El cucú está llamando, una novela policial, se convirtió en el libro más vendido de Amazon en menos de un día cuando un diario británico reveló que J. K. Rowling era el nombre detrás del seudónimo
Seguidores. Los fanáticos de la autora ya se avalanzaron sobre su obra, protagonizada por un detective./revista Ñ |
Los seudónimos tienen patas cortas. Al menos esa fue la suerte
que corrió la identidad de Robert Galbraith cuando el sábado el sitio
web del diario británico The Sunday Times reveló que ese nombre era el
que la escritora J.K. Rowling había elegido para publicar la novela
policial El cucú está llamando en abril, que recibió muy buenas críticas sin que mediara el nombre de la autora de Harry Potter.
The
Sunday Times indagó en la identidad de Galbraith, supuesto novelista
debutante, al saber que compartía editorial y agente literario con
Rowling. Descubierta, la escritora que en octubre de 2012 había
publicado Una vacante imprevista, su primera “novela para
adultos”, admitió su autoría: “Esperaba guardar este secreto un tiempo
más porque Robert Galbraith ha sido una experiencia liberadora; ha sido
maravilloso publicar por puro placer para obtener una respuesta con un
nombre diferente”, dijo.
El cucú está llamando está
protagonizada por Cormoran Strike, un veterano de guerra que perdió una
pierna en Afganistán y, de vuelta en Inglaterra, presta servicios como
detective privado. Su vida se asemeja a la de Galbraith, a quien la
editorial le había inventado –aunque aclarando que era un seudónimo– un
pasado en la Policía Militar Real, institución abandonada en 2003. Esa
experiencia y la de los (supuestos) amigos de Galbraith en su retorno a
la vida civil, habían inspirado el personaje.
Entre abril y el
sábado, la historia en la que Strike investiga la muerte de la
supermodelo Lula Laundry en Londres había vendido 1.500 ejemplares y
había sido celebrada por la crítica. “Debut estelar” la definió la
revista especializada Publishers Weekly, mientras que el Daily Mail
calificó a la obra como un “debut auspicioso” y el sitio Bookoxygen.com
sostuvo que “el argumento podría haber salido de una novela de Agatha
Christie”. La publicación Library Journal la destacó como “El debut
misterioso del mes” y en el sitio Amazon.com, siempre antes de la
noticia, los lectores la calificaban con 4,3 estrellas sobre 5. Pero
después de conocerse la verdadera pluma, los números se dispararon al
ritmo de un best-seller global: en menos de 24 horas se ubicó como el
libro más vendido de Amazon (ver “Las cifras del libro”).
No es la
primera vez que un autor reconocido se refugia en un seudónimo: lo hizo
Stephen King bajo el nombre de Richard Bachman y la mismísima Christie
cuando escribió novelas románticas como Mary Westmacott. Y lo hizo
Rowling, la primera escritora de la historia en alcanzar los 1.000
millones de dólares de ganancias gracias a su saga, traducida a 73
idiomas y que vendió unos 450 millones de ejemplares en más de 200
países. Por eso, al ser descubierta, la autora dijo que “ahora podía
agradecer a lectores y críticos por su generosidad con la novela”. Y
bromeó al sostener que, aunque Galbraith tiene intenciones de seguir
escribiendo las aventuras del detective Strike –la editorial planea un
nuevo libro para 2014–, es muy factible que el veterano de guerra
continúe negándose a hacer apariciones públicas.
El cucú está llamando fragmento
El murmullo de agitación en la calle era como el zumbido de las
abejas. Los fotógrafos se apretujaban detrás de vallas custodiadas por
policías con sus cámaras de largos hocicos en posición y su respiración
elevándose como una nube de vapor. La nieve no dejaba de caer sobre
hombros y sombreros; dedos protegidos por guantes limpiaban las lentes
empañadas. De tanto en tanto se oía a algunos chasquear la lengua con
desgano, cuando los observadores mataban el tiempo de espera
fotografiando la carpa de lona blanca situada en medio de la calle, la
entrada del alto edificio de ladrillo rojo que había detrás de ella y el
balcón del último piso desde donde había caído el cuerpo.
Tras
los paparazzi apiñados había camiones blancos con enormes antenas
satelitales en el techo y periodistas que hablaban, algunos en otros
idiomas, mientras sonidistas con auriculares daban vueltas a su
alrededor. Entre grabación y grabación, los periodistas golpeaban el
suelo con los pies y se calentaban las manos con tazas de café caliente
del bar ubicado a pocas cuadras de allí. Para pasar el tiempo, unos
camarógrafos con gorros de lana filmaban la espalda de los fotógrafos,
el balcón y la carpa que ocultaba el cuerpo y luego volvían a
posicionarse para hacer tomas generales que abarcaran el caos que se
había desatado en la tranquila y nevada calle Mayfair, con sus hileras
de puertas brillantes enmarcadas por pórticos de piedra blanca y
flanqueadas por arbustos podados. Cintas plásticas impedían la entrada
al edificio del número 18. Detrás, en el pasillo, podía divisarse a un
grupo de oficiales de policía, algunos de ellos expertos forenses con
trajes blancos.
Los canales de televisión tenían la
noticia desde hacía horas. La gente se aglomeraba en ambas esquinas de
la calle, contenida por más policías. Algunos habían venido ex profeso a
mirar; otros habían hecho un alto camino a su trabajo. Muchos sostenían
sus celulares en alto para tomar fotos antes de irse.