sábado, 13 de junio de 2015

Leonardo Padura, un escritor de las grandes ligas literarias

Conozca por qué es tan importante el ganador del premio Princesa de Asturias a las Letras 2015

El detective de las novelas de Padura es Mario Conde, un cubano común y corriente./eltiempo.com

Debo decir que como lector siento un gran afecto por muchos escritores latinoamericanos contemporáneos, pero hace ya algunos años que las novelas de Leonardo Padura forman parte de mis libros más amados. Por eso sentí una gran alegría cuando supe que le habían dado el premio Princesa de Asturias de Literatura.

Primero, me alegro por él: lo tiene más que merecido, y ya les diré por qué; luego, por Cuba y después por Latinoamérica y su literatura. Por él, porque, sin discusión, ya tiene una sólida y sostenida novelística.

Es difícil encontrar en Leonardo Padura una obra destemplada, imperfecta o desigual. Sus libros tienen el don de la frase ligera y bien elaborada, el talento para la metáfora justa, el tino y el equilibrio para la composición narrativa redonda, así cada una de sus obras sea (como ocurre con las protagonizadas por Mario Conde) o parezca una continuación de la anterior.

Y, sobre todo, tiene una novelística con una visión y comprensión de lo social, lo cultural y lo político muy bien definida, en un contexto donde escribir y ser fiel a su realidad era, en un momento dado, como caminar sobre una cornisa recién encerada.

Me alegra por Cuba, porque en realidad esta isla de tesoros literarios nunca bajó la guardia con respecto a una tradición que no tiene discusión: desde José Martí, mártir y poeta nacional; pasando por Lino Novas Calvo, acaso uno de los mejores cuentistas que ha dado la región; José Lezama Lima, el patriarca sin otoño literario; Alejo Carpentier, de quien deberíamos recuperar las huellas y pasos perdidos de sus libros; Virgilio Piñera, quien acuñó la frase más lapidaria sobre su país cuando dijo que “si Kafka hubiera sido cubano habría sido costumbrista”; pasando por Cabrera Infante, un Quevedo surgido de las Antillas, y Reinaldo Arenas, quien siempre caminó sobre arenas movedizas.

Leonardo Padura pertenece a una nueva generación que continúa con creces esta tradición.

Una generación a la que pertenecen Abilio Esteves, de quien destacamos su obra maestra, Tuyo es el reino; Arturo Arango, con El libro de la realidad; Pedro Juan Gutiérrez, con su Trilogía sucia de La Habana; Wendy Guerra, con su valiente novela antirracista titulada Negra. Los dos primeros, junto con Padura, publicados por TusQuets, y los dos últimos publicados por Anagrama, y este no es un dato menor si se tiene en cuenta que gracias a estas editoriales españolas fue posible que dichos escritores acabaran siendo conocidos fuera de la isla.

Me alegra también por Latinoamérica, porque es el reconocimiento a un escritor que ha logrado crear una obra con gran identidad literaria, con una coherencia y unidad pasmosas, gracias a su gran calidad y cantidad.

Lo que quiero destacar es el hecho de que Leonardo Padura ha creado hasta hoy un universo literario que, desde el boom, nadie había logrado. Uno de sus últimos libros, Herejes, demuestra que su talento es inagotable.

¿Quién es?


Leonardo Padura Fuentes, así firmaba sus primeras novelas, nació en La Habana en 1955. Periodista primero, luego ensayista y novelista, y ahora guionista, escribió, entre otros, el guion de la película Regreso a Ítaca, del 2014.

Tiene en su historial el mérito de haber ganado, hasta ahora, más de 25 premios literarios de gran importancia, entre los que se destacan el premio Café Gijón, el premio Hammett (en 1997, 1998 y 2005), el premio Chandler y el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza, por su obra Herejes (2014), una historia novelada de alto nivel literario y, desde luego, histórico; un libro conmovedor y doloroso. Una novela obligada, más que recomendable.

El director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, leyó el jueves el acta que otorgó el Princesa de Asturias a Padura.

Pero quizá el formato literario que mejor ha explorado Padura es el género negro.

En contra de todos los prejuicios y lugares comunes sobre las teorías de este género, nadie imaginaba que en el trópico pudiera aparecer la novela negra más atractiva escrita hasta el momento en Latinoamérica.

Recordemos que en la tradición de este género, herencia de los clásicos policiacos, el autor tiene como protagonista fundamental a un detective: Sam Spade, de Hammett; Philip Marlowe, de Chandler; Lew Archer, de Ross MacDonald; Pepe Carvalho, de Vásquez Montalbán, o Belascoarán, de Ignacio Taibo II.

Novela negra o Historia


El detective de Padura es Mario Conde. Un auténtico cubano, con las características humanas de un ciudadano común y corriente.

