martes, 8 de abril de 2014

Octavio Paz, el mexicano más cosmopolita

Octavio Paz en su Vuelta

Perfil. Fue ensayista y poeta, un caudillo intelectual. Fundó Vuelta, una revista crucial para Latinoamérica. Ganó el Nobel y el lunes hubiera cumplido cien años

Octavio Paz y Jorge Luis Borges. 1981, España.
 Abrazado por  Marie Jose Tramini,su segunda mujer y musa.
En 1990. Durante la entrega  del Premio Nobel de Literatura.
Octavio Paz. Junto a su primera mujer, la escritora Elena Garro, en los años 40 en París.
Octavio Paz. Poco antes de morir, en 1998./revista Ñ
Octavio Paz hubiera cumplido cien años el lunes de no haber, claro, muerto antes. Fue a los 84 y en 1998, en Coyoacán, colonia mexicana famosa por haber albergado a Frida Kahlo y a Diego Rivera, por haberle dado refugio a Trotsky y sustento al paso fugaz de su asesino, Mercader.
Antes, antes de morir y antes de vivir en Coyoacán, Octavio Paz, el poeta nacional y el intelectual cosmopolita de México, nació en Colonia Juárez durante la Revolución. Pasó la infancia lejos de su padre, abogado de Zapata, de viaje en representación de su jefe: el niño Paz creció en la casa de su abuelo en Mixcoac, que significa “lugar de la nube de la serpiente” en alusión a la vía láctea que brillaría prístina en la época de oro de Tenochtitlán. Esa nomenclatura, quién sabe, lo habrá inclinado a Paz al surrealismo. Pero después: en su infancia, Mixcoac era un pueblo cercano a México DF y él vivía con su abuelo Ireneo Paz, hombre de militancia política en el siglo XIX y, además, poeta. El padre vio fracasar su carrera cuando varios balazos truncaron la vida de Zapata en 1919 y anestesió el dolor de esa caída a puro alcohol. Paz, ya poeta, lo recordaría así: “Del vómito a la sed,/atado al potro del alcohol,/ mi padre iba y venía entre las llamas.”.
En esa estirpe trenzada con la historia de México habrá reconocido Paz algún camino, se le habrá abierto la pregunta que cierra este poema: “Mi abuelo, al tomar el café, /Me hablaba de Juárez y de Porfirio /Los suavos y los plateados. /Y el mantel olía a pólvora. //Mi padre, al tomar la copa, /Me hablaba de Zapata y de Villa, /Soto y Gama y los Flores Magón. /Y el mantel olía a pólvora. //Yo me quedo callado: /¿de quién podré hablar?”.
Muerto Zapata, el padre se exilia en Estados Unidos y Paz empieza el colegio en Los Angeles. Tal vez allí comenzó su preocupación por la otredad: cada uno de nosotros es el otro de un otro y qué mejor lugar que el de extranjero para saberlo en la piel. Tal vez en los juegos anglófonos, que lo excluirían en principio, el chico Paz empezó a sentir lo que después, ya en 1950, lo llevaría a escribir uno de los ensayos fundamentales de interpretación nacional de su país: El laberinto de la soledad , donde en una clave entre antropológica y poética analiza la cultura mexicana partiendo de la descripción del “pachuco”, el mexicano que vivía en Estados Unidos. Puede ser que haya empezado ahí su preocupación por la otredad. O antes, en su pueblo: Paz era un chico blanco y de ojos azules y de familia acomodada en un país lleno de oprimidos de ojos negros y brillantes como ópalos, los otros de los que mandan.
Después de Los Angeles, Paz volvió a México y estudió derecho, volvió a California para seguir estudiando en Berkeley, comenzó una carrera diplomática en San Francisco, estuvo en Nueva York. En el medio se fue a España, a los 23, invitado por otro diplomático con destino de Nobel y de poeta nacional, Pablo Neruda, y se ofreció para la guerra pero nadie lo quiso. Tal vez por eso no lo encontró la muerte en la trinchera y más tarde vivió en Francia y conoció a André Breton.
