martes, 5 de febrero de 2013

Goytisolo, el modernista

Para celebrar la llegada del número 500 de sus Narrativas Hispánicas, Anagrama reunió en un considerable volumen las cuatro partes de Antagonía, de Luis Goytisolo, provocando un movimiento no menor en la literatura española

Luis Goytisolo, el Modernista Catalán./pagina2.com.ar
Así, este artefacto barroco o máquina modernista que supera los límites más estrechos de la metaliteratura replantea una mirada sobre la producción literaria desde la transición del franquismo a la democracia hasta la actualidad. Lectura compleja, pero transformadora, es la que requiere la obra cumbre de uno de los autores más comprometidos con la política y el arte desde la posguerra civil.
Si hay algún rasgo distintivo del modernismo europeo es, qué duda cabe, tener una ambición. ¿En qué consiste esa ambición? En crear, en cada obra, un lenguaje nuevo, absoluto, que pueda abarcar el mundo y transformar la propia vida del hombre. No podemos entender de otra manera el trabajo de autores como Virginia Woolf, James Joyce o Marcel Proust, o incluso de los modernistas norteamericanos, como Ernest Hemingway o William Faulkner, si no comprendemos este atrevimiento radical de inventar una lengua inaudita para retratar, o mejor, incorporar un contexto histórico tan extraño, tan “inventado”, como la propia ficción. Bajo esos términos, Antagonía, de Luis Goytisolo (Barcelona, 1935), es radicalmente moderna.

¿Cuál es, entonces, el mundo de Antagonía? El de la España de Franco, más particularmente, el de Barcelona (a esta altura ¿un país aparte?), territorio que aparece en la novela como una región soñada por pesadillesca en donde vive lo que podríamos muy cruelmente denominar el protagonista del relato, Raúl Ferrer Gaminde. La novela, dividida en cuatro partes, volverá una y otra vez tanto a Barcelona como a la propia biografía de Raúl para revisar la evolución de una obra que, sabemos, el personaje se encuentra desarrollando. Así, cada una de las partes de este “relato” recuperan un momento dentro de la progresión de esa novela: “Recuento”, la primera parte, se concentra en los aspectos estrictamente biográficos de Raúl, desde su infancia en la pos Guerra Civil hasta el encarcelamiento y tortura que sufre debido a su militancia en el PC español. “Los verdes de mayo hasta el mar”, el segundo eslabón, recupera sus anotaciones personales mezcladas con sucesos reales y sueños a partir de entradas tituladas de muy diversa forma. “La cólera de Aquiles” es, a diferencia de las otras dos partes, una suerte de diario personal escrito por la prima hermana de Raúl, Matilde, con quien tuvo una relación casual en la juventud que ha dejado una fuerte impronta en ambos, una suerte de descripción de la personalidad del incipiente autor visto “desde afuera”, mencionado muy lateralmente en una serie de entradas concentradas en los avatares de la propia vida de una Matilde madura y hastiada. Finalmente, “Teoría del conocimiento”, la última parte, es, nada más ni nada menos, la novela terminada.

Claro está, la sinopsis deja por fuera el verdadero tema al cual Antagonía apunta: la compleja relación entre un autor y su obra, estrictamente, la de un creador y su creación, para ser harto más amplios e ir un poco más allá del cerco literario. Una y otra vez, en cada página, el problema central radica en el tratamiento de un tema, la articulación de ese tema una vez escrito, los límites de una descripción (como los innumerables detalles de Barcelona y sus calles), la de nombrar a un personaje, etcétera. Es que lo que tenemos entre manos no es una obra complaciente, que sostiene el artificio y no revela sus bambalinas: muy por el contrario, en un gesto absolutamente barroco, el texto da vueltas una y otra vez sobre sí mismo para mostrarnos el otro lado de un fragmento leído, el mismo suceso contado por otro personaje, la misma novela leída por alguien en un momento indeterminado que cambia nuestra idea de todo lo leído siempre en el marco de una serie de meditaciones que corresponde, efectivamente, al único género que podría englobar este trabajo, el de la metaliteratura (aunque, si somos estrictos, es muy probable que Antagonía sea su propio género).

Antagonía. Luis Goytisolo Anagrama 1120 páginas

Un lenguaje propio, entonces: el estilo de Goytisolo recurre constantemente a las frases comparativas, sobre todo, en “Recuento”, la sección más larga y más “biográfica” de toda la novela. Ese recurso permite organizar contrastes aparentes que se diluyen en la circularidad de la prosa: lo negativo contenido ya en el elemento positivo, como el Infierno dentro del Paraíso y viceversa, obsesión dantesca que aparece en las últimas páginas de “Teoría del conocimiento”. Un lenguaje, en definitiva, que no busca copiar al mundo, sino escandalizarlo, esto es, superarlo, reemplazarlo, ya que el único mundo posible es el del propio lenguaje de la novela, por eso cada sección retoma a la anterior, pero desde otro lado.

Es muy probable que Antagonía no sea una novela, sino, estrictamente, una máquina que, puesta en funcionamiento, devora al referente, al mundo real, hasta tal punto que la propia historia biográfica de Goytisolo (su militancia en el PC, el hecho de que tanto él como Raúl tuvieran la idea de escribir una novela cuando fueron encerrados, la anécdota de los primeros detalles de esa novela escritos en papel higiénico en la prisión), es, vistos desde la perspectiva de la obra, un momento más de su arquitectura.

La editorial Anagrama (la misma que editó novelas hermanas de ésta de Goytisolo, como Los detectives salvajes o 2666 de Roberto Bolaño) celebra la llegada del número 500 de su colección Narrativas Hispánicas recuperando y editando como corresponde –esto es, no en partes– una novela que ha gravitado a lo largo de la literatura española de posguerra como una suerte de fantasma que por fin toma cuerpo entero. Con prólogo de Ignacio Molina, por primera vez se cuenta en un solo libro un trabajo que ha aparecido fragmentado, cada una de las cuatro partes por separado, entre 1973 y 1981, o en dos tomos (por parte de Alfaguara), y que ahora, en su totalidad y susceptible de una lectura “de corrido”, nos obliga a revisar la producción de la literatura española de los últimos cuarenta años, la particular ubicación que una obra tan ambiciosa y colosal tiene en los tiempos que van de la Transición a la actualidad. Aunque modernista en sus pretensiones, no podemos dejar de señalar que novelas como Tiempo de silencio (1961), de Luis Martín-Santos, Saúl ante Samuel (1980), de Juan Benet, o más de un trabajo del hermano de Luis, Juan Goytisolo, comparten, como mínimo, el muy complejo campo cultural de una España bajo la influencia del franquismo.

Novela sobre la novela, escritura sobre la escritura, con ese gesto barroco de poner el mundo patas para arriba y hacer del autor un momento más de la obra (como en Las meninas, de Diego Velázquez), Antagonía es un libro complejo, difícil, que no produce la tranquilidad de haberse metido en un mundo ficcional y salir de él para tomar un café o mirar un rato por la ventana cuando el lector guste. Muy por el contrario, la novela deja más preguntas que certezas, transformando a lo real en una pura ficción propia de una historia inabarcable, infinita, en donde el autor, la idea de un autor, es efectivamente producto de la obra, y no a la inversa. Para ser absolutamente literarios, digamos, algo así como el “Flaubert c’est moi” de Emma Bovary.