Llegó
la hora de volver a decir lo que ya se sabe hasta la saciedad: estamos
en el peor momento de la crítica literaria de todos los tiempos. Ya
nadie sabe qué de nuestra ficción es bueno y cada novela resulta "ultra
original, bella y llena de figuritas hermosas"
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Busquen un crítico en Colombia con el
suficiente valor para hundir acertadamente más de una novela al año./revistaarcadia.com |
Llegó la hora de volver a decir lo que ya se
sabe hasta la saciedad: estamos en el peor momento de la crítica
literaria de todos los tiempos. Ya nadie sabe qué de nuestra ficción es
bueno y cada novela resulta “ultra original, bella y llena de figuritas
hermosas”. Para desarrollar esta poco original idea, lanzo estas
pequeñas máximas a mis fieles lectores:
No hay críticos a carta cabal. Busquen un crítico en Colombia con el
suficiente valor para hundir acertadamente más de una novela al año. No
hay. Hay muy buenas plumas para potenciar textos, revelar escritos o
hacer llamados de atención sobre novelas desconocidas con muy buenas
traducciones, pero desaparecieron de nuestro entorno los críticos
punzantes y los pocos que escriben se han acobardado hasta niveles muy
parecidos al del dinosaurio Rex de Toy Story.
El mercado es frágil y nos hacemos pasito. Bien es
sabido que en nuestras delicadas economías editoriales, de menos de
3.000 ejemplares, se preservan atenuando la crítica. Un escrito que
desentraña escrituras mediocres y acomodadas puede poner en riesgo
muchas cosas; ¡incluso algunos empleos!
Subsisten los vetos a críticos literarios. Hoy ya no
funcionan como conspiraciones maléficas terminales, sino más bien como
un instrumental de actos menores, menos visibles y desplegados a los más
críticos. Por eso es mejor hablar bien de un libro soberbio y perdonar
un verdadero hueso. Los riesgos de ser un sanguinario, son evidentes.
Los críticos son amigos de los escritores (del mismo modo y en sentido contrario).
Los cocteles de lanzamiento ilustran esta fusión perfecta entre prensa,
editores y escritores. Los veo abrazándose, entre vinos, dándose
palmaditas en el hombro, preparando sus habituales y aburridísimas
declaraciones escritas y personales de amor filial, para después, en el
corredor, suspirar entre cortado: no era tan buena.
No hay donde escribir cosas duras. Las columnas de
crítica literaria que hunden libros desaparecieron de los grandes
diarios y, en menor medida, de las revistas. Es como si fuera
políticamente incorrecto hablar mal de una novelística complaciente.
Educar gustos literarios parece ser propio del siglo XX. ¡Y que el
lector y el librero se las arreglen en las librerías!
Internet no es un campo de batalla. Consuelo extraño,
las redes sociales nos han dado algunos rounds entre críticos,
intelectuales y escritores. Pero observo que se ocupan mucho más de sus
posturas políticas y personales que de sus obras. De ahí que sigamos sin
ejercicios juiciosos de exploración literaria. Algunos blogs,
curiosamente más en provincia, aprovechan este desierto de grandes
críticos para aventurar reseñas un poco más fuertes que las de la
capital. Falta rastrear periódicos regionales, aunque soy pesimista.
Los premios nacionales confunden. A veces bien dados, a
veces muy sospechosos, ya no son la medida de las cosas. Pero esto da
para otra columna, bien sanguinolenta.
El Boletín Cultural y Bibliográfico, una isla en un mar de lodo.
Pese a su condición de tardío y clandestino, esta publicación del
Estado es nuestra última salvación. Deberían condecorarla con la Cruz de
Boyacá, en el grado de gran comendador.
Tú eres tu propio crítico. La verdad es que yo compro
las novelas que mis amigos me recomiendan, cuando no me las regalan
ellos mismos. Lo decía Rafael Reig: la gente compra libros sobre todo
para regalar y lee sobre todo lo que le han regalado. Finalmente, lo sé,
todos nosotros construimos nuestra propia crítica. Pero es mi deber
alentar a los lectores a compartirlas; pues de lo contrario seguiremos
en este campo de rosas de puro hule.