Reseña de El hombre que amaba a los perros, la novela del ganador del Premio Princesa de Asturias sobre la historia del asesinato de Trotski
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Leonardo Padura en su casa en La Habana, Cuba, tras revelarse la noticia del premio./elespectador.com |
El cubano Leonardo Padura, ganador del Premio Princesa de Asturias,
logró reconocimiento internacional con las novelas policíacas
protagonizadas por el detective Mario Conde: Pasado perfecto, Vientos de
Cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del
ayer y La cola de la serpiente. Pero también es autor de una novela de
la que se ha hablado poco por estos días, tras la noticia del premio;
una obra literaria, compleja y arriesgada, que refleja las
preocupaciones del escritor que el jurado nombró en el acta: “Desde la
ficción, Padura [un escritor que escucha las voces populares y las
historias perdidas de los otros] muestra los desafíos y los límites en
la búsqueda de la verdad. Una impecable exploración de la historia y sus
modos de contarla”. Esa novela es El hombre que amaba a los perros, la
historia de la deportación y el asesinato de Trotski en México, en 1940,
narrada desde una particularidad del todo ajena a la magnificencia de
dos líderes rusos, Trotski y Stalin, protagonistas del movimiento de la
historia en el siglo pasado.
Padura comenzó a escribirla en 1989,
tras su primer viaje a México, cuando el muro de Berlín se inclinaba
hasta caer unas semanas después. “A Trotski, como personaje histórico,
me llevó el silencio”, le dijo a Angélica Gallón para una entrevista
publicada en El Espectador. En la Cuba de los años 70,
cuando Padura estudiaba letras en la Universidad de La Habana (1975-80),
Trotski no existía, oficialmente hablando. La política estalinista de
hacerlo desaparecer también se había aplicado en Cuba. El trotskismo era
el anticomunismo, explicó Padura en la entrevista para El Magazín de este diario. “Pero la verdad es más amplia que la voluntad de silenciarla. Cuando leí Rebelión en la granja,
de Orwell (autor que ni entonces ni ahora ha sido publicado en Cuba) y
alguien me dijo que uno de los cerdos, el presunto traidor, estaba
inspirado en Trotski, sentí curiosidad. Luego, con la lectura de Tres tristes tigres,
de Cabrera Infante (tampoco publicada en Cuba), la curiosidad se
convirtió en necesidad de conocer. Y esa sensación fue creciendo, de
manera muy aleatoria, hasta que en 1989 fui por primera vez a México y
le pedí a un amigo (‘con el carro más feo del DF’, dice en otra parte)
que me llevara a Coyoacán, pues quería visitar la casa donde Trotski,
aquel traidor y renegado, había sido ajusticiado (no asesinado) por sus
crímenes contra el proletariado y su partido (…) Cayó un día una noticia
que me conmovió: alguien me dijo que Ramón Mercader, el comunista
español que con la identidad de Jacques Mornard había asesinado a
Trotski, había vivido varios años en Cuba (1974-78), y que acá había
muerto. La revelación de que aquel hombre sin rostro había estado cerca
de mí, convivido conmigo, en mi ciudad, empezó a generar algo diferente a
lo que había sentido hasta entonces: generó una emoción y por ahí debe
haber empezado a gestarse, sin yo saberlo, el deseo que años después
concretaría: escribir una novela sobre estos personajes y sus
circunstancias”.
El hombre que amaba a los perros es una novela
histórica que conecta a Rusia, México y Cuba y sus luchas
revolucionarias mediante tres vidas particulares (dos de ellas
emblemáticas) que se entretejen y se encuentran en el manuscrito del más
anónimo de los personajes, el potencial escritor Iván Cárdenas
Maturell. “Ya en el siglo XXI, muerta y enterrada la URSS, quise
utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar sobre la
perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos
invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta
sangre y vida. Por eso me atuve con toda la fidelidad posible
(recuérdese que se trata de una novela, a pesar de la agobiante
presencia de la Historia en cada una de sus páginas) a los episodios y
la cronología de la vida de León Trotski en los años en que fue
deportado, acosado y finalmente asesinado, y traté de rescatar lo que
conocemos con toda certeza (en realidad muy poco) de la vida o de las
vidas de Ramón Mercader, construida(s) en buena parte sobre el filo de
la especulación a partir de lo verificable y de lo histórica y
contextualmente posible”, dice Padura en la Nota muy agradecida al final
del libro.
La novela se divide en capítulos que corresponden a
los relatos del escritor, de la víctima y del victimario. A Iván se le
aparece por casualidad la historia del asesino de Trotski y se convierte
en su calvario. En aras de la justicia, un concepto ultrajado en este
pedazo de la historia, reconstruye el relato del asesino concediéndole
un espacio a la biografía de su víctima, quien aparece desde sus rasgos
más humanos, desde su egolatría, vanidad y autosuficiencia, más que
desde su imagen injuriada y desde su pedestal recobrado. Que Trotski ame
a los perros “es un rasgo de humanidad que no podía dejar de utilizar”,
y que Ramón también los ame es una de las tantas cosas que los une. “Un
hombre tan absolutamente político rara vez muestra esas cualidades
vulgares y humanas. La relación con los perros, el affaire con
Frida Kahlo y sus vanidades son todos elementos que escapan de lo
político y entran en lo humano, y por lo tanto son esenciales para un
novelista aunque puedan ser despreciables para un historiador”.
Iván
se incluye a sí mismo no sólo como narrador y autor de aquel
manuscrito, sino como personaje y punto de encuentro entre la historia y
su revelación. Sobre él recae el peso de dos versiones combatientes: la
una es la verdad de Stalin, la otra es la verdad de Trotski. La primera
se manifiesta a través del asesino, en quien pulsan los afanes de
protagonismo, de volver a ser un individuo y no una multiplicidad
fragmentada y aplastada por el todo revolucionario. La segunda verdad se
asoma desde la víctima. Pero todos en esta novela son en realidad
fantasmas: Stalin es un símbolo de poder invisible que encarna en las
muertes, en la limpieza política en Rusia. Mercader es una identidad
refundida entre las muchas vidas impuestas y creadas para él por el otro
fantasma, el comunismo, un sistema ahora corrompido; su esencia se ha
perdido en el camino y Trotski lo lamenta y lo padece. Finalmente, Iván
es también un fantasma, producto de una escritura que enferma y acaba
con la vida. “¿Y las personas, qué? ¿Alguno de ellos pensó alguna vez en
las personas? ¿Me preguntaron a mí, le preguntaron a Iván, si estábamos
conformes con posponer sueños, vida y todo lo demás hasta que se
esfumaran (sueños, vida, y hasta el copón bendito) en el cansancio
histórico y en la utopía pervertida?”, dice un personaje.
Esta
obra maestra de Padura gira en torno a un sentimiento, la compasión,
pero la compasión como maldición. Con personajes llenos de luz y con un
trabajo de investigación más que exhaustivo, Padura le dio forma a una
estructura sólida, construida con un cuidado milimétrico, que muchos
soñarían poder imaginar.