Tras la repercusión que tuvo El pasado (Premio Herralde 2003 y después adaptada al cine por Héctor Babenco), Alan Pauls se propuso un proyecto que pudiera abordar la década de los 70 desde una perspectiva íntima, en el que la Historia entrara de golpe por los intersticios más inesperados
Alan Pauls, autor de El pasado./Xavier Martin./pagina12.com.ar |
Ahora, tras Historia del llanto e Historia del pelo, publica Historia del dinero,
una novela construida alrededor de la misteriosa muerte de un
industrial y la desaparición de una valija llena de dólares, con la que
cierra la trilogía sobre esa década discutida, contada, testimoniada, y
que sin embargo encuentra en sus detalles, obsesiones y vicisitudes
cotidianas una poderosa caja de resonancia que la hace reverberar en el
presente.
Convengamos en que la plata es algo
sucio. No por nada se hacen intercambios secretos en los callejones, se
cierran transacciones luego de bajar escaleras que llevan directo a
antros sin aire o, frente a cada acto delictivo mencionado en televisión
o radio, se insiste en la cantidad de dinero manejada por tal o cual
delincuente, sea un profesional o apenas un amateur tentado por la
posibilidad de “ensuciarse” un poco, sólo con el objetivo de que podamos
medir de alguna manera la moral del responsable (siempre inversamente
proporcional a ese número, claro). Se mata por plata, se trafica, se
lastima: la plata muy bien podría ser nuestra representación más genuina
del mal. Pero claro, no toda suciedad es siempre tan metafórica: en la
última novela de Alan Pauls, Historia del dinero, obra que cierra una
trilogía acerca de la década del setenta iniciada con Historia del
llanto y continuada en Historia del pelo, se insiste en que el billete,
el papelito en sí, es terriblemente sucio, físicamente acumula tanta
mugre como su lógico, siniestro hermano: el libro.
¿Plata sucia, entonces? En las páginas de Historia del dinero seguimos los derroteros de un personaje innominado, obsesionado por la guita: la que no está, la que se tiene y se exhibe, la que se esconde, de la que se desconoce el cuánto. Tal como en las otras novelas del ciclo, Pauls construye una prosa distante, quirúrgica, que desarma una de las décadas más públicas, más “sociales” de nuestra historia para convertirla en una entrada personal.
¿Una vez terminada la trilogía, cómo ves esa intención de
abordar los setenta desde los detalles de la subjetividad? En un momento
hablaste de entrar en la historia por la puerta de servicio.
–Bueno, sirvió para llevar a buen puerto el proyecto, quiero decir,
hacerlo. No es fácil, no es obvio que uno se plantee escribir tres
novelas sobre algo y finalmente haga lo que se propone. De hecho, las
pocas veces que yo había tenido un proyecto de esa naturaleza, escribir
un libro que se tratara sobre tal cosa, siempre al segundo o tercer
texto ya medio que me cansaba. Es muy difícil mantener vivas esas ideas
originales. En mi caso, me parece que funcionaron bien en el sentido de
que sostuvieron el deseo de escribirlas. Las novelas se escribieron de
una manera muy improvisada: más allá de ese pequeño conjunto de reglas
iniciales que me fijé, no había nada más programático. Las novelas
fueron muy libres dentro de ese marco de reglas, nunca hubo historia,
argumento, nada. Creo que esa idea inicial de literatura y política, de
accesos laterales varios, me parece que se mantiene y sostiene las tres
novelas. Estoy contento con eso, con el modo en que esos tres núcleos
literarios –llanto, pelo y dinero– sostuvieron la narración y le dieron a
la novela un carácter bastante extraño. Son novelas que despliegan
fantasmas y obsesiones antes que contar historias. Esos tres núcleos
funcionaron como máquinas de producir obsesiones. No me interesaba hacer
un fresco ni dar un panorama ni recorrer la época, no me interesaban
ninguna de las operaciones equilibradas y justas de la memoria. Me
interesaba más bien trabajar con una memoria que entraba en la época
medio a lo bestia, empujada por pasiones, rencores, lo contrario de la
literatura de vocación que pone las cosas en su lugar.
¿Cuál es el nexo que encontraste como para armar desde allí la trilogía en base al llanto, el pelo y el dinero?
