Roberto Bolaño: Diez años de ausencia presente
"Al hablar de sexo, se vuelve idiota. Tal vez siempre lo ha sido, pero el sexo, el monólogo sexual o el diálogo sexual(ya no digamos nada del mítin sexual), la vuelve aún más idiota y se limita a balbucear una serie de ideas preconcebidas, ideas cuyo fondo en nada difiere del antiguo Dios, Rey y Patria, que, como todo el mundo sospecha (pero se lo calla), significa Miedo, Ama o Jaula.” Roberto Bolaño
Daniela Botero se leyó a Bolaño, por supuesto./ Amir Turk |
Daniela Botero dijo que la impresionó la imaginación erótica del autor chileno. Amir Turk /revistadonjuan.com |
Los poemas obscenos
En uno de sus primeros poemas, escrito a mediados de los setenta y
publicado póstumamente en La Universidad Desconocida, el joven Roberto
Bolaño se presenta: “Soy el pene mirado. Todo soy. El pene que ella
mira”. Desde el principio, el poeta entiende que no puede separar lo
sexual de lo literario, como si para escribir necesitara estar
caliente, o como si estar caliente le permitiera escribir versos como:
“Te alejarás de ese coño sangrante que primero se ríe y después plagia
tus poemas”. Son los años mexicanos.
Los años del manifiesto infrarrealista. Los años en los que aboga por
subvertir la cotidianidad para hacer aparecer nuevas sensaciones,
porque para ellos, para los infrarrealistas, es tan importante la
barricada como el lecho. “Soy una cama que se sueña piano una cama
sujeta a la poesía de los pulmones una cama voraz”. Para Bolaño el sexo
no es romántico ni coreografiado ni pegajoso.
Sus escenas de sexo son violentas, agresivas, animales incluso. Son
arañazos a la retina, mordiscos neuronales que nos dejan extrañamente
conmovidos, mojadas ellas, erectos nosotros. Los personajes “bolañescos”
casi nunca están casados. Pocas veces tienen hijos. El concepto familia
parece incompatible con esta vida literaria y nómada en la que están
inmersos.
El sexo oral
Recientes estudios científicos han confirmado lo que mucho
intuíamos, que la voz lleva incorporada información sutil sobre la
conducta sexual y la condición física. Bolaño es consciente de que el
sexo entra también por el oído. Sus personajes pasan largas horas en la
cama, hablando, leyendo, follando. Para el chileno, los actos sexuales
duran lo que dura todo el proceso compartido en posición horizontal.
En Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, la
primera novela publicada por Bolaño –coescrita con su amigo del alma
Antonio García-Porta– nos encontramos con el personaje de Ana, la
promiscua delincuente latinoamericana de la que se enamora el ingenuo
aspirante a escritor Ángel Ros. Son los primeros destellos, tímidos
acercamientos a la sexualidad femenina. “En el silencio del piso solo se
escuchaba el chasquido de su lengua, la saliva que envolvía mi verga,
sus dientes entre mis venas, su paladar rosado. ¡Su paladar rosado! La
imagen de su paladar empezó a sobreimponerse sobre la oscuridad de la
casa. Un paladar rosado y vacío, que sin embargo atravesaba, como
fogonazos, la oscuridad del estudio”.
Años después, en Los detectives salvajes, nos enamoramos de María
Font, uno de los mejores personajes femeninos pergeñados por Bolaño, una
mujer mítica, inalcanzable, heredera de La Maga de Rayuela, capaz de
inspirar imágenes como esta: “Ella tenía mi verga en su boca, pero no
apretándola, no chupándola, sino solo acariciándola con la punta de la
lengua. La tenía como una pistola dentro de su funda. ¿Ves la
diferencia? No como una pistola en la mano, sino como una pistola
enfundada, en la sobaquera o en la cartuchera, a ver si me explico”.
El cuerpo femenino
Aunque publicada en el 2001, Amberes fue escrita en 1980, tres años
después de su llegada a Barcelona. Esta es una novela policial que
funge como homenaje a una chica muy guapa que andaba por el camping
donde trabajaba el chileno por aquel entonces. Según contó en una
entrevista, la chica se acostaba con todos menos con él. Así describió
su parte más íntima. “Metió los dedos hasta el fondo, la chica gimió y
alzó la grupa, sintió que sus yemas palpaban algo que instantáneamente
nombró con la palabra estalagmita. Sacó y metió los dedos, pensaba que
los dedos entraban y salían sin ningún adorno, sin ninguna figura
literaria que les diera otra dimensión distinta que un par de dedos
gruesos”.
La necesidad de recorrer bien el cuerpo de una mujer, de analizarlo
con lupa, el cuerpo femenino como mapa y territorio donde perderse,
donde arriesgarse a dejar de ser uno mismo, queda de manifiesto de nuevo
con María Font. “Así fue como supe dónde estaba el clítoris de una
mujer y cómo había que masajearlo o mimarlo o presionarlo, siempre eso
sí, dentro de los límites de la dulzura, límites que María, por otra
parte, transgredía constantemente, pues mi verga, bien tratada en los
primeros envites comenzó a ser martirizada entre sus manos; manos que
en algunos momentos me supieron en la oscuridad y entre el revoltijo de
sábanas a garras de halcón o halcona”.
Los tríos
En distintas novelas de Bolaño los protagonistas hablan o fantasean o
se arrepienten de haber –o no– concretado posibles tríos sexuales.
Hasta que llegamos a 2666. En la parte de los críticos, esa sátira
elegante sobre festivales literarios que alimentan el ego y propician la
promiscuidad de escritores y demás fauna editorial, la bella e
inteligente Liz Norton decide finalmente juntarlos en un cuarto de
hotel de la inquietante Santa Teresa. Sin ser nada explícito, podemos
imaginarlo todo.
