filBo 2014
Este libro recoge una serie de cartas que el pintor Luis Caballero le envió a la artista Beatriz González durante su estadía en París
Luis Caballero viajó a París en 1963 para estudiar en la academia de pintura La Grande Chaumiére./elespectador.com |
Marshall McLuhan bajó a los románticos del cielo a la tierra con una
frase que para cualquier teórico de la comunicación es imposible de
olvidar: “el medio es el mensaje”, es decir, ahora el mensaje no es sólo
el contenido sino también cómo transmitimos el mensaje. No es para
menos: ese cómo transmitimos el mensaje nos ha empujado a unos y
encantado a otros hacia parajes donde lo masivo es el último grito de la
moda. Se hace lo mismo aquí en Colombia que en Varsovia. Todos estamos
globalizados lo queramos o no, o al menos estamos en proceso de.
Luego
vino Zygmunt Bauman a decir que había algo llamado modernidad líquida
que nos salpicaba a todos. Eran los años 60 cuando el término se comenzó
a entretejer dentro de él y, según su planteamiento, se aplicaba al
proceso por el cual pasaba un individuo maleable y sin identidad fija
para integrarse a una sociedad cada vez más global. Pareciera que nos
hablara de millones de personas, pero en Colombia hubo una en particular
que atravesó el proceso, logró recuperar su identidad cuando estuvo a
punto de perderla y, viviendo en París y echando mano de esa modernidad
de Bauman, se configuró como uno de los artistas colombianos más
reconocidos que podía vender cuadros tanto en Alemania como en Bélgica:
Luis Caballero.
El libro ¡Pobre de mí, no soy sino un triste
pintor! no es más que un acto cómplice de la artista bumanguesa Beatriz
González: nos permite ver por medio de las cartas que le escribió
Caballero, desde su llegada a París, cómo un ser humano con toda su luz y
racionalidad lucha contra la época, la soledad y la crisis existencial.
Caballero
en 28 cartas. Enérgico, preguntón, lleno de imágenes de Colombia
alimentadas por su amiga Beatriz. Reclamos de los olvidos entre dos
buenos amigos, de respuestas que en su momento nunca llegaron y que sólo
ocurren en la distancia. Caballero visitando museos como El Prado y el
Louvre, desencantado y furioso por ver sólo salas oscuras sin luz ni
gracia. Luego “boberías, estoy empezando a pensar que nunca llegaré a
pintar. Es demasiado difícil”. La transición de realidades lo golpea y
lo hiere hasta el punto de hacerle reconocer su necesidad de cariño, de
atención, de una mamá protectora. Caballero se da cuenta de su realidad
sin maquillaje y se comprende, por fin, en una ciudad gigantesca siendo
joven, desconocido y sin un peso en los bolsillos. Se sabe que se toca
fondo cuando se deja de caer, cuando el fondo golpea a su víctima, y el
golpe la dejó vacía. Pero como el ave fénix, que de las cenizas renace,
así renació, y entonces empezó a vender cuadros en Francia y Alemania.
La gente lo empezó a conocer y en Colombia fue llamado maestro y le
rindieron homenajes y le hicieron extensas entrevistas. Las cartas, la
caligrafía de las cartas se hace cada vez más clara, menos cursiva y más
lineal. Su salud, inversamente proporcional a esa caligrafía: una
deficiencia en el cerebelo dejó su coordinación de movimientos por el
suelo y las cartas se acabaron.
Luis Caballero desmoronó la teoría
de McLuhan y Bauman en el preciso momento en el que la globalización
comenzaba a absorber todo, incluso la pintura. A él le molestaba ver el
mismo estilo en todos lados y por eso admiraba a Beatriz. Ella pintaba
diferente, colombiano. Él se veía reflejado en ella y con 28 susurros le
hizo saber que la admiraba, que a veces la vida le era áspera, pero
ante el cambio de lo líquido a lo sólido él se mantenía de trazo firme.