–Me pareció de entrada que lo que tenían en común era que las tres
son cosas que se pierden y, en tanto que se pierden, son cosas muy
valiosas. Y, por lo tanto, al ser cosas que se pierden y son cosas muy
valiosas, son cosas que se pueden falsificar. Esa era un poco la idea,
no que tenía al principio sino que fui teniendo a medida que iba
haciendo los libros. Algo que les daba una especie de aire de familia.
Creo que lo que hacen esos elementos es primero funcionar como prisma,
como una especie de ángulo de visión, en el sentido en que alguien puede
concentrarse en el mundo, leerlo a través del llanto, a través del
pelo, a través del dinero y efectivamente llegar a una especie de
retrato del mundo y, a su vez, funcionan como cosas alrededor de las
cuales se despliega una serie de escenas, situaciones, peripecias que
tienen que ver con un funcionamiento más bien psicótico-delirante. Mi
idea fue siempre llenar de llanto el primer libro, de pelo el segundo y
de dinero el tercero.
¿Qué características del dinero te interesaba abordar en esta última novela?
–El dinero es menos fetiche y, a la vez, es el colmo de los
fetiches. Es más social, es más un problema, es más verosímil concebir
la historia del dinero que la del llanto o el pelo. Pero, al mismo
tiempo, yo creo que está puesto en el mismo plano que estos dos, el
dinero está pensado como una especie de excrecencia corporal. Digamos,
está pensado de muchas maneras en la novela: desde la perspectiva de la
economía de un país, de una sociedad, pero también en términos de la
materialidad del dinero, lo que tienen de corporal los billetes. Para
mí, Historia del dinero es una novela muy porno en ese sentido: se habla
solamente de cash, de efectivo, que me interesa porque es la dimensión
obscena del dinero y, a la vez, me parece que eso, que plantea
relaciones muy específicas entre los personajes y el dinero, plantea
también una cuestión más general o, si querés, más de cultura o de
imaginario económico nacional, que es la idea de la plata ya. El ser de
la plata es muy espeso, todo lo demás es mentira, todo lo demás es
ficción, todo lo demás es engaño. De modo que el dinero me parece que
encarna mucho esos dos planos que hay en todas las novelas: un plano muy
íntimo, casi orgánico, y a la vez un plano completamente abierto,
social (eso que siempre aparece cuando se habla de inflación, dólar
paralelo, nuevas medidas económicas), algo que tiene que ver con el
funcionamiento del dinero como sociedad. El personaje niño de Historia
del dinero, cuando ve a su padre sacar del bolsillo el toco de guita
para pagar el taxi de Mar del Plata a Gesell, bueno, eso es una escena
casi sexual, y todas las referencias que hay en la novela al efectivo,
al billete, al toco de dinero, el culto del dinero, son referencias muy
porno para mí. Pesa mucho la dimensión que tiene el dinero: todavía hoy,
pese a que el dinero se desmaterializa todo el tiempo, me gusta mucho
esa especie de resistencia arcaica del billete, digo, de lo material. A
la vez, creo que plantea una serie de cuestiones más locales,
argentinas, como la capacidad de pensar la economía en términos
temporales: confianza, crédito, esperar contra la urgencia.
LOS SETENTA A FULL
Hay una fuerte impronta de la mirada infantil en las novelas.
–El personaje de las tres novelas tiene muchas edades a lo largo del
libro. No está fijado en ninguna edad, ninguna de las tres novelas está
anclada en la infancia. La infancia es uno más de los estados por los
que atraviesa el personaje y, de hecho, ésa era una de las reglas
formales que yo me había propuesto desde el principio: las novelas no
iban a ir al pasado para instalarse en él, sino más bien que el tiempo
iba a tener una lógica de rebote, que incluso en una misma frase el
personaje podía tener al principio cuatro años, a la mitad treinta y al
final quince. No hay ningún momento del pasado que las novelas
fetichicen, que digan, bueno, aquí está la verdad, aquí es cuando
sucedieron los hechos, aquí es cuando el personaje se constituyó. De
modo que el personaje es niño, pero también adolescente y adulto. Lo que
sí me parece es que, cuando escribía los libros, había una novela
familiar rondándome siempre, pero que esa novela familiar no
necesariamente habla sobre la infancia. Historia del dinero es más bien
una historia familiar en la que el personaje va creciendo, yendo y
viniendo de la edad adulta periódicamente a lo largo del libro. De
hecho, más bien es como si se barriera la vida de un sujeto a partir de
su relación con el dinero. Además, el dinero es como una máquina de
fabulación. Por eso invita a conjeturar todo el tiempo: cómo se hace,
cómo circula, quién le da valor a ese pedazo de papel, qué hace que ese
papel tenga el poder de ser canjeado por un triciclo, un televisor, un
viaje. O bien, los otros tarifarios de la novela: ¿cuánto se pide por un
secuestrado? ¿Por qué cuarenta millones por los Born y no diez o
doscientos? ¿Tenían los Born cuarenta y no tenían doscientos? Ahí hay
algo que para mí es muy interrogable, esa especie de correspondencia de
cuadros y precios, de vidas y valores.
