El
escritor argentino aseguraba que le hubiera gustado ser músico. El más
reciente documental sobre su vida, recrea ese lado de su personalidad
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Julio Cortázar y su documental sobre su obra y la música./elespectador.com |
Julio Cortázar estaba convencido de que su madre lo parió músico.
Es posible que el autor de Rayuela estuviera acostado en su cuna,
llamando al sueño, balbuceando, mordiéndose el dedo gordo de un pie o
con la mirada atenta al reflejo de la luz en el techo, cuando recibió la
visita de las hadas. Entre ellas estaba el hada perversa, la que lo
estropeó todo. Cortázar lo contaba así: “Esas hadas que echan
bendiciones y maldiciones en la cuna del niño que nace, hubo una que
decidió que yo podía ser músico pero hubo otra que decidió que jamás
sería capaz de manejar un instrumento musical con alguna eficacia y
además carecería de la capacidad que tiene el músico para pensar
melodías y crear armonías”.
En la Audiovideoteca
de Escritores de Buenos Aires, Karina Wroblewski y Silvia Vegierski
trabajan con imágenes y audios relacionados con la literatura argentina.
Cuando se plantearon la creación del documental Esto lo estoy tocando
mañana. Julio Cortázar y la música, decidieron que querían hacer algo
distinto. “Queríamos homenajear a Cortázar en el centenario de su
nacimiento mostrando una faceta de su vida que no es desconocida, pero
que tampoco ha sido tan explotada. Queríamos mostrar algo más que
cronopios y rayuelas. Indagar en su relación con la música. Que Cortázar
dialogara con sus amigos y descubrirlo a través de ellos. Todas las
personas que aparecen en el documental dando su testimonio tienen
vínculos con él. Las intervenciones de Pablo Gianera y Carles Álvarez
Garriga aportan claves de lectura que nos permiten entender lo que
nosotros consideramos un ensayo audiovisual”, explica Wroblewski minutos
antes de que se inicie la proyección en Barcelona. El documental
empieza con palabras de Cortázar: “Quisiera sentir un poco como si
estuviera en la misma habitación donde usted oye ahora este disco. Y
cuando digo usted, usted no existe para mí, y sin embargo, vaya si
existe, porque usted y yo somos… somos este encuentro desde tiempos y
espacios distintos. Una anulación de esos tiempos y esos espacios, y eso
siempre se da en la palabra y la poesía”.
El
filme ofrece imágenes inéditas y audios reveladores. Cortázar menciona a
Mario Vargas Llosa, a quien describe como un escritor grande,
admirable, pero “totalmente sordo a la música”. La existencia de esta
grabación, que Vargas Llosa desconocía, sirvió de señuelo para que el
escritor peruano accediera a formar parte del documental. “Dice que no
me gustaba la música. A mí no me gustaba el jazz”, se justifica, ríe y
se emociona al escuchar la voz de Cortázar. “Yo creo que es algo que
vale para Borges, que no le gustó nunca la música y siempre lo declaró. Y
sin embargo es un extraordinario prosista. Pero para él la música sí
era absolutamente fundamental, y además se nota, no sólo en cómo escribe
sino también en lo que escribe, porque la música es siempre una
presencia muy constante en sus cuentos, sus ensayos, sus artículos”.
***
¿Qué
te llevarías a una isla desierta?, le preguntó en una ocasión Jacques
Chesnel. Si lo aguardaba el exilio en una isla yerma y olvidada de este
mundo, y si sólo podía llevar consigo una única cosa, Cortázar no tenía
la menor duda: llevaría música. Si le permitían escoger cinco discos,
“uno de Jelly Roll Morton, dos o tres del viejo Armstrong, uno del viejo
Ellington de los años veinte y treinta”. La escritora Liliana Heker
dice que es perceptible en su obra: “Su amor por la música se nota en
cómo aparece en sus personajes más queridos”.
Se
lo confesó a los estudiantes de Berkeley, que escucharon entre risas la
historia de las hadas que debatieron su destino: “Me siento un músico
frustrado”. Durante los meses de octubre y noviembre de 1980 Julio
Cortázar impartió un curso de literatura en la Universidad de
California. El día de la quinta clase quiso hablar de un tema que
consideraba muy hermoso, y también muy difícil de abordar en términos
teóricos: la musicalidad en su literatura. Incluso para él, para su
propio entendimiento, hablar sobre la relación entre la música y su
prosa era un asunto complicado. “Es una tentativa por explicar algo en
el fondo inexplicable para mí”, advirtió como si hablara por boca de
Johnny Carter, protagonista de uno de sus cuentos, El perseguidor,
cuando dijo que “la verdadera explicación sencillamente no se explica”.
