Mientras en la primavera de 2010 toda Europa andaba preocupada por
las cenizas del volcán islandés de nombre impronunciable, el escritor
colombiano William Ospina (Padua, Tolima, 1954) se
interesaba por otra erupción volcánica. La que en 1815 en una isla
lejana de Indonesia propiciara un extraño fenómeno por el cual el verano
de ese año fue el más frío de los registrados. Eso provocó que en la
otra punta del mundo, en Suiza, durante tres días de gélido junio, cinco
jóvenes se vieran obligados a recluirse de ese tiempo de perros en
Villa Diodati, a orillas del lago Leman, para imaginar y contar
historias, su única distracción. Eran los poetas románticos Lord Byron y Percy Shelley, su esposa Mary Shelley, el secretario del primero John William Polidori y la hermanastra de Mary y amante de Byron, Claire Clairmont.
La estancia, no provocó en los grandes, Byron y Shelley, una obra
memorable, en cambio fueron los personajes secundarios los que dejarían
una huella indeleble. Mary imaginó al monstruo de Frankenstein y Polidori al primer vampiro literario.
Las dos criaturas nacieron en la misma casa y en la misma noche
acuñando mitos que todavía hoy tensan nuestros miedos.
Aquel encuentro ha propiciado no pocos ficciones literarias y películas -una de ellas, Remando al viento de Gonzalo Suárez- pero El año del verano que nunca llegó (Random
House) el libro de Ospina se propone otra cosa. No solo contar lo que
sucedió en aquellas veladas sino también mostrar la propia investigación
del escritor convertido en el narrador de una novela que teje un
inmenso tapiz con su idas y venidas por el mundo en pos de los detalles
de aquella historia y sus caprichosos azares. El primero -está dicho-
fue la erupción del volcán Tambora. «Mientras buscaba documentación
-cuenta el autor- tenía la sensación de que todas las cosas estaban
conectadas secretamente, que solo bastaba con mirar con un poco de
atención para darse cuenta de ello. Todo lo que no se conecta de una
forma natural, termina haciéndolo por la cultura. Quizá por eso la
literatura tiene tanto poder, porque es el modo en que los sueños
individuales se convierten en sueños colectivos».
Seguir a aquellos jóvenes románticos que hoy quizá vistieran como
rebeldes punks o como góticos hace que Ospina se interrogue por su
legado. «Muchas de las preguntas que surgieron entonces sobre si se
podía crear vida e inteligencia artificial siguen vivas. La idea del
cambio climático también se filtra en Frankenstein». Se pregunta
el autor si los jóvenes de hoy no deberían mirarse en el espejo sombrío
de la imaginación romántica. «Ellos tenían sueños e ideales y mucha más
pasión. En la actualidad corremos el riesgo de convertirnos en tuercas y
tornillos de una sociedad cada más controladora».
Una de los aspectos que fascinan a Ospina del mito de Frankenstein es
que haya sido creado por una mujer. «El hombre que no nació de mujer
dice mucho de las angustias de la condición materna. En aquella época
había una alta mortalidad infantil y muchas madres morían al dar a luz,
como la de la propia Mary Shelley».
El libro ilumina poéticamente aspectos curiosos y desconocidos. Como
el hecho de que la inspiración para su criatura le llegara a Mary a
través de los hermanos Grimm, de los que su madrastra era traductora al
inglés. Los Grimm recogieron la historia real de un noble alemán que en
el castillo de Frankenstein -el nombre del edificio- experimentaba con
cadáveres. O que Claire Clairmont, que sobrevivió al grupo y murió en
Florencia a los 81 años con la correspondencia de Byron como su mayor
tesoro fue la inspiración para Los papeles de Aspern de Henry
James. Sin olvidar que Ada Lovelace, la hija que Byron no llegó a
conocer, fuera formada como matemática por su madre con la intención de
que no se pareciera en nada a su padre y llegó a ser la pionera de lo
que hoy conocemos como informática.
Pese a no tener un protagonismo activo en las creaciones de Villa
Diodati, para Ospina la figura de Byron, aquí casi el villano de la
película, es crucial. «Era alguien que potenciaba todo lo que tenía a su
alrededor. El destino de Shelley se modificó conociéndole. Mary
encontró su mejor inspiración grotesca para su monstruo. Polidori vio en
él al vampiro y Claire encontró gracias a él su lugar en la leyenda».
La paradoja
Que hayan sido unos segundones los creadores de los mitos más
perdurables de la literatura ayuda, según Ospina, a romper no pocas
supersticiones. «Las obras de Byron y Shelley no se escaparon de los
libros como sí hicieron las creaciones de Mary Shelley y Polidori, para
ser conocidas por toda la humanidad, aunque la mayoría no haya leido los
libros originales. Un gran creador también pude nacer como fruto de
unas circunstancias de temor y de inspiración y en el fondo ellos son el
símbolo del escritor posible que hay en todos nosotros».