sábado, 20 de julio de 2013

Diccionario de nuestros más bajos atributos

Vivimos en un país de animales. El mico, el elefante y el perico son nuestras especies más comunes

Meter perico, una faena de adicción de cocaína./kienyke.com
En Bogotá, por ejemplo, usamos una cantidad extraordinaria de palabras animadas para referirnos a las personas y las cosas: Chinche, para el niño hiperactivo; Chucha, para el mal jugador de fútbol y el mal olor de las axilas; Cocuyo, para la luz frontal de los automóviles. Son términos ricos en matices morales y, a veces, con significados comúnmente desagradables.
En el diccionario ‘Bogotálogo’ de Andrés Ospina, que evoca al irreverente ‘Diccionario de la Ch’ de Eduardo Arias y Karl Troller, hay un zoológico: Cerditos, para hablar del barrio Cedritos; Burro, para el ignorante y el consumidor de marihuana; Chancho, para el tipo obeso; Conejo, por la expresión “hacer conejo”, irse de un establecimiento sin pagar; Copetón, para decir que se está prendido por el licor.
Cuando era niño, el perico siempre fue el loro de mi abuela. Ya mayorcito, me enteré de que así llamamos al café con leche pequeño y al huevo con cebolla y tomate. De adulto aprendí otro significado:
“Perico. Cocaína. Según los entendidos en tan perniciosas lides, el término comenzó a ser utilizado a comienzos de los 70 a causa de la similitud entre el parloteo imparable de quienes se encuentran bajo el efecto del alcaloide, y el de las delicadas avecillas que canturreaban sin tregua, muchas veces confinadas a una cruel jaula hasta el día de su deceso”.
Los lingüistas saben que el lenguaje es polisémico y ambiguo. Expresiones como ‘perico’ o ‘bagre’, por ejemplo, tienen múltiples significados. Esta riqueza permite juegos de sentido, chistes y albures que hacen divertido el habla coloquial. Lo mejor es que no nos damos cuenta, porque las conversaciones suelen ser espontáneas. Es por esa naturalidad y diversidad de las palabras que nos gusta tanto escuchar al otro.
Recuerdo la obra de arte conceptual de Mario Opazo: “Vendo perico”, en la que se alude irónicamente a esos ambiguos usos del lenguaje en nuestra cultura. Dependiendo del contexto sabemos si nos están ofreciendo un pájaro, una bebida caliente o un estupefaciente.
La palabra ‘bagre’ nombra al siluriforme o pez gato que comemos sudado a la hora del almuerzo, pero también evoca en el habla popular a una mujer poco atractiva. La palabra caballo denota al equino, cuadrúpedo, pero el libro de Ospina dice también que puede referirse a una: “Mujer u hombre de estatura y tamaño considerable”.
El habla cotidiana también está cargada de insectos, roedores, mamíferos y aves: ciertas personas dicen Cucarrón para referirse a un homosexual; Gallito, para decir envalentonado; Gallo, para mencionar una dificultad o hablar de la vagina; Gamba, por hampón; Garrapata, para referirse al alguien pegajoso; Gata, para hablar de una mujer coqueta; Gato, para indicar el golpe seco en el brazo.
Mal contadas, puede haber más cien palabras de animales utilizadas por los bogotanos como metáforas o comparaciones, que aluden la mayoría de las veces a nuestros más bajos atributos.
Otra especie abundante en nuestra geografía es el Lagarto: “Espécimen común en la fauna social colombiana caracterizado por su natural tendencia a reptar y a procurarse el ascenso social y laboral a partir del lambetazo debidamente calculado”.

Algo más

En nuestro reino animal también hay especies carnívoras y domésticas: un Lobo es un individuo fanfarrón, de mal gusto; un Marrano, el incauto de quien otros se aprovechan; un Mico, el inciso perverso de una ley; una Mona, una persona; una Mula, el individuo torpe o que transporta droga en sus vías digestivas; Oso, en la expresión “hacer el oso”, significa hacer el ridículo; un Pato, el que llega sin ser invitado; una Perra es una “dama promiscua y casquivana”; un Perro, el individuo astuto o promiscuo; Trucha es alguien que está alerta; una Vaca es reunir plata entre varias personas para pagar una cuenta; una Zorra es una mujerzuela.
Por tal razón, el país no debería ser dirigido por economistas ni abogados, sino por zoólogos. Recuerdo también a Alfredo Iriarte, échenle una ojeada a su Bestiario tropical, y creo que, desde hace tiempos, estas tierras han estado gobernadas, además, por distintas especies de animales.