martes, 2 de septiembre de 2014

A Agatha Christie también le gustaría

La primera secuela de Hércules Poirot autorizada por los herederos de la escritora británica llegará a las librerías de 50 países el 9 de septiembre, editado en 30 lenguas

La escritora Agatha Christie. / Bettmann/elpais.com

¿Quién no volvería a una noche con su primera novia? ¿Quién no se introduciría en un escenario conocido y daría vida a unos personajes como Poirot o Marlowe, que tanta compañía le hicieron? La tentación es grande. Pero para el último supuesto esta ha de luchar contra los derechos de los herederos de Agatha Christie y de Raymond Chandler. Eso ha conseguido que la marca Poirot y la marca Marlowe aún signifiquen algo. El experimento funcionó con John Banville en una apuesta más arriesgada que la de Christie, ya que al manierismo de Chandler se le unía el de su detective. En las novelas de Hércules Poirot la sensación es que el estilo es invisible, que toda la afectación y excentricidad recae en la trama y en el detective belga más famoso de todos los tiempos. Pero tampoco era tarea fácil.
Sophie Hannah pone el acento en el Hércules Poirot vanidoso y romántico
A mediados de los 70 un hogar español de clase media con hijos en bachillerato no era nada si no tenía el Mediterráneo de Serrat, el álbum rojo de los Beatles y una pila de libros de Agatha Christie editados por Molino. Luego, los sabihondos te dijeron que Agatha Christie era, a lo sumo, una mediocre escritora. Vaya por Dios. Pero le debías muchas horas de lectura ensimismada y tu primer contacto con la literatura popular. Esos libros de Molino se compraban en quioscos, se prestaban y heredaban. Solucionaban y sanaban el daño que habían hecho todos aquellos libros juveniles de niños pera con o sin perro que no eran sino un plan maquiavélico para que dejaras de leer. Las novelas de Christie eran la señal de que ya leías otras cosas. Sabías qué buscabas en cada libro y siempre lo encontrabas. Más allá de las tramas, del carisma de sus investigadores, lo que te embargaba era la sensación de orden. Todo funcionaba en un mundo que uno asimilaba con lo británico, es decir, con lo civilizado. Asesinar y ser asesinado a lo Christie no dejaba de ser sino otra expresión de ser educado. Al finalizar el partido, el asesino se acercaba a la red, daba la mano al detective y a los lectores y se iba a la Torre de Londres veinte años. Querer volver allí en 2014 tiene algo de arcádico e ingenuo en un mundo del crimen literario caótico, sobreactuado, grotesco y tan poco respetuoso con la justicia y, especialmente, con las víctimas. Uno tenía la sensación al leer a Tía Agatha de que necesitaba un jerez y unas vacaciones en España en las que conociera a un torero (que mataría en la siguiente entrega). Con muchos de los escritores de negra de hoy en día, uno tiene la sensación de que necesitan ver menos tele, un pabellón de psiquiatría a su servicio y que la policía investigue el disco duro de su ordenador.
Sophie Hannah (Manchester, 1971) es la autora de la primera secuela autorizada de las aventuras de Hércules Poirot, Los crímenes del monograma (Espasa). La elección de Hannah recaía sobre una prestigiosa y popular escritora además de fan confesa de Agatha Christie. Su éxito le ha venido de novelas de investigación criminal como La cuna vacía, Matar de amor o Mala madre.
La acción de Los crímenes del monograma se sitúa en 1929
Hannah ha sido respetuosa con casi todo. La acción de Los crímenes del monograma acontece en 1929, en la época en que Christie no publicó ninguna novela. No resucita al detective belga, al que su autora finiquitó de un ataque de corazón en Telón, en 1975. Tampoco modifica a Poirot. Acentúa eso sí, su carácter reflexivo, metódico, vanidoso y tremendamente romántico, sector solterón otoñal. Tres personas han sido asesinadas casi al mismo tiempo en tres habitaciones del hotel Bloxham en Londres. Los cadáveres se hallan dispuestos de modo idéntico en el suelo y tienen un gemelo con unas iniciales en la boca. El enigma de la habitación cerrada multiplicado. La lectura es amena, la intriga funciona y es que el libro está escrito por una escritora y no por una juntapalabras. El talento de Hannah no se ve reprimido por personaje, ambiente y desarrollo de la trama. Muy al contrario. Y cuando ha de dar lo suyo específico, lo hace —en una decisión muy acertada— creando a Edward Catchpool, detective de Scotland Yard, que es quien relata la historia y quien tiene el cupo de ironía y sentido del humor —junto a la camarera Fee Spring, otro hallazgo— de la novela. Algo que sorprende, cuando en el resto de novelas negras de Hannah el humor estaba desterrado, muy al contrario de su poesía, donde lo maneja con maestría.
Los crímenes del monograma te reconcilia con el subgénero, gustará a los seguidores de Poirot y, casi con toda probabilidad, a su creadora. Aunque quizás esta le achacara su extensión y el modo en que desarrollan, piensan y hablan sus personajes, que lo hacen —más en el fondo que en la forma— con nuestra psique y verborrea. Pero eso son decisiones de Sophie Hannah. Decisiones de autora.
Carlos Zanón es escritor. Su última novela es Yo fui Johnny Thunders (RBA).