sábado, 20 de julio de 2013

El erotismo de Bolaño

Roberto Bolaño: Diez años de ausencia presente

"Al hablar de sexo, se vuelve idiota. Tal vez siempre lo ha sido, pero el sexo, el monólogo sexual o el diálogo sexual(ya no digamos nada del mítin sexual), la vuelve aún más idiota y se limita a balbucear una serie de ideas preconcebidas, ideas cuyo fondo en nada difiere del antiguo Dios, Rey y Patria, que, como todo el mundo sospecha (pero se lo calla), significa Miedo, Ama o Jaula.”  Roberto Bolaño

Daniela Botero se leyó a Bolaño, por supuesto./ Amir Turk
Daniela Botero dijo que la impresionó la imaginación erótica del autor chileno. Amir Turk /revistadonjuan.com
Los poemas obscenos
En uno de sus primeros poemas, escrito a mediados de los se­tenta y publicado póstumamente en La Universidad Desco­nocida, el joven Roberto Bolaño se presenta: “Soy el pene mirado. Todo soy. El pene que ella mira”. Desde el principio, el poeta entiende que no puede separar lo sexual de lo lite­rario, como si para escribir necesitara estar caliente, o como si estar caliente le permitiera escribir versos como: “Te alejarás de ese coño sangrante que primero se ríe y después plagia tus poemas”. Son los años mexicanos.
Los años del manifiesto infrarrealista. Los años en los que aboga por subvertir la cotidianidad para hacer aparecer nuevas sensaciones, porque para ellos, para los infrarrealistas, es tan importante la barricada como el lecho. “Soy una cama que se sueña piano una cama sujeta a la poesía de los pulmones una cama voraz”. Para Bolaño el sexo no es romántico ni coreografiado ni pegajoso.
Sus escenas de sexo son violentas, agresivas, animales incluso. Son arañazos a la retina, mordiscos neuronales que nos dejan extraña­mente conmovidos, mojadas ellas, erectos nosotros. Los personajes “bolañescos” casi nunca están casados. Pocas veces tienen hijos. El concepto familia parece incompatible con esta vida literaria y nóma­da en la que están inmersos.
El sexo oral
Recientes estudios científicos han confirmado lo que mu­cho intuíamos, que la voz lleva incorporada información sutil sobre la conducta sexual y la condición física. Bolaño es consciente de que el sexo entra también por el oído. Sus personajes pasan largas horas en la cama, hablando, leyendo, follan­do. Para el chileno, los actos sexuales duran lo que dura todo el pro­ceso compartido en posición horizontal.
En Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, la primera novela publicada por Bolaño –coescrita con su amigo del alma Antonio García-Porta– nos encontramos con el personaje de Ana, la promiscua delincuente latinoamericana de la que se enamora el ingenuo aspirante a escritor Ángel Ros. Son los primeros destellos, tímidos acercamientos a la sexualidad femenina. “En el silencio del piso solo se escuchaba el chasquido de su lengua, la saliva que en­volvía mi verga, sus dientes entre mis venas, su paladar rosado. ¡Su paladar rosado! La imagen de su paladar empezó a sobreimponerse sobre la oscuridad de la casa. Un paladar rosado y vacío, que sin em­bargo atravesaba, como fogonazos, la oscuridad del estudio”.
Años después, en Los detectives salvajes, nos enamoramos de Ma­ría Font, uno de los mejores personajes femeninos pergeñados por Bolaño, una mujer mítica, inalcanzable, heredera de La Maga de Ra­yuela, capaz de inspirar imágenes como esta: “Ella tenía mi verga en su boca, pero no apretándola, no chu­pándola, sino solo acariciándola con la punta de la lengua. La tenía como una pistola dentro de su funda. ¿Ves la diferencia? No como una pistola en la mano, sino como una pistola enfundada, en la so­baquera o en la cartuchera, a ver si me explico”.
El cuerpo femenino
Aunque publicada en el 2001, Amberes fue escrita en 1980, tres años después de su llegada a Barcelona. Esta es una novela po­licial que funge como homenaje a una chica muy guapa que an­daba por el camping donde trabajaba el chileno por aquel entonces. Según contó en una entrevista, la chica se acostaba con todos menos con él. Así describió su parte más íntima. “Metió los dedos hasta el fondo, la chica gimió y alzó la grupa, sintió que sus yemas palpaban algo que instantáneamente nombró con la palabra estalagmita. Sacó y metió los dedos, pensaba que los dedos entraban y salían sin nin­gún adorno, sin ninguna figura literaria que les diera otra dimensión distinta que un par de dedos gruesos”.
La necesidad de recorrer bien el cuerpo de una mujer, de analizarlo con lupa, el cuerpo femenino como mapa y territorio donde perderse, donde arriesgarse a dejar de ser uno mismo, queda de manifiesto de nuevo con María Font. “Así fue como supe dónde estaba el clítoris de una mujer y cómo había que masajearlo o mimarlo o presionarlo, siempre eso sí, dentro de los límites de la dulzura, límites que María, por otra parte, transgredía constantemente, pues mi verga, bien tra­tada en los primeros envites comenzó a ser martirizada entre sus ma­nos; manos que en algunos momentos me supieron en la oscuridad y entre el revoltijo de sábanas a garras de halcón o halcona”.
Los tríos
