Sudáfrica ha sido uno de sus fértiles territorios. Un país de tiempos olvidables pero que hay que recordar. Es la Sudáfrica del Apartheid contada aquí por uno de sus testigos convertido hoy en uno de los grandes escritores contemporáneos: John Maxwell Coetzee. Este premio Nobel ofrece una narrativa transparente y desnuda que imbrica la historia de su vida con la historia de su país
Una prosa clara, contundente./elpais.com |
“31 de mayo de 1975.
Sudáfrica no se encuentra formalmente en estado de guerra, pero es como
si lo estuviera. A medida que ha aumentado la resistencia, el imperio de
la ley ha sido suspendido paso a paso. A estas alturas la policía y
quienes la dirigen (como los cazadores dirigen jaurías de perros)
tienen más o menos libertad para hacer lo que quieran. Como si fueran
noticias, la radio y la televisión transmiten mentiras oficiales. Sin
embargo, sobre el lamentable y criminal espectáculo se cierne una
atmósfera de ranciedad”.
Es el reino de la impiedad, también. De las zonas oscuras que puede propiciar el ser humano.
Horror germinado en la belleza.
Sudáfrica ha sido uno de sus fértiles territorios. Un país de
tiempos olvidables pero que hay que recordar. Es la Sudáfrica del
Apartheid contada aquí por uno de sus testigos convertido hoy en uno de los grandes escritores contemporáneos: John Maxwell Coetzee
(Ciudad del Cabo, 1940). Este premio Nobel ofrece una narrativa
transparente y desnuda que imbrica la historia de su vida con la
historia de su país. O mejor, la búsqueda de sí mismo que lleva consigo
el desenmascaramiento de su país. Entonces, la implacable Sudáfrica se
convierte en las manos de Coetzee en el territorio para ir en búsqueda
de la verdad. Y la verdad de Verdad es acerada.
Sudáfrica está en casi toda la obra de Coetzee. Él no puede, y no
quiere, huir de la violencia que presenció clara o soterradamente allí.
Hoy, antes que elegir novelas muy conocidas o premiadas que abordan este
tema como Esperando a los bárbaros, Vida y época de Michael K y Desgracia, he preferido compartir este viaje literario a través de sus tres libros autobiográficos: Infancia, Juventud y Verano, coincidencialmente reunidos hace un mes en un solo volumen bajo el título de Escenas de una vida de provincias.
Tres libros que son uno. Independientes y complementarios a la vez. Y aquí con especial atención en Verano
porque es donde menos está presente Sudáfrica físicamente, pero donde
más se siente, donde más influye en sus personajes. Es la gran presencia
ausente, porque mientras el escritor cuenta su vida en tercera persona
en una estructura básicamente de entrevistas para dar cuenta del
verdadero autor, nos damos cuenta de que su país envuelve su vida. De la
manera en que moldea silenciosamente su destino y de cómo una persona
puede convertir sus vergüenzas ajenas y propias en arte.
Verano
abarca desde 1971 hasta 1977, la treintena de Coetzee. El periodo en
que él publica sus primeros libros.
Ya transparentes, con gran sentido del detalle y la ruta inalterable de
una bala. ¿Nostalgia? ¿Felicidad o añoranza en el recuerdo? Coetzee no
hace romanticismo en su literatura. ¿Cómo hacerlo con la pugna vivida
entre barbarie y civilización? Toda su escritura tiene la misión de ir
tras la verdad, y la identidad en un país que se desangra y no termina
de entender que ese enfrentamiento e injusticia no lleva a ningún lado,
hasta que aparece Mandela.
Desde el mundo más privado del autor, el pasado de Sudáfrica asoma
constante como un fantasma en vela.
"Él lee las noticias y se siente sucio. ¡De modo que es esto a lo que
ha regresado! Sin embargo, ¿en qué lugar del mundo puede uno esconderse
donde no se sienta sucio? ¿Acaso se sentiría más limpio en las nieves
de Suecia, leyendo desde la lejanía acerca de su gente y las diabluras
más recientes a que se entregaban?
Cómo librarte de la suciedad: no es una cuestión nueva. Es una vieja
cuestión que te roe como una rata, que no te suelta, que te deja una
herida asquerosa y supurante. Mordedura del fuero interno".
J. M. Coetzee echa un vistazo atrás en su vida, y con ella vemos la
maldad en su país y la culpa que te persigue, el pecado que no descansa y
que hay que revelar como una expiación.
Pero, incluso así, ahí sigue la belleza aunque no la veamos, y a veces la despreciemos:
"El aire es frío y está inmóvil. Mientras mira a su alrededor, surgen
de la nada los espinos y la hierba iluminados por la primera luz. Es
como si estuviera presente en el prime día de la creación. 'Dios mío',
murmura, y siente el impulso de arrodillarse.
Oye un ruido cercano y sus ojos se posan en los ojos oscuros de un antílope, un pequeño steenbok que se encuentra a menos de veinte pasos y que le vuelve la mirada, con cautela pero sin temor, todavía no. My kleintjie!,
exclama, chiquitín mío. Lo que más desea es abrazarlo, verter sobre su
frente este súbito amor, pero antes de que pueda dar el primer paso, el
animalito se ha dado la vuelta y ha huido tamborileando en la tierra con
las pezuñas. A cien metros de distancia se detiene, se vuelve y la
inspecciona de nuevo, y entonces trota más despacio por la llanura hacia
el lecho de un río seco".
Este viaje a la Sudáfrica de un Coetzee magistral es, también, un
viaje en memoria de países del continente con situaciones parecidas, y a
la vez un homenaje a Nelson Mandela a quien en estos días sus
compatriotas cantan y dedican oraciones por su salud.
Les recomiendo este viaje literario especialmente con estos libros o
con cualquier otro de Coetzee. Un viaje que siempre será barato y
necesario. ¿Qué otros libros de este autor o de otros sobre Sudáfrica nos recomiendas?
* Verano. J. M. Coetzee. Traducción de Jordi Fibla. Mondadori