Este libro, escrito en el siglo XVII, ve la luz gracias al esfuerzo de una profesora colombiana
Francia E. Goenaga y Federico Torres G. lideraron el proyecto literario. /Héctor F. Zamora./eltiempo.com |
Mientras adelantaba su tesis doctoral sobre los moralistas franceses
del siglo XVII, a mediados de los noventa, la literata y profesora
colombiana Francia Elena Goenaga se encontró en la Biblioteca Nacional
de Francia una verdadera joya intelectual. Se trataba de un cuaderno
manuscrito, titulado Questions d’amour, que contenía preguntas sin
respuestas en torno al amor, escrito por una mujer que firmaba como
Marie Linage.
A medida que halaba la pita de este hallazgo, Goenaga encontró que,
además del hermoso material filosófico y literario que contenía el
cuaderno –que de paso tenía una estructura perfecta de libro–, todo lo
que rodeaba a su autora era una fuente maravillosa de datos reveladores,
que daban cuenta de la manera de pensar y de vivir de una época.
Empezando porque la obra había sido escrita en 1661, cuando Linage tenía
tan solo 19 años, un año antes de su muerte.
El joven editor bogotano Federico Torres Gavilán, de la editorial
independiente Destiempo, y la profesora Goenaga se dieron a la tarea de
publicar por primera vez, para el mundo, esta curiosidad literaria, que
se titula en español Las preguntas sobre el amor, y que permaneció
inédita durante 352 años.
El libro consta de tres partes, que abordan las siguientes temáticas:
‘Sobre la definición del amor’, ‘Sobre lo esencial y las bagatelas en
amor’ y ‘Sobre la ausencia en el amor’. “Es decir, está ordenado
arquitectónicamente y las preguntas están hiladas. Y aunque no tienen
respuesta, sí van de lo general a lo particular”, anota Goenaga, quien
se encargó de la traducción del francés.
Torres agrega que, por ser la primera vez que esta obra ve la luz, se
decidió hacer una edición bilingüe (francés-español), cuidando hasta el
más mínimo detalle: desde el diseño de la caja y el párrafo –tipo
francés–, hasta la conservación de la ortografía de la época, las
mayúsculas en ciertas palabras que funcionan como conceptos y el diseño
de la cubierta, que es un grabado del artista William Turner, que
expresa muy bien el amor como pasión tormentosa.
La profesora Goenaga explica que uno de los aportes de este libro es
“la propuesta ética e incluso de filosofía moral que tienen que ver con
ciertos conceptos de la época como el de la honestidad”, que Marie
Linage cuestiona a través de sus preguntas, aludiendo a uno de esos
juegos alegóricos propios de la época.
En ese sentido, la investigadora destaca el entorno en el que creció
Linage, que convierte su trabajo en algo “revolucionario” para su época,
teniendo en cuenta las barreras sociales que había para la mujer.
Aunque no pertenecía a la nobleza, Marie Linage y su hermana
Françoise crecieron en la casa del entonces canciller de Francia,
Monseigneur Séguier, donde su padre se desempeñaba como bibliotecario.
Infortunadamente, el padre muere y deja huérfanas a las niñas Linage,
que son educadas por el dueño de casa.
La gran herencia que les había dejado el bibliotecario a las niñas
fue su sólida formación intelectual, que incluía la enseñanza de latín,
griego, italiano y español. De esta manera, las Linage se convirtieron
en traductoras de libros que eran novedad en la época y que interesaban
al señor Séguier, por sus temáticas de educación de los nobles y de
caballerías, explica Goenaga, quien también tuvo oportunidad de leer las
cartas del archivo personal de Marie, que dejan un valioso testimonio
de aquel momento.
“Ahí se da una relación un poco ambigua y hasta oscura, entre el
protector y Marie, y seguramente, en ese círculo en el cual se mueven
las jóvenes, por estar en la casa de Séguier, ellas pudieron participar
en los famosos juegos de los salones del siglos XVII”, comenta Goenaga,
quien hace parte del departamento de Literatura de la Universidad de los
Andes, y dicta dos cursos en la maestría sobre los moralistas
franceses.
