La alta literatura ya no
reniega del género, de ahí que muchos de sus autores firmen también
intrigas policíacas. Justo Navarro, Gonzalo Torné y Javier Argüello
cultivan esa tendencia que ha aprendido a cruzar y mezclar fronteras
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Gonzalo Torné se ha estrenado en el género bajo el seudónimo de Álvaro Abad./Joan Cortadellas. |
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Javier Argüello se inspira en un caso real en su novela A propósito de Majorana./Joan Puig.
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Justo Navarro ha publicado la novela policiaca Gran Granada./Diogo Lucato./elperiodico.com
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El crimen, el mal, el misterio, la violencia, la investigación, son
ingredientes esenciales de la novela negra, una etiqueta de difícil
concreción en la que tienen cabida tanto el enigma policiaco como el
relato criminal puro y duro al estilo americano, y que en este siglo XXI
parece impregnar buena parte de la literatura que se está escribiendo.
Posiblemente
se han acabado los días en los que la -digamos- alta literatura
renegaba del género, aunque algún insigne -léase Borges- lo apreciase
efusivamente. Hoy muchos escritores refinadamente literarios no tienen
el menor reparo en reconocer deudas e incluso en cultivarlo. El mejor
ejemplo de esta tendencia sería John Banville, uno de los grandes
estilistas de la lengua inglesa, que firma sus libros serios con
su nombre mientras se esconde bajo el seudónimo de Benjamin Black para
sus ficciones criminales. Eso le permite ser dos escritores muy
distintos al mismo tiempo facilitando la libertad y la deshinbición
creativa.
La eclosión de lectores y títulos de la novela negra
coincide en el tiempo con el hecho de que en España muchos autores
literarios practiquen con naturalidad esa doble escritura. José María
Guelbenzu y Alicia Giménez Bartlett, por ejemplo, lo hacen con éxito
desde hace años. El último en llegar es Gonzalo Torné que acaba de
lanzar su novela Nadie debería irse a dormir (Reservoir Books). Bajo
el seudónimo de Álvaro Abad ha imaginado la muerte de un bodeguero
riojano -un aparente suicidio en el que las piezas no acaban de encajar-
y ha puesto a investigar a un viejo policía con un oscuro pasado
franquista en una trama de corrupción. "Mi intención ha sido el puro
divertimento, tanto para mí como para el lector. Esta es una propuesta
amable que no busca la truculencia pero sí la ligereza de ciertas series
de televisión de los 80 como Luz de luna ".
Contrapunto ligero
Muchos
autores, Banville incluido, insisten en esa cualidad de contrapunto
ligero a su otro trabajo. Guelbenzu, por ejemplo, inventó a su juez
Mariana de Marco como un respiro a un impasse creativo de una de sus
exigentes novelas. El respeto a las convenciones del género fue un relax
para él. "En la novela policiaca se hace un viaje con un conocimiento
absoluto de adónde se va. La alta literatura es cómo adentrarte en la
selva con un machete", dice.
Sin embargo, para Carme Riera, que
con Natura quasi morta hizo una única incursión en el género y no sabe
si reincidirá, el reto no fue sencillo: "Es un género muy exigente
porque su lector también lo es y debes respetar una reglas que hay que
dominar. Así que tengo la sensación de de haber escrito más en tensión,
pese a que no se me exigía el adjetivo perfecto".
La visión del
escritor andaluz Justo Navarro es algo distinta. Ha publicado Gran
Granada en su sello de siempre, Anagrama, donde a su libro le han
impuesto el nuevo distintivo Anagrama negra, "una condecoración" con
la que la editorial señala explícitamente sus títulos criminales antes
más camuflados. Pero pese a esa intención editorial, Navarro se resiste a
hacer distingos entre novela negra y novela literaria porque, lector
infatigable desde niño del género, todas sus novelas tienen un nexo con
él: "Para mí un crimen y la búsqueda del criminal supone también la
búsqueda de un tiempo pasado. Por eso mi novela ocurre en los años 60,
en los que salgo de la infancia y entro en la adolescencia. Es por lo
tanto, una cuestión personal, pero también una forma de desentrañar la
lógica interna de la sociedad. Además no la escribí pensando que sería
una novela de género". Navarro asegura no haber cambiado aquí sus formas
lingüísticas ni su forma de habitual en su segunda incursión en la
novela negra tras La casa del padre.
Espíritu de denuncia
En
parecidos términos habla Marta Sanz, autora de 'Black, black, black' y
'Un buen detective no se casa jamás'. No hay diferencias. "El género me
interesa para hablar de la violencia a dos niveles. La que ocurre en la
realidad y la propia violencia de la novela negra que intenta ser
seductora para el lector al que trata como un cliente. Creo que el
género negro a principios del siglo XXI ha perdido el espíritu de
denuncia que tenía originalmente; en Chandler, para entendernos. Él no
pretendía ser cómodo para el lector. La novela negra actual es una
especie de 'chill out'".
Otro autor que al igual que Navarro
encontró sin planearlo con una novela negra entre manos es el argentino
residente en Barcelona Javier Argüello. A propósito de Majorana (Random House) relata el caso real del físico cuántico Ettore Majorana
que en 1938 desapareció misteriosamente en aguas del Tirreno. El libro
es una 'quest' en el que Argüello no se ha limitado a imaginar; también
investiga ese caso y con él, el lector. Admite Argüello que en
Latinoamérica y especialmente en Argentina la literatura tiene pocos
pudores frente al género. Así un autor tan respetado como Ricardo Piglia
escribe una novela policiaca como Plata quemada. "Pero si tuviera que
relacionar mi novela con otra -dice Argüello- yo diría que es con 2666, de Bolaño, marcada también por la búsqueda de un personaje. Creo
que cuando hay una investigación, todo relato acaba convirtiéndose en
policial".