La reedición de Los nuestros, de Luis Harss, recupera un volumen indispensable para entender la ebullición narrativa de los 60
Luis Harss asomó solitario con Los nuestros en noviembre de 1966./revista Ñ |
¿Quién inventó el boom de la novela latinoamericana? ¿Fue, como
sugieren algunos, la agente literaria Carmen Balcells, la poderosa mamá
grande que representa a Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez y
Fuentes, los cuatro pilares más visibles del fenómeno? ¿O fue, como
dicen otros, el editor Paco Porrúa, quien desde Sudamericana hacía
germinar las páginas de esos mismos autores? ¿Fue la revista Primera
Plana, que usó por primera vez la palabra “boom” para referirse a esta
camada de narradores? A pesar de las teorías conspirativas, todas las
miradas convergen en un libro que asomó solitario en noviembre de 1966
titulado, con cautelosa sobriedad, Los nuestros. Luego de casi
cuatro décadas de su primera edición, el libro no había vuelto a ser
reeditado hasta ahora, y a excepción del coleccionable “El boom antes
del boom”, cuando en el verano de 2011 la Revista Ñ reunió en fascículos aquellos ensayos, el volumen era una pieza de colección casi inhallable.
Su autor, Luis Harss –escritor, periodista, académico y ensayista– empezó a concebir Los nuestros
como un navegante sin brújula. Entre setiembre de 1964 y agosto de
1966, y por sugerencia de un editor de Nueva York, Roger Klein, se
dedicó a entrevistar a diez escritores latinoamericanos que
representaban lo más notable de esa nueva narrativa aún inexplorada como
conjunto. A la mayoría no los conocía. El primero fue Julio Cortázar
–Harss había quedado muy impresionado con Rayuela–, y fue éste
quien le recomendó a un muchacho llamado Mario Vargas Llosa que había
publicado, le aseguró, algunas cosas muy interesantes. Luego Vargas
Llosa le mencionó a un tal Gabriel García Márquez –que aún estaba
dándole a las teclas de lo que sería Cien años de soledad–, y así
llegó a la lista definitiva. Uno iba señalándole a otro, hasta que el
seleccionado, en desorden de aparición, fue completado con Alejo
Carpentier, Miguel Angel Asturias, Jorge Luis Borges, João Guimarães
Rosa, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y Carlos Fuentes.
El libro se publicó primero en inglés (Into the Mainstream: Conversations with Latin American Writers),
y el propio Harss lo tradujo al castellano a pedido de Porrúa. En su
“Prólogo arbitrario, con advertencias”, el autor se ataja: “Hemos
tratado de afilar bien la navaja para amputar estrategias e intereses
creados. Dicho esto, anotamos que no somos autoridades, expertos o
especialistas en la materia, sino simplemente aficionados que se
largaron por el camino de la aventura, dejándose guiar por el instinto y
la reflexión y fiándose en fin de cuentas en el gusto personal”. Cuatro
décadas después, en su breve “Nota a la nueva edición”, Harss pide
indulgencia: “Pienso con remordimiento en cuántos quedaron afuera por mi
ignorancia o por prejuicios del momento”, y le dedica un párrafo al
final a Guillermo Cabrera Infante, uno de los grandes ausentes. Estos
párrafos a la distancia, junto con una dedicatoria a “Camilo Sánchez y
Juan Cruz Ruiz, mis amigos”, y una “Nota final” donde cuenta las
bambalinas de sus encuentros con cada escritor, son los únicos añadidos
en esta reedición de Alfaguara.
Pero la perspectiva no le quita
validez al aporte más audaz de Harss: poner la lupa en un puñado de
escritores que desdoblaban y profanaban el lenguaje, exploraban su
matices y colores en un torrente verbal apabullante, y concentrarlos en
una serie de ensayos amenos y didácticos, una mixtura de conversaciones
informales sazonadas con consideraciones críticas y una apuesta al
porvenir de todos ellos.
No se equivocó. Ni con el prólogo (más
que eso: un ensayo indispensable para entender los orígenes de la novela
latinoamericana), ni con las coordenadas que dibujó y que confluyeron
en lo que ahí nomás –pero antes que todos– empezaría a conocerse como el
boom.