sábado, 5 de abril de 2014

El libro que anticipó el boom

 La reedición de  Los nuestros, de Luis Harss, recupera un volumen indispensable para entender la ebullición narrativa de los 60

Luis Harss asomó solitario  con Los nuestros en noviembre de 1966./revista Ñ
¿Quién inventó el boom de la novela latinoamericana? ¿Fue, como sugieren algunos, la agente literaria Carmen Balcells, la poderosa mamá grande que representa a Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez y Fuentes, los cuatro pilares más visibles del fenómeno? ¿O fue, como dicen otros, el editor Paco Porrúa, quien desde Sudamericana hacía germinar las páginas de esos mismos autores? ¿Fue la revista Primera Plana, que usó por primera vez la palabra “boom” para referirse a esta camada de narradores? A pesar de las teorías conspirativas, todas las miradas convergen en un libro que asomó solitario en noviembre de 1966 titulado, con cautelosa sobriedad, Los nuestros. Luego de casi cuatro décadas de su primera edición, el libro no había vuelto a ser reeditado hasta ahora, y a excepción del coleccionable “El boom antes del boom”, cuando en el verano de 2011 la Revista Ñ reunió en fascículos aquellos ensayos, el volumen era una pieza de colección casi inhallable.
Su autor, Luis Harss –escritor, periodista, académico y ensayista– empezó a concebir Los nuestros como un navegante sin brújula. Entre setiembre de 1964 y agosto de 1966, y por sugerencia de un editor de Nueva York, Roger Klein, se dedicó a entrevistar a diez escritores latinoamericanos que representaban lo más notable de esa nueva narrativa aún inexplorada como conjunto. A la mayoría no los conocía. El primero fue Julio Cortázar –Harss había quedado muy impresionado con Rayuela–, y fue éste quien le recomendó a un muchacho llamado Mario Vargas Llosa que había publicado, le aseguró, algunas cosas muy interesantes. Luego Vargas Llosa le mencionó a un tal Gabriel García Márquez –que aún estaba dándole a las teclas de lo que sería Cien años de soledad–, y así llegó a la lista definitiva. Uno iba señalándole a otro, hasta que el seleccionado, en desorden de aparición, fue completado con Alejo Carpentier, Miguel Angel Asturias, Jorge Luis Borges, João Guimarães Rosa, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y Carlos Fuentes.
El libro se publicó primero en inglés (Into the Mainstream: Conversations with Latin American Writers), y el propio Harss lo tradujo al castellano a pedido de Porrúa. En su “Prólogo arbitrario, con advertencias”, el autor se ataja: “Hemos tratado de afilar bien la navaja para amputar estrategias e intereses creados. Dicho esto, anotamos que no somos autoridades, expertos o especialistas en la materia, sino simplemente aficionados que se largaron por el camino de la aventura, dejándose guiar por el instinto y la reflexión y fiándose en fin de cuentas en el gusto personal”. Cuatro décadas después, en su breve “Nota a la nueva edición”, Harss pide indulgencia: “Pienso con remordimiento en cuántos quedaron afuera por mi ignorancia o por prejuicios del momento”, y le dedica un párrafo al final a Guillermo Cabrera Infante, uno de los grandes ausentes. Estos párrafos a la distancia, junto con una dedicatoria a “Camilo Sánchez y Juan Cruz Ruiz, mis amigos”, y una “Nota final” donde cuenta las bambalinas de sus encuentros con cada escritor, son los únicos añadidos en esta reedición de Alfaguara.
Pero la perspectiva no le quita validez al aporte más audaz de Harss: poner la lupa en un puñado de escritores que desdoblaban y profanaban el lenguaje, exploraban su matices y colores en un torrente verbal apabullante, y concentrarlos en una serie de ensayos amenos y didácticos, una mixtura de conversaciones informales sazonadas con consideraciones críticas y una apuesta al porvenir de todos ellos.
No se equivocó. Ni con el prólogo (más que eso: un ensayo indispensable para entender los orígenes de la novela latinoamericana), ni con las coordenadas que dibujó y que confluyeron en lo que ahí nomás –pero antes que todos– empezaría a conocerse como el boom.