Para celebrar la llegada del número 500 de sus Narrativas Hispánicas, Anagrama reunió en un considerable volumen las cuatro partes de Antagonía, de Luis Goytisolo, provocando un movimiento no menor en la literatura española
Luis Goytisolo, el Modernista Catalán./pagina2.com.ar |
Así, este artefacto barroco o máquina modernista
que supera los límites más estrechos de la metaliteratura replantea una
mirada sobre la producción literaria desde la transición del franquismo a
la democracia hasta la actualidad. Lectura compleja, pero
transformadora, es la que requiere la obra cumbre de uno de los autores
más comprometidos con la política y el arte desde la posguerra civil.
Si hay
algún rasgo distintivo del modernismo europeo es, qué duda cabe, tener
una ambición. ¿En qué consiste esa ambición? En crear, en cada obra, un
lenguaje nuevo, absoluto, que pueda abarcar el mundo y transformar la
propia vida del hombre. No podemos entender de otra manera el trabajo de
autores como Virginia Woolf, James Joyce o Marcel Proust, o incluso de
los modernistas norteamericanos, como Ernest Hemingway o William
Faulkner, si no comprendemos este atrevimiento radical de inventar una
lengua inaudita para retratar, o mejor, incorporar un contexto histórico
tan extraño, tan “inventado”, como la propia ficción. Bajo esos
términos, Antagonía, de Luis Goytisolo (Barcelona, 1935), es
radicalmente moderna.
¿Cuál es, entonces, el mundo de Antagonía? El de la España de
Franco, más particularmente, el de Barcelona (a esta altura ¿un país
aparte?), territorio que aparece en la novela como una región soñada por
pesadillesca en donde vive lo que podríamos muy cruelmente denominar el
protagonista del relato, Raúl Ferrer Gaminde. La novela, dividida en
cuatro partes, volverá una y otra vez tanto a Barcelona como a la propia
biografía de Raúl para revisar la evolución de una obra que, sabemos,
el personaje se encuentra desarrollando. Así, cada una de las partes de
este “relato” recuperan un momento dentro de la progresión de esa
novela: “Recuento”, la primera parte, se concentra en los aspectos
estrictamente biográficos de Raúl, desde su infancia en la pos Guerra
Civil hasta el encarcelamiento y tortura que sufre debido a su
militancia en el PC español. “Los verdes de mayo hasta el mar”, el
segundo eslabón, recupera sus anotaciones personales mezcladas con
sucesos reales y sueños a partir de entradas tituladas de muy diversa
forma. “La cólera de Aquiles” es, a diferencia de las otras dos partes,
una suerte de diario personal escrito por la prima hermana de Raúl,
Matilde, con quien tuvo una relación casual en la juventud que ha dejado
una fuerte impronta en ambos, una suerte de descripción de la
personalidad del incipiente autor visto “desde afuera”, mencionado muy
lateralmente en una serie de entradas concentradas en los avatares de la
propia vida de una Matilde madura y hastiada. Finalmente, “Teoría del
conocimiento”, la última parte, es, nada más ni nada menos, la novela
terminada.
Claro está, la sinopsis deja por fuera el verdadero tema al cual
Antagonía apunta: la compleja relación entre un autor y su obra,
estrictamente, la de un creador y su creación, para ser harto más
amplios e ir un poco más allá del cerco literario. Una y otra vez, en
cada página, el problema central radica en el tratamiento de un tema, la
articulación de ese tema una vez escrito, los límites de una
descripción (como los innumerables detalles de Barcelona y sus calles),
la de nombrar a un personaje, etcétera. Es que lo que tenemos entre
manos no es una obra complaciente, que sostiene el artificio y no revela
sus bambalinas: muy por el contrario, en un gesto absolutamente
barroco, el texto da vueltas una y otra vez sobre sí mismo para
mostrarnos el otro lado de un fragmento leído, el mismo suceso contado
por otro personaje, la misma novela leída por alguien en un momento
indeterminado que cambia nuestra idea de todo lo leído siempre en el
marco de una serie de meditaciones que corresponde, efectivamente, al
único género que podría englobar este trabajo, el de la metaliteratura
(aunque, si somos estrictos, es muy probable que Antagonía sea su propio
género).
Antagonía. Luis Goytisolo Anagrama 1120 páginas
Un lenguaje propio, entonces: el estilo de Goytisolo recurre
constantemente a las frases comparativas, sobre todo, en “Recuento”, la
sección más larga y más “biográfica” de toda la novela. Ese recurso
permite organizar contrastes aparentes que se diluyen en la circularidad
de la prosa: lo negativo contenido ya en el elemento positivo, como el
Infierno dentro del Paraíso y viceversa, obsesión dantesca que aparece
en las últimas páginas de “Teoría del conocimiento”. Un lenguaje, en
definitiva, que no busca copiar al mundo, sino escandalizarlo, esto es,
superarlo, reemplazarlo, ya que el único mundo posible es el del propio
lenguaje de la novela, por eso cada sección retoma a la anterior, pero
desde otro lado.
Es muy probable que Antagonía no sea una novela, sino,
estrictamente, una máquina que, puesta en funcionamiento, devora al
referente, al mundo real, hasta tal punto que la propia historia
biográfica de Goytisolo (su militancia en el PC, el hecho de que tanto
él como Raúl tuvieran la idea de escribir una novela cuando fueron
encerrados, la anécdota de los primeros detalles de esa novela escritos
en papel higiénico en la prisión), es, vistos desde la perspectiva de la
obra, un momento más de su arquitectura.
La editorial Anagrama (la misma que editó novelas hermanas de ésta
de Goytisolo, como Los detectives salvajes o 2666 de Roberto Bolaño)
celebra la llegada del número 500 de su colección Narrativas Hispánicas
recuperando y editando como corresponde –esto es, no en partes– una
novela que ha gravitado a lo largo de la literatura española de
posguerra como una suerte de fantasma que por fin toma cuerpo entero.
Con prólogo de Ignacio Molina, por primera vez se cuenta en un solo
libro un trabajo que ha aparecido fragmentado, cada una de las cuatro
partes por separado, entre 1973 y 1981, o en dos tomos (por parte de
Alfaguara), y que ahora, en su totalidad y susceptible de una lectura
“de corrido”, nos obliga a revisar la producción de la literatura
española de los últimos cuarenta años, la particular ubicación que una
obra tan ambiciosa y colosal tiene en los tiempos que van de la
Transición a la actualidad. Aunque modernista en sus pretensiones, no
podemos dejar de señalar que novelas como Tiempo de silencio (1961), de
Luis Martín-Santos, Saúl ante Samuel (1980), de Juan Benet, o más de un
trabajo del hermano de Luis, Juan Goytisolo, comparten, como mínimo, el
muy complejo campo cultural de una España bajo la influencia del
franquismo.
Novela sobre la novela, escritura sobre la escritura, con ese gesto
barroco de poner el mundo patas para arriba y hacer del autor un momento
más de la obra (como en Las meninas, de Diego Velázquez), Antagonía es
un libro complejo, difícil, que no produce la tranquilidad de haberse
metido en un mundo ficcional y salir de él para tomar un café o mirar un
rato por la ventana cuando el lector guste. Muy por el contrario, la
novela deja más preguntas que certezas, transformando a lo real en una
pura ficción propia de una historia inabarcable, infinita, en donde el
autor, la idea de un autor, es efectivamente producto de la obra, y no a
la inversa. Para ser absolutamente literarios, digamos, algo así como
el “Flaubert c’est moi” de Emma Bovary.