Cortázar habló de una pulsión rítmica que sólo se sometía a la
intuición, de una vibración sutil contra la que él no podía (ni quería)
hacer nada, sólo obedecer y dejarse llevar. Habló de algo que no tiene
nada que ver con la sintaxis, que ignora la razón, que esquiva las
reglas: “No estoy hablando de la música como tema literario sino de la
fusión que en algunas obras literarias se puede advertir entre la
escritura y la música, cierta línea musical de la prosa”. Explicó a los
estudiantes que esta prosa “encantatoria” tiene su propia cadencia, un
movimiento sinuoso que el oído interno del lector percibe y que guarda
en su memoria, como el estribillo de una canción o como los versos de un
poema. Algo hipnótico y mágico. “Cantar está en encantar”, dijo a sus
alumnos. Y habló de las pulsaciones de la sangre y de una música
interior que reconocía en el lenguaje de escritores que amaba
especialmente, porque tenían ese swing, porque despertaban su sentido
del ritmo: “Leemos esa prosa de alguna manera como cuando escuchamos
ciertas músicas y entramos totalmente en una especie de corriente que
nos saca de nosotros mismos y nos mete en otra cosa”. Antes de pasar al
siguiente tema (el humor), y para dejar constancia del significado que
tenía la música en su vida y en su obra, leyó Lucas, sus pianistas, un
texto en el que cita a su amiga Margarita Fernández, una de las
protagonistas del documental, entre sus pianistas predilectas.
***
Primero
la ópera, luego la música sinfónica y después la música de cámara.
Cortázar decía que este había sido el principio de su camino, el camino
que debían seguir los que amaban la música con real intensidad. Luego
descubrió los ritmos populares, la poesía emanada del tango, que era la
música de sus nostalgias: “Cuando pongo un disco de Gardel estoy viendo
el patio de mi casa, toda mi familia; ese disco hace pasar imágenes,
figuras”. Y después empezaron las diferencias con su madre, que no
entendía esa extraña “música de negros”. Louis Armstrong, Jelly Roll
Morton y Duke Ellington empezaron a sonar en las radios argentinas, y
Cortázar, entonces un larguirucho de quince años, descubrió un universo
nuevo, una nueva pasión: el jazz.
En 1978 Evelyn
Picon Garfield le hizo una larga entrevista al escritor argentino. Le
preguntó si conocía personalmente a algún jazzista. “Franceses, sí.
Tengo un buen amigo, muy buen amigo de jazz. Se llama Michel Portal.”
Michel Portal lo cuenta en su testimonio. Cuando leyó El perseguidor
pensó: “Esto lo estoy tocando mañana... Es algo que no comprendo. ¿Por
qué dice esas cosas? No entiendo (…). Es un texto lleno de
respiraciones, de chispazos de genio, de pausas. Creo que por eso él se
sentía atraído por la música... por el jazz en particular”. El músico
francés sentencia: “La escritura de Cortázar tiene ritmo de jazz”. Y en
una escena del documental Cortázar lo confirma: “El jazz tuvo gran
influencia en mí (...) el fluir de la invención permanente me pareció
una lección para la escritura, para darle libertad”.
En
una carta fechada el 8 de octubre de 1981 Julio Cortázar le escribió a
su amigo Fredi Guthmann que estaba sufriendo lo indecible: había vendido
todos sus discos de jazz. Pensaba que tener más de doscientos discos,
guardados y en silencio, era un gesto cruel. Le contó a Guthmann que
sentía mucho dolor, que su sentimiento de pérdida era grande y que
también había repartido discos de otros géneros musicales (los más
apreciados por él) entre sus amigos: “Me gusta pensar que en algunas
noches de Buenos Aires, música que fue mía crecerá en una sala, en una
casa, y se hará realidad para gentes a quienes quiero”.
En
una sala de cine de Barcelona, en una noche de un tiempo todavía
presente, suena música que Cortázar hizo suya. Suena el piano de
Margarita Fernández y, a ritmo de tango, la guitarra de Juan “Tata”
Cedrón, que canta unos versos de Cortázar: Canción sin verano. Suena
Charlie Parker con Dizzy Gillespie, el saxo alto de Michel Portal y el
Quinteto Jodos, que ejecuta la banda sonora original del filme. Cortázar
lee un fragmento de El perseguidor, con sus pausas justas, con la
entonación sentida de su voz, con sus erres arrastradas. Su voz y la
música se extienden como hiedra, por encima y por debajo de todas las
cosas; por las paredes, por los costados y por las patas de las butacas.
Y está todo el mundo quieto, en silencio, escuchando.