La escritora mexicana aborda el desamor en El matrimonio de los peces rojos
Guadalupe Nettel, autora de El matrimonio de los peces rojos/Daniel Mordzinsky./elmundo.es |
La mexicana Guadalupe Nettel escribe en voz baja y ha comido grillos.
Los personajes de sus cuentos hablan sin estridencias y son capaces de
comer cucarachas para acabar con las cucarachas. Duelos de especies, de
clases sociales; duelos, sobre todo de pareja, que la autora retrata en El matrimonio de los peces rojos' (Páginas de Espuma). Un libro donde,
precisamente, esos peces, una gata en celo, una colonia de hongos, una
víbora y hasta los insectos, se convierten en depositarios de los deseos ocultos que
los protagonistas no aciertan a poner en práctica en su vida.
Desencuentros tocados por la belleza mística del sufrimiento. Nettel
presentará su nueva obra el 9 de junio en la Feria del Libro de Madrid
(Carpa Carmen Martín Gaite, 13.00 horas).
Tenía curiosidad por escuchar su voz. Sus cuentos están escritos en voz baja. ¿Grita alguna vez?
Escribir es una forma de gritar.
Y para gritar de alegría, los 50.000 euros del
III Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero que ha
recibido por este libro.
Sí. Ahí sí.
"¿Miedo en mis personajes? los veo angustiados, tristes, ¿pero temerosos? Tal vez tengan miedo a equivocarse."
Muchos animales en sus historias.
Desde pequeña he visto similitudes entre los
animales y las personas. Hace poco me enteré de que las hormigas pueden
ser parasitadas por un hongo y se convierten en zombis que sólo
reaccionan a los deseos del hongo. Cuando veo esas cosas empiezo a
analizar cómo nos comportamos los seres humanos. Hay momentos de nuestra
vida en que parecemos parasitados por algo.
Un amigo mío tiene un perro que se cree persona y
que sólo se encuentra a gusto en los bares. Este perro tiene miedo a
los espacios abiertos ¿De qué tienen miedo tus personajes?
[Después de unos segundos de silencio] ¿Sí? ¿Le parece que hay miedo?
Algo.
Yo los veo angustiados, tristes, ¿pero temerosos? Tal vez tengan miedo a equivocarse.
"Yo no creo en la normalidad. Yo nací con un ojo que no veía, y desde siempre, he estado confrontándome con los otros. Yo era la diferente. Me muevo diferente, tengo hábitos que a la gente incluso le resultan incómodos".
O a decidir.
Mi idea es que hay grandes decisiones que uno
toma o no toma. Siempre se toman decisiones aunque sea pasivamente. Se
van urdiendo por debajo del agua. Nosotros somos conscientes de los
movimientos de nuestra vida, pero sólo en la superficie. Por dentro hay
cambios, emociones, pulsiones inconscientes que nos van determinando
hasta que nos damos cuenta de que ya pasó.
Y lo que 'ya pasó' es aceptado por sus
personajes con tremenda elegancia. "Hace más de dos años que asumí esta
condición de ser invisible", dice una de sus protagonistas. ¿La belleza
puede justificar la tristeza?
La belleza es el premio de consolación. Estas
historias fueron escritas en un periodo muy concreto y este libro es mi
premio de consuelo. Lo que espero es que al menos sea bello porque si
realmente hubiera podido elegir entre no pasar por todo eso o no
escribirlo, es muy posible que hubiera decidido no pasar por todo eso.
Sin embargo su escritura no es arrebatada. Está
medida, es eficaz, sobria, hay un empeño por depurar, por eliminar los
obstáculos al lector.
Es lo que trato, que sea muy inmediata.
Y honesta.
Ésa es la magia de la lectura. Esa comunicación de subjetividad a subjetividad. De experiencia a experiencia.
Enrique Vila-Matas dice que 'El matrimonio de
los peces rojos' contiene atmósferas en que lo anómalo se aposenta en lo
cotidiano. Lo comprendí de inmediato cuando una de sus protagonistas se
acuesta con un estudiante de Antropología vasco. ¿Conoce la frase
hecha, "los vascos no follan"?
No, no sabía eso. Entonces sí que he escrito un
cuento fantástico. [Risas]. Tuve un compañero de piso vasco, con el que
no pasó nada, que era muy bello. Alto, longilíneo, con los ojos verdes.
Como un atlante. Aunque lo cierto es que yo no busco la anomalía.
¿No?
No, porque yo no creo en la normalidad. Yo nací
con un ojo que no veía, y desde siempre, he estado confrontándome con
los otros. Yo era la diferente. Me muevo diferente, tengo hábitos que a
la gente incluso le resultan incómodos.
¿Por ejemplo?
Me acerco mucho al papel o leo de lado o miro de
lado. Esas cosas. Siempre he estado luchando entre los normales y yo. Y
resulta que todos tenemos manías, obsesiones. La belleza está ahí, pero
la gente trata de ocultar todo el tiempo quién es.
No entiendo muy bien el título de su cuento 'Guerra en los basureros'.
En ese cuento hablo de la sociedad mexicana. De
esas clases acomodadas rodeadas de sirvientes. Una de esas casas sufre
la invasión de las cucarachas. La guerra es contra las cucarachas, pero
en realidad la casa es también un basurero.
Y deciden comérselas para acabar con ellas. ¿Qué bicho se comería usted?
He comido grillos y larvas de hormiga. No me apetece probar otra cosa.
Sus cuentos se sitúan en lo real, pero sus
ambientes tiene algo de onírico. A menudo por una indefinición extraña.
Sus personajes se levantan temprano, pero no dicen a qué hora; la
clínica está situada a unas cuadras, pero no sabemos a cuántas. ¿Por
qué?
Soy muy despistada. Tal vez son atmósfera de Míster Magoo.
La precisión se la guarda para las emociones.
Sí, es que yo tiendo mucho a racionalizar. A
tratar de entender, a categorizar las emociones porque me rebasan
completamente. Es mi manera de asirlas y de poder sobrevivir a ellas. En
este libro incluso hago una taxonomía de todos los tipos de
enamoramientos.
Una abogada, un oficinista, un biólogo, pero
también muchos artistas: escritores, músicos, actores. ¿Los artistas son
distintos de la gente que se dedica a oficios más comunes?
No, no creo. A lo mejor están más discapacitados para vivir.
Hablando de parejas y de animales, dígame, ¿con qué animal encerraría en un cuarto a David Bowie?
Con un pájaro.
¿A Dios?
Con toda su creación
¿A Cortázar?
Con un gato, sin duda.
¿A Guadalupe Nettel?
No la encerraría. Yo me veo arriba de un caballo, galopando.
¿A Paulo Coelho?
Estaría muy interesante encerrarlo con un animal muy venenoso a ver cómo lo llevaba.