En este texto el profesor Julio González plantea el siguiente
interrogante: ¿Tendremos un aparato educativo preparado para ayudar a
producir una cultura de la paz, o preferimos jugarle a la innovación,
la competitividad, la internacionalización y a estimular a los más
“pilos”, y sólo reconocer a la gente por sus títulos y diplomas?
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La pedagogía hacia la paz en el llamado postconflicto no da espera en todas las aulas de Colombia./udea.edu.co |
Es indudable que un éxito en
las conversaciones que actualmente adelanta el gobierno nacional con las
FARC en La Habana, traerá muchos beneficios al país. Terminar el
conflicto armado que el estado colombiano ha mantenido con las FARC y
eventualmente, con el ELN, significaría entonces que los demás
conflictos del país (económicos, sociales, políticos, y los que se
generan en el sistema educativo y de salud, para mencionar sino unos
pocos) no van a desaparecer y que probablemente se multiplicarán, pero
sí implicaría que deberán resolverse mediante mecanismos políticos y no
apelando a las armas de la subversión ni a la represión física por parte
del Estado.
Por eso sería deseable que la palabra postconflicto se empleara con más
prudencia y precisión. Un acuerdo sobre el conflicto armado no equivale a
decir que tendremos una sociedad sin conflictos, porque sería
sencillamente imposible, sino que ya no será la fuerza de las armas la
que pretenda resolverlos.
Es iluso pensar que inmediatamente se firmen los acuerdos, -si como es
deseable, esto llegare a ocurrir-, vamos a tener una sociedad en paz.
Ese sería un paso, el primero indudablemente y de una trascendencia
capital para iniciar el camino hacia la paz, pero para consolidar la paz
será necesario esperar muchos años y hacer muchas reformas, de las que
poco se habla. En el lenguaje de la justicia transicional, estas serían
las garantías de no repetición que implican, sobre todo, hacer las
reformas a las instituciones y a las prácticas que dieron origen al
conflicto, realizar las transformaciones sociales y económicas que nunca
se han hecho y que han facilitado la emergencia del conflicto y su
larga pervivencia.
En Colombia varias
generaciones han nacido, crecido y muerto en la guerra, es apenas
explicable que ésta haya producido unas marcas que se incorporan a su
ethos o por lo menos a prácticas culturales, políticas y sociales muy
amplias. Y transformar esas prácticas requiere trabajar pacientemente
durante muchos años y es una labor que hay que empezarla cuanto antes, y
con los más jóvenes. La educación tiene un papel preponderante en el
proceso de transformación de las estructuras sociales y culturales que
ayudaron a crear y reproducir la violencia.
La pregunta que habría que hacer es hasta dónde el sistema educativo
colombiano está diseñado y capacitado para cumplir esta tarea. Y creo
que sobre este punto no se puede ser muy optimista.
Si bien es cierto que ahora se
habla de “Colombia como la más educada” como un eco de “Antioquia la
más educada”, en Antioquia por lo menos el énfasis se ha puesto más en
las instalaciones físicas y en los concursos para determinar quiénes son
los mejores estudiantes, que en el contenido de la educación y en las
necesidades y aspiraciones de los docentes y los estudiantes. Me temo
que en el país, también se crea entonces que la mejora de la educación
se reduce a construir gigantescos edificios educativos y a facilitarles
el acceso a las nuevas tecnologías a los estudiantes, pero esto es un
aspecto del problema y no creo que sea el más importante.
A imagen y semejanza de tantas cosas en el mundo contemporáneo la
educación superior se concibe como una empresa, donde imperan la
competitividad, la medida de los logros y la comparación con los países
más desarrollados; mientras tanto, los problemas del país ocupan un
lugar muy secundario en las preocupaciones de las comunidades
académicas, más interesadas en el reconocimiento internacional o en la
publicación de sus trabajos en revistas del primer mundo, que en ver qué
le pasa a nuestro país. No creo que una educación superior que tome
como paradigma la empresa y hable en términos de oferta y de demanda,
pueda ser un buen modelo para conseguir la paz.
Decía el gran sociólogo norteamericano Robert K. Merton que gran parte
de la delincuencia se producía debido a lo que él llamaba respuesta
innovadora. Ésta consistía en que ante la dificultad para muchos
individuos para acomodarse a unos fines culturales que se proclamaban
como universales frente a unos medios sociales para acceder a ellos,
distribuidos de una manera muy desigual, muchos individuos optaban por
escoger caminos vedados, hacer trampa o como decimos popularmente,
escoger el “atajo”. En otras palabras, se vale cualquier medio para
llegar a la meta. Una educación que privilegia los logros, que
simplemente mide y cuantifica, genera grandes peligros de respuestas
innovadoras, porque es una educación que le hace ver al estudiante en su
compañero un rival, con el cual hay que competir por el primer lugar,
por la beca, por el puesto o por reconocimiento. La meritocracia no es
un valor absoluto: también engendra grandes riesgos de exclusión y
segregación. No solo los más “pilos” tienen derecho a estudiar.
Decía Merton que si se quería reducir las respuestas innovadoras, habría
que estimular valores como la solidaridad, el respeto por la cultura
como algo valioso en sí mismo y no simplemente como un mecanismo de
ascenso social; volver a mirar el deporte básicamente como una
actividad recreativa y no como un espectáculo comercial de miles y miles
de millones (de dólares y de personas), entender que las generaciones
anteriores también nos habían dejado unos valiosos legados que no
podemos reducirlos a cero bajo el complejo de Adán. Si bien es cierto
que Merton hablaba de estas reformas como necesarias para reducir la
criminalidad, se puede pensar en ellas, como mecanismos para aclimatar
la paz.
¿Tendremos un aparato educativo preparado para ayudar a
producir una cultura de la paz, o preferimos jugarle a la innovación,
la competitividad, la internacionalización y a estimular a los más
“pilos”, y sólo reconocer a la gente por sus títulos y diplomas?