Si bien no hay ninguna afirmación en torno de si el
personaje protagonista en las tres novelas es el mismo, sí hay una
sensación de que hay detalles que se repiten. ¿Qué buscabas con esa
repetición?
–Mi idea era que hubiera un aire de familia entre las tres novelas,
pero que no tuvieran una relación de orden o continuidad. Me interesa
que las novelas puedan ser leídas en cualquier orden. Pero me interesa
también que se sepa que las tres novelas estaban en el mismo mundo, que
las tres novelas comparten ciertas coordenadas, ciertos marcos. Me
importa que se piense rápidamente que el personaje es el mismo, no me
importa que no tenga nombre ni que los padres estén nombrados, pero sí
me importa que se esté en el mismo espacio, un espacio familiar y de
ficción que es el mismo, por eso repetía o trabajaba con ciertas
resonancias. Buscaba que fueran tres elaboraciones diferentes de la
misma escena, de un mismo escenario.
¿Y esa estrategia de tus novelas no es una forma de plantear
la relación de nuestro presente con los setenta, digamos, como déjà vu?
–Sí, de hecho yo empecé a escribir esta serie de novelas cuando me
di cuenta de que los setenta no eran el pasado, de que los setenta
estaban presentes hoy y acá, de modo más fantasmal o menos, pero que era
un error hablar de los años setenta como si fueran el pasado reciente.
Había un retorno. Eso parecía ser simple, pese a que el modo de los
tiempos históricos es de una complejidad total: todo vuelve pero de un
modo diferente, todo cae pero en otra posición. Para mí estas novelas
son lo contrario de revisiones del pasado, son más bien novelas escritas
en tiempo presente.SINFONIA DE UN SENTIMIENTO
Afirmaste que los tres núcleos te eran útiles para ver desde allí los setenta: ¿cuál es esa visión personal de la época?
–Para mí los setenta son años totalmente decisivos en términos de
formación: yo tengo once años en los setenta y veintiuno al momento en
que comienzan los ochenta, es decir, para mí los setenta son todo. Es
una década en donde se supone que pasé de ser un sujeto absolutamente
poroso y vulnerable, alguien que absorbía cualquier cosa, las cosas que
me hacían bien y las cosas que me hacían mal, las cosas que me daban
potencia y las cosas que me debilitaban y de ahí pasé a un momento en
donde yo empecé a elegir, es decir, empecé a autoesculpirme
intelectualmente, eróticamente, afectivamente. Yo quería que eso
estuviera en la novela: no es exactamente la historia de un sujeto, no,
lo biográfico es lo más convencional, pero sí hay algo de cómo se formó
mi sensibilidad en esa época. Después, está el dato más absolutamente
biográfico: yo tuve una relación muy fuerte con la época y a la vez una
relación de mucha distancia. No participé activamente del proceso en el
cual todos los jóvenes tenían que participar, la militancia, ser
revolucionario, etc. No participé en parte por edad y en parte por
temperamento, aunque hay gente de mi misma edad que ya militaba. Sin
embargo, tuve una experiencia de la época en términos de lector, leía
todo lo que se escribía acerca de lo que sucedía, leía toda la prensa
guerrillera sobre la época, todo sobre los órganos de los partidos
políticos de izquierda, era una especie de groupie de la época. A la
vez, tenía una relación de distancia: no participaba, no actuaba. Las
tres novelas reflexionan sobre eso, digamos, qué clase de participación
en una época es esa participación.
La política siempre aparece de golpe, por ejemplo, en una
escena captada por las cámaras de televisión, como en Historia del
llanto.
