Este libro, que recopila muchas historias breves de Galeano
sobre las mujeres en la historia de la humanidad, aparece poco después
de su muerte y en un momento en que el femicidio se ha convertido, por
suerte, en tema de conversación y discusión permanente: es un libro
necesario.
Como siempre en Galeano, las pequeñas piezas literarias
que él trabaja hasta la perfección funcionan por acumulación. Así,
aunque cada una puede leerse por separado, giran todas alrededor de una
misma temática: en este caso, la falta de libertad, de alegría, de
espacio que han tenido siempre las mujeres y la manera en que muchas de
ellas (las protagonistas de las historias) respondieron a esa presión
con desesperación, sueños, lucha, coraje, sacrificio, arte.
La
variedad literaria y estructural de las historias es inmensa: hay desde
recuerdos personales en primera persona (intensamente poéticos en muchos
casos), hasta personajes históricos que se toman y retoman más de una
vez, descripciones de costumbres de mujeres anónimas en civilizaciones
lejanas o antiguas y mucho más. Tal vez el centro de este remolino pueda
encontrarse en un fragmento que se llama “Yo robo y me roban”, en el
que se habla esencialmente del gran tema de Galeano: el poder. En este
caso, el poder que los hombres tienen sobre las mujeres y que ciertos
pueblos tienen sobre otros y las consecuencias de ese poder en las vidas
de todos.
La de Galeano es “literatura de resistencia”, como la
llama Edward Said: lo que quiere es contar, gritar incluso, las
historias borradas y olvidadas hasta volverlas imprescindibles. En Mujeres
, esta misión aparece en “Trótula”: la voz narradora afirma que las
primeras escrituras sobre ginecología que redactó esta mujer en tiempos
de las Cruzadas es invisible para nosotros porque la Historia “estaba
muy ocupada registrando las hazañas de los guerreros” que partían al
rescate del Santo Sepulcro.
A veces, con nombres conocidos,
Galeano exige un conocimiento previo de la mujer a la que describe
porque lo que dice es tan escueto que faltan datos esenciales, como
sucede con los fragmentos dedicados a Eva Perón y Violeta Parra. En esos
casos, las pequeñas narraciones son no tanto una presentación del
personaje como una invitación a acercarse a él, a explorarlo, a
descubrirlo.
Algunos ejemplos llenos de belleza: la imagen de las
mujeres negras que mandaron en los quilombos (asentamientos de esclavos
fugitivos en Brasil) y que se ponían semillas en el pelo para llevarse
la futura comida cuando los atacaban las tropas de los esclavistas; la
interpretación que hace el autor del Cantar de los Cantares de
la Biblia al que considera un homenaje a la diversidad humana por el
amor entre un rey y una negra y en el que, según ciertas versiones, la
amante de Salomón no dijo “Soy negra pero bella” sino al contrario, “Soy
negra y bella”; la fabulosa historia sobre un preso político uruguayo,
que recibe un dibujo en una prisión donde están prohibidos los dibujos
de mariposas, flores y pájaros: su hija de cinco años le envía un árbol
poblado de círculos y le explica que son los ojos de los pájaros
escondidos para poder llegar hasta sus manos.
Muchas mujeres del
libro tienen que vestirse de hombres para hacer lo que quieren, y mueren
o terminan en la cárcel por hacerlo, pero siguen soñando y haciendo
incluso contra compañeros revolucionarios que defienden los derechos de
todos menos de las mujeres (ahí están la Revolución Francesa y la Rusa
para probarlo). Y muchas reciben alabanzas como “escribe como un
hombre”, “pelea como un hombre”, “piensa como un hombre” y tienen que
descubrir qué es ser mujer a pesar de ellas. El libro se abre con una
narradora que usa historias para salvar su vida, la hermosa Scherezade…,
y se cierra con una monja de clausura que escribe en una pared del
convento, en un lugar escondido: “Dile a Juan que no me olvide”. El
recorrido traza una perfecta parábola en la que el lenguaje, el contar
es la mejor arma contra el olvido y la condena al silencio.
