Adelanta algo de su nueva novela, que sucede en Mozambique. Y dice que en Israel existe un nuevo apartheid
En Buenos Aires. Mankell en un balcón porteño, en 2009, cuando vino a la Argentina./ Lucía Merle/revista Ñ |
Ahora que Henning Mankell depositó a su detective Wallander en un
geriátrico, ¿qué le espera al maestro de la novela negra escandinava?
Un ángel impuro, una joven sueca madama de burdel en Mozambique.
A
los 65 años, con un rostro gastado y un abdomen amplio, Mankell sigue
teniendo una necesidad obsesiva de trabajar. Eso explica que haya podido
escribir más de 40 novelas, de las cuales sólo la cuarta parte presenta
a Wallander, y 30 obras de teatro, además de pasar la mitad del año
dirigiendo un teatro en Maputo, Mozambique. Su fama de frialdad tal vez
refleje simplemente el hecho de que no tiene tiempo para tonterías. “Es
mi vida”, dice cuando le pregunto por qué se siente movido a escribir.
“Necesito hacerlo”. El dinero ciertamente no es la motivación: Wallander
lo hizo muy rico, lo suficiente como para tener una mansión de
vacaciones en Antibes, donde se instala cuando no está en Suecia o en
Mozambique.
“Normalmente, es muy difícil decir exactamente cuándo
comienza una novela”, dice, “pero en este caso puedo decir exactamente
cómo fue. Fue una mañana temprano hace alrededor de 10 años en Maputo.
Estaba en el teatro y un amigo –un científico sueco que estaba
trabajando en los archivos coloniales portugueses– vino y me dijo ‘Eh,
Henning, encontré algo muy extraño’. Entonces me contó que en los
archivos impositivos de comienzos del siglo XX, aparecía una mujer sueca
que había sido una de las mayores contribuyentes, y era dueña del prostíbulo más grande de la ciudad.
Había llegado nadie sabe de dónde, era dueña del prostíbulo desde hacía
tres años y después desapareció. La historia me pareció muy fascinante y
traté de averiguar más cosas sobre ella, pero fue imposible, de modo
que al final se convirtió en una historia con lo poco que sabemos y lo
mucho que ignoramos”.
Es un libro sobre el choque cultural. Hanna
tiene que hacer las paces consigo misma después de una serie de
tragedias, pero sobre todo, debe aprender a vivir junto con las mujeres
africanas en su prostíbulo y respetarlas.
Mankell es un hombre comprometido de izquierda y gran parte de su ficción, incluido Wallander, tiene un fin didáctico. En Un ángel impuro,
ese objetivo es exponer el corazón tenebroso del colonialismo; en los
libros de Wallander, es analizar las ansiedades Suecia en la actualidad.
¿Esos
dos tipos diferentes de novela atraen públicos diferentes? “Hay una
superposición”, dice. “Wallander fue una suerte de locomotora en
términos de llegada, pero actualmente no hay casi diferencia en la
cantidad de ejemplares que vendo de una novela. Hace unos años, escribí
una novela llamada Zapatos italianos. Vendió 500.000 ejemplares en Francia, más que las historias de Wallander. La gente sigue al escritor”.
Seguramente
su editor se horrorizó, le comento, cuando vio ese último párrafo
confinando a Wallander a un geriátrico. “No, lo entendió”, dice. “Le
expliqué que había otras cosas que quería hacer con mi vida antes de que
el tiempo se acabe.
No voy a extrañar a Wallander. El lector lo va a extrañar ”.
Mankell
tuvo una crianza fracturada. Su madre los abandonó a él y a dos
hermanos cuando tenía un año. Su padre, juez, llevó a su familia hasta
el extremo norte de Suecia porque consideró que sería más fácil criar a
sus hijos en una comunidad pequeña. Mankell volvió a ver a su madre
recién cuando era adolescente. “No pudo soportar ser madre”, dice.
“Probablemente ahora puedo entenderla un poco. Se dio cuenta simplemente
de que ‘mi vida no es esto’. Quería ser libre, y puede decirse que tuvo
el coraje de hacerlo, pero por otro lado no se puede abandonar a los
hijos”. Me advierte que no interprete demasiado su historia. “Mi padre
era un hombre muy atento a sus emociones y yo viví en un marco muy
emocional”. De haber sido él más distante, la situación podría haber
sido más destructiva.
Su abuela le enseñó a leer cuando tenía
seis años, y desde el comienzo él quiso escribir. “No tengo ningún
recuerdo de haber pensado en hacer otra cosa salvo contar historias. No
sabía cómo era ser escritor, pero sabía que era contar una historia y
que la gente de alguna manera la escuchara”. Dejó la escuela a los 15
años. “Quería aprender cosas, pero me parecía que en la escuela no las
aprendía. Quería sentarme en una biblioteca a leer, por eso dejé la
escuela. Mi padre se quedó un poco desconcertado pero después dijo:
‘Está bien, tengo que apoyarte’”.
A los 16, Mankell se convirtió
en marino mercante. “Me propuse ser marino como una especie de
universidad”, dice. Soñaba con viajes estilo Conrad a África y Asia,
pero los barcos en los que trabajaba siempre amarraban en Middlesbrough,
en el noreste de Inglaterra. “Estuve 14 veces”, recuerda con un horror
absolutamente conradiano. “Una vez me alegré muchísimo cuando dijeron
que no íbamos a Middlebrough; vamos a Bristol”.
Fue marinero por
dos años, pero a los 19 consiguió que produjeran su primera obra y
descubrió que podía mantenerse como escritor y director, siendo
inicialmente este último el que se impuso sobre el primero. A los 20
viajó a Africa, un hecho que fue crucial en la formación de sus
opiniones. “Lo más importante de dejar Europa fue ver el mundo más allá
del egocentrismo europeo”, explica. “Cuando vuelva a Mozambique en
agosto será por la misma razón. Aprendo más sobre la condición humana
viviendo con un pie en la nieve y un pie en la arena. El mundo
occidental perdió la capacidad de hacer preguntas.
Ahora somos un ‘continente’ de habladores.
No escuchamos más, lo que a la larga nos castigará”.
Le
pregunto si después de haber estado tanto tiempo en Mozambique, lo
reconocen como diferente de los colonizadores. “Saben qué clase de
embajador soy y que doy en vez de tomar”, dice. “Ese es el problema
número uno en África. Hasta los jugadores jóvenes de fútbol son una
especie de materia prima. Hay más médicos africanos en Europa Africa”.
Hace
diez años, fundó una editorial para apoyar novelas de África, Asia y
Medio Oriente y dice que la empresa resultó un éxito. Siempre ha sido un
activista, y en 2010 estaba en uno de los barcos de la flotilla que
intentó romper el bloqueo israelí en la Franja de Gaza. Murieron nueve
personas de uno de los otros barcos cuando comandos israelíes atacaron
la flotilla. Mankell fue arrestado y deportado a Suecia. Considera que
la causa palestina es el tema decisivo de nuestra época. “Viví muy cerca
y trabajé mucho en contra del sistema del apartheid en Sudáfrica, y me
alegró verlo desaparecer. Y de golpe veo este nuevo tipo de apartheid en
Israel.”
Traducción de Cristina Sardoy