Hace seis años se había suscitado una gran expectativa en Colombia en torno a la divulgación de la lista Bogotá 39, la cual era una selección de autores que, a juicio de los evaluadores, estaba conformada por los 39 escritores menores de 39 años más representativos de Latinoamérica
Logo oficial del Bogota 39/39./letralia.com |
Esta iniciativa, que surgió de las
entrañas mismas del Hay Festival, fue acogida de inmediato por la
organización Bogotá Capital Mundial del Libro 2007 como una forma de
visibilizar a los autores que tenían el talento y potencial para
definir las tendencias que marcarían el futuro de la literatura
latinoamericana. De tal suerte que, por algunas semanas, se suscitó una
especie de fervor en torno a este proceso al mejor estilo de una
multitud que, congregada en torno a la plaza de San Pedro, espera la
resolución de un cónclave. Unos meses más tarde se conoció la lista. En
ella descollaban nombres de alto vuelo en la literatura, como Junot
Díaz, Jorge Volpi y Juan Gabriel Vásquez; autores que, tal vez, poco o
nada requerían de ese espaldarazo que los visibilizara. Sin embargo, la
premisa era clara en cuanto a que, al margen de su nivel de
reconocimiento, eran autores capaces de definir una tendencia o señalar
el camino. Pero, también, supimos de autores que, si bien tenían una
obra interesante y algo de notoriedad en sus propias geografías, muy
poco se habían escuchado más allá de sus fronteras; me refiero a
nombres tales como el chileno Álvaro Bisama, el brasilero João Paulo
Cuencaoel boliviano Rodrigo Hasbún, entre otros. Por Colombia los
escogidos fueron Juan Gabriel Vásquez, Ricardo Silva Romero, John Jairo
Junieles, Antonio Ungar, Antonio García y Pilar Quintana.
En ese momento a mí, personalmente, me llenó de alborozo la
inclusión de alguien como JJ Junieles en la lista; la razón de esto es
que, no sólo lo conocía, sino que su elección venía a materializar una
suerte de culto con la cual se le reconocía su trabajo. En ese momento
Junieles era un escritor bastante joven, ganador de varios premios
nacionales de literatura tanto en poesía como en narrativa, cuya obra
era conocida a raíz de la publicación de algunos títulos en editoriales
independientes que subsistían en el medio gracias al fervor y ahínco de
editores comprometidos con el oficio. De tal manera que su nombre cada
vez sonaba con más fuerza en el medio literario. Un par de semanas más
tarde, en uno de los eventos en que presentaban a los autores
provenientes de más de diecisiete países frente a los grandes medios,
pude verlo después de varios meses en los cuales no habíamos tenido
contacto; sin embargo, cuando intenté abordarlo, me llené de temor y
opté por confundirme entre el público sin siquiera saludarlo. Esa noche
me sentí como un tonto, aunque reflexioné al respecto. Tal vez
Junieles, pensé, ya no era el mismo autor con quien había compartido
sendas tertulias literarias aferrados a una cerveza, como si de esa
sujeción dependiera la vida; quiero decir que, al fin y al cabo, ahora
era un autor ungido por la crítica y los medios, lo cual lo ponía en
otro nivel.
