jueves, 4 de junio de 2015

Žižek, stand up de chistes finos

Humor y filosofía. El pensador esloveno recopila humoradas políticas y las trenza con la ideología

Slavoj llegó al cine. Afiche del documental Žižek! dirigido por Astra Taylor./revista Ñ.

Lichtenberg era tan hipocondríaco que la única manera que encontró para mitigar sus males fue vivir “según la hipótesis” de que estaba sano. La frase parece un chiste pero es cierta. El maestro de Gotinga hubiera sido uno de los casos de estudio favoritos para Sigmund Freud si sus vidas hubieran podido cruzarse. No sucedió: la muerte los separó durante décadas. De todos modos, el padre del psicoanálisis fue un devoto lector de sus aforismos y resulta que si uno se sumerge en esos cuadernos a los que Lichtenberg casi no les daba importancia (un obsesivo nato que corregía hasta el texto de los calendarios no se preocupaba en corregir estos pensamientos acumulados en cuadernos) descubre una mente implacable y hasta podríamos decir un avezado humorista. En estos textos se advierte un preciso uso del lenguaje, de la paradoja y el cinismo. Freud mismo cita uno de sus chistes: “¿Cómo anda usted?”, preguntó el ciego al paralítico. “Como usted ve”, respondió el paralítico al ciego. Las palabras, entiende Freud, constituyen un material plástico de una gran maleabilidad. Eso también lo sabe Slavoj Žižek. Y además sabe que en las autopistas de la modernidad, la ideología también circula por las colectoras del humor anónimo.
En su libro El sublime objeto de la ideología (1989), Slavoj Žižek criticaba lo que consideraba un desacierto de Umberto Eco en El nombre de la rosa . Al esloveno le perturbaba que en la novela latiera una creencia subyacente en la fuerza liberadora y antitotalitaria de la risa, de la distancia irónica. Žižek plantea una tesis absolutamente contraria en su libro porque considera que en las sociedades contemporáneas, democráticas o totalitarias, esa distancia cínica (expuesta en la risa y la ironía) es, de algún modo, parte del juego. En Mis chistes, mi filosofía (Anagrama) vuelve sobre este tema al referirse a uno de los mitos paranoicos que circulaba en la última etapa de los regímenes comunistas: que existía un departamento de la policía secreta cuya función era inventar y poner en circulación chistes políticos contra el régimen porque entendían su función estabilizadora: una posibilidad para que el pueblo pudiera desahogarse y mitigar sus frustraciones. Žižek aclara: el problema es que los chistes, al parecer, carecen de autor. Allí residiría su misterio: son idiosincráticos y reflejan la creatividad del lenguaje, pero a la vez son colectivos y parecen surgir de la nada.
En esta faceta de Žižek como pensador stand-upero podríamos citar un ejemplo. “Un chiste de principios de los años sesenta nos transmite perfectamente la paradoja de las creencias que se dan por supuestas”, entiende Žižek. Y dice: después de que Yuri Gagarin, el primer cosmonauta, lleva a cabo su viaje al espacio, es recibido por Nikita Kruschev, el secretario general del Partido Comunista, al que le dice, de manera confidencial: “¿Sabe, camarada, que allí arriba, en el espacio, vi el cielo, con Dios y los ángeles? ¡El cristianismo tenía razón!” Kruschev le responde en un susurro: “¡Lo sé, lo sé, pero no diga nada, no se lo cuente a nadie!”. A la semana siguiente, Gagarin visita el Vaticano y es recibido por el Papa, al que le confiesa: “Sabe, Santo Padre, he estado en el cielo, y no he visto ni a Dios ni a los ángeles...” “Lo sé, lo sé”, lo interrumpe el Papa, “¡pero no diga nada, no se lo cuente a nadie!” En este catálogo desordenado de chistes, Žižek retoma las categorías que Freud plantea en “El chiste y su relación con el inconsciente” pero más que nada se concentra en lo que Freud, en su artículo, trata con cierto desdén: de esos chistes tendenciosos. Filosofía, política, cultura y religión son los pilares desde donde se construye la rutina de stand up de Žižek y sus autores varían y retoma ideas de Hegel, Lacan, Freud o Kierkegaard. A partir de analogías y variaciones, Žižek encuentra en los chistes un material sustancioso que a veces (no digo siempre) desaprovecha. Podría criticarse que Mis chistes, mi filosofía parece un libro escrito a desgano, carente de un trabajo sistemático sobre el objeto, como meras anotaciones para un libro futuro. Y lo más problemático: por momentos no tiene gracia.
De todos modos, cada tanto el autor consigue, partir de un chiste, para observar una realidad y pensar en ella. Ocurre con un viejo chiste de la difunta República Democrática Alemana, en el que un obrero alemán consigue un trabajo en Siberia. Sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: “Acordemos un código en clave: si les llega una carta mía escrita en tinta azul, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso. Al cabo de un mes, los amigos reciben la primera carta y está escrita en azul. Dice: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede conseguir es tinta roja.” Žižek se pregunta si no es ésta nuestra situación. “Contamos con todas las libertades que queremos; lo único que nos falta es la tinta roja: nos sentimos libres porque carecemos del lenguaje para expresar nuestra falta de libertad. Lo que esta carencia de tinta roja significa, para Žižek, es que hoy en día todas las principales expresiones que utilizamos para designar el presente conflicto –guerra contra el terror, democracia y libertad, derechos humanos– son falsas, enturbian nuestra percepción de las cosas en lugar de permitirnos pensar en ellas. La tarea que se nos plantea hoy en día es darles a los manifestantes tinta roja.” “No es broma sino la pura verdad que antes de la Revolución los perros de cacería del rey de Francia tenían mejor salario que los miembros de la Nueva Biblioteca de Bellas Artes”, escribió Lichtenberg. Se entiende. Un mundo absurdo encuentra su reflejo en el humor. Y en el núcleo se transpira ideología. Eso encuentra Žižek en este libro, que no será el mejor ni el último y hasta quizá sólo sea una broma eslovena. Terminemos mejor con palabras de Lichtenberg: “Que el hombre es el ser supremo también se deduce de que ningún otro ha tratado de refutarlo.”