Adoptó, tardío, algunas de las ideas-faro del surrealismo pero sin dejar de retomar esas raíces antimodernas de la modernidad que fueron los románticos y sin renunciar al legado azteca. En una conferencia de 1975, inédita aún –la editorial española Atalanta la publicará este año–, Paz lo explicó: hay “en mis trabajos poéticos dos polos”; la pasión por “la experimentación y la exploración de las formas y territorios poéticos poco conocidos”, y “el amor y el cultivo de las formas tradicionales, del soneto y el endecasílabo”. ¿Y lo azteca? En todas partes. Paz se lo ejemplificó a Roberto González Echevarría y Emir Rodríguez Monegal en una entrevista: “El número de versos de ‘Piedra de sol’ es exactamente el número de días de la revolución del planeta Venus. La conjunción entre Venus y el Sol se realiza después de una carrera circular de 584 días, y la del poema consigo mismo después de 584 versos. (…) En el México pre-colombino fue Quetzalcóatl: astro, pájaro y serpiente a un tiempo. Sobre este contexto mítico-astronómico se despliega el texto”.
Llegamos a 1968. El poeta y ensayista ya se había casado una vez: con Elena Garro, una gran escritora y madre de su única hija, Laura Helena, muerta el domingo pasado a los 74, un día antes del cumpleaños de su padre. A Garro lo unió una pasión loca, de esas llenas de, cómo evitarlo, desgarraduras y escándalos.
Paz lo volvió a intentar una segunda, y definitiva, vez. Fue con una mujer que llevaba mejor rol de inspiradora que Garro, Marie-José Tramini: “Estábamos en un avión y me preguntan: ‘¿qué profesión tiene?’, y yo no sabía qué poner; y le pregunto (a Paz), ‘¿qué pongo, ama de casa?’. Yo no soy ama de casa. ¿Artista? No quiero ser pretenciosa. ‘¿Entonces?’. Me dijo: ‘Pon musa’, y, ¿sabe qué? Lo puse” le contó la viuda al diario chileno El Comercio.
En 1968, Paz tiene 54 años, vive feliz como embajador en la India con Marie-José, tiene publicados seis libros de poemas, entre ellos uno de sus más hermosos, Libertad bajo palabra . Y ocho libros de ensayo, algunos de los más importantes de la literatura de su país: E l laberinto de la soledad , que en México se lee en las escuelas, El arco y la lira . Es un intelectual de relevancia nacional e internacional. Y fue ese año cuando dio el paso que, tal vez, trenzó en un solo destino todas sus pasiones. El 2 de octubre el gobierno mexicano, en manos del PRI, como casi siempre y hace tanto, reprimió bestial una manifestación de estudiantes. Bestial: ametralló con un saldo de, se estima, al menos 200 muertos. Al día siguiente, Paz renunció a su cargo de embajador. Lo escribió: “La vergüenza es ira/vuelta contra uno mismo: / si /una nación entera se avergüenza / es león que se agazapa / para saltar. / (Los empleados / municipales lavan la sangre / en la Plaza de los Sacrificios.)” .
Desde entonces, Paz fue un caudillo cultural en un país con tradición de intelectuales ligados al Estado. Y nunca fue ajeno a la polémica política. Denunció la opresión estalinista, lo que le valió muchas enemistades. De renunciar a trabajar con el PRI, pasó a justificar a Carlos Salinas de Gortari y lo que, en 1988, fue considerado por muchos una elección fraudulenta. Escribió, además, algunos de sus más altos trabajos, como Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe , editó dos revistas, Plural y Vuelta, que fueron a México lo que Sur a la Argentina.
Sin disputa le llegarían, al final, los premios: el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Nobel, en 1990, que arribó por primera vez a México en sus manos.
Hoy quedan sus libros. Y aquello que las nuevas generaciones de escritores mexicanos reivindican de él: la conciencia crítica presente en sus ensayos y poemas.
La autora es periodista de las páginas de Cultura de Clarín. Su última novela es “Romance de la negra rubia”.