“Las preguntas hacían parte de esos juegos de los salones, en donde
se encontraban, se divertían un rato, generalmente ocurría en las
habitaciones, como lo refleja un grabado, por ejemplo, de Madame de La
Fayette, que la presenta en su cama y los demás invitados jugando a su
alrededor en una habitación gigantesca”, comenta la profesora.
“Ahí se reunían para hacer máximas, preguntas y hasta jugar a la
gallina ciega, el mismo que hoy conocemos, y que data de ese siglo –dice
Goenaga–. De hecho, algunos analistas van a decir que los salones
fueron invención femenina, pero para volver de nuevo a civilizar a los
hombres, que llegaban embrutecidos de la guerra”.
En ese contexto surgen las preguntas de Linage, que Goenaga considera
de avanzada, sin duda, en un tiempo en que además de aparecer una gran
cantidad de libros sobre cómo educar a los príncipes, también se editan
otro tanto sobre la educación de las niñas, muchos de ellos a cargo de
religiosos y laicos.
“Es decir, había una gran preocupación de cómo educar a la mujer,
cómo debían escoger a sus maridos y todo eso está implícito en las
preguntas de Linage, porque ella se cuestiona si uno debe escoger a un
amante mediocre, solamente porque es valiente o glorioso en su vida
pública, por ejemplo. Y ahí hay una demolición constante de todo eso que
era fundamento de la cultura del siglo XVII”, agrega la traductora,
quien destaca también el valor de la alegoría, implícita en el trabajo
de la autora francesa.
De esta manera, muchos de los mensajes implícitos hacen aparecer una
cosa como otra, para hablar de la idea de “infinidad”. “Como no había
cómo hablar sobre la infinidad, todavía en el siglo XVII, la alegoría se
presta para hacerlo. Entonces, por ejemplo, en el Barroco, en los
libros religiosos y místicos y hasta en la Edad Media, a falta de un
vocabulario que exprese ese mundo interior, la alegoría funciona muy
bien y sirve para personificar, como ocurría, por ejemplo, con el amor o
la envidia, creando un mundo ficticio, que podría ser el principio de
la ficción”, agrega Goenaga.
Anota que en Marie Linage la alegorización es interesante porque lo
hace con las mayúsculas (Amante, Amor, Celos, Virtud), de modo que los
conceptos se convierten en personajes mismos del libro.
¿Pero cómo logra una joven de tan solo 19 años escribir un libro de
tanta profundidad? “Yo creo que varias razones hacen que a esa corta
edad hubiera tenido una formación intelectual tan sólida. Primero porque
su cuna estuvo todo el tiempo en la biblioteca del canciller Séguier. Y
segundo porque también los 20 años, en el siglo XVII, corresponde más o
menos a los 40 de hoy, pues la expectativa de vida era menor”, comenta
Goenaga.
Hay que recordar que la manera de leer en el siglo XVII correspondía a
una concepción muy distinta, en donde un libro se estudiaba en
profundidad, para continuar con el otro. A esto, la investigadora agrega
el poder que tenía la carta, como medio eficiente de comunicación y de
reflexión, así como la traducción, que era una práctica muy usual de ese
periodo.
No se sabe bien por qué Linage murió tan joven. Ella deja el
manuscrito de Las preguntas sobre el amor y al año muere. Junto a esta
obra, dejó, además cartas y traducciones, algunas de las cuales
alcanzaron a ser publicadas, como ocurrió con ciertos tratados de
caballería.
Pero, independientemente de ser una obra que se enmarca en un gran
texto clásico, el editor Federico Torres destaca a la vez la cercanía y
vigencia que conservan las preguntas escritas por Linage con la vida de
hoy. “Uno de los elementos curiosos es que todas las preguntas se pueden
leer en desorden. El libro se puede abrir en cualquier parte, y claro,
si se leen en orden también tienen una lógica”, explica.
En ese sentido, se trata de un libro que invita al lector a
reflexionar sobre uno de los asuntos más trascendentales del ser, pero
de una manera sencilla, que vale la pena tener a la mano, en la mesita
de noche.