jueves, 25 de julio de 2013

Mankell: "No escuchamos más: somos un ‘continente’ de habladores"

Adelanta algo de su nueva novela, que sucede en Mozambique. Y dice que en Israel existe un nuevo apartheid

En Buenos Aires. Mankell en un balcón porteño, en 2009, cuando vino a la Argentina./ Lucía Merle/revista Ñ
Ahora que Henning Mankell depositó a su detective Wallander en un geriátrico, ¿qué le espera al maestro de la novela negra escandinava?
Un ángel impuro, una joven sueca madama de burdel en Mozambique.
A los 65 años, con un rostro gastado y un abdomen amplio, Mankell sigue teniendo una necesidad obsesiva de trabajar. Eso explica que haya podido escribir más de 40 novelas, de las cuales sólo la cuarta parte presenta a Wallander, y 30 obras de teatro, además de pasar la mitad del año dirigiendo un teatro en Maputo, Mozambique. Su fama de frialdad tal vez refleje simplemente el hecho de que no tiene tiempo para tonterías. “Es mi vida”, dice cuando le pregunto por qué se siente movido a escribir. “Necesito hacerlo”. El dinero ciertamente no es la motivación: Wallander lo hizo muy rico, lo suficiente como para tener una mansión de vacaciones en Antibes, donde se instala cuando no está en Suecia o en Mozambique.
“Normalmente, es muy difícil decir exactamente cuándo comienza una novela”, dice, “pero en este caso puedo decir exactamente cómo fue. Fue una mañana temprano hace alrededor de 10 años en Maputo. Estaba en el teatro y un amigo –un científico sueco que estaba trabajando en los archivos coloniales portugueses– vino y me dijo ‘Eh, Henning, encontré algo muy extraño’. Entonces me contó que en los archivos impositivos de comienzos del siglo XX, aparecía una mujer sueca que había sido una de las mayores contribuyentes, y era dueña del prostíbulo más grande de la ciudad. Había llegado nadie sabe de dónde, era dueña del prostíbulo desde hacía tres años y después desapareció. La historia me pareció muy fascinante y traté de averiguar más cosas sobre ella, pero fue imposible, de modo que al final se convirtió en una historia con lo poco que sabemos y lo mucho que ignoramos”.
Es un libro sobre el choque cultural. Hanna tiene que hacer las paces consigo misma después de una serie de tragedias, pero sobre todo, debe aprender a vivir junto con las mujeres africanas en su prostíbulo y respetarlas.
Mankell es un hombre comprometido de izquierda y gran parte de su ficción, incluido Wallander, tiene un fin didáctico. En Un ángel impuro, ese objetivo es exponer el corazón tenebroso del colonialismo; en los libros de Wallander, es analizar las ansiedades Suecia en la actualidad.
¿Esos dos tipos diferentes de novela atraen públicos diferentes? “Hay una superposición”, dice. “Wallander fue una suerte de locomotora en términos de llegada, pero actualmente no hay casi diferencia en la cantidad de ejemplares que vendo de una novela. Hace unos años, escribí una novela llamada Zapatos italianos. Vendió 500.000 ejemplares en Francia, más que las historias de Wallander. La gente sigue al escritor”.
Seguramente su editor se horrorizó, le comento, cuando vio ese último párrafo confinando a Wallander a un geriátrico. “No, lo entendió”, dice. “Le expliqué que había otras cosas que quería hacer con mi vida antes de que el tiempo se acabe.
No voy a extrañar a Wallander. El lector lo va a extrañar ”.
Mankell tuvo una crianza fracturada. Su madre los abandonó a él y a dos hermanos cuando tenía un año. Su padre, juez, llevó a su familia hasta el extremo norte de Suecia porque consideró que sería más fácil criar a sus hijos en una comunidad pequeña. Mankell volvió a ver a su madre recién cuando era adolescente. “No pudo soportar ser madre”, dice. “Probablemente ahora puedo entenderla un poco. Se dio cuenta simplemente de que ‘mi vida no es esto’. Quería ser libre, y puede decirse que tuvo el coraje de hacerlo, pero por otro lado no se puede abandonar a los hijos”. Me advierte que no interprete demasiado su historia. “Mi padre era un hombre muy atento a sus emociones y yo viví en un marco muy emocional”. De haber sido él más distante, la situación podría haber sido más destructiva.
Su abuela le enseñó a leer cuando tenía seis años, y desde el comienzo él quiso escribir. “No tengo ningún recuerdo de haber pensado en hacer otra cosa salvo contar historias. No sabía cómo era ser escritor, pero sabía que era contar una historia y que la gente de alguna manera la escuchara”. Dejó la escuela a los 15 años. “Quería aprender cosas, pero me parecía que en la escuela no las aprendía. Quería sentarme en una biblioteca a leer, por eso dejé la escuela. Mi padre se quedó un poco desconcertado pero después dijo: ‘Está bien, tengo que apoyarte’”.
A los 16, Mankell se convirtió en marino mercante. “Me propuse ser marino como una especie de universidad”, dice. Soñaba con viajes estilo Conrad a África y Asia, pero los barcos en los que trabajaba siempre amarraban en Middlesbrough, en el noreste de Inglaterra. “Estuve 14 veces”, recuerda con un horror absolutamente conradiano. “Una vez me alegré muchísimo cuando dijeron que no íbamos a Middlebrough; vamos a Bristol”.
Fue marinero por dos años, pero a los 19 consiguió que produjeran su primera obra y descubrió que podía mantenerse como escritor y director, siendo inicialmente este último el que se impuso sobre el primero. A los 20 viajó a Africa, un hecho que fue crucial en la formación de sus opiniones. “Lo más importante de dejar Europa fue ver el mundo más allá del egocentrismo europeo”, explica. “Cuando vuelva a Mozambique en agosto será por la misma razón. Aprendo más sobre la condición humana viviendo con un pie en la nieve y un pie en la arena. El mundo occidental perdió la capacidad de hacer preguntas.
Ahora somos un ‘continente’ de habladores.
No escuchamos más, lo que a la larga nos castigará”.
Le pregunto si después de haber estado tanto tiempo en Mozambique, lo reconocen como diferente de los colonizadores. “Saben qué clase de embajador soy y que doy en vez de tomar”, dice. “Ese es el problema número uno en África. Hasta los jugadores jóvenes de fútbol son una especie de materia prima. Hay más médicos africanos en Europa Africa”.
Hace diez años, fundó una editorial para apoyar novelas de África, Asia y Medio Oriente y dice que la empresa resultó un éxito. Siempre ha sido un activista, y en 2010 estaba en uno de los barcos de la flotilla que intentó romper el bloqueo israelí en la Franja de Gaza. Murieron nueve personas de uno de los otros barcos cuando comandos israelíes atacaron la flotilla. Mankell fue arrestado y deportado a Suecia. Considera que la causa palestina es el tema decisivo de nuestra época. “Viví muy cerca y trabajé mucho en contra del sistema del apartheid en Sudáfrica, y me alegró verlo desaparecer. Y de golpe veo este nuevo tipo de apartheid en Israel.” 
Traducción de Cristina Sardoy