El ruido de la lista duró poco más de un año, tiempo en el que los
autores se vieron expuestos a diferentes eventos, concedieron
entrevistas, hicieron y deshicieron sus valijas muchas veces para
permanecer confinados primero en un avión, después en la lacónica
habitación de un hotel y al final verse rodeados de fervorosos lectores
y sesudos panelistas, quienes lanzaban ingeniosas preguntas en espera
de que éstos espolearan toda su capacidad para el sarcasmo, el aforismo
o la ironía. Dice el escritor argentino Martín Caparrós cuando habla
de este fenómeno que, con el tiempo, “se fue armando un mercado y ese
mercado produjo, de algún modo, un espacio latinoamericano que antes no
existía, donde los escritores menores de 50 se conocen, se encuentran,
se sienten parte de algo, de lo mismo”. Sin duda alguna todos
conocemos este fenómeno y, de alguna manera, lo aplaudimos; hace varios
años, lo recuerdo bien, escribí un artículo en el que me quejaba de la
falta de integración entre los autores latinoamericanos; criticaba,
también, la incapacidad o desinterés de los grandes sellos por darnos a
conocer lo que se escribía en otras geografías. Hoy, es evidente, el
panorama es algo más alentador. Sin embargo hay quienes advierten, como
Caparrós, sobre la fragilidad con que se sostiene este andamiaje. Es
por eso que afirma:
Con los años había aprendido, sobre todo, a preparar un bolso para cinco días. Necesitaba dos pares de pantalones, un saco por si la mesa redonda era más seria que lo acostumbrado, la guayabera aquella que le había regalado la venezolana, la malla para la pileta, una camisa blanca para la fiesta más prometedora, media docena de libros propios para regalar a quien tocara, dos ajenos para poder comentarlos en las cenas, las pastillitas esas. Había aprendido a hablar con las personas indicadas. Había aprendido los nombres de seis peruanos, dos ecuatorianas, una docena de chilenos, doscientos ocho mexicanos y un guatemalteco. Había aprendido, sobre todo, a desplegar todo su encanto en esas mesas: a colocar la dosis justa de sarcasmo, citas, sonrisas displicentes, tedio disimulado y elogios zalameros que hacían las delicias de cada concurrencia. Era un león —una leona— de las mesas: un perfecto producto para eventos.1
Lo que le molesta a Caparrós se traduce en que, como él mismo lo
dice, algunas ferias se han convertido en una suerte de eventos donde
todo gira en torno al libro y sus autores; sin embargo, no se leen
libros. Es como ir a un festival de cine, afirma, no a ver las
películas sino sólo las conferencias de prensa.
Volviendo al tema de Bogotá 39 debo decir que, poco a poco, la
marea bajó; fue entonces cuando cada uno, a su ritmo, se vio de nuevo
enfrentado al desafío que supone ser un escritor: la soledad del oficio.
Soledad no sólo en cuanto al acto de creación en sí mismo, que va
aparejado de rigor y esmero por encontrar la textura precisa sobre la
que reposará el relato o dotar de seducción al lenguaje, sino aquella
que consiste en la búsqueda constante de un editor o agente literario
que apueste por su obra, lo cual suele ser mucho más traumático en
algunos casos. Incluso aunque fueran parte de la lista.
Algunos años después experimentos similares hallaron tierra fértil; supimos así de nuevos autores gracias a la lista Granta,
que daba a conocer los novelistas jóvenes más prometedores en lengua
castellana. La feria del libro de Guadalajara, por su parte, nos reveló
lo que a su juicio son los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana.
Hay quienes, como suele ocurrir en este tipo de situaciones,
desvirtuaron la selección; ocurre que, cuando se trata de un ecosistema
tan complejo en el que intervienen editores, agentes, periodistas
culturales y una intrincada maraña de intereses, resulta complicado
comprender qué tan riguroso fue el proceso en términos estrictamente
literarios. Pero la inclusión en la lista de Granta de
autores como Patricio Pron, Samantha Schweblin, Andrés Felipe Solano,
Elvira Navarro o Carlos Yushimito justifica todo el andamiaje alrededor
de la lista. Estos son, a todas luces, escritores capaces de construir
con los años una obra bastante interesante. El escritor colombiano
Juan Fernando Hincapié piensa que aún es apresurado emitir algún juicio
responsable sobre la obra de estos autores; por ahora, le parece, son
autores legibles y correctos, aunque sólo el tiempo se encargará de dar
un veredicto mucho más aterrizado. Después afirma con algo de
entusiasmo que, en el caso de Alberto Olmos, también presente en la
lista Granta, pudo advertir en su estupenda novela Trenes hacia Tokio el brillo de la gran literatura.