–Sí, ése es el modo en que yo puedo lidiar con lo político, ahí me
interesa la relación con lo político, en la inmediatez, en la
referencialidad, en la ilustración, en la bajada de línea, todos los
comportamientos que la ficción puede tener respecto de lo real político.
Me parece que el único comportamiento que me interesa es ese
comportamiento mediado, oblicuo, discontinuo, disruptivo, me parece que
ahí puede pasar algo en la relación entre literatura y política. Por eso
no privilegio particularmente el pasado, no son novelas de vocación,
esa forma de “tenía ocho años cuando...”. No hay ninguna verdad que
intente construir, lo que quería hacer era desplegar las reglas de
formación de una cierta sensibilidad, algo muy confuso y a la vez muy
complejo. Me parece que el registro de la sensibilidad está totalmente
entrelazado con la experiencia: el amor, la política, las ideas.
¿Notás que hay una relación entre tus novelas anteriores, en especial El pasado, y esta trilogía?
–Recuerdo mucho haber sentido después de El pasado, que es una
novela que tuvo cierta repercusión, que lo primero que se borraba era
que era una novela con cierto espesor literario, que era un artefacto,
algo construido, que tenía capas. Era como si la novela hubiera abierto
una especie de ventana a algún tipo de experiencia. Yo tenía la
sensación de que había escrito una novela muy literaria, me impresionó
la manera en cómo se borraba eso, cómo desaparecía. Con estas tres
novelas quise volver a la literatura, hacer visible eso que, con El
pasado, se había usurpado y a mí me incomodaba. Me parece que eso pasa
con cualquier libro que tiene una mínima repercusión: lo primero que
desaparece es la literatura. Para mí El pasado sigue siendo una novela
literaria, no se presenta diciendo “esto es el amor”: cuando la
literatura funciona mínimamente ya no es literatura, es cultura, es
opinión.
¿Pasaste, entonces, de hacer una novela sensible a escribir
tres novelas en donde reflexionás casi ensayísticamente acerca de la
sensibilidad?
–No, no es así. En El pasado hay un nivel de ensayismo que es casi
insoportable. Es una novela muy escrita, no es una historia de amor, la
historia de amor es una huevada. Por eso la película no funciona, porque
Babenco se interesó en la historia cuando la historia es el aspecto más
banal. Ese equívoco es el secreto de la repercusión de ciertos libros
que no están llamados a funcionar así necesariamente. Yo no estaba
llamado a escribir ese libro, un libro que funcionara. Pero al mismo
tiempo esas cosas que me parecían aburridas y tediosas eran las mismas
que hacían que el libro funcionara. ¿500 páginas? Sí, 500 páginas, la
gente quiere leer novelas que duren 500 páginas. La literatura es eso
para las personas para las cuales la literatura no es nada, quiero
decir, que no es una materia de dedicación, quiere leer novelas de 500
páginas.
¿Y sentías que estabas discutiendo con vos mismo en esta y en las otras dos novelas?
–No, tenía la impresión de estar escribiendo sobre algo que era para
mí a la vez muy abyecto y muy sublime y, en ese sentido, había como un
cierto malestar en el proceso de escribir esas novelas. Para mí el
ejemplo de eso es la escena del cantautor de protesta en Historia del
llanto, que no es una escena en la que la novela se burla porque es
superior a aquello que evoca, digamos, esa necesidad de expresar. Esa
figura abyecta es constitutiva de la figura que está describiéndola:
hasta qué punto una persona que está describiendo la abyección está
formada por esa misma abyección, ésa es la pregunta que me interesaba.
Ahí yo creo que había en las tres novelas una suerte de conflicto, de
tensión total. No me parece que esté discutiendo conmigo en el sentido
de mi propia carrera, de mi propio trabajo. No tengo problemas en ese
sentido: me parece que hago lo que quiero y estoy contento en el modo en
que voy siendo un escritor. No me arrepiento de nada, no haría de otra
manera nada. El pasado funcionó bien en un momento en que hacía mucho
tiempo que escribía: siempre pensé que las cosas funcionaban con un buen
ritmo para mí, que esa novela haya funcionado y que fuese tan grande, y
que después me haya puesto a escribir otras cosas, y que esas cosas
funcionaran de otra manera, menos, pero restableciendo ciertos problemas
que me interesaban en sentido literario. En definitiva, me parece que
está bien lo que pasa.