En distintas novelas de Bolaño los protagonistas hablan o fan­tasean o se arrepienten de haber –o no– concretado posibles tríos sexuales. Hasta que llegamos a 2666. En la parte de los críticos, esa sátira elegante sobre festivales literarios que alimentan el ego y propician la promiscuidad de escritores y demás fauna editorial, la bella e inteligente Liz Norton decide finalmente juntarlos en un cuar­to de hotel de la inquietante Santa Teresa. Sin ser nada explícito, podemos imaginarlo todo.
“Norton subió a su habitación, se lavó los dientes, se puso crema hidratante en la cara, se quedó un rato sentada en la cama, con los pies en el suelo, pensando, y luego salió al pasillo y llamó a la puerta de Pelletier y luego a la de Espinoza y sin decir palabra los guió hasta su habitación, en donde hizo el amor con ambos hasta las cinco de la mañana, hora en que los críticos, por indicación de Norton, volvieron a sus respectivas habitaciones, en donde pronto cayeron en un sueño profundo, sueño que no alcanzó a Norton, quien arregló un poco las sábanas de su cama y apagó las luces del cuarto, pero no pudo pegar ojo”.
La literatura
...erótica
El primer libro del que tenemos constancia que compra el poeta García Madero en Los detectives salvajes es uno de Pie­rre Louys. Se trata de Afrodita, un retrato de la vida cortesana en Alejandría. Sus ilustraciones le provocan erecciones de caballo a nuestro protagonista, erecciones que le impiden caminar y que lo obligan a cerrar el libro y esperar. Pierre Louys fue un escritor y poeta francés de finales del siglo XIX que cultivó la poesía obscena con fruición y que con su Manual de urbanidad para jovencitas parodió con éxito la literatura erótica.
La literatura erótica francesa es un tema que Bolaño parece dominar. En otro pasaje de la novela, Arturo Be­lano recita todos los libros del Marqués de Sade que leyó en plena sesión de sexo masoquista con Simone Darrieux: “Y él se metió, me di la vuelta y levanté las nalgas y le dije: empieza a pegarme poco a poco, haz de cuenta que esto es un juego, y él me dio mi primer azote y yo hundí la cabeza en la almohada, no he leído a Rigaut, le dije, ni a Max Jacob, ni a los pesados de Baville, Baudelaire, Catulle Mendés y Corbiere, lectura obligatoria, pero sí que he leído al Marqués de Sade. ¿Ah, sí? Dijo él. Sí, dije yo, acariciándole la verga. Los golpes en el culo cada vez los daba con mayor convicción. ¿Qué has leído del Marqués de Sade? La filosofía en el tocador, dije yo. ¿Y Justine? Natu­ralmente, dije yo. ¿Y Juliette? Por supuesto. ¿Y los 120 días de Sodoma? Claro que sí. Para entonces estaba húmeda y gimiendo y la verga de Arturo enhiesta como un palo…”.
Sexo violento
La sexualidad es fundamental para comprender cabalmente 2666. El deseo es lo que mueve a la mayoría de sus personajes. Gozan del cuerpo como si el mundo se fuera a acabar, como si lo único que los pudiera salvar del horror del siglo XX fuera el he­donismo, la magia dionisíaca del juego sexual. Dicho juego puede ser violento, como es el caso de la orgía de comida, alcohol, sexo y arte entre el general rumano Entrescu y la baronesa Von Zumpe, a la que asiste escondido el joven soldado Hans Reiter.
“[...] poema que la joven baronesa, sentada a horcajadas sobre las piernas de Entrescu, celebraba cimbrándose hacia atrás y hacia delante, como una pastorcilla enloquecida en las vastedades de Asia, clavándole las uñas en el cuello a su amante, refregando la sangre que aún manaba de su mano derecha en la cara de su amante, untando de sangre las comisuras de sus labios, sin que por ello Entrescu de­jara de recitar ese poema en el que cada cuatro versos resonaba la palabra Drácula, un poema que seguramente era satírico”.
El cine porno
Casi siempre que escribe de cine, Bolaño lo hace de cine porno. Uno de los cuentos de Llamadas teléfonicas es Johanna Silvestri, un texto sobre una actriz porno del mismo nombre. Johanna está parcialmen­te inspirada en Moana Pozzi que, según Enrique Vila-Matas, era la actriz porno favorita de Roberto. La Pozzi tuvo una carrera fulguran­te en Italia, donde ejerció de modelo, presentadora de televisión e incluso política, como compañera de correrías de la mediática Cic­ciolina en su partido del amor. Su temprana muerte, a los 33 años, en Lyon, víctima de un cáncer y leyendo las Confesiones, de San Agus­tín, fue reseñada en la prensa de todo el mundo. En El Tiempo, Kelly Velásquez la definió como una suerte de María Magdalena del siglo XX.
No sorprende entonces que Il Futuro, adaptación cinematográ­fica de uno de su textos, Una novelita lumpen, sin ser pornográfica, muestra escenas bastante explícitas entre la actriz chilena Manuela Martelli y el legendario actor holandés Rutger Hauer: “Una noche, mientras hacíamos el amor, Maciste me preguntó de qué color era su semen. Le dije que sacara su pene. Luego le quité el condón y lo mas­turbé unos segundos. Me quedó la mano llena de semen. Es dorado, le dije. Como oro fundido. No creo que puedas ver en la oscuridad, dijo. Puedo ver, le dije. Yo creo que mi semen cada día que pasa es más negro, dijo”.
Finalmente, sería pertinente no olvidar que, debajo de todo el sexo, Bolaño habla en realidad de amor. Sus personajes siempre es­tán enamorándose y, aunque fracasan, lo vuelven a intentar. Del roce de los cuerpos quedan siempre la amistad y la lealtad, dos valores que Roberto Bolaño valoraba en la literatura y en la vida, insepara­bles una de la otra y que en estos días, a los diez años de su temprana muerte, vale la pena rescatar.