jueves, 18 de junio de 2015

La novela histórica de Leonardo Padura

Reseña de  El hombre que amaba a los perros, la novela del ganador del Premio Princesa de Asturias sobre la historia del asesinato de Trotski

Leonardo Padura en su casa en La Habana, Cuba, tras revelarse la noticia del premio./elespectador.com


El cubano Leonardo Padura, ganador del Premio Princesa de Asturias, logró reconocimiento internacional con las novelas policíacas protagonizadas por el detective Mario Conde: Pasado perfecto, Vientos de Cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer y La cola de la serpiente. Pero también es autor de una novela de la que se ha hablado poco por estos días, tras la noticia del premio; una obra literaria, compleja y arriesgada, que refleja las preocupaciones del escritor que el jurado nombró en el acta: “Desde la ficción, Padura [un escritor que escucha las voces populares y las historias perdidas de los otros] muestra los desafíos y los límites en la búsqueda de la verdad. Una impecable exploración de la historia y sus modos de contarla”. Esa novela es El hombre que amaba a los perros, la historia de la deportación y el asesinato de Trotski en México, en 1940, narrada desde una particularidad del todo ajena a la magnificencia de dos líderes rusos, Trotski y Stalin, protagonistas del movimiento de la historia en el siglo pasado.
Padura comenzó a escribirla en 1989, tras su primer viaje a México, cuando el muro de Berlín se inclinaba hasta caer unas semanas después. “A Trotski, como personaje histórico, me llevó el silencio”, le dijo a Angélica Gallón para una entrevista publicada en El Espectador. En la Cuba de los años 70, cuando Padura estudiaba letras en la Universidad de La Habana (1975-80), Trotski no existía, oficialmente hablando. La política estalinista de hacerlo desaparecer también se había aplicado en Cuba. El trotskismo era el anticomunismo, explicó Padura en la entrevista para El Magazín de este diario. “Pero la verdad es más amplia que la voluntad de silenciarla. Cuando leí Rebelión en la granja, de Orwell (autor que ni entonces ni ahora ha sido publicado en Cuba) y alguien me dijo que uno de los cerdos, el presunto traidor, estaba inspirado en Trotski, sentí curiosidad. Luego, con la lectura de Tres tristes tigres, de Cabrera Infante (tampoco publicada en Cuba), la curiosidad se convirtió en necesidad de conocer. Y esa sensación fue creciendo, de manera muy aleatoria, hasta que en 1989 fui por primera vez a México y le pedí a un amigo (‘con el carro más feo del DF’, dice en otra parte) que me llevara a Coyoacán, pues quería visitar la casa donde Trotski, aquel traidor y renegado, había sido ajusticiado (no asesinado) por sus crímenes contra el proletariado y su partido (…) Cayó un día una noticia que me conmovió: alguien me dijo que Ramón Mercader, el comunista español que con la identidad de Jacques Mornard había asesinado a Trotski, había vivido varios años en Cuba (1974-78), y que acá había muerto. La revelación de que aquel hombre sin rostro había estado cerca de mí, convivido conmigo, en mi ciudad, empezó a generar algo diferente a lo que había sentido hasta entonces: generó una emoción y por ahí debe haber empezado a gestarse, sin yo saberlo, el deseo que años después concretaría: escribir una novela sobre estos personajes y sus circunstancias”.
El hombre que amaba a los perros es una novela histórica que conecta a Rusia, México y Cuba y sus luchas revolucionarias mediante tres vidas particulares (dos de ellas emblemáticas) que se entretejen y se encuentran en el manuscrito del más anónimo de los personajes, el potencial escritor Iván Cárdenas Maturell. “Ya en el siglo XXI, muerta y enterrada la URSS, quise utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida. Por eso me atuve con toda la fidelidad posible (recuérdese que se trata de una novela, a pesar de la agobiante presencia de la Historia en cada una de sus páginas) a los episodios y la cronología de la vida de León Trotski en los años en que fue deportado, acosado y finalmente asesinado, y traté de rescatar lo que conocemos con toda certeza (en realidad muy poco) de la vida o de las vidas de Ramón Mercader, construida(s) en buena parte sobre el filo de la especulación a partir de lo verificable y de lo histórica y contextualmente posible”, dice Padura en la Nota muy agradecida al final del libro.
La novela se divide en capítulos que corresponden a los relatos del escritor, de la víctima y del victimario. A Iván se le aparece por casualidad la historia del asesino de Trotski y se convierte en su calvario. En aras de la justicia, un concepto ultrajado en este pedazo de la historia, reconstruye el relato del asesino concediéndole un espacio a la biografía de su víctima, quien aparece desde sus rasgos más humanos, desde su egolatría, vanidad y autosuficiencia, más que desde su imagen injuriada y desde su pedestal recobrado. Que Trotski ame a los perros “es un rasgo de humanidad que no podía dejar de utilizar”, y que Ramón también los ame es una de las tantas cosas que los une. “Un hombre tan absolutamente político rara vez muestra esas cualidades vulgares y humanas. La relación con los perros, el affaire con Frida Kahlo y sus vanidades son todos elementos que escapan de lo político y entran en lo humano, y por lo tanto son esenciales para un novelista aunque puedan ser despreciables para un historiador”.
Iván se incluye a sí mismo no sólo como narrador y autor de aquel manuscrito, sino como personaje y punto de encuentro entre la historia y su revelación. Sobre él recae el peso de dos versiones combatientes: la una es la verdad de Stalin, la otra es la verdad de Trotski. La primera se manifiesta a través del asesino, en quien pulsan los afanes de protagonismo, de volver a ser un individuo y no una multiplicidad fragmentada y aplastada por el todo revolucionario. La segunda verdad se asoma desde la víctima. Pero todos en esta novela son en realidad fantasmas: Stalin es un símbolo de poder invisible que encarna en las muertes, en la limpieza política en Rusia. Mercader es una identidad refundida entre las muchas vidas impuestas y creadas para él por el otro fantasma, el comunismo, un sistema ahora corrompido; su esencia se ha perdido en el camino y Trotski lo lamenta y lo padece. Finalmente, Iván es también un fantasma, producto de una escritura que enferma y acaba con la vida. “¿Y las personas, qué? ¿Alguno de ellos pensó alguna vez en las personas? ¿Me preguntaron a mí, le preguntaron a Iván, si estábamos conformes con posponer sueños, vida y todo lo demás hasta que se esfumaran (sueños, vida, y hasta el copón bendito) en el cansancio histórico y en la utopía pervertida?”, dice un personaje.
Esta obra maestra de Padura gira en torno a un sentimiento, la compasión, pero la compasión como maldición. Con personajes llenos de luz y con un trabajo de investigación más que exhaustivo, Padura le dio forma a una estructura sólida, construida con un cuidado milimétrico, que muchos soñarían poder imaginar.