El periodista Fabián Kovacic ha trabajado mucho y bien en su Galeano. Apuntes para una biografía y no es un libro hecho de apuro habida cuenta del fallecimiento del autor de Mujeres
en abril, sino que ha demandado años de investigación y de lectura de
toda su obra literaria, periodística, oral o televisada privilegiando el
mercado español.
Kovacic rastrea su genealogía que llega a los
tiempos de formación de los estados nacionales de Uruguay y Argentina.
Richard Bannister Hughes, oriundo de Liverpool, muy joven llega a
Montevideo en la Navidad de 1829. Con intereses conseguidos en las dos
márgenes del Río de la Plata y Paraguay, es el fundador de una familia
donde los Hughes y los Galeano se mezclan con Leandro Gómez y Fructuoso
Rivera, los Rodríguez Larreta, Martínez de Hoz, Zumarán, Villegas,
Acevedo Díaz, Bullrich y otros.
De Eduardo Germán María Hughes
Galeano sólo quedará la H y el apellido materno como señal de su ruptura
con ese linaje. Pero Galeano, hijo de Eduardo Hughes Roosen y Leticia
Esther Galeano Muñoz era pobre como su padre “un juerguista” y por ello
sólo llego al segundo año del Liceo y debió trabajar no bien dejó la
niñez. Es “católico y místico” hasta que ingresa al Partido Socialista
que orientaba un pope de la agrupación, Emilio Frugoni, más que
marxista, un adherente a las ideas del teórico del laborismo inglés
Harold Laski, quien protegió al joven. En el semanario El Sol , vocero socialista, ingresa como dibujante pero su talento le abre paso al célebre semanario Marcha y congeniar con su director Carlos Quijano una de las personas que más influyó en su vida.
Kovacic
cuenta las diversas influencias literarias y políticas que fueron
formando al Galeano periodista, como Onetti, la literatura
estadounidense, el propio Quijano que lo pone a dirigir el diario Epoca. Antes, en 1960, incursiona por la revista argentina socialista-comunista Che donde dibuja bajo la fonética de su apellido, Gius, y firma como Eduardo H. Galeano La maldición de la piel oscura .
Impactado para toda su vida con la Revolución Cubana en los tiempos de Epoca
surgen los Tupamaros con quienes Galeano simpatiza, diferenciándose de
Frugoni y Quijano contrario a los métodos violentos. El autor ofrece
una breve historia del Uruguay para que sobre todo los lectores no
familiarizados con Latinoamérica puedan entender mejor las raíces del
antiimperialismo de sus biografiados, que lo lleva a sus primeros
libros, la novela Los días siguientes y su salto al relato periodístico mixturado con literatura cuyo primer emblema es Las venas abiertas de América Latina,
de escasa tirada al principio pero que con el tiempo, acaso por la
publicación cubana de Casa de las Américas, alcanzará lectores de 20
lenguas e interminables reediciones. Aun en vida, Galeano era un habitué
de los libros más leídos en Cúspide o en el Ateneo, con muchos de sus
trabajos: no es de actualidad sólo por su reciente muerte.
Cuenta
el autor que Galeano intentó suicidarse con barbitúricos a los 19 años y
lograron salvarlo. Años más tarde cubriendo la vida de los mineros
venezolanos, contrajo el paludismo. Hasta su muerte por cáncer pasará
por otros malos tragos. Hay un relato muy estructurado del pasaje de
Galeano por la dirección de la revista cultural argentina Crisis,
una de las más influyentes de América Latina que emergió en años
difíciles: los tiempos de las guerrillas y la represión de la Triple A
(él fue amenazado) y cuando el golpe de Estado de 1976 se exilia en
España, cerca de Barcelona, una etapa de enorme creatividad en la que
sobresale Memoria del Fuego (tres tomos).
Aquí “nació el
Galeano netamente escritor… desarrolló plenamente su veta narrativa que
zigzaguea ente la ficción y los hechos documentados. Es un Galeano
decidido a doblar la apuesta en su trayectoria como cazador de
palabras”, opina Kovacic. Es la etapa donde deja de lado los textos
largos por los cortos “trabajados con paciencia de orfebre y
puntillosidad de investigador”.