jueves, 25 de junio de 2015

Graham Greene sesenta años años después

El Hotel Continental en Saigón, inspiración para el escritor británico

Graham Greene, autor británico de El americano impasible./eltiempo.com

El americano impasible de Graham Greene.

El 30 de abril se marcó el XL aniversario de la caída de Saigón en manos de las fuerzas militares de Vietnam del Norte y la salida de últimos helicópteros estadounidenses llenos de refugiados. Para entender algunos de los acontecimientos que precedieron la participación de Estados Unidos en el conflicto, vale la pena examinar el papel que jugó en el sureste asiático después de 1945 y leer de nuevo El americano impasible (1955) de Graham Greene, que no es su mejor novela pero anticipa la intervención de los americanos en Vietnam. Como lo afirmó el mismo autor en un artículo publicado en The New Republic el 5 de abril de 1954: “Hace dos años los hombres creían en una posible derrota militar o la victoria; ahora ellos saben que la guerra se decidirá en otra parte, por hombres que nunca se han metido hasta la cintura en los campos de barro, escalar montañas, estar en medio de los ataques o esperando durante largas horas de aburrimiento”.
Hace más de sesenta años Greene (1904-1991), el escritor británico, visitó a Saigón en calidad de periodista para informar sobre la guerra de Indochina (Vietnam, Camboya y Laos) en los periódicos Le Figaro, The Times y The New Republic. La novela El americano tranquilo se basó en sus propias experiencias durante sus visitas a esta región y la estancia en el Hotel Continental. Cuenta las aventuras de un periodista británico, Thomas Fowler, en Saigón. Este vive con su amante vietnamita Phuong y en el Hotel Continental conoce a Pyle, un idealista americano que se enamora también de la joven. Este hotel es también el escenario de encuentro por primera vez entre Pyle y Phuong. La discrepancia de ideas políticas y los celos anticipan un trágico desenlace.
Uno de los momentos de más mayor tensión en la novela es cuando Fowler, el personaje principal, está en un café bebiendo una cerveza mientras observa a algunas clientes americanas y europeas que toman helado. De pronto, dos espejos se le vienen encima y caen en la mitad, hechos pedazos. Se trata de una explosión de un carrobomba y él corre a Place Garnier, frente al teatro nacional porque sabe que su amante siempre va a esa hora a tomar malteada al otro lado de la calle. Fowler ve a un hombre sin piernas y a una mujer con un bebé muerto entre sus brazos, que lo tapa con un sombrero de paja. En medio de las sirenas, la policía y la gente, él encuentra a su amigo Pyle y éste le dice que Phuong está bien porque él avisó del atentado. Esto le crea dudas sobre las verdaderas intenciones e ingenuidad del americano.
En la actualidad El Hotel Continental de Saigón o Ho Chi Minh, nombre oficial, es cómodo, elegante y todavía vive de su glorioso pasado. Allí se hospedaron famosos escritores, entre ellos, André Malraux y Graham Greene. Es una mañana soleada, la temperatura casi es de 27 grados centígrados. Desde uno de los balcones del hotel se puede ver una banda estudiantil tocando ‘Billie Jean’ de Michael Jackson. Más de cien personas escuchan el concierto con atención, otros paran sus motocicletas y ponen a los niños en los hombros para que disfruten. El espectáculo matutino se lleva a cabo en las escalinatas del Teatro de la Ópera. Muchos prefieren identificar su ciudad con el nombre de Saigón porque el nombre de Ho Chin Minh les trae a la memoria el régimen comunista donde muchos de sus antepasados perdieron todo, otros murieron en las cárceles o fueron torturados. El Proyecto Genocidio de Camboya de la Universidad de Yale concluyó que el Khmer Rouge comunista aniquiló a un millón 700 mil camboyanos, el peor genocidio per cápita anual en el siglo XX. Miles murieron en Vietnam del sur, tratando de escapar en botes y ejecutados en campos de concentración.
Casi medio siglo después la Rue Catinat ya no existe, ahora es la calle Dong Khoi. El concierto parece una retreta de pueblo. La gente, tranquila y feliz con sus familias, disfrutando de la música matinal. A simple vista, ante la incredulidad de algunos visitantes extranjeros y locales, el sosegado escenario en medio del tráfico corresponde a la vida cotidiana del Saigón actual. Desde el mismo café del Hotel Continental, donde Greene imaginó la escena de la explosión hace décadas, se ve la fachada de color pastel del Teatro de la Ópera, otros hoteles y restaurantes de cadena de Occidente, avisos en inglés y un centro comercial a todo lujo al nivel de los de Dubái, Londres o Nueva York. Está ubicado en el distrito número 1, en la zona de negocios y edificios gubernamentales. Por 160 dólares puede hacer una reservación con tiempo para quedarse en la habitación 214, lugar que ocupó Greene. Muchos turistas que hoy visitan a Saigón no tienen la menor idea de quién fue el escritor, de sus 54 libros, basados en su infancia, experiencias en la Segunda Guerra Mundial, los viajes a África, Asia, México, Centroamérica y el Caribe. Varias de sus novelas fueron adaptadas al teatro, la televisión, el cine y traducidas a numerosos idiomas. Pocos visitantes han leído sus reportajes periodísticos de la rebelión en Kenia, la guerra en Vietnam, la dictadura en Haití y el surgimiento de Castro en Cuba, su amistad con el general Torrijos de Panamá y Ortega en Nicaragua, la caída de la Unión Soviética, entre otros. En 2014 The New Republic con motivo de su centenario publicó una colección de los mejores artículos de Graham Greene.
El Hotel Continental de 2015 se ha ajustado a los cambios de las ciudades cosmopolitas asiáticas del siglo XXI pero aquella perla de los años cincuenta, permanece intacta en las páginas del escritor y la imaginación de los lectores. Al final de El americano impasible, Fowler reflexiona: “Pensé en el primer día, cuando Pyle estaba sentado al lado mío en el Continental, con la mirada puesta en un dispensador de refrescos en la mitad del camino. Desde que él murió todo ha ido muy bien, pero cómo me hubiese gustado que existiera alguien a quien pudiera contarle que lo sentía mucho. Pero así no fue”.
Alguna vez Greene dijo que sus libros eran él. Las últimas palabras de Fowler delatan varios aspectos del escritor: la frialdad de un espía, la soledad de un maniacodepresivo y la culpabilidad de un católico agnóstico, como él mismo se calificó.
Alister Ramírez Márquez