Precursora de la novela negra argentina, es más que oportuno el rescate de Noches sin lunas ni soles, de Rubén Tizziani, base también de una notable película de la apertura democrática de José Martínez Suárez
Noches sin lunas ni soles, de Rubén Tizziani./pagina12.com.ar |
Difícil que Cairo sobreviva, primero porque lo
“rescatan” de la cárcel para que entregue el botín y luego ejecutarlo
(mejicanearlo, en lenguaje gangsteril) y luego porque tiene detrás suyo
toda la policía buscándolo. Pero siempre en estos casos sucede un hecho
imponderable; en este caso, a la casa donde lo llevan está Ana y el
flechazo con el ex prisionero es inmediato. El escape de ambos es el
sustento de la novela, la intensidad en los diálogos, así como su
encuentro bajo las sábanas. Cualquier cosa que le pasara era mejor que
estar entre barrotes, y Rubén Tizziani exploró esa máxima cuando Cairo
camina por la avenida Corrientes y ve las librerías, respira hondo en un
parque o sólo ve llover en las veredas de Buenos Aires y en especial si
va de la mano con Ana (“las mujeres son como las raíces”, reflexiona).
Es imposible leer la novela sin recordar la película de José
Martínez Suárez (el mismo director de Los muchachos de antes no usaban
arsénico) que en 1984 protagonizaron el gran Lautaro Murúa haciendo de
Maidana, el policía a cargo del operativo para dar con Cairo, y Luisina
Brando y Alberto de Mendoza como los amantes que huyen de todas las
encerronas. Si la película era memorable, lo es en gran parte por la
solidez del texto, que en ningún momento apela a la furia constante de
los personajes por encender cigarrillos, las trilladas e interminables
persecuciones en auto o los grandes tiroteos de rigor. Nada de eso se
encuentra en sus páginas. El peligro que ya de por sí se encierra en las
palabras que los amantes se dicen en plena clandestinidad y la
construcción de las claves principales de un thriller (suspenso,
agilidad narrativa y maestría en la elaboración de los diálogos) dan una
idea cabal de cómo un relato puede conmover sin apelar a los lugares
comunes y a los golpes bajos tan usuales en el género policial. Posee la
mejor resolución (no se revelará en estas líneas) que aconseja la
tradición novelística asociada con un contexto de intrigas y traiciones
insoslayable entre ladrones y fuerzas de seguridad. Toda la acción
transcurre en dos días y están presentes las imágenes cautivantes de las
enredaderas que se elevan en los barrios del suburbio, así como se
registra la presencia de los viejos estabilizadores para que el color se
torne nítido en la TV, mientras los padres de Cairo no terminan de
convencer al lector de que el preso que están viendo es su propio hijo.
Si la escritura es una forma de simulacro de la propia ficción,
Noches... es un tiro por encima del tema de las patotas que colaboran en
las “fuerzas del orden”, sus soplones y los fanáticos a ultranza de la
propiedad privada. Maidana es el que termina contra las cuerdas pese a
sus triunfos de cazador de delincuentes y Cairo es apenas un cuerpo que
cae como una paloma herida de las tantas que habitan la ciudad.