Es desde este entrañable personaje como Padura le da al género el estatus que ya los norteamericanos le habían dado.

Un género literario que, como ninguno, muestra la corrupción en todos sus niveles, la perversidad y el absurdo de lo burocrático, lo que se fragua y se cocina a espaldas de la legalidad; el tema del dinero negro, del dinero sangriento, el de las cosechas rojas, para usar las expresiones de algunos de los títulos de Dashiell Hammett, y que no es otra cosa que la correspondencia explícita de la relación entre dinero y violencia.

En esto Padura ha sido un hijo legítimo e ilegítimo de Chandler, Hammett y Vásquez Montalbán. Él mismo lo ha reconocido. En este sentido, la novela negra construye sus narraciones en función de la máxima de Balzac y, luego de Dürrenmatt, quienes decían que detrás de casi todas las fortunas hay un crimen implicado, o algo irregular que se ha ocultado.

También la novela negra puede ser Historia bien novelada, como lo ha demostrado últimamente James Ellroy y ya lo había hecho el mexicano Taibo II.

Así que, en este género, de Leonardo Padura recomendamos especialmente la tetralogía denominada Las cuatro estaciones o El cuarteto de La Habana: Pasado perfecto (Havana Blue), Vientos de cuaresma (Havana Gold), Máscaras (Havana Red) y Paisaje de otoño (Havana Black).

En estas cuatro magníficas novelas, que luego complementaría con Adiós, Hemingway; La niebla de ayer y La cola de la serpiente, Padura mimetiza como nadie a un detective, Mario Conde, en La Habana tropical.

La descripción infernal del calor. La corrupción, el crimen. El erotismo, la burocracia y el absurdo de la autoridad (el clásico conflicto con asuntos internos), los diálogos inteligentes, la solidaridad, el humor, la irreverencia, la ironía y la burla... el choteo propio del Caribe.

Pero también la melancolía, la amargura y la nostalgia. Mario Conde es un policía triste. Sentimiento que cuando se da en el Caribe produce una rara sensación por el contraste que conlleva.

Así cada una de las novelas que componen este magnífico cuarteto se pueda leer de manera independiente, en realidad se trata de una sola novela; el ideal es leer los cuatro libros en su orden natural.

Es un exquisito coctel literario. Más que garantizado. Porque al final nos damos cuenta de que es una sola trama, coherente, adictiva; confeccionada a la manera clásica, con inicio, desarrollo y desenlace. Ahora bien, si hay que escoger una de las cuatro, a pesar de lo sugerido, es Vientos de cuaresma. Una de las que más quiero y más he acariciado. Allí bulle una ciudad con sus vitalismos, sus sensualismos.

“Las presiones de arriba, que el viejo le transmitía, lo desesperaban, y la imagen de las nalgas de Támara moviéndose bajo el vestido amarillo era casi un tormento y además una advertencia. Ten cuidado”; al tiempo que coexisten la melancolía, la nostalgia, el absurdo, que tanto anunciara su admirado Virgilio Piñera.

Y la decadencia: “Todo ennegrece con el tiempo, como la ciudad por la que camino, entre soportales sucios, basureros petrificados, paredes descascaradas hasta el hueso, alcantarillas desbordadas como ríos nacidos en los mismísimos infiernos y balcones desvalidos, sostenidos por muletas. Al final nos parecemos la ciudad que me escogió y yo, el escogido: nos morimos un poco, todos los días de una muerte prematura y larga hecha de pequeñas heridas, dolores que crecen, tumores que avanzan...”.

No quisiera terminar sin mencionar un libro policiaco que está por fuera de la saga Conde. Me refiero a La novela de mi vida, que narra la vida de José María Heredia y la de su hijo.

La historia tiene como arranque uno de los interrogantes líricos más bellos del poeta: “¿Por qué no acabo de despertar de mi sueño? ¡Oh!, ¿cuándo acabará la novela de mi vida para que empiece su realidad?”.

Una novela documentada históricamente, pero no por ello se cruzan la ficción y la realidad, menos con este poeta:

“José María Heredia, arrastrado por los flujos y reflujos de la historia, el poder y la ambición, atrapado en un torbellino tan compacto que lo llevó a existir, con apenas veinte años, el significado novelesco que marcaba su existencia”; una novela sobre “la vanidad absurda”, sobre las logias masonas en Cuba. Sobre cómo todo es nada o se va volviendo leyenda.

Por todo esto los libros de Padura están entre mis libros más amados. Y cuando digo que algunos los acaricio de vez en cuando es porque los estoy releyendo todo el tiempo.

Por ahora el premio Princesa de Asturias de Literatura parece un cuento de hadas. Así las novelas de Padura no tengan que ver con princesas ni con hadas.
RODRIGO ARGÜELLO G.