Granta demostró ser muy acertada cuando inició este
experimento con su selección británica, pues con el tiempo descollaron
autores de la talla de Ian McEwan, Martín Amis, Julian Barnes y Graham
Swift; después, en dos ocasiones, hizo lo propio con autores
norteamericanos, de cuya primera edición surgieron algunos de los que
hoy son considerados grandes exponentes de la literatura en lengua
inglesa, entre los que suele destacar Jonathan Franzen. De tal manera
que para muchos la gran expectativa es que, con la selección en
castellano, se dé un fenómeno cuando menos similar; sin embargo, un
rápido repaso a la oferta editorial muestra que sobre estos autores,
por el momento, aún no hay tanta vehemencia en cuanto a la difusión de
sus obras. Sí se ha creado, no obstante, una suerte de logia o cofradía
que los visibiliza y les depara acuciosos lectores, más allá del ruido
que suele producir su constante exposición a los medios. El desafío
radica entonces en la posibilidad de consolidar en torno a ellos una
apuesta real en términos editoriales y de difusión transnacional; es
decir, ir más allá de la inversión que supone montarlos en un avión,
pagarles un hotel de lujo e incluirles viáticos por unos cuantos días
para que sean el deleite de algunos cuantos entusiastas para quienes es
más importante la exposición del autor, al margen de su obra.
Patricio Pron. Fotografía: Unai Pascual.
Pero también es válido entender las listas como un elemento
cosmético de socialización literaria que poco efecto pueda tener en
términos literarios, como bien lo manifiesta Patricio Pron; a él le
interesa, en cambio, “la proximidad y la complicidad que generan entre
los autores que participamos en ellas, que a menudo resultan en
amistades de largo aliento”. Pron no es un autor que piense en términos
de fronteras y de público; así mismo, no cree que la inclusión en una
lista haya afianzado su propio proceso creativo o lo haya arrojado con
mayor confianza a la conquista del medio editorial. De cualquier
manera, es pertinente entender que la trayectoria de este autor estaba
bien delineada desde antes de la aparición de la lista Granta;
tal vez por ello pueda entenderse que en él esté claro el equívoco que
se suele suscitar en muchos en cuanto a que este tipo de
reconocimientos supone una avalancha de contratos de edición,
traducción y demás. “Buena parte de los contratos de traducción de mis
libros a otras lenguas ya habían sido firmados antes de que se publicase
la lista Granta, así que no puedo decir mucho al respecto.
De todos modos, me parece que es un error pensar que este tipo de
listas tiene algún impacto en ese aspecto del negocio editorial, ya que
existe un entramado de agentes y subagentes, editores y ‘scouts’,
publicaciones periódicas y catálogos que hacen que un editor
profesional no necesite ninguna lista de este tipo para saber qué se
está produciendo en América Latina o en cualquier otro sitio. En mi
opinión, las listas sólo sirven a los fines de la sociabilidad
literaria, como una especie de juego de omisiones y de presencias que
los lectores pueden jugar si es que les gustan ese tipo de juegos, pero
no tienen ningún valor prescriptivo. Y, por consiguiente, ningún valor
económico real”.
En cuanto a los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana,
auspiciado por la Feria del Libro de Guadalajara, podríamos decir que
el escenario no es tan alentador; no por la selección en sí misma, pues
al fin y al cabo tuvimos la posibilidad de conocer autores que han
venido recorriendo un camino y explorando unas formas alrededor de
procesos bastante rigurosos, sino porque el ímpetu y difusión de esta
iniciativa prácticamente concluyó el mismo día del cierre de la feria.
Una lástima, toda vez que ahí aparecen nombres bastante interesantes
que ameritarían un poco más de atención por parte del medio. De aquella
lista sólo podría arriesgarme a mencionar los que fueron seleccionados
por Colombia (Andrés Burgos, Luis Miguel Rivas y Juan Álvarez), pues la
vecindad geográfica que nos une me permite dar fe de la labor
constante que desempeñan en torno a la escritura. El eco de esta lista,
como decía, se desvaneció muy rápido; ahí quedan los nombres, de tal
manera que la tarea de buscar sus obras y leerlos está de nuestro lado.
Tal vez la proliferación de este tipo de experimentos impidió que el
de Guadalajara encontrara tierra fértil en un mercado que aún no
terminaba de asimilar los nombres y las obras de las selecciones
anteriores.
Juan Sebastián Cárdenas.
