Un interno de un centro de menores llega a la final de un concurso nacional de poesia
El tema elegido este año para el concurso nacional de poesía de la Olimpíada de Língua Portuguesa
ha sido "El lugar donde vivo". De entre los casi 54.000 poemas
recibidos, ha llegado a la final el de un chico de 17 años, preso por
tercera vez por tráfico de drogas en la Fundación Casa, como se llama
amablemente a los centros de internamiento para menores infractores en
São Paulo. El lugar donde vive está formado por cuatro celdas, un baño
compartido entre 30 internos, un comedor y dos aulas con vista a una
pista deportiva. Los muros alambrados no dejan ver nada de lo que hay
fuera. El joven, que tiene dos hijos mellizos de un año a los que solo
ha podido ver dos veces, tituló su poema Vida en transición.
‘Vida en Transición’ (portugués)
Vida em TransiçãoViver na Fundação não é bom
Bom é ser livre em toda situação
Mas tenho minha opinião
Sobre esse período de transição
Que muitos dizem ser prisão.
Nesse lugar, maldade…
Que ao mesmo tempo é saudade
Por estar privado de liberdade
Mas tem um lado positivo
Nessa realidade
Estou me reabilitando para a sociedade.
Acordo e vejo grades
Meu peito dói de verdade
Só quem passou
Por isso sabe
De todas as realidades
E crueldades…
A maior necessidade
É a Liberdade!
Aqui lições de vida transmitem
Muitas coisas boas
Reconhecimento como pessoa
Que errar é humano
Mas aprender é a melhor coisa.
Atrás desses momentos tem algo impressionante
Hoje me tornei um estudante
Descobri que sou inteligente
Produzi este poema e me sinto importante.
La semifinal, en Belo Horizonte, donde se proclamaron 38 finalistas,
llevó al chico por primera vez fuera de São Paulo junto a su profesora y
a un agente de seguridad. Nunca había subido a un avión —“qué grande
es, ¿no?”, dijo al verlo de cerca—, ni sabía lo que era alojarse en un
hotel. “Estaba con miedo porque pensé que iban a tratarme mal: yo era el
diferente, hay prejuicios. Pero hice amigos y vi a personas que no me
conocían hasta llorar por mi victoria. Nunca había vivido esa
experiencia: gente que apuesta por el bien de otras. Ese viaje cambió mi
vida, me hizo ver que, a pesar de estar donde estoy y lo que hice, hay
otras vidas que yo también puedo vivir”, cuenta en un aula del centro.
El concurso premió a los finalistas con un tablet, un ordenador y un
vale de 300 reales en libros. Los gastó en varios cuentos infantiles
pero también en José Saramago y Agatha Christie
La primera vez que Luan Santana, apodo que le ha dedicado el director
del centro, pisó la institución tenía 13 años y fue detenido por el
mismo delito que lleva al 37,5% de los 10.000 internos a ingresar en
estos centros en São Paulo. “Me pillaron en el callejón de mi casa con
dinero y dijeron que era del tráfico de drogas”, cuenta en el aula donde recibe clase de 7.30 a 12. Entre idas y venidas, Luan ha pasado más de dos años de su vida encerrado.
Hoy, después de 12 meses preso, espera que el juez le conceda la
libertad por última vez. Según el centro, está listo para integrarse de
nuevo a la sociedad. Él no tiene dudas: “Este no es un sitio apropiado
para nadie. Voy a cambiar mi vida. Antes ni pisaba la escuela, pero hoy
quiero ir a la universidad. Con todo esto descubrí un potencial que
tenía escondido”. En quinto de educación primaria, Luan está seis cursos
por debajo de lo que debería. “Faltaba tanto que me suspendían, una y
otra vez, pero el empeño es la base de todo. Voy a llegar. Ahora tengo
que ser el ejemplo de mis hijos”, se anima.
Luan sabe que solo la intención de querer cambiar sus pasos no va a
ser suficiente. “Una buena parte de los chavales que sale con planes de
cambio, empleo y familia, acaba volviendo a delinquir al reencontrase
con sus antiguas amistades”, explica el director del centro Cristian de
Oliveira. “Quiero volver a mi barrio, pero ya no quiero vivir ahí.
Pretendo salir, hacer nuevos amigos para tener una vida diferente”, dice
Luan sin apartar los ojos de la conversación. “Estoy viendo mucho el
sufrimiento de mi familia y de mis hijos”. Luan, hijo pequeño de cuatro
hermanos, apenas ve a sus mellizos y a su mujer, de su misma edad, a la
que mantiene lejos de allí.
“Independientemente del acto que cometí, mi familia no merece esto.
Preferí que ella no viniese y me viese aquí y yo tengo que aprender a
lidiar con eso”.
De su padre, con quien se crió, poco sabe además de sus problemas con
el alcohol. “Viviendo con él se despertó algo en mi muy pronto:
intentar ser independiente”. Así, con 10 años, comenzó su prematura
carrera laboral, de trabajo en trabajo: en un taller de motos, de
coches, en una empresa de productos de limpieza y, al final, en la
calle. “Lo bueno de estar aquí es que supe darle la vuelta. Por fin
entendí que ya no quiero esto para mí, que lo que quiero es estar cerca
de mi familia”.
En la semifinal de Belo Horizonte, dice, se vio superado al verse
rodeado de tanto niño. El concurso está pensado para alumnos de escuelas
públicas de 10 y 11 años. “Era raro al principio porque yo era el más
viejo de todos. Creía que no me integraría, que no sería capaz de
demostrar mi capacidad, pero volví a ser un niño. Hasta los chicos que
no ganaron se alegraron por mi, me dijeron que me lo merecía”.
La final de la Olimpiada será en Brasilia el próximo 1 de diciembre.
Su madre, una auxiliar de limpieza desempleada que hoy llora de orgullo,
viajará con él por primera vez. Del juez depende que puedan ir solos o
acompañados de un agente de la institución. “La libertad es todo,
señora”.
Tras dejar un cuaderno algunos minutos en sus manos, Luan lo devuelve con una palabra escrita en medio de una página en blanco: saudade, el echar de menos brasileño.