Sobre las laderas occidentales de la
ciudad de Santa fe y
bordeando el año de 1581, una legión de los padres Capuchinos apareció
para quedarse en el Nuevo Reino de Granada. Se trataba de un terreno
plano, bordeado por
el río San Francisco (chinúa) señalando la salida al puerto de Honda que
conectaba al interior con Cartagena, siguiendo las corrientes del río
Magdalena.
Los padres capuchinos iniciaron entonces la construcción de
una capilla que con el pasar de los años se convertiría en iglesia, pero la
cual no estaría terminada hasta el año de 1788 y la cual sería denominada como
la “iglesia de San José”. Desde entonces, y hasta el día de hoy, la
Capuchina se sostienen en el ala oeste
del centro de Bogotá, con ojos de pasado
para recordar los tiempos de la aduana y la entrada a Santa fe, y con ojos de
presente para observar la vida que hoy ocurre tras sus ventanales.
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Calle 14 Av Caracas |
Al principio fue el comercio de entrada a la ciudad, y de aquel comercio nació el mercado de San
Victorino, luego vino la república, y
posteriormente la electricidad fundada en 1910 por los Hermanos Samper, desde
entonces la Iglesia comparte su espacio con el mercado de eléctricos. Sobre la calle 14 entre 13 y Caracas, se
mueve una buena parte del mercado de
ferreterías y eléctricos, repuestos para
lámparas, para electrodomésticos, el
empaque de la lavadora o el transistor que el sobrinito aquel rompió en el día
de la madre, no hay bombillo, repuesto,
circuito, tarjeta que no se encuentre allí, y si no se
encuentran la consiguen, la “levantan” si les dan un par de días, y desde las ocho de la mañana, hora en la
cual los locales empiezan a abrir, el
movimiento de la calle se convierte en un flujo de rostros que buscan el
repuestico aquel que no se consigue en otra parte.
Pero eso no es todo lo que gira alrededor de la capuchina,
la vieja iglesia comparte su espacio con la Academia Superior de Artes de
Bogotá, la conocida ASAB que desvela el espíritu de su alma matter en
cada salón de pisos entablados, en cada
patio, en cada corredor, no es extraño
ver sobre las galerías de los patios,
grandes telares que cuelgan de los árboles que sobreviven al interior, y
en cuyos telares los bailarines cuelgan
de sus piernas desplegándose hacia arriba y hacia abajo, haciendo de la gravedad una teoría en tela de juicio, pero no sólo
son los telares, no es extraño encontrar
saxofonistas, violinistas y otro tipo de músicos, mimetizarse entre su instrumento y el espacio
que el viejo edificio de la ASAB construye
entre su realidad y la vida que el arte
promulga entre la suma de todas sus almas.
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Academia Superior de Artes de Bogotá |
Y mientras sobre la 14 el comercio de eléctricos funciona, y
al interior de la ASAB el arte se hace condición absoluta de toda
existencia, sobre la calle transitan
rostros de todos los días que entre la informalidad y la permanencia, han hecho
de este punto de la ciudad su modo de
vida. María Rodríguez es una de ellas,
una vendedora ambulante que lleva poco más de seis años en la zona, conviviendo entre estudiantes y
vendedores, conviviendo con los
surtidores ambulantes de tinto, con las vendedoras de lechona que se ubican
sobre la esquina de la carrera 13,
observando el movimiento de los jóvenes artistas que entran y salen de
la ASAB, observando el flujo de clientes
del eléctrico, y sobreviviendo con su chaza sobre la esquina
de la calle, una chaza como la que vemos a diario y en cada esquina, una chaza con la fuerza suficiente para
sostener el peso de una familia entera.
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