De cualquier manera es pertinente ser explícito en cuanto al
carácter arbitrario y subjetivo de las listas; es decir, no hacer parte
de ellas en ningún momento supone no ser un autor con potencial para
erigir una obra de verdadera valía literaria. Basta con mencionar que
jóvenes autores tales como Yuri Herrera (México), Juan Sebastián
Cárdenas (Colombia), Jon Bilbao (España), Valeria Luiselli (México),
Paul Brito (Colombia), Marcelo Lillo (Chile), Claudia Apablaza (Chile),
Ignacio Ferrando (España), Tryno Maldonado (México), Juan Gómez
Bárcena (España) o Juan Esteban Constaín (Colombia), no han hecho parte
de ninguna lista y aún así gozan de prestigio en el medio literario.
Son escritores talentosos y comprometidos con su oficio. Juan Sebastián
Cárdenas, por citar alguno, procura no distraerse con elementos
externos a su propio proceso creativo; le preocupan, eso sí, sus propios
conflictos. Con el género del cuento, por ejemplo, dice andar de pelea
“debido al acercamiento conflictivo que suelo tener con la escritura y
los problemas estéticos en general. El cuento en lengua española se ha
convertido en un territorio de autocomplacencia técnica, formal y
política. Un espacio donde reina la mediocridad (con contadísimas
excepciones, claro). Es el último refugio del artista pequeñoburgués
latinoamericano, ese que todavía cree en ‘el cuento perfecto’ y
musarañas de ese tipo, que son como para que les pongan la buena nota
en el colegio. Para mí el cuento está en franca decadencia como género
en nuestra lengua. Y necesita una bofetada. Un revolcón. Para mí ya no
se trata solo de hacerlo ‘bien’, de escribir ‘bien’, de sobresalir y
obtener un aplauso, una palmadita. Para mí se trata de someter el
lenguaje a una presión en la que éste empiece a hablar un idioma
extraño y a revelar las marcas de su construcción social”.
Podría uno pensar que aquella autocomplacencia técnica, formal y
política a la que se refiere Cárdenassea un fenómeno que ha encontrado
un terreno fertilizado por la aproximación de la academia alrededor de
la creación narrativa; me refiero a todas esas fábricas de creadores
que existen hoy en día. Aulas de clase donde pretenden dotar de
fórmulas a los autores para que salgan a conquistar el mercado
editorial. No se trata de cuestionar su pertinencia. Se trata de
garantizar su engranaje en el oficio de escribir en sí mismo, más allá
de la oferta editorial. A veces parece imponerse la tendencia a
escribir para crear un producto que posibilite una buena recepción
desde la perspectiva comercial, o con un marcado énfasis audiovisual
que garantice su transformación a un guión en la industria
cinematográfica.
Lo importante y más alentador es saber que, dentro o fuera de las
prestigiosas listas, hay una generación de autores que viene empujando
con bastante fuerza. Una generación comprometida, que cuestiona los
códigos con los que se define el oficio, que busca su propia voz; una
generación asistida por la convicción de que escribir, entendido con
todo su rigor artístico, es lo que quiere hacer en la vida. Dicho esto,
sólo restan tres cosas. En primer lugar, levantar la mano para
advertir a ese intrincado medio literario que las listas de autor no
pueden convertirse en un mecanismo de exclusión. Esperar que los
autores, sobre los que el medio pone su foco de luz, no sucumban a la
tentación de verse reducidos a la figura de vedettes. Por último, para
aquellos que aún ejercen su quehacer literario desde la penumbra, tal
vez sea válido arroparse con el regocijo que embargó a un amigo. Al no
ser incluido en la lista de los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana, después
de haber sido considerado hasta último momento en la deliberación
final, sentenció de forma genuina y emotiva que lo complacía saberse
mejor secreto que todos.
1.Extraído del texto “Vida de pluma”, publicado por Martín Caparrós en su blog Pamplinas, en la plataforma de blogs del diario El País. Diciembre de 2012.
1.Extraído del texto “Vida de pluma”, publicado por Martín Caparrós en su blog Pamplinas, en la plataforma de blogs del diario El País. Diciembre de 2012.