viernes, 26 de junio de 2015

En la novela negra, como en la vida, siempre pagan los mismos

Dicen que los caminos del Señor son inescrutables. Los de la literatura, también

Carlos Bassas, autor español de Siempre pagan los mismos./elpais.com
Siempre pagan los mismos de Carlos Bassas.

La ficción criminal mediterránea tiene desde hace unas semanas una aportación peculiar, llena de buenos detalles, crítica social, personajes bien construidos y un escenario cercano. Su autor es un guionista, experto en cultura e historia japonesas y excelente escritor. Hablamos de Siempre pagan los mismos, escrita por Carlos Bassas y publicada por Alrevés.
Se trata de una novela en la que el título no engaña, en la que encontramos personajes que juegan con las cartas marcadas y lo saben; con un protagonista, Herodoto Corominas, que no deja de ser un policía muy especial en su inmensa cotidianeidad; con un escenario, Ofidia, que podría ser cualquier capital de provincias española, con sus rincones agradables, sus gentes, sus rutinas, sus mierdas. Hablamos con el autor para que nos dé claves sobre un libro que esperamos no sea un paréntesis en su carrera.
Un día de un invierno desapacible, en medio de una calle triste de una ciudad cualquiera, una de sus 300.000 almas es hallada destripada y castrada. La particularidad del caso es que nadie llora al muerto, un policía municipal que el lector sabe por las primeras páginas que es un indeseable. Sus compañeros escurren el bulto cara al exterior y callan la verdad. Herodoto Corominas, policía nacional, padre, marido y honesto tocapelotas, se tiene que encargar del caso.
¿Por qué Ofidia y no una ciudad con nombre real? ¿Comodidad? ¿Miedo?  El propio Carlos Bassas nos lo resuelve: “Mi intención era crear una ciudad media que pudiera representar a buena parte de las capitales de provincia. No me interesaba tanto localizar la acción en un lugar concreto, sino en una geografía social y política determinada, la de la ciudad media en la que vive buena parte de la gente de este país. No son ni grandes urbes, ni comunidades pequeñas, casi rurales, sino que están situadas en un punto medio, y eso hace que tengan su propia idiosincrasia y sus propias miserias. Pensé que así podría identificarse con ella tanto un lector de Salamanca, de León o de Toledo, como uno de Pamplona o de Lugo. Aunque no puedo remediar que, en gran medida, Ofidia sea más mi ciudad, Pamplona, que ninguna otra”.
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Detalle de la portada del libro

La fedora que cubre la cabeza de Herodoto no pega con el frío invernal que agobia a Ofidia, paradigma bestial de las miserias, corruptelas y medianías que inundan la vida cotidiana en España. Corominas es culto, cita a Virgilio y adora la cocina, pero es sobre todo un policía vocacional, un ser humano que trata de comprender el mundo en el que vive. Un personaje y un descubrimiento.
Se hace mayor y le jode, su padre se muere y le jode, tiene problemas en el trabajo y le jode, pero sigue adelante. Así define Ofidia: “Esta ciudad vive ahogada en el encubrimiento, el favor, la prebenda y la bicoca. Todo se barre y la mierda nos llega ya hasta las alfombras. ¿Y sabe por qué? Porque no hacemos nada. Pues bien, yo he decidido dar un paso al frente”.
La crítica social está presente desde el principio de un libro en el que se nota el oficio del autor con los diálogos y algunas de sus declaradas pasiones: Vázquez Montalbán y todos los grandes del género mediterráneo o nuestro venerado Jim Thompson. El autor reflexiona sobre la novela negra y la realidad social, tema siempre recurrente pero que no pierde fuerza:
“La ciudad oscura, el barrio marginal, los bajos fondos, los rincones míseros, la corrupción política, municipal, global, son elementos clave en muchos casos; forman parte esencial del paisaje y se convierten en un protagonista más, porque son esos espacios los que, en buena medida, llevan a los personajes al extremo, al crimen. Yo entiendo la novela negra como un género social, realista, por un lado, y sociológico y psicológico por otro. Ese es el tipo de novela negra que más me interesa como lector y como escritor”.
Bassas tiene historia y sabiduría para aburrir. Asegura que la novela negra le “salva” de su vicio japonés y al revés “aunque, claro está”, aclara ”no puedo evitar que partes de un mundo se cuelen en el otro, y al revés –hasta el punto de que, ahora, para los escritores de novela negra soy el friki de la katana, y para mis compañeros frikis, el raro que escribe sobre crímenes”.
Sin desvelar nada, se puede decir que el final es de los que duele, de los que deja mal sabor. La promesa del título se cumple y no me resisto a preguntarle si no pensó en un final con una puerta abierta a que no siempre perdieran los mismos. La respuesta le mete de lleno en el club de los que miran la realidad sin filtros: “El final lo tenía decidido desde el principio, y creo que, en cierto modo, va implícito en el propio título de la novela. La frase hecha de 'Siempre pagan los mismos' es muy cierta, estamos rodeados de mil ejemplos en el día a día, así que tenía claro que, aunque el personaje decidiera sacudir el árbol, de caer alguna manzana, sería la débil. El resto seguirían más o menos igual, bien sujetas a la rama, que es lo que acaba pasando. La novela aboga por el único cambio que podemos ejercer en el mundo que nos rodea, el pequeño, el inmediato, el que afecta a nuestro entorno más directo y cercano. Es el único que realmente está en nuestras manos”.
No esperen concesiones. Lean y disfruten y compartan. Así me llegó a mí esta novela. Por caminos inescrutables. Gracias.