“Norton subió a su habitación, se lavó los dientes, se puso crema
hidratante en la cara, se quedó un rato sentada en la cama, con los pies
en el suelo, pensando, y luego salió al pasillo y llamó a la puerta de
Pelletier y luego a la de Espinoza y sin decir palabra los guió hasta su
habitación, en donde hizo el amor con ambos hasta las cinco de la
mañana, hora en que los críticos, por indicación de Norton, volvieron a
sus respectivas habitaciones, en donde pronto cayeron en un sueño
profundo, sueño que no alcanzó a Norton, quien arregló un poco las
sábanas de su cama y apagó las luces del cuarto, pero no pudo pegar
ojo”.
La literatura
...erótica
El primer libro del que tenemos constancia que compra el poeta García
Madero en Los detectives salvajes es uno de Pierre Louys. Se trata de
Afrodita, un retrato de la vida cortesana en Alejandría. Sus
ilustraciones le provocan erecciones de caballo a nuestro protagonista,
erecciones que le impiden caminar y que lo obligan a cerrar el libro y
esperar. Pierre Louys fue un escritor y poeta francés de finales del
siglo XIX que cultivó la poesía obscena con fruición y que con su Manual
de urbanidad para jovencitas parodió con éxito la literatura erótica.
La literatura erótica francesa es un tema que Bolaño parece dominar.
En otro pasaje de la novela, Arturo Belano recita todos los libros del
Marqués de Sade que leyó en plena sesión de sexo masoquista con Simone
Darrieux: “Y él se metió, me di la vuelta y levanté las nalgas y le
dije: empieza a pegarme poco a poco, haz de cuenta que esto es un juego,
y él me dio mi primer azote y yo hundí la cabeza en la almohada, no he
leído a Rigaut, le dije, ni a Max Jacob, ni a los pesados de Baville,
Baudelaire, Catulle Mendés y Corbiere, lectura obligatoria, pero sí que
he leído al Marqués de Sade. ¿Ah, sí? Dijo él. Sí, dije yo,
acariciándole la verga. Los golpes en el culo cada vez los daba con
mayor convicción. ¿Qué has leído del Marqués de Sade? La filosofía en el
tocador, dije yo. ¿Y Justine? Naturalmente, dije yo. ¿Y Juliette? Por
supuesto. ¿Y los 120 días de Sodoma? Claro que sí. Para entonces estaba
húmeda y gimiendo y la verga de Arturo enhiesta como un palo…”.
Sexo violento
La sexualidad es fundamental para comprender cabalmente 2666. El
deseo es lo que mueve a la mayoría de sus personajes. Gozan del cuerpo
como si el mundo se fuera a acabar, como si lo único que los pudiera
salvar del horror del siglo XX fuera el hedonismo, la magia dionisíaca
del juego sexual. Dicho juego puede ser violento, como es el caso de la
orgía de comida, alcohol, sexo y arte entre el general rumano Entrescu y
la baronesa Von Zumpe, a la que asiste escondido el joven soldado Hans
Reiter.
“[...] poema que la joven baronesa, sentada a horcajadas sobre
las piernas de Entrescu, celebraba cimbrándose hacia atrás y hacia
delante, como una pastorcilla enloquecida en las vastedades de Asia,
clavándole las uñas en el cuello a su amante, refregando la sangre que
aún manaba de su mano derecha en la cara de su amante, untando de sangre
las comisuras de sus labios, sin que por ello Entrescu dejara de
recitar ese poema en el que cada cuatro versos resonaba la palabra
Drácula, un poema que seguramente era satírico”.
El cine porno
Casi siempre que escribe de cine, Bolaño lo hace de cine porno. Uno
de los cuentos de Llamadas teléfonicas es Johanna Silvestri, un texto
sobre una actriz porno del mismo nombre. Johanna está parcialmente
inspirada en Moana Pozzi que, según Enrique Vila-Matas, era la actriz
porno favorita de Roberto. La Pozzi tuvo una carrera fulgurante en
Italia, donde ejerció de modelo, presentadora de televisión e incluso
política, como compañera de correrías de la mediática Cicciolina en su
partido del amor. Su temprana muerte, a los 33 años, en Lyon, víctima de
un cáncer y leyendo las Confesiones, de San Agustín, fue reseñada en
la prensa de todo el mundo. En El Tiempo, Kelly Velásquez la definió
como una suerte de María Magdalena del siglo XX.
No sorprende entonces que Il Futuro, adaptación cinematográfica de uno de su textos, Una novelita lumpen, sin ser pornográfica, muestra
escenas bastante explícitas entre la actriz chilena Manuela Martelli y
el legendario actor holandés Rutger Hauer: “Una noche, mientras hacíamos
el amor, Maciste me preguntó de qué color era su semen. Le dije que
sacara su pene. Luego le quité el condón y lo masturbé unos segundos.
Me quedó la mano llena de semen. Es dorado, le dije. Como oro fundido.
No creo que puedas ver en la oscuridad, dijo. Puedo ver, le dije. Yo
creo que mi semen cada día que pasa es más negro, dijo”.
Finalmente, sería pertinente no olvidar que, debajo de todo el sexo,
Bolaño habla en realidad de amor. Sus personajes siempre están
enamorándose y, aunque fracasan, lo vuelven a intentar. Del roce de los
cuerpos quedan siempre la amistad y la lealtad, dos valores que Roberto
Bolaño valoraba en la literatura y en la vida, inseparables una de la
otra y que en estos días, a los diez años de su temprana muerte, vale la
pena rescatar.