges, Torri, Arreola, Monterroso y Edmundo Valadés, los términos para calificar al cuento muy breve no existían, uno escribía pequeñeces llenas de imaginación y exactitud, de pocas palabras y listo. Hoy llamamos a esos textos de diversas maneras. En Argentina le dicen microrrelato, los mexicanos preferimos llamarlos minificciones y así sucesivamente. Es claro que se trata de un nuevo género con multitud de antecedentes: fábulas, haikus, greguerías, frases memorables extraídas de una novela y acaso bromas agudas. Hoy podríamos hablar sin temor de un nuevo género cultivado por miles y miles de escritores, no importa el nombre que le concedamos. Los resultados son los mismos, un nuevo arte que crece y mejora, que adquiere adeptos fanáticos que no sólo los escriben, asimismo los antologan.

Durante la pasada Feria del Libro de Buenos Aires, los autores de brevedades tuvieron un sitio muy destacado gracias a Raúl Brasca, Ana María Shua, Juan Romagnoli, Rogelio Dalmaroni, Fabián Vique, Débora Benacot, Julio Ricardo Stefan, David Slodky, Mariángeles Abelli Bonardi, Laura Nicastro, Martín Gardella, Eduardo Gotthelf, Sandra Bianchi y muchos más. Como invitados extranjeros estuvimos el colombiano Guillermo Bustamente y yo. El encuentro, donde pude ver al afamado promotor de microrrelatos, Sergio Gaut vel Hartman, tuvo una riqueza notable: hubo microteatro interpretado por actores profesionales, entrega de resultados de premios a los ganadores de cuentos tan reducidos que eran auténticos tuiters. Una fiesta con un numeroso público. Nunca he visto tanta inteligencia, imaginación y sentido del humor reunidos. Un microrrelatista, Eduardo Gotthelf, se dio el lujo de leer su trabajo mezclándolo con actos de magia. Todo dentro de un grato y, eso sí, muy grande sentido de la camaradería.

Fueron días maravillosos. Al contarle públicamente mi formación literaria a Raúl Brasca, me vi saliendo del clóset. No soy tanto un novelista, como me prefieren mis lectores en México, sino un autor (uso la terminología mexicana) de minificciones. Las he escrito sin saberlo con precisión, desde los 18 años o antes. Mis primeros libros eran eso, libros de cuentos muy breves. Hacia el fin del mundo y Alegorías, publicados hace casi cincuenta años.

Si mi primera visita a Buenos Aires, en 1970, me permitió conocer a Borges, Sábato, Conti, Bervitsky, Bajarlía y Ghiano, entre otros, todos mayores que yo, ahora regresé convertido en el decano y un abierto autor de muy breves relatos, posiblemente unos 500. De Argentina llovieron saludos para microrrelatistas mexicanos como Alfonso Pedraza, Javier Perucho, Luis Bernardo Pérez, Lauro Zavala y Marcial Fernández. Una muy amena fiesta de literatura breve, donde no hubo polémicas teóricas, sino lectura de agudos textos. Pláticas llenas de camaradería y nuevas amistades. Ahora descubro que el cuento corto no sólo es hermosa literatura, sino un conducto ideal para hacer nuevas amistades. No sólo trabé relaciones de afecto con escritores que apenas conocía, sino que me vi incluido en varias antologías. ¿Cómo agradecer tanta generosidad? Supongo que escribiendo minificciones y dando a conocer las escritas en otras latitudes. Todas están por lo regular repletas de ingenio e imaginación, de cultura y talento.