filBo 2014
Autor peruano presenta en la Feria su novela Contarlo todo, una de las revelaciones en ese país
Jeremías Gamboa junto a su mentor, Mario Vargas LLosa en la Filbo 2014./eltiempo.com |
Bastó una palabra de Vargas Llosa y el Perú miró al escritor Jeremías
Gamboa (Lima, 1975) como una promesa editorial. Su libro de cuentos
Punto de fuga tuvo una crítica positiva del nobel peruano, cosa que
ayudó a que la agencia literaria de Carmen Balcells le abriera las
puertas. Así, antes de salir a tiendas, Contarlo todo, primera novela de
Gamboa, ya era famosa. Fue best seller, generó revuelo en Lima –además,
porque en la historia de ficción, el autor enmascaró a sus personajes
con nombres similares a los de personas reales–
Gamboa vino a la Feria del Libro de Bogotá, hablará de su trabajo
literario, aunque le es inevitable relacionarlo con el periodismo, su
punto de partida y del protagonista de su novela, Gabriel Lisboa.
“Contarlo todo –dice– es la narración de alguien que ya encontró su voz
literaria”. En el camino pasa el protagonista por una etapa de
aprendizaje de escritura que se lo da el periodismo.
¿Cuál ha sido la reacción de los periodistas?
Cuando se acaba lo periodístico, en la mitad, sienten que cerraron la
novela. Los demás lectores disfrutan mucho la segunda parte. El libro
se está leyendo entre estudiantes que quieren definir su vocación.
Cuando estudiaba y una de mis lecturas fue Conversación en la catedral,
de Vargas Llosa, con su visión oscura y pesimista del periodismo. La leí
aterrado, pero sostuve mi intención porque el oficio estaba lleno de
aventuras. Quería entrar a la redacción y conocer personajes como los
suyos. Encontré otros que de alguna manera convertí con un poquito de
ficción en Saúl Vegas o Francisco De Rivera (personajes de Contarlo
todo).
¿Qué tanta distancia hay entre el escritor que soñaba ser en esos comienzos y el que es ahora?
En la novela se ve cómo Gabriel va definiendo las fronteras entre el
periodismo y la literatura. A su edad yo no lo tenía tan claro. No sabía
que perseguían verdades diferentes de la condición humana. Usé la
crónica como plataforma para intentar historias y, en algunos casos, usé
la realidad como pretexto para ensayar modelos de escritura. No fue lo
mejor. Ahora, como profesor, alerto a mis alumnos: separo rápidamente
los dos ámbitos. En ese sentido estoy más alejado de ese chico del
pasado.
Pero se pueden escribir crónicas muy literarias…
Soy absolutamente literario cuando escribo crónica. Pero la crónica
es periodismo. Cuando la voy a contar sé la historia de principio a fin.
Existe la limitación del referente: es un hecho que ocurrió y es
contrastable. Sabes cómo termina. Usas mecanismos literarios para
emocionar al lector. Cuando escribo ficción estoy en la total duda.
Cuando comienza la novela, Gabriel ni siquiera sabe usar la puntuación. A
la mitad es un editor, logra lo que todo estudiante soñaría. Y
renuncia. Debe resolver que es otra actitud la de escribir ficción. Eso
lo aprendí con los años, a martillazos. Cuando hago crónica, no escribo
el primer párrafo si no tengo preciso quien es mi personaje. En cambio,
en literatura se empieza desde una imagen que no sabe a dónde lo va a
llevar. Es mejor así. Si supieras el final, tendrías un relato menos
vivo. La literatura está más inclinada hacia la intuición.
¿Cómo fue esto en el ejemplo de Contarlo todo?
Al terminarla pensé que era sobre la orfandad. En literatura o
ficción lo que haces es descubrir una verdad de la que eres ignorante al
comenzar. Sabes cuál será el clima o la atmósfera o el tono. Cuando
empecé sabía que era la historia de un chico con muchos problemas, pero
qué le iba a pasar, que se iba a enamorar. Lo único que sabía era que
iba a terminar escribiendo.
Entonces, ¿es más difícil en ficción tener un final específico desde el comienzo?
En la novela sabemos cuál es el final: se convierte en el chico que
en la primera página, el que dice: ‘He encontrado mi voz’. Así que es
una novela infinita, puede leerse una y otra vez. Sabía elementos de ese
final. En mi primera versión, Gabriel tenía padres. En la segunda
versión, el libro me dijo que no los tenía y aparecieron los tíos. En la
literatura, uno tiene que trabajar con la indeterminación porque te
lleva a lugares insospechados de ti mismo.
¿Cuántas versiones hizo de la novela?
Siempre hago tres. La primera es deshilvanada, pero está toda la
emoción, el “vómito negro” del que habla Vargas Llosa. Tenía como 900
páginas. En la segunda doy la estructura final, el orden, los personajes
tienen una coherencia. La tercera es de superficie, trabajo el
lenguaje.
¿Cómo influyó Vargas Llosa en su trabajo?
Lo leí mucho. No hay escritor peruano que no se haya organizado
frente a él, o en contra o con él. Comencé escribiendo textos
vargasllosianos. Tenía lo que Harold Bloom llamaba la edad de la
influencia. Definí mi vocación al leer Un pez en el agua e Historia de
un deicidio. Vargas Llosa te muestra que puedes escribir una novela
universal, como Conversación en la catedral, aunque ocurra en tu barrio.
Eso me reventó el cerebro. Es un modelo de escritor por disciplina. A
diferencia de García Márquez, que lo lees y te inhibe, dices: “No es
posible hacer esto”, Vargas Llosa te hace sentir que ser escritor es
posible, que no es una tarea de superhombres sino de tenacidad y
esfuerzo.
¿Y la relación personal?
Lo encontré primero por un ensayo que escribí hace años, le gustó.
Después lo entrevisté como periodista y más adelante leyó mi libro de
cuentos, lo comentó. Me decía que sentía que yo era más novelista que
cuentista. Fue muy generoso. A partir de ahí me preguntaba por la
novela. Para mí fue importante saber que un escritor de ese nivel se
interesara por ver el resultado de mi trabajo. Por él mi manuscrito
llegó a Carmen Balcells y ocurrió lo que ocurrió con el libro.
Un libro que han etiqueteado como autobiográfico…
Esa ansiedad la tienen más los lectores. Dicen: ¿Qué vas a escribir
si lo contaste todo? El personaje hace creer eso, él lo contó todo, no
yo. Creen que he contado mi vida; si fuese así, tendría que esperar
otros diez años para contar mis treinta. La novela juega con lo
autobiográfico, porque los hitos de Gabriel y míos son similares. Pero
está más hecha de imaginación y de la proyección de la verdad. Leí
críticas que dicen: “Vamos a ver cómo le va al autor cuando se aleje de
su sombra”, pero no fui tan autobiográfico como parece.
¿Cómo es su reacción cuando lo llaman “el preferido o apadrinado por Vargas Llosa”?
Eso “viene con el paquete”. Estoy fascinado con lo de Vargas Llosa.
En Perú es una figura muy polarizada y muchos se resintieron, quizás con
razón. Son gente que lleva mucho escribiendo y de pronto una persona
joven recibe ese aval y saca su primera novela con una campaña fuerte.
Eso genera resistencia. A veces me pregunto qué haría Gabriel, mi
personaje, en un caso así. Les pasó a otros escritores antes, a Santiago
Roncagliolo cuando se ganó el Premio Alfaguara. Él mismo me dijo: ‘Vas a
ver de qué se trata esto’.
¿Y qué habría hecho su personaje en su caso?
Habría reaccionado con hipersensibilidad o con menos humor que yo.
Felizmente para mí la ola ya pasó y el libro se empieza a leer con
